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¡Qué desmadre en la frontera!

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El jueves caducó el llamado Título 42 y reina una enorme confusión generalizada sobre lo que está sucediendo con la migración en la frontera norte de México -de ambos lados- en la frontera sur, e incluso en Centroamérica, a propósito de la “nueva” política estadounidense (que se parece mucho a la anterior, a su vez idéntica a la precedente).

Mi propia confusión, primero. Sostuve aquí que Washington ha otorgado pocos permisos de “humanitarian parole” a venezolanos, cubanos, haitianos y nicaragüenses, desde que arrancó el nuevo programa, para los primeros, en octubre. Debieron haberse expedido un poco menos de 210.000 visas en este lapso. Parece, según Customs and Border Enforcement (CBP), que han entregado 79.000: más de las que yo pensaba, menos de lo que prometieron. No sé, sin embargo, cuántas de estas visas se han otorgado en México, ya sea en la frontera norte, ya sea en el sur o en la capital, y cuántas en los países de origen de los solicitantes. En principio, sólo se pueden solicitar en el país de cada migrante en potencia, pero es mucho más fácil darlas en México.

La cifra es importante, porque según todas las notas publicadas en estos días desde Guatemala, Tapachula, la carretera a Ciudad de México, y en la frontera norte, una buena parte de los migrantes encaminados hacia el norte son de Venezuela. Se suponía que la expedición de las 30.000 visas mensuales, a nacionales de los 4 países, y en particular a venezolanos, servía para desalentar y reducir el flujo de los ingresos no autorizados. No da la impresión de ser el caso, aunque CBP “tenga otros datos”. El congresista de Texas, Tony González, reveló que “al menos 80.000 venezolanos se dirigen a la frontera de Estados Unidos, de acuerdo con un informe del presidente de Guatemala” (Milenio, 10 de mayo).

Segunda confusión: los dos gobiernos han sostenido conversaciones de alto nivel en varias ocasiones los últimos días y semanas sobre migración. Insisten en que México sigue cooperando con (=haciendo el trabajo sucio de) Estados Unidos. Pero el secretario de gobernación anunció hace tres semanas que la caravana salida de Tapachula el 23 de abril sería protegida por las autoridades, es decir, no sería dispersada, ni detenida. Peor aún (mejor aún, en mi opinión), The New York Times relata hoy cómo las autoridades mexicanas, desde hace casi un mes, ya no impiden el paso de los migrantes. Les permiten salir libremente de Tapachula, les brindan visas humanitarias en México (más de 30.000 en abril), levantaron los retenes en las carreteras, han cerrado los albergues tipo Ciudad Juárez, y los guardias en la frontera “juegan cartas” mientras cruzan el río los migrantes. Es imposible saber si dicho reportaje del Times es cierto (no lo firma ningún corresponsal basado en México o que se dedica al tema migratorio en Estados Unidos, sino un “reportero”), pero contradice por completo lo que dicen públicamente Washington y López Obrador. Según CNN, hay 150.000 extranjeros enfilados hacia Estados Unidos en la frontera norte de México. Ciertamente, este “cansancio” mexicano, o el hacernos pendejos al cabo de cierto tiempo, ha surgido varias veces en el pasado reciente, a partir de 2014.

Tercera confusión: Estados Unidos insiste en que México ya aceptó, “por primera vez”, recibir deportados de origen cubano, haitiano, nicaragüense y venezolano, y que México coopera ahora con la aplicación del llamado Título 8. Pero México no ha dicho, como lo ha mencionado el excelente corresponsal de Reforma en Washington, si acepta la nueva postura de asilo norteamericana. Esta se asemeja más que nunca al estatuto de tercer país seguro. Estados Unidos no otorgará asilo a personas de cualquier nacionalidad que no la hayan solicitado en un país por el que transitaron antes de llegar a sus fronteras. Como nadie va a solicitar asilo en Guatemala u Honduras, se trata obviamente de México. En otras palabras, Washington exige, a partir de mañana, que un venezolano o cubano huyendo del esperpento en que se han convertido sus países, debe pedir asilo en México y ser rechazado, antes de solicitar refugio en Estados Unidos. Claro: lo primero que quieren los nicaragüenses, por ejemplo, es que los alojen en algún albergue/crematorio en Ciudad Juárez.

Con seguridad, en los próximos días, habrá más confusión, más ofuscación por las autoridades de ambos países, y más sufrimiento. Lo bueno, sin embargo, será que decenas de miles de personas huyendo de la violencia, la miseria o la persecución, podrán entrar y, a la larga, permanecer en Estados Unidos. Parece que el sueño americano, ese que dice el Peje que ya no existe, sigue vigente en el imaginario de muchos, entre ellos cientos de miles de mexicanos.

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