«El fiscal olvida una cosa que la Constitución le ordena: yo soy el jefe del Estado, por tanto, el jefe de él». Estas fueron las no solo polémicas, sino aberrantes palabras del presidente de Colombia, Gustavo Petro, hacia el fiscal general, Francisco Barbosa, en las que aseguraba que él es el jefe del alto funcionario. Un delirio típico de los autócratas que se creen por encima de la ley, que no respetan la separación de poderes y la autonomía de las instituciones legítimas y constitucionales de un país.
La respuesta del fiscal general, a las declaraciones del mandatario, no se hizo esperar calificando dichas palabras como encaminadas hacia la dictadura, una verdad tan inmensa como los océanos que bañan las costas colombianas.
Pero, ¿qué se puede esperar de un guerrillero que militó en el Movimiento 19 de Abril (M-19), un grupo terrorista que buscaba imponer sus ideas mediante las armas en Colombia y que estuvo involucrado en secuestros y asesinatos desde la década de los setenta y cuya mayor proeza fue la toma del Palacio de Justicia en noviembre de 1985 que concluyó con más de 100 muertos y desaparecidos, entre ellos 11 magistrados de la Corte Suprema, tras un cruento combate entre los guerrilleros y el ejército y hasta el incendio del propio edificio?
¿Qué se puede esperar de Gustavo Petro, quien acompañó a Chávez durante su estancia de ocho días en Bogotá en el año 1994 y hasta caminaron románticamente por el puente Boyacá? ¿Qué se puede esperar de quien afirmó con esa retórica absurda, nauseabunda, retrógrada y populista: “(Con Chávez) encontramos una sintonía ideológica en la lucha contra la corrupción y el discurso bolivariano”? El mismo Petro que en marzo de 2016, de visita en Caracas y en plena crisis desatada por la escasez de alimentos en el país y de las infernales colas a las afueras de supermercados y abastos resultado de las políticas nefastas del régimen venezolano, afirmó en su cuenta en Twitter, con arrogancia e ironía, con la desfachatez propia de los criminales que hacen vida en la rancia izquierda hija de Fidel: “Entré a un supermercado en Caracas y miren lo que encontré. ¿Me habrá engañado RCN (canal de televisión colombiano)?” señalando estantes con chucherías, una nevera con verduras y algunos quesos. Al final, el discípulo siempre sigue los pasos del maestro y en muchos casos lo supera.
Hace unos días, el mismo señor, hoy inquilino del Palacio de Nariño, amenazó también al Congreso colombiano y su autonomía, al pedir a campesinos, jóvenes y poblaciones pobres a salir a las calles para presionar al Congreso a dar luz verde a sus reformas.
«El intento de coartar las reformas puede llevar a la revolución. Lo que se necesita es que el pueblo esté movilizado, como lo estuvo con Bolívar». “(…) No nos dejen solos en estos palacios enormes y fríos. No nos dejen solos ante la jauría de privilegiados. Este es el momento de los cambios y no hay que retroceder (…) los invito a estar en la primera línea de la lucha por las transformaciones», expresó Petro el Día del Trabajador, con un discurso incendiario que no busca sino imponer a la fuerza la doctrina castro chavista y el mismo sistema represivo y autoritario que hundió a Venezuela en la severa crisis que ha tenido como consecuencia los millones de desplazados que hoy abarrotan los países del mundo, incomodan en las fronteras del continente, tras escapar de un régimen de terror el cual Petro quiere copiar en tierras neogranadinas.
Petro es un autócrata, un criminal (como lo fue su maestro, Chávez) a quien la democracia perdonó sus crímenes y le dio el oxígeno para que sus ideales de resentimiento llegaran a poner en peligro a esa misma democracia que hoy amenaza de forma soberbia. Petro es un bidón lleno de gasolina el cual los colombianos colocaron cerca de una hoguera.
Imponer sus delirios y caprichos por encima de la justicia colombiana, desconocer a las autoridades y amenazar la estabilidad política y social de un país, son muestras claras del talante dictatorial de este representante del fracaso de regímenes como el de los Castro en Cuba, Daniel Ortega en Nicaragua y Nicolás Maduro en Venezuela.
El destino de Colombia dependerá de la madurez y solidez de sus instituciones y del propio pueblo colombiano. Les tocará elegir entre la democracia y la libertad que tanta sangre les ha costado, o el desastre que ya perfila el gobierno del delirante discípulo de Chávez y su heredero, Nicolás Maduro, autores del drama humanitario más grande de la historia de Latinoamérica.
Tw y IG @fmpinilla
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