El agua descendía tímidamente por el dorso azul de las gigantescas piedras. Las orquídeas colgaban de los árboles como envueltas en una procesión de aromas. Helechos con largas cabelleras verdes se zarandeaban por todo el camino. Aquello era una mágica moldura en donde la vida discurría plácidamente. Desde las entrañas de la minas de Aroa brotaba un amarillento líquido con fuerte olor a azufre. La montaña estaba allí como testigo mudo de la explotación del cobre por parte de los ingleses. Así nació el ferrocarril Bolívar, como parte esencial en la transportación del mineral con destino al puerto de Tucacas. Los británicos fueron desapareciendo en la medida que el siglo XX se posesionaba. Hasta este santuario del estado Yaracuy, llegaron muchos venezolanos de diversas partes del territorio en la búsqueda de un sueño.
Aroa fue la primera ciudad de Venezuela en contar con una planta eléctrica, el primer ferrocarril de América del Sur (desde Aroa hasta la localidad de Palmasola), el primer telégrafo, el primer teleférico y la primera comunicación telefónica.
Un buen día la estación del tren recibía al bolivarense Oscar Augusto Machado Hernández, un hombre de rostro límpido y sonrisa fácil, nacido el 16 de mayo de 1890 en Ciudad Bolívar. Casi desde el primer momento Aroa conquistaba el noble corazón de aquel hombre bueno. Recorrió sus pequeñas calles llenas de personas apacibles dedicadas a la agricultura. Su espíritu se fue integrando con aquel mundo que lo cobijaba en los brazos de una tierra llena de horizontes.
Las campanas de la iglesia San Miguel Arcángel despertaban su vuelo nupcial del profundo amor que avivaba la caraqueña Ana Teresa Zuluaga Blanco, quien como esposa supo llenarlo de honda felicidad. La distancia no fue óbice para impedir que los sentimientos fueran hasta el nido de su amada.
En las noches le escribía hermosas cartas que hacían que la distancia fuera acortada por la flor de la poesía. Destacaba por su dedicación al trabajo. No descansaba en su empeño de lograr tener recursos para mantener a su familia. Observaba el ambiente como persiguiendo las palabras para hacerlas cortejar a su querida Ana Teresa. Cada día nuevas epístolas como llamaradas de los tiernos besos lejanos. Sentimientos que cruzaban fronteras hasta llegar a Caracas. Su esposa era una mujer hermosísima con un corazón donde solo se acobijaba la bondad. Iban superando la distancia con nuevas emociones. Periódicamente viajaba a Caracas para encontrarse con su esposa. Hablaba maravillas de Aroa como tierra fértil de seres emprendedores. Su familia fue enamorándose también de La Sultana del Cobre. Tanta felicidad trajo consigo el nacimiento de los hijos: Antonieta, Oscar Augusto, Carlos, Ana Teresa, María Cristina y Henrique Machado Zuluaga.
Henrique Machado Zuluaga heredó de su padre la tenacidad para emprender proyectos productivos. Su ética empresarial destacaba en un hombre sin descanso. Un amoroso padre que navegaba en la cima del amor sin límites. Venezolano excepcional que supo descubrir la esencia de la patria. Jamás su privilegiada posición económica le impidió estrechar la mano de los desfavorecidos, tenía la grandeza nacional que descubrió su progenitor en tierras yaracuyanas, aquel hijo de las cartas de amor soñó una Venezuela distinta.
Ana Teresa Zuluaga Blanco guardaba celosamente las epístolas de su esposo. Su nieta María Corina Machado fue consiguiéndose en aquellas maravillosas líneas. La bella niña escuchaba extasiada la historia de amor de sus abuelos. Era tan especial que sus ojos se iluminaban. Fue amando a Venezuela en la misma medida que crecía la patria en su noble corazón. Nacía en ella un compromiso tan grande que comenzaba por tímido paso. Hoy representa la esperanza de una nación que está atravesando una crisis sin precedentes. La brújula de una historia familiar ejemplar la hace heredera de un gran compromiso. La inmensa mayoría de venezolanos creen que ella puede lograr el cambio. Su honestidad y espíritu combativo son parte de su arsenal. Ahora le toca leer los sueños de millones de venezolanos. Las cartas de una patria totalmente distinta. Como cuando leía las epístolas de su abuelo enviadas desde la hermosa Aroa.
@alecambero
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