El viejo general, ataviado con su uniforme de gala, exhibiendo la Orden de los Libertadores de Venezuela, creada por Simón Bolívar en octubre de 1813, para rendir tributo «y enaltecer las hazañas gloriosas de quienes se consagraron conscientemente al servicio incesante de la libertad y la justicia, combatiendo sin tregua, sin fatiga y sin desaliento a los opresores», llegó puntual a la cena de la Casa Blanca como invitado de honor del presidente de los Estados Unidos Millard Fillmore, banquete organizado para 36 personalidades entre jefes de Estado, primeros ministros, congresistas y representantes diplomáticos.
La fascinante descripción de la distinguida ceremonia se encuentra inserta en la obra de Francis James Dallett, escrita para The Hispanic American Historical Review Vol. 40, No. 1. Feb., 1960, relato inédito, escrito en inglés, que tradujo para este servidor el investigador venezolano Fabián Capecchi.
En esta segunda y última entrega de Páez en Filadelfia, según la crónica de Francis James Dallett, destacamos que nuestro viejo general, días después tuvo el honor de ser agasajado en la sede del Congreso de los Estados Unidos, invitado especial de Henry Clay senador por Kentucky, y Daniel Webster por Massachusetts, quienes dominaron la política nacional desde el final de la Guerra de 1812 la década de 1850. Aunque ninguno sería nunca presidente, el impacto colectivo que crearon en el Congreso fue mucho mayor que el de cualquier presidente de la época, con la excepción de Andrew Jackson. Hubo un problema que se cernía sobre la nación durante su tiempo en el poder: la esclavitud. Tuvieron éxito continuo en mantener la paz en Estados Unidos al forjar una serie de compromisos.
Ese mismo año, la ciudad de Baltimore le brindó a Páez una recepción pública, propia para un jefe de Estado, con una colosal y bulliciosa parada militar, en gran parte instigada por los Brunes, comerciantes navieros del comercio venezolano.
Deslumbró con el violín
En noviembre de 1852, Páez retorna a Filadelfia en una estancia de diez días, esta vez con otro hijo, Manuel. Esta fue una visita privada, o casi como lo permitía la personalidad extravagante del expresidente.
Apunta Dallett que el anciano, que llegó sin anunciarse, invitó a la sobrina de Riché al teatro, cenó con John Dallet en Parkinson’s Gardens, un restaurante popular, y el sexto día de su visita fue el invitado de honor a un baile ofrecido en el 705 de Pine Street por Henry C. Dallet. En la alegría de la noche, José Antonio «bailó y coqueteó mucho» y luego, para diversión de sus amigos, «agarró el violín de uno de la orquesta y tocó para luego deslumbrar a los invitados».
Rumores de conspiración
Páez pasó dos años de relativa tranquilidad, pero los rumores sobre sus actividades políticas abundaban en Nueva York, que tenía una comunidad venezolana considerable, incluido otro expresidente, José María Vargas. Constantemente, los informes de inteligencia informaban que el viejo general planeaba construir dos grandes vapores estadounidenses para invadir a Venezuela.
En enero de 1854, el gobierno venezolano anunció en la prensa estadounidense que tenía una «fuerza suficiente lista en todos los puntos para sofocar cualquier intento», pero cuando Páez arribó a Filadelfia al mes siguiente declaró abiertamente que su presencia en aquella ciudad era «para organizar una expedición filibustera», según se lee en carta de John Dallet, escrita el 22 de febrero de 1854, en Filadelfia, dirigida a John Boulton, en La Guaira (Prensa tipográfica, Libro III, 224).
El naviero John Dallet se negó a que el legendario general le abordara el tema. Los informes del intento de recaudar fondos y/o municiones preocuparon al gobierno venezolano, y como espía don Ramón Azpúrua fue enviado apresuradamente a Washington, con credenciales diplomáticas firmadas por el presidente Monagas.
Invadirían Venezuela
A principios de septiembre de 1854, el vapor Benjamin Franklin, de propiedad y tripulación estadounidenses, fue equipado en Nueva York con 10 cañones treinta y dos, así como municiones suficientes para un enfrentamiento naval de envergadura.
Como las tropas revolucionarias de Páez habían sido derrotados decisivamente en una batalla con las tropas del gobierno el 27 de julio en Barquisimeto, no parecía probable que se estuviera gestando ningún otro intento de invasión. Ramón Azpúrua, sin embargo, aparentemente sabía que el destino del vapor era Venezuela, e hizo que las autoridades estadounidenses lo embargaran.
También notificó al cónsul venezolano en St. Thomas para que dispusiera la incautación del bergantín rápido (clíper) Catharine Augusta, «fuertemente armado y tripulado», que se había escabullido silenciosamente de Nueva York antes que el vapor. No obstante, no se descubrió nada irregular a bordo del Benjamin Franklin en Nueva York y el 19 de septiembre partió hacia St. Thomas.
Diez días después llegó a ese puerto en compañía del bergantín que había sufrido daños. En la isla apoyaban la teoría de que estas dos embarcaciones formaban parte de una expedición del general Páez que se suponía los seguía en otro vapor. Las autoridades en un principio no permitieron el desembarco de los dos buques y les ordenaron abandonar el puerto, pero cuando se conoció el nivel de averías del Catharine Augusta, se le concedió permiso para que hiciera las reparaciones necesarias, acompañada del vapor Benjamin Franklin.
Casi al mismo tiempo apareció Páez en Nueva Orleans, lo que fortaleció el rumor de que embarcaría desde ese puerto para unirse al «escuadrón». Esto nunca lo hizo, pero su ausencia de Nueva York hasta el final del año fue evidentemente un movimiento calculado para fomentar el malestar en Venezuela. En cualquier caso, la noticia llegó a St. Thomas en noviembre, argumentando que la insurrección en Venezuela, con ayuda de aquellos barcos, había fracasado por completo y quedaron «en una postura muy ridícula».
Traza Dallett que, tras el fracaso de la expedición, el viejo general volvió a Nueva York, y era visto en las fiestas donde aparecía elegantemente vestido con casaca negra y chaleco blanco con botones dorados, pantalón negro y las omnipresentes botas de charol. Tenía una buena figura y ahora hablaba francés e inglés, bastante bien, y tenía un excelente conocimiento del italiano.
«Su porte marcial, modales francos y aire de genialidad», atrajeron siempre al pueblo estadounidense que publicó la primera biografía de Páez en cualquier libro de referencia, que tarareaba el piano Marche de Nuit de L. M. Gottschalk, dedicado en 1856 al general don José Antonio Páez, y luego recordó comprar el libro Escenas salvajes de Suramérica o vida en los Llanos de Venezuela, de su hijo Ramón cuando los redactores sacaron una edición americana».
«Defensor de la libertad constitucional»
En 1858 llegó el momento que Páez había esperado y planeado durante ocho años. Las facciones políticas en Venezuela se unieron con éxito para derrocar a José Gregorio Monagas, quien sucedió a su hermano en la presidencia, para luego alejarse del liberalismo y formar el partido Oligárquico.
La oposición formó un gobierno revolucionario, que en un curioso cambio de roles se convirtió en el partido Liberal, y el centauro llanero fue llamado a regresar como su líder.
Venezuela saltó repentinamente a las noticias. La revista Harper’s New Monthly publicó rápidamente un artículo sobre la vida en Caracas en la edición de julio y una imagen del general Páez, tomada de una fotografía de Brady, se publicó en Harper’s Weekly el 30 de octubre.
Tres días antes, Páez había llegado a Filadelfia, donde se alojó en la casa de Girard durante la noche en su camino a Washington. El día 29, el viejo general acompañado por Pedro José Rojas, presidente de la comisión venezolana delegada para invitar su regreso, y por el general Herrán, ministro neogranadino, fue presentado al presidente norteamericano James Buchanan por Lewis Cass, quien fungía como secretario de Estado.
Aquella noche, el presidente Buchanan despidió a Páez en el nombre de Estados Unidos, «su segundo hogar», le dijo al estrechar su mano «usted es un defensor de la libertad constitucional», al tiempo de expresarle su deseo de que Venezuela consolidara sus libertades «bajo tan eminente líder».
Al día siguiente, el presidente y los miembros de su gabinete asistieron a una cena ofrecida por la oficina del Secretaría de Estado norteamericana al general Páez y a la comisión venezolana, velada que al finalizar intervino el secretario de Marina para anunciar que se enviaría un buque de guerra, el USS Caledonia, para escoltar el regreso del general Páez a su país.
Hijo predilecto
El 3 de noviembre de 1858, José Antonio Páez y toda la comisión criolla fueron recibidos en el Salón Independencia de la ciudad de Filadelfia. Su alcalde, Alexander Henry, recibió el Decreto del gobierno venezolano agradeciendo a su ciudad, «con la cordialidad de una madre que recuerda la bondad de su hijo predilecto», por llevar a Páez a su seno ocho años antes. El alcalde Henry pronunció durante aquel recordado acto un discurso muy sentimental, señalado públicamente como el más largo de toda su carrera.
En la noche del jueves 4 de noviembre, víspera del regreso del general Páez a Nueva York, los comisionados venezolanos fueron invitados a una cena solemne en la casa Girard como reconocimiento al recibimiento brindado al exilio en 1850. Cuarenta caballeros se sentaron en aquella mesa. Además de los señores del comercio venezolano, el alcalde y el general Patterson, la ciudad estuvo representada por los jueces Cadwalader, Sharswood y Lewis, y el coronel J. Ross Snowden, director de la Casa de la Moneda.
Narra Dallett que, Beck Brass Band proporcionó todos los aires principales de la Traviatta, Il Trovatore, Lucia di Lammermoore y otras óperas alternando con canciones patrióticas como Hail Columbia, Yankee Doodle y la Marsellesa.
«El señor José María Rojas, congresista venezolano y editor de periódico, se desempeñó como maestro de ceremonias en el salón comedor engalanado con banderas. Procedió a una serie de brindis, bebiendo por los presidentes de los dos países, por la «Cuna de la Independencia» (prorrumpió muy brevemente el alcalde Henry con la copa en alto), por los Voluntarios de Filadelfia, el Poder Judicial y el Colegio de Abogados, por las damas de Filadelfia.
El coronel Snowden habló en el noveno y último brindis, «por: La Moneda de los Estados Unidos», un paréntesis en donde sin duda todos los presentes bebieron con fervor.
Los hermanos Dallet le hicieron llegar una nota a José Antonio Páez poco antes de que partiera de Filadelfia, ofreciéndole poner a su disposición «para el regreso de usted y su familia y los señores de la Comisión todos los camarotes de cualquiera de nuestras naves».
Quizá no sabían con certeza del arreglo para que un vapor venezolano condujera a casa a Páez y la comitiva plenipotenciaria, pero lo supieran o no, hicieron el gesto de enviar a Páez a casa en un barco de Filadelfia, porque así había ocurrido cuando el viejo general llegó a Filadelfia.
Unos días después la prensa de Filadelfia publicó que el general Páez había caído de su caballo mientras pasaba revista a las tropas del estado de Nueva York. Igualmente publicaron que el viejo general se despidió de Estados Unidos el 2 de diciembre a bordo del USS Caledonia, con el acompañamiento de una imponente escolta militar en un acto sin precedentes para jefes de Estado en Nueva York.
Fuente: The Hispanic American Historical Review. Vol. 40, No. 1 (Feb. 1960), pp. 98-106 (9 pages) Published By: Duke University Press. Texto traducido del inglés por el investigador Fabián Capecchi.
IG/TW: @LuisPerozoPadua
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