“La educación es la clave del futuro. La clave del destino del hombre y de su posibilidad de actuar en un mundo mejor”. (John F. Kennedy).
Una de las experiencias más ricas y a su vez más impactantes que puede tener un hombre, y una mujer sin duda, es la paternidad. Para no tener que justificarme ante la muy prevalente “nueva lengua”, el lenguaje inclusivo, yo por supuesto estoy hablando de mi experiencia como padre, que es la que conozco, porque, a pesar de las nuevas leyes de Irene Montero, aún no he acudido al registro a cambiar mi sexo.
De cualquier modo, yo soy de los que opinan que si mi abuela tuviera huevos, sería mi abuelo; no hacen falta más indicaciones para posicionarme.
Bueno, pues volviendo al tema de la paternidad, que es lo que me toca, es asombroso que ahora, para tener un perro, te hagan pasar un examen y, sin embargo, para tener un hijo no te exijan siquiera un test psicológico. No estoy dando ideas a este gobierno, que por otro lado no las necesita para imponer normas surrealistas, pero en cierto modo, mirado con perspectiva, sería exigible una mínima formación, y no me refiero a formación académica, Dios me libre, sino a formación humana, a saber conducirse mínimamente en la vida, para traer otra vida al mundo.
Si ustedes son padres, o madres o lo que quiera que puedan ser con este nuevo orden, no olvidemos que Ione Belarra quería introducir diecisiete tipos de familia en su última ley, habrán comprobado que la educación de los hijos es una materia muy complicada, que como tal materia puede ser sólida, líquida o gaseosa; es más, puede pasar de uno a otro estado sin previo aviso ni motivo aparente. Aún más sorprendente, en el caso de los que tenemos varios vástagos, como yo que tengo tres, es que criándose en un mismo entorno social y familiar, evidentemente y con unos principios idénticos, cada uno tira por distinto camino, tanto en lo personal, entendiéndose esto por la personalidad, como en todas las materias.
¿Qué es lo que propicia esta situación? Miren ustedes, si yo tuviera la respuesta a esta pregunta estaría en la lista Forbes, pero como no es así, solo puedo tener una opinión personal, basada en los ya largos años de experiencia.
Según mi criterio, que por otro lado dicta el sentido común, la formación académica corre a cargo de los centros educativos y, por supuesto, de las personas que desarrollan en ellos su labor. No obstante, y creo que en algunos casos aquí empieza el problema, pese a su nombre, estos centros educativos, como ya he señalado, tienen por objeto la formación académica de nuestros hijos, nunca su educación.
La educación, en el sentido más amplio de tan sagrada palabra, está en manos del entorno familiar y, siendo más preciso, de todo el entorno social.
Digo entorno familiar por varias razones. Evidentemente, hay personas que no gozan de sus padres, o de alguno de ellos, por cualquier motivo, pero un menor siempre vivirá, o así debería ser, bajo la tutela de uno o varios adultos. Por otro lado, en el caso de familias con varios hijos, ambos se verán afectados también por sus hermanos y otros convivientes. Es un error muy común pensar que en los colegios se educa a los niños. Desgraciadamente, con las nuevas reformas educativas y gracias a que hemos desposeído a los profesores de toda autoridad, ahora el aprovechamiento de la estancia en tales centros queda casi exclusivamente en la voluntad del alumno.
No quiero generalizar, porque no soy de los que piensan que todos los jóvenes son tal o cual cosa, pero si unimos lo dicho anteriormente con que el gobierno de España, con base en los preceptos comunistas que le sostienen, promueve a todas luces la ley del mínimo esfuerzo y de la falta de objetivos, está dando lugar a generaciones que no saben, en general, lo que es la lucha para conseguir una meta.
Ahora, por empezar por la formación académica, se puede pasar de curso con asignaturas suspensas, a edades, además, en las cuales el estudiante no percibe el beneficio a futuro, sino en el corto plazo de pasar de curso. Antes, al menos, existía el incentivo de no perder tu grupo social, tus compañeros. De no tener que repetir curso y quedarte atrás, descolgado. Ahora, con la percepción de que eso da igual, estamos desincentivando el estudio.
Una vez superada esta etapa, el mantra general que promueven nuestros dirigentes es que probablemente te costará muchísimo entrar en el mercado laboral; pero no te preocupes, porque el estado, el Gran Hermano, se va a ocupar de subvencionarte una paga mínima de exclusión con la que podrás malvivir desde el sillón de tu casa, viendo Netflix, que además está barato.
Además, si no puedes adquirir una casa, no te preocupes. Puedes buscar una que esté vacía y “okuparla”. Poco importa si esa casa tiene un dueño legítimo que, él sí, se ha dejado los cuernos a base de horas de trabajo para comprarla. Si eres discreto los dos primeros días y tienes la suerte de que el propietario, como hará la mayoría, te denuncie confiando en la ley, en lugar de partirte la cara y sacarte a patadas, pues ya tienes casa.
Si, además de ello, procedes de una familia desestructurada o eres extranjero, preferentemente residiendo ilegalmente en España, entonces, amigo, te ha tocado la lotería. Tendrás vivienda y una paga subvencionada por los que sí trabajamos hasta el final de tus días. Y si te vas a tu país, tranquilo, que la seguirás cobrando.
Así pues, el panorama para formar a nuestros hijos en los principios que, para nosotros, fueron fundamentales, como la educación, el respeto a tus mayores y a tus conciudadanos en general, el esfuerzo para conseguir las cosas y la solidaridad bien entendida, requiere una lucha ímproba por parte de los padres y una respuesta que, si bien es exigible, cada vez es más difícil de exigir, por parte de nuestros hijos.
Aun así, tenemos que luchar por ello. No hay una causa más noble y más justa que dejar en este planeta gente de calidad. Por nuestros hijos y por los de los demás. Y no acomodarnos, y aquí entono el mea culpa, en depositar la educación de las generaciones venideras, de aquellas que habrán de sostener nuestro mundo y, egoístamente, nuestra vejez, en manos de quien no tiene por qué asumir esta responsabilidad.
Se lo debemos a nuestros hijos. No miremos para otro lado. El momento es ahora.
@elvillano1970
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