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Entrevista a Marcy Alejandra Rangel

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Por NELSON RIVERA

¿Qué hay antes de Grishka Holguín en el universo de la danza contemporánea en Venezuela? ¿Hay antecedentes documentados?

—Antes de Grishka existía solamente el ballet en Venezuela. Sus influencias, de los pioneros norteamericanos Martha Graham y José Limón, llegaron a Venezuela gracias a él y la información a la que pudieron acceder las siguientes generaciones. Junto a Grishka, aparecieron bailarines como Conchita Crededio, Graciela Henríquez, Norah Parissi, además de Sonia Sanoja, con quien fundó Pisorrojo en la UCV y José “El Negro” Ledezma, con quien fundó el Taller de Danza Contemporánea, ambos considerados los pioneros de la danza contemporánea en Venezuela. Todos aparecen mencionados en mi libro Al son que nos toquen como parte de la historia reciente de la danza en Venezuela, incluyendo también nombres como Carlos Orta (Coreoarte, discípulo de Limón); pero son Sanoja, Ledezma y también Hercilia Contreras (Contradanza) los testimonios vivos que se relatan en ese primer capítulo.

Háblenos, por favor, de Grishka Holguín. ¿Cabe considerarlo el maestro fundador de la danza contemporánea en Venezuela? ¿Quiénes fueron sus discípulos?

—Sí. Pisorrojo, la compañía de danza de la UCV, es su legado más importante y donde sus integrantes lo estudian. Gracias al Taller de Danza de Caracas, el único que ofrece una certificación de dos años de formación para intérpretes de danza contemporánea fuera de Unearte, se mantienen vigentes coreografías de Holguín, Merce Cunningham y El Negro Ledezma, con las cuales las diferentes generaciones de estudiantes que han transitado esos estudios de danza en Parque Central se han podido formar con su técnica durante los últimos 49 años.

Usted hace un recorrido que, sin ser excluyente de otros nombres, va de Sonia Sanoja a Carlos Penso. En este tiempo de seis décadas, ¿son detectables escuelas y tendencias o se han producido rupturas conceptuales, estéticas?

Sí, por supuesto. En Al son que nos toquen podemos ver cómo a lo largo de los años se va gestando una identidad venezolana dentro de los cánones de la danza contemporánea que responde justamente a las inquietudes de cada época en paralelismo con nuestra historia democrática: la investigación introspectiva de los 60 cuando recién llegaba la disciplina al país; la necesidad de formar colectivos para intercambiar ideas y empezar a enseñar a nuevos talentos en los años 70; el gran auge económico de la Venezuela de los años 80 que otorgó becas y estímulos con los que se empezaron a crear compañías de danza con personas migrantes o bailarines venezolanos que habían estudiado fuera y decidieron volver para sentar las bases de sus propias ideas.

Luego, la entrada en la crisis estructural del país en los años 90 que, por un lado, produjo la profesionalización de los bailarines a través del Instituto Superior de Danza y el Instituto Universitario de Danza, lo cual propició elencos y nuevos intercambios. En los 2000, aquellos primeros profesionales con título crearon sus propias compañías independientes, negocios generalmente familiares con los que se empezaron a formar pequeñísimos núcleos con una capacidad limitada para transferir conocimientos por alcance y presupuestos, hasta que, en la década de 2010 comenzó la verdadera crisis y, en muchos casos, la emigración.

Si se compara con el movimiento de danza contemporánea de otros países de América Latina, ¿el venezolano es, en lo numérico, pequeño? ¿Ha sido en nuestro país una expresión artística que ha interesado a un reducido número de personas? 

—Sí. La danza es el eslabón más débil de la cultura no sólo en Venezuela, pero es un país donde esto se resiente mucho más. En Al son que nos toquen están retratados los testimonios de 25 bailarines que en 2011 tenían su compañía de danza activa. Diez años más tarde unos han fallecido, otros han emigrado y se dedican a otro tipo de movimiento, y muchos de los que quedan activos en Venezuela no tienen el espacio o el presupuesto para montar una obra y el Estado ya no provee estímulos u otorga comodatos de uso como en décadas pasadas.

Pero precisamente el libro se llama Al son que nos toquen porque retrata la resiliencia del venezolano y cómo si de algo sabemos es del arte de resolver, con lo que tengamos. Hay mucha gente soñando con vivir de la danza y hacerlo profesionalmente y lo logra, con los riesgos económicos que conlleva. Muchos de los bailarines retratados en el libro mantienen su proyecto gracias a los espacios que consiguen como profesores de yoga o pilates, la posibilidad de hacer alianzas con otros creadores y ofreciendo sus funciones a la empresa privada, dictando talleres independientes, formando y dirigiendo niñas en academias o para competencias, actores para obras y musicales.

¿Qué se sabe del público venezolano de la danza contemporánea? ¿Qué ha ocurrido a lo largo de seis décadas?

—Es la consecuencia de uno de los principales problemas de la crisis estructural del país aplicados a la danza: el chavismo hizo mucho daño a las artes escénicas como industria cultural. No tenemos nuevos teatros desde hace una década —sólo salvados por la inauguración del Teatro de Chacao en 2011—, el público se acostumbró a que todo tenía que ser “gratis” y no hay una política de Estado que incentive a las personas a asistir a una función de danza y pagar por ella, lo cual ha hecho que las personas se sientan ajenas a esta disciplina, a pesar de vivir en un país caribeño con una cultura del baile intravenosa.

Hay una desconexión entre el espectador y el coreógrafo que muchas veces monta obras difíciles de digerir. Los bailarines necesitan también adquirir herramientas de comunicación y marketing para dirigirse al público y difundir sus proyectos, pero también para llamar la atención y lograr acuerdos con la empresa privada, como patrocinio y espacios de ensayo y presentación.

¿Cuál es el estatuto de la danza contemporánea en la Venezuela de hoy? ¿Apoyo del Estado? ¿Impacto de las migraciones?

—En los últimos 15 años ha habido un auge de las academias que incluyen la “danza lírica” en sus programas y eso ha ayudado a tener una pequeña generación de relevo que participa en competencias locales. Sin embargo, Unearte, la única que gradúa intérpretes profesionales en danza en Venezuela, ha representado un grave atraso en la educación en artes escénicas y visuales en Venezuela; lo mismo que la Compañía Nacional de Danza, que difícilmente cambia de elenco y repertorio; la falta de subvenciones y estímulos que anteriormente se otorgaban a través de convocatorias; de fuentes de empleo y actualización profesional; de patrocinio de la empresa privada; de educación de público y de bailarines y los padres que inscriben a las niñas en danza —a los niños mejor no—, pero que luego no les permiten dedicarse a la disciplina.

Todos estos elementos estructurales han devenido en menos temporadas al año, compañías que no tienen espacios de ensayo o presentación, bailarines sin dinero para producir sus obras o temporadas, falta de formación de intérpretes y docentes y de una generación de relevo que pueda sostener la disciplina en los próximos años, sin contar el poco apoyo de los medios de comunicación o la empresa privada.

Por eso Al son que nos toquen, aunque no puede resolver un tema estructural, es un punto de partida para comenzar a hacer investigación en el área, dejar registro y difusión, como lo ha hecho en 4 países y 2 convocatorias ganadas en el último año. Es un aporte para que en los escenarios venezolanos nunca baje el telón.

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