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¿China: eje de un nuevo sistema internacional?

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Mientras que algunos vieron en el ascenso pacífico de China (1999) un desafío a la preeminencia de Estados Unidos en la escena internacional y al modelo liberal de Occidente, otros predijeron que China se integraría en el sistema económico y político internacional sometiéndose a sus reglas y tomando decisiones geopolíticas pragmáticas, lo que debería garantizar su cooperación continuada con Occidente. Hubo quienes se mostraron optimistas en cuanto a que el deseo de China de proyectar su nuevo poder más allá de sus fronteras no sólo reflejaría su transformación en un actor responsable y más comprometido en la escena internacional, sino también su evolución hacia un régimen político menos opaco y autoritario. Prevaleció la idea de que China, al optar por el modelo económico liberal mediante su integración en la globalización, se transformaría desde dentro y se alinearía con el modelo político occidental. Dos décadas después, China presenta un panorama muy distinto.

China mantuvo un perfil bajo en los asuntos internacionales, subordinando su política exterior a los imperativos de su desarrollo económico, basado en la expansión de sus exportaciones y su integración en la globalización, que se aceleró tras la adhesión de China a la OMC en 2001. Los principales objetivos de su estrategia de ascensión pacífica subrayan precisamente esta prioridad de los objetivos económicos sobre las ambiciones de poder abiertamente declaradas. China pretendía así ampliar su presencia comercial en los países en desarrollo, ayudar a sus grandes empresas estatales a internacionalizarse y estabilizar su acceso a las materias primas diversificando sus fuentes de suministro. Sus esfuerzos tuvieron éxito en general, sobre todo en África y Asia Central.

Valiéndose del principio de no injerencia en los asuntos internos de otros países, China ha logrado ocupar nichos que los actores occidentales habían abandonado a causa de la inestabilidad política, la corrupción sistémica y los elevados riesgos económicos, en un contexto de posguerra fría que les hizo creer que podían permitirse elegir a los buenos. Al optar por un enfoque sin condicionalidad política, China ha apoyado a las empresas chinas que exportan sus productos, capitales y conocimientos técnicos, llevan a cabo grandes proyectos energéticos y adquieren yacimientos en África y Asia Central, en particular.

Aunque en la práctica esta política tiende a reforzar los regímenes autoritarios y a otorgar a las empresas chinas el monopolio de determinadas áreas económicas, a los ojos de la población local y las élites políticas, las inversiones chinas alimentan la esperanza de un futuro mejor y una solución más adecuada a los problemas de desarrollo que las propuestas por Occidente. En el discurso oficial chino, este enfoque «pragmático» y «beneficioso para todos» se presenta como una alternativa al círculo vicioso de las políticas de endeudamiento occidentales basadas en principios paternalistas y en la condicionalidad política percibida: la democracia y los derechos humanos.

Este enfoque forma parte de la nueva estrategia china de emergencia pacífica, que se supone es la antítesis del ascenso de Occidente, basado en la expansión colonial de las grandes potencias, que en el pasado provocó tensiones y conflictos armados. Pekín ha pretendido así aumentar su poder sin recurrir a la fuerza ni a la violencia, utilizando en su lugar instrumentos económicos y herramientas de poder blando, como la creación de nuevos formatos de relaciones bilaterales y la promoción de los valores, normas e identidades chinos a través de la red de diversos agentes de influencia. Este discurso pacífico no impide a Pekín aplicar una estrategia regional destinada a reducir la influencia de Washington en Asia y a defender la soberanía china, ya sea sobre Taiwán, las islas Senkaku – Diaoyu o los contenciosos territoriales y marítimos en el mar de China Meridional. En el frente militar, China se ha mantenido discreta, aunque su gasto militar aumenta exponencialmente. Pekín participa principalmente en operaciones de seguridad y mantenimiento de la paz.

Con la llegada al poder de Xi Jinping, China abandona definitivamente su estrategia de perfil bajo y muestra una voluntad cada vez más clara de afirmarse como gran potencia capaz de competir con Estados Unidos. Esta rivalidad no sólo se refleja en la competencia económica, sino también en la esfera ideológica. Pekín trata ahora de difundir su propia visión del mundo, de la modernidad y de la gobernanza para competir con el modelo occidental, considerado anticuado, pero aún dominante.

En opinión de Xi Jinping, el mundo ha entrado ahora en una «nueva era», llena de turbulencias y desafíos, que el viejo sistema de gobernanza mundial, demasiado elitista y dependiente de las instituciones financieras estadounidenses no puede manejar. Pekín pretende reformar este sistema proponiendo alternativas a los modelos existentes, ya sea para distintos aspectos del desarrollo económico o para la seguridad regional y mundial. La Iniciativa del Cinturón y la Ruta (BRI) es uno de los principales instrumentos de esta ambición. Al mismo tiempo, China está aplicando estrategias probadas en África y Asia en sus relaciones con Occidente, que le permite ejercer presión sobre la UE utilizando promesas de recuperación económica con fines políticos. En Australia y Canadá, se acusa a Pekín de financiar las campañas de algunos candidatos electorales y de presionar a líderes de opinión, incluso en las universidades, para promover su agenda política y económica y controlar mejor a los opositores y el discurso crítico con ella.

El deseo de fortalecimiento del poder chino es especialmente evidente en Asia Oriental, donde Estados Unidos ha lanzado una serie de iniciativas en la región ahora conocida como Indo-Pacífico, para reforzar los lazos estratégicos con sus aliados y aumentar su presencia en el entorno inmediato de China. El acercamiento a Moscú responde a estas mismas preocupaciones, permitiendo a Pekín proteger su retaguardia continental y asegurarse el acceso a importantes recursos naturales. Aunque Asia sigue siendo un foco clave de la ofensiva diplomática china, Pekín también está proyectando su poder en regiones estratégicas más distantes, pero a largo plazo, como el Ártico. China también se ha mostrado activa en Oceanía y América Latina durante la última década, aprovechando su apertura para financiar muchos proyectos de desarrollo sin condiciones políticas: la postura diplomática de China es ahora global y no ignora ninguna región del mundo. China también se ha vuelto más proactiva en el ámbito de la seguridad. La modernización militar china, sobre todo en los ámbitos naval y aéreo, prosigue a un ritmo que preocupa a sus vecinos de la ASEAN, Australia, Japón, India y Estados Unidos. En un esfuerzo por proteger sus rutas marítimas y los suministros de hidrocarburos de África y Oriente Medio, abrió su primera base militar en el extranjero en Yibuti en 2017. Varios análisis sugieren que China desearía abrir una nueva base naval en Pakistán. Además, el regreso de los talibanes al poder en Afganistán ha impulsado el refuerzo de la presencia estratégica de China en Asia Central, con la construcción de dos puestos militares avanzados en Tayikistán para asegurar el corredor de Wakhan, una fuente potencial de inestabilidad en la frontera con China.

Aunque China es ahora un actor clave en la economía mundial y las relaciones internacionales, aún se enfrenta a varios retos para convertirse en la primera potencia mundial en 2049, centenario de la victoria comunista. Su rivalidad con Estados Unidos parece estar entrando en una fase más intensa y estructural, con consecuencias imprevisibles y posiblemente dramáticas. ¿Cómo construir relaciones bilaterales en un contexto geopolítico y económico mundial cada vez más tenso y polarizado? La pandemia de Covid-19, la descarada asertividad política de China y la guerra de Ucrania han contribuido a la formación de una especie de consenso antichino en el Occidente global, que podría conducir a la adopción de una estrategia común y poner freno a la expansión de la influencia y la presencia globales chinas.

A más corto plazo, el principal reto sigue siendo la reunificación con Taiwán, una cuestión que Xi Jinping parece querer resolver en un plazo relativamente breve. ¿Qué medios elegiría para lograrlo?

China aspira a construir un mundo multipolar, no sólo en términos de poder económico o militar, sino también desde el punto de vista de la civilización. El horizonte temporal de sus ambiciones, como hemos visto, se fija a menudo en 2049, año en que se cumplirá el centenario de la toma del poder por el Partido Comunista, que ha vuelto a ocupar un lugar central en los discursos políticos de Xi Jinping, mucho más marcados por una connotación ideológica que los de sus predecesores.

China está planteando su propia visión del mundo en la que podrían coexistir diferentes modelos políticos y económicos. ¿Sería un ascenso pacífico 2.0? basado en el principio de no injerencia en los asuntos internos y la paridad estratégica entre Pekín y Washington, o un nuevo sistema de gobernanza mundial con China en su centro?

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