Real es lo imposible, y humano, el heroísmo.
Gabriel Celaya (Parte de Guerra, 1977).
Quizá debí desarrollar estas divagaciones a partir de una frase sustraída al azar de un artículo de Alonso Moleiro publicado el pasado 23 de marzo en El País —Tareck El Aissami, el dirigente chavista que agrandó su poder a la sombra de Pdvsa—, pero hoy, 23 de abril, se cumplen 407 años del fallecimiento, en Madrid, de Miguel de Cervantes y de William Shakespeare, en Stratford-Upon-Avon, y, por esa coincidencia, en 1996, la Unesco promulgó la fecha como Día del Libro y del Idioma. Dejemos, pues, a Alí Babá en su laxo arresto domiciliario y a punto de enloquecer, creyéndose Napoleón Bonaparte preso de los ingleses en Elba o Santa Elena, y tratemos de hacer justicia al epígrafe. No serán ni el Manco de Lepanto ni el Cisne de Avon los protagonistas de la presente crónica. He optado por don Francisco Gómez de Quevedo y Santibáñez Villegas —en lo adelante simplemente Quevedo—, no tanto por su poesía, cuanto por su escatológico sentido de la sátira.
«Podemos vivir sin los dos ojos de la cara, ¿pero podríamos vivir sin el ojo del culo?». La pregunta la formuló el poeta y dramaturgo madrileño, a quien Luis de Góngora llamó Francisco de Quebebo y por ello, «el máximo exponente del culteranismo» devino en destinatario de mordaces puyas a su nariz ―Érase un hombre a una nariz pegado/era una nariz superlativa―. Quevedo escribió centenares de poemas de altísimo vuelo lírico, entre ellos el hermoso soneto Amor constante más allá de la muerte, pero también hizo gala de ingenio y agudezas en Gracias y desgracias del ojo del culo, aproximación escatológica al universo de la risa, a través de ese tercer ojo siempre oculto, a cuyo texto pertenece la interrogante inicial de este párrafo; aclaratoria con la cual quiero expresar mi deseo de no alborotar avisperos con lo expuesto en las presentes líneas.
No trato de equiparar a Nicolás Maduro con Rómulo Betancourt. Sería un despropósito tan enorme cual la ira del hombre de la pipa. Éste fue, además de político sagaz, un visionario estadista de proyección continental y dimensión excepcional ―en su encuentro con Fidel Castro en enero de 1959, recién electo presidente de Venezuela, adivinó de inmediato los designios del barbudo comandante―; el falso mascarón del régimen militar no ha dejado de ser, ni siquiera nominalmente al mando de la república, un tirapiedras atragantado con el cargo ilegalmente ejercido, ajeno al oficio de gobernar. Y si he traído a colación esa anécdota palaciega es porque, al recordar la alegoría anal del Rómulo aficionado a los tropos, pensé en Tareck rumiando ¡Nicolás, estás tumbao’!, cuando el depuesto era él porque, de creerle al usurpador, desde octubre de 2022 lo estaban cazando. Tal muchacho regañado, Nick culpa de sus desatinos políticos y disparates económicos a compañeros de ruta caídos en desgracia; sin brújula, desorientación premonitoria de un infeliz final, cambió de tercio y, escupiendo hacia arriba, pretendió ejecutar un volapié con la muleta de la corrupción y hasta, cual mago de feria, sacó de bajo una manga la policoco (policía contra la corrupción). Y como afirmábamos la semana pasada, Nicolás, en el colmo del cinismo, embanderó su campaña con una narrativa anticorrupción; un discurso bumerán cuyo blanco, recordando a Chacumbele, es él mismo.
No trato de equiparar a Nicolás Maduro con el fundador de Acción Democrática. Sería una barbaridad descomunal. El hombre de la pipa fue, además de político sagaz, un visionario estadista de proyección continental y dimensión excepcional ―en su encuentro con Fidel Castro, recién electo presidente de Venezuela, adivinó de inmediato las intenciones del barbudo comandante―; el falso mascarón del régimen militar no ha dejado de ser, ni siquiera nominalmente al mando de la república, un tirapiedras atragantado con el cargo ilegalmente ejercido, ajeno al oficio de gobernar. Y si he traído a colación esa anécdota palaciega es porque, al recordar la alegoría anal del Rómulo aficionado a los tropos, oigo una voz que me dice ¡Nicolás, estás asustado!, no por encontrarse «dentro de una botella llena de escorpiones», como manifestó hace unos años John Bolton en lenguaje figurado propio de diplomáticos y no de consejeros de seguridad, sino porque ha constatado que su entorno está poblado de aviesas criaturas apostando a un traspiés para relevarlo sin mediar elecciones. Y aquí, perdonen la parquedad, digo o escribo ¡basta!, engalanando el adiós con los 6 últimos versos del aludido soneto de Quevedo: Alma a quien todo un dios prisión ha sido, / venas que humor a tanto fuego han dado, /médulas que han gloriosamente ardido:/ su cuerpo dejará no su cuidado;/serán ceniza, mas tendrá sentido;/polvo serán, mas polvo enamorado.
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