En Colombia se suele afirmar con bastante frecuencia que el peor enemigo de Gustavo Petro es Gustavo Petro. El martes pasado, tras pedir la renuncia de todo su gabinete, la idea volvió a materializarse de un modo contundente. En ese momento, el presidente colombiano mostró su perfil menos conciliador, capaz de comprometer el rumbo de su gobierno en aras de una supuesta eficacia gubernamental y para no tener que arriar las banderas del cambio político ante unas negociaciones que él mismo considera estériles.
El brusco giro político se produjo después de constatar el impacto de dos sucesos frustrantes para su híper liderazgo, por no hablar abiertamente de fracaso. Por un lado, la convocatoria de una Cumbre de alto nivel celebrada en Bogotá sobre el futuro de Venezuela, se saldó con mínimos resultados, pese a las grandes expectativas que había suscitado.
Por el otro, la amplia coalición parlamentaria que respaldaba su gestión de gobierno comenzó a agrietarse tras afrontar las primeras dificultades en el camino de la aprobación parlamentaria de las reformas presidenciales claves, como la tributaria y la de la salud pública. El mayor mérito de la alianza, que le garantizaba una cómoda mayoría legislativa, era incluir de un modo destacado a los partidos tradicionales de Colombia, como el Liberal, el Conservador y el de la U.
Uno de los problemas de la política moderna es considerar como propios aquellos votos que finalmente se terminan decantando por la opción ganadora, no por respaldarla plenamente sino por intentar cerrar el camino al poder a opciones consideradas más perniciosas. Este es el error que podría estar cometiendo Petro a la hora de tomar decisiones importantes.
Hace casi un año atrás, en la segunda vuelta que lo aupó al poder, y gracias a la práctica incomparecencia del centro político, Petro se enfrentó a Rodolfo Hernández, un populista de derechas carente del menor carisma, ante el cual obtuvo una cómoda victoria. Ahora bien, el caudal de votos conseguido en la primera vuelta fue insuficiente para triunfar. Previamente tampoco había podido obtener la mayoría parlamentaria que garantizara la gobernabilidad del país. Pero esto no es un obstáculo para que Petro piense que está en la senda correcta.
Su triunfo suscitó de forma casi automática grandes temores en buena parte del establishment colombiano y en amplios sectores de la opinión pública. Muchos pensaban, con escaso fundamento, que el nuevo presidente iba a seguir la senda del tan denostado castrochavismo, permitiendo la implantación de un modelo estatista, colectivista y socializante.
Sin embargo, el presidente electo fue capaz de tomar el camino del compromiso y del pacto, un camino en el cual teóricamente debía primar la reforma sobre la revolución. De este modo, los ocho primeros meses de su gobierno transcurrieron sin grandes sobresaltos, aunque sin los éxitos fulgurantes que Petro hubiera esperado. En este momento es cuando los viejos fantasmas reaparecen con renovado vigor.
Los cambios introducidos en la composición de su gobierno, tras la salida de varios pesos pesados, con peso político propio y capacidad de contestación ante la máxima autoridad, sitúa a la política colombiana en otra dimensión. Sin el profesional José Antonio Ocampo (Hacienda) ni la muy ideologizada Carolina Corcho (Sanidad) el presidente reconfiguró el Gabinete a su imagen y semejanza.
Colombia se sitúa, entonces, en una dimensión plagada de incertidumbres, aunque la mayor parte de ellas se disipará en el corto y medio plazo. ¿Se radicalizará aún más o podrá recomponer los amplios compromisos propios de los primeros meses de gobierno? ¿De no lograrlo, cómo gobernará sin mayoría parlamentaria? ¿Qué pasará con sus reformas más emblemáticas (pensional, laboral, agraria, sanitaria, tributaria, etc.)? ¿Será capaz, desde el Gobierno, de movilizar a los sectores populares, para que desde la calle y por la vía de los hechos respalden sus iniciativas más polémicas? ¿Cuántas compromisos y con quiénes podrá alcanzar en este nuevo camino abierto?
La realidad colombiana, como la de muchos países latinoamericanos, prácticamente todos, exige reformar la mayoría de las políticas públicas. Pero, por la gran profundidad requerida, éstas sólo podrán acometerse partiendo de amplios consensos sociales y políticos, dejando de lado posturas principistas e inconducentes. Este es el camino que prácticamente no quiere escoger casi nadie, Petro entre ellos.
En su lugar, y en vez de trabajar de forma transversal, tendiendo puentes entre los distintos sectores que pueden converger, se prefiere polarizar y crispar, algo que ocurre a ambos lados de la grieta, que dirían los argentinos. De ahí la apuesta del presidente por reforzar su Pacto Histórico en vez de recomponer a Colombia.
Esta semana el presidente Petro visita España. Por eso, hubiera sido una gran oportunidad para ver a un mandatario dialogante, preocupado por gobernar para todos y por alcanzar aquellos acuerdos necesarios para seguir avanzando en las grandes transformaciones que requiere Colombia. Pero, como mostró su experiencia al frente de la Alcaldía de Bogotá, si uno apuesta por el blanco y negro termina convirtiendo la gestión en una ruleta donde se puede perder todo con bastante facilidad. Finalmente, ¿a quién veremos?
Artículo publicado en El Periódico de España
El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!
Apoya a El Nacional