A Rafael Cadenas
Introducción a modo de advertencia
He escrito estas líneas en el exilio forzado al que me obligó el chavismo, esa peste criminal, para mostrar la herida del desterrado venezolano. No es poesía, las metáforas sobran. Son sin embargo tachaduras al margen de la página de Los cuadernos del destierro de mi admirado y querido Rafael Cadenas. Disculpa, maestro, la imprecisión y la torpeza. Mi excusa: son gritos y en alguno que otro caso agonías.
El encarcelado del aire
La historia inacabada de la destrucción de Venezuela nos vocifera, quiere que la pronunciemos, que mostremos sus llagas, que advirtamos a generaciones futuras sobre los tenebrosos alcances de la peste chavistas. Una peste que nos llevó a la ruina del destierro, a la miserable prisión de la distancia, al claroscuro de la duda, a la memoria ciega que se desvanece en nuestras manos, al cuestionamiento incesante. Una peste que nos bautiza como blasfemos en el exilio. Soy uno de los perseguidos de la rabia chavista y de su ruina. Uno de los sacrílegos de su rebaño ideológico.
Soy el desterrado de un tejido de ideas petrificadas. Soy un enjaulado del viento y la distancia. Un venezolano condenado a la interrogante de este tiempo, que me niega, que nos niega.
Que nos encarcela en el aire
Las puertas de la crueldad
En el destierro los rieles de la historia condujeron al venezolano hacia las puertas de la crueldad. A conocer la inhumana y engañosa flor de la malicia. A padecer las espinas metálicas del despotismo. En el destierro se apagó el sol. Las vías férreas de la atrocidad nos hicieron despertar a otro nacional socialismo, el chavista y develar las hundidas raíces de la barbarie que en él se notan. En el destierro el venezolano anda por los campos que concentran la ignominia, por jardines de árboles hirientes, por ríos envenenados de muerte.
En el destierro los gritos del venezolano se petrifican, son el perfil ensordecedor –pero anónimo– del llanto, son la oscuridad, su más aterradora negrura.
Son la flor maldita.
El puente del último suspiro
En el destierro la pequeña Venecia fue anochecida. Los venezolanos deambulamos incrédulos por sus cobertizos sombríos hacia el puente del último suspiro. No hay tierra, no hay gracias, deambulamos en el cautiverio del rencor. En el destierro la memoria de Bolívar naufragó en las costas oscuras del pantano socialista y los venezolanos fuimos sombras errantes, sonámbulos de nuestro idioma, de nuestro aroma, de nuestro sabor, transeúntes de plazas y templos que iluminan nuestra desgarradura. En el destierro enfilamos por las tétricas praderas del odio esquivando sus balas verbales.
En el destierro los venezolanos inmortalizamos a los mártires de la injusticia y nos abrazamos al suplicio perpetuo de sus familias, estamos tejidos a su solitaria agonía.
Somos la evocación de un descenso.
Las jorobadas sombras del chavismo
En el destierro el venezolano es la desdicha poética de Nerval. Un espectro tenebroso tatuado en la piedra del desconsuelo. Un príncipe sonámbulo extraviado en la frágil torre de la libertad. Un peregrino en el museo del fracaso. Una victoria sin alas que vuela petrificada. Un apóstol martirizado por las flechas de la infamia. Una balsa de inmigrantes naufragando frente al desdén del mundo. Apáticos. Agonizantes. Suplicantes. En el destierro el venezolano es un sol negro que se planta frente a la estrella metálica de la civilización.
Un desolado besado por la reina del tirano. Un perseguido de la predilecta, de la enmascarada amante. En el destierro el venezolano merodea su propia deshonra y detalla los harapos de su virtud.
Descubre las jorobadas sombras del chavismo: perfidia, sodomización, cinismo.
En el destierro…
@tovarr
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