Marcos García se define como un hombre común y corriente que encuentra a Dios en cada cosa que hace. Es fraile dominico de la Orden de los Predicadores, pero también es periodista, locutor y músico. Sin embargo, su selección entre 70 mil aspirantes y así como su participación en la edición 11 del popular show culinario MasterChef España lo ha convertido en una celebrity, título al que jamás aspiró.
Está convencido, no obstante, que cada etiqueta que pudiese conseguir en vida nunca se comparará con la de ser hijo del Padre. «Es el mayor título que puede tener uno como ser humano». Saberse, creerse y sentirse hijo de Él lo mantiene con los pies en la Tierra. Es la única manera, piensa, en la que podrá ver a los demás como hermanos, tal cual dice Jesús.
Es nativo de Mucuchíes, municipio Rangel, Mérida, pero creció en Nueva Bolivia, municipio Tulio Febres Cordero, en la zona Sur del Lago. Es el segundo de los cinco hijos de María Oliva Sánchez, «mamita Olivita», como es conocida, y creció junto a sus cuatro hermanos, Iraima, Odilia, María Inés y Oliver, muy cercanos a la orden dominica.
Mientras disputa el premio mayor de uno de los reality más populares del planeta, promete llevar la magia de la cocina venezolana, mezclado con la fe católica y el fogón de su querida Olivita no solo a los jueces sino a los millones de televidentes que lo sintonizan. «Como dijo Santa Teresa, en los pucheros y en las ollas también está Dios».
El niño, el fraile, el hombre
—¿Quién es Marcos García?
—Alguien que trabaja día a día para construir el reino de Dios sirviendo a los demás. Que se esfuerza por ser buen hijo, hermano y, sobre todo, amigo. Después de la familia, para Marcos los amigos forman una base fundamental en el crecimiento, desde lo espiritual, social, político, económico y religioso.
—¿Cómo fue su infancia? ¿Recuerda algo de su Venezuela de ayer?
—Mi madre fungió como padre. Siendo mamá soltera, nos crió una nana; una tía abuela que nunca se casó y en la que muchos de la familia confiaron para instruir a sus hijos. Fue un poco traumática pero no es la infancia que están viviendo muchas de las madres solteras y sus hijos hoy en Venezuela. Me rodeé de gente muy necesitada pero también muy pudiente, y mientras fui creciendo no hubo distinción, jugábamos todos en el mismo patio del colegio y las hermanas hacían el mejor esfuerzo por ir a convivencia, hablarnos de fraternidad, amistad y hermandad. Creo que dio resultado porque hasta el sol de hoy, después de 27 años de graduados de bachillerato, seguimos en comunicación todos. Fue una infancia a la que pude sacarle bastante provecho.
—¿Y cuándo sintió el llamado de Dios?
—Tendría unos once años. Recuerdo que estudié toda la vida con las Hermanas Dominicas venezolanas de Santa Rosa de Lima y cuando las observaba sentía que quería ser como ellas. Siempre que pasaban por el colegio donde estudiaba, veía como saltaban de alegría al verse, los abrazos, el cariño, las sonrisas. Tienen un saludo particular: «Alabado sea Dios» cuya respuesta es «Por toda la eternidad». Eso me llamaba mucho la atención y pensaba: ojalá hubiera algo así para hombres. En aquel tiempo no sabía que existían los frailes ni que usaban el mismo hábito.
— ¿Y lo siguió?
—El llamado continuó siendo adolescente, pero me fueron gustando otras cosas como la Comunicación Social, la Psicología, el Trabajo Social y el Derecho. Cuando salí de bachillerato, a los 17 años, opté por una y salí con Trabajo Social. Sin embargo, ya era prenovicio y había ingresado a la Orden de Predicadores. ¡Estaba en el convento, imagínate! A los 5 años de estar en la orden salí, estudié Comunicación Social y terminé regresando luego de un tiempo.
—¿Por qué decide estudiar Comunicación Social?
—Me enamoré del periodismo como si lo hubiese hecho de una persona. Tenía 21 y decidí salir de la orden por consejos de mi superior y el maestro formador. Me dijeron: ‘¿Por qué no sales, estudias y te enamoras?’. Como ingresé tan joven, no perdí tiempo y así lo hice. Salí, estudié Comunicación, fui locutor de radio, narrador de noticias, e hice varios cursos de locución como narración de documentales y doblaje. Es un mundo que realmente me apasiona.
—¿Por qué emigró a España?
—Como religioso, a veces uno no decide, lo hacen nuestros superiores. Cuando me dijeron que arreglara los documentos porque «me iba cambiado», pensé que cambiaría San Cristóbal por Caracas. Resulta que no, mi destino era España. Tenía –y tengo– que hacer un trabajo de promoción vocacional en jóvenes con inquietud por la vida religiosa aquí, algo que está bastante cuesta arriba, cabe acotar, pero seguimos trabajando. Además de eso, tengo algunos temas de salud que contribuyeron a mi traslado: un diagnóstico de hernia, y estoy próximo a hacerme una cirugía lumbar.
—¿Qué dice de Colombia? También tiene el pasaporte colombiano.
—Poseo la documentación porque trabajé un tiempo allá y estudié Teología en el país. Viví tres años en Bogotá y dos en Medellín. Curiosamente, mi papá era de Cundinamarca, pero creció en Venezuela. Tengo identidad colombiana, además, porque hace años trabajé en NTN24, un canal de noticias de RCN televisión en Colombia.
—¿Qué le llamó la atención de la Orden Dominica?
—Uno de los primeros Santos que conocí estudiando con las Dominicas fue San Martín de Porres, el cual, junto con Santa Rosa de Lima, fueron los primeros de América. Toda la vida he crecido en el ambiente de la Orden de Predicadores, por eso me hice dominico y soy muy feliz siéndolo.
Marcos García, el cocinero
—¿Tiene claro Macos García su rol como «influencer»?
—(Risas) Cuando me consideran eso, me siento mal. No me gusta. Y, ojo, es verdad que hemos satanizado un poco el término pues existen influenciadores muy buenos, pero la mayoría no lo son y no están aportando nada positivo al mundo. Cuando me tildan de influencer siempre digo que no quiero ser protagonista de nada; no quiero ser famoso. Me viene mejor ser un hombre común y corriente. Aunque si algo me agradaría es poder influir en los demás con el anuncio de la Buena Nueva, con el Evangelio, independientemente si se es católico o no creyente. ¿Sabes que tengo amigos de todas las denominaciones religiosas? ¡Hasta ateos! Y nos la llevamos muy bien justamente porque saben que la Buena Nueva es para todos; porque se sienten acogidos por el mismo Jesucristo. En eso sí quiero influir, en medio de mis debilidades humanas, por supuesto.
—La cocina le ha dado ese título. ¿Qué dice de ella? ¿Siempre ha estado entre sus gustos y aficiones?
—Absolutamente, y desde pequeño. Cuando me preguntan dónde aprendí a cocinar digo que en Fátima Gourmet International (risas), una vecina que es casi como mi tía. Tendría unos 10 u 11 años, ella estaba muy joven y no le gustaba mucho el oficio. Su esposo Leonardo llegaba a veces tarde de trabajar, de jugar al fútbol, o como decimos en Venezuela, de «echarse unos palitos» (más risas). Entonces ella me daba la oportunidad y él se comía los desastres que yo hacía en la cocina. En mi casa casi no me dejaban porque estaba chico y me podía quemar. También existía el estigma de que «los hombres en la cocina no combinan’», así que con Fátima comenzó todo.
—¿Y qué le gusta más: comer o cocinar para otros?
—Me gustan ambas por igual (risas), comer y cocinar.
—¿Cómo llega entonces a MasterChef?
—Porque en España me la paso cocinando en casa de gente que me invita, sobre todo en las de amigos locales, venezolanos o colombianos, personas a las que les gusta la comida caribeña. «¿Por qué no concursa, padre?», me repetían mucho. Yo respondía que tenía que sacar muchos permisos y, además, estaba próximo a que me operaran. Mi cirugía estaba programada para enero, pero unas arepas de Reina pepiada que hice para unos feligreses un noviembre cambiaron mis planes. Una tarde, uno de ellos me pidió algunos datos y me preinscribió. Después, supe que se interesaron por mí en el equipo de casting del programa y me comenzaron a pedir fotos y videos. Y heme aquí ahora.
—¿Por qué cree lo eligieron entre 70.000 personas y luego entre otras 60?
—No sé, realmente. Quizá, les llamé la atención. En el último video que envié estaba vestido de fraile, a lo mejor, para ellos sería algo nuevo que un sacerdote formara parte del programa. Algo sí te digo, en los fogones de los conventos y los seminarios hay muy buenas recetas… Entonces, fue eso, la curiosidad o que les llamó la atención mi manera de expresarme. Haber trabajado en medios de comunicación me dio una ganancia importante.
—En temas gastronómicos dicen que los religiosos saben bastante porque deben ingeniárselas con lo poco o mucho que tienen en sus comedores. ¿Qué cree que aporta usted a la competencia?
—Lo que tengo que aportar en la competencia es un grano de esperanza. Hay una ventana desde MasterChef muy interesante, porque es un programa visto por millones de personas. Como religioso se puede jugar un papel fundamental en el mensaje que se quiera emitir desde los fogones. Los mensajes que he recibido hasta ahora son de optimismo, fe y gratitud. Aunque en estos días, me creó curiosidad una seguidora que escribió en Twitter que le caía mal porque hasta en los peores momentos siempre tenía serenidad y eso le hacía mucho ruido. Quizás ella está pasando por alguna dificultad en su vida, pero me llamaba la atención, porque hasta allí está llegando el mensaje y eso quiere decir que sí ha calado.
—¿Recuerda cómo fue la elección del plato que seleccionó para el casting final?
—En donde nací se cocinan algunas cosas con y en coco. Hay una mezcla entre lo zuliano y lo andino en esa zona. La selección la hice con unos grandes amigos; entre todos me ayudaron mucho a cocinar entre ensayo y error. El primer plato que hice fue mollejitas en coco con un arroz y ají dulce, un ingrediente que aquí es casi inexistente. El saborcito es bien venezolano. Cabe destacar que el plato tenía unas tortitas de plátano bien amarillo a las cuales dejé tostar primero por fuera. Primero se cocinan los plátanos, luego se hace la masa y se rellena con un poquito de queso crema; después se pone a tostar como una arepa y por dentro queda blandita. Fue un espectáculo y lo acompañé con una especie de vinagreta que incluía trocitos de aguacate, ajo y cilantro.
—¿Qué lo hizo escoger ese plato?
—El recuerdo. Las memorias. Porque me remite al sabor del Sur del Lago, de mi tierra; de Bobures, Gibraltar y Palmarito en la zona Sur del Lago… Allí se come mucha comida con coco y plátano verde.
—¿Qué otros sabores lo remiten a Venezuela, a su infancia?
—Unos buenos pastelitos de papa con queso, porque en mi casa se hacían para vender. Es inevitable que no sienta mi niñez al morder uno. También los tequeños y la chicha andina de concha de piña y arroz.
—¿Y cuál sería su plato preferido de la gastronomía venezolana?
—(Piensa) No tengo uno, son muchos. Por ejemplo, hago un sancochito delicioso que me recuerda mucho a los de mi mamá. Los hacía a leña en el fogón de la parte de atrás de mi casa. Me encanta el pabellón criollo también, así como el asado negro y las hallacas. Toda nuestra comida de diciembre me fascina, me vuelve loco.
—¿Hablamos de los platos, pero y de esos grandes cocineros que han salido del país, a cuál admira?
—De Venezuela, muchos. Sumito Estévez, por ejemplo. María Antonieta Pérez Mendoza (@Mariantocook), que la sigo por Instagram al igual que Carmen Montelongo (@Lamontelongo), que me encanta. Hay demasiados, además, ¿sabes que hay muchos cocineros anónimos en el país? Recuerda que el cocinero no solamente cocina con lo que tiene, cocina desde lo que es. Es más, puedo apostar que si vas adonde las Dominicas venezolanas de Santa Rosa de Lima, en Mérida, en la casita de la Virgen pareciera que estuvieras comiendo en un restaurante cinco estrellas. Cocinan con lo poquito que tienen, pero se siente una mística de sabores impresionante. Eso me gusta: admirar a quién puede cocinar desde lo poco y quien rehúsa la comida para hacer el bien.
—¿Tiene algún as bajo la manga con respecto a sus preparaciones en MasterChef?
—No, yo creo que el as bajo la manga es la confianza que tengo en Dios. Eso y tratar de competir limpia y sanamente.
—¿Para qué cree sirve una plataforma como MasterChef?
—Desde mi punto de vista, le sirve al Evangelio. Por ejemplo, tengo un proyecto que se llama Predicocinando, que lo estamos preparando desde la cocina, una predicación a gusto, donde el eslogan es «no solo de pan vive el hombre», como lo dijo Jesús a Satanás cuando lo tentó. Me sirve porque existen muchas personas queriendo escuchar la Buena Nueva desde un caldo bien preparado, un arroz, una pasta bien rica.
—¿Pueden ir de la mano la gastronomía y la fe?
—Quien cocina para otras personas lo tiene que hacer desde la fe y la esperanza, con mucho amor. Nuestras tres virtudes teologales son: va a quedar bien, le va a gustar a los comensales y se está entregando algo desde el corazón. Santa Teresa de Jesús decía que en los pucheros, es decir en las ollas, en las cocinas, en los fogones, también está Dios. Ya te digo, a veces en la casa teníamos muy poquito y hacía unos platos espectaculares. A aquella viejita la admiré mucho, porque el sabor de su comida era insuperable. Además, están las Dominicas, que con una pechuga pueden comer 18 hermanas, más cuatro o cinco empleados. Hacen un arroz aliñado con caldo de pollo y vegetales maravilloso, y lo hacen con poco. Ahí hay fe, espiritualidad y esperanza de lo que uno es.
Actualmente, Fray Marcos García sigue en la contienda para conquistar al jurado y llevarse, al fin, el premio mayor de MasterChef España, pero no deja de levantar cejas e interés entre participantes y televidentes cada semana de la competencia.
De esta manera, el mundo sigue conociendo al muy Mariano y devoto de la Santísima Virgen, según recalca, porque en ella ve reflejada al resto de los Santos en esa confianza de decir ‘hágase tu voluntad; al admirador de Santo Domingo de Guzmán, Santa Rosa de Lima, Martín de Porres, Santo Tomás de Aquino y la Madre Santa Teresa de Calcuta; también al devoto del amor y la fraternidad; a un cocinero que conquista paladares internacionales con arepas y que sintoniza, siempre que puede, las noticias, el fútbol o cualquier canal de cocina que exista en la televisión; el que ama los grandes musicales y los conciertos, amante de la poesía y el teatro; el hombre que prefiere los boleros, las rancheras y el romantiqueo al reguetón; al que le gusta bailar y se divierte con la música electrónica.
Mientras cuente con la aprobación del jurado y el favoritismo del público, seguirá ahí, semana a semana detrás de la pantalla, cocinando y echando cuentos; dándose a conocer también como el sacerdote que tiene una compañera de fiestas eterna, su guitarra. «Le puse Martina porque es negrita como San Martín de Porres y también es religiosa como yo».
Para sintonizar MasterChef España, hacer click aquí.
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