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El suicidio político

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Leoner Azuaje Urrea

Captura de video / Venezolana de Televisión

Todo indica que son más los suicidios por cobardía que por conciencia, si nos ajustamos a una conclusión atribuida al poeta colombiano José María Vargas Vila: “Cuando la vida es un martirio, el suicidio es un deber”. Ahora, ¿cuándo es un deber, filosófica o teológicamente?

“Allí está el detalle,» como dijera el artista mexicano Cantinflas. Las antiguas escrituras nos hablan de célebres suicidios y en la Roma Imperial y la filosófica Grecia hay muchos casos, los más célebres Bruto, después de asesinar al César y Sócrates. A partir de entonces se habla de una variedad de suicidios de lo que han escrito psiquiatras y sociólogos para determinar problemas esquizofrénicos, paranoicos, bipolares y sus consecuencias. Para lo que algunos clasificarían como huida, para otros, venganzas provocando daños a terceros. Se habla también de un suicidio anímico, por las irregularidades de la sociedad.

En Venezuela se ha dado el caso de algunos suicidios, al parecer propios, promovidos o inducidos, posiblemente por razones políticas, que ahora, me atrevo a proponer tres tipos, salvo mejores opiniones y me explico: por conciencia, dignidad y cobardía.

Judas Iscariote optó por el de conciencia al verse delatado en la última cena, lo que no soportó, una vez convicto y confeso con la bolsa y sus monedas. Adolfo Hitler y  recientemente Alan García, lo hicieron por dignidad. No aceptaron una evidente condena que les envejecería en la cárcel y por cobardía, que muchos ven en la muerte provocada un escape a sus problemas.

A la ausencia de algunos de aquellos estímulos no hay posible suicidio, simplemente porque no se conjugan en la realidad y menos al pensarse en el refrán: «En el reino de Dios, primero yo que mi mama» o «Si yo caigo hablo». Sobre esos tipos es mucho de lo que se pueda hablar, para poner fin a la vida sin el encanto del poeta tocuyano Pío Tamayo, quien en su lecho de enfermo, víctima de los encarcelamientos del dictador Juan Vicente Gómez, se atrevió a decir: “La muerte, la muerte, ha venido a saludarme y le pregunté sonriendo ¿cuándo vamos a pasear”.

En la Venezuela de estos tiempos se han conocido emblemáticos suicidios como el del destacado político Alirio Ugarte Pelayo, que al decir de Arturo Uslar Pietri «Lo mató la impaciencia”. El atribuido oficialmente a Fabricio Ojeda que no quedó muy claro y qué no decir de la extraña muerte del concejal Fernando Albán, detenido en la policía política Sebin y más reciente el también calificado suicidio del ciudadano Leoner Azuaje Urrea.

En el siglo XIX, Manuel Piar y Matías Salazar prefirieron darle el pecho a sus verdugos que suicidarse; y en el XX, Carlos Andrés Pérez, al sentirse muerto, les dijo a sus acusadores: «Hubiese preferido otra muerte». ¿Después aquello, tiene sentido hablar del suicidio político?

Identificado lo anterior, no hay peor suicidio que el de conciencia. Es imperdonable. Lo castigan sin piedad ángeles y demonios. La Biblia es rica en pasajes, el Corán, la Torá, el Budismo e Hinduismo y hasta los evangelios apócrifos de satánicos profetas, porque se usurpa el derecho divino, de quien da la vida, la quita y escrito está.

«Pediré cuenta de vuestra sangre, por vuestras almas, a todo animal; y al hombre (que mata) a su hermano, pediré cuenta del alma del hombre». Todo el que derrame sangre humana tendrá su propia sangre derramada por el hombre, porque Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza» (Gn 9, 5-6). El quinto mandamiento también deja claro que sólo Dios es el Señor sobre la vida y la muerte.

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