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La vida es otra cosa

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Todo ser humano sufre ansiedades, depresiones, angustias y sobresaltos, porque a veces no consigue encontrar las respuestas a sus inquietudes. Ocasionalmente, por su falta de experiencia y madurez, prevalece lo hormonal sobre lo racional y esporádicamente, por factores exógenos que no podemos controlar, influyen en el buen desarrollo de los acontecimientos.

Por lo tanto, sentimos que estamos atrapados, que no encontramos soluciones a nuestras interrogantes y es allí cuando buscamos salidas fáciles a nuestros problemas. Pensamos que en el fondo de una botella tendríamos mejores perspectivas de nuestra existencia o viajar a través de la ilusión narcótica de una droga, nos permite mejorar nuestro futuro. Qué ilusos.

Pero lamentablemente son soluciones que no llevan a ninguna parte o, mejor dicho, nos conducen inexorablemente hacia la destrucción de nuestra vida y de aquellos que nos aman, porque ven nuestro deterioro y se sienten impotentes al no saber cómo ayudarnos.

Esto nos conduce entonces a la siguiente reflexión, que no es otra que debemos aprender a saber vivir el presente. Apreciar cada momento, ser recíprocos en el amor, valorar el aire que respiramos y hacer de nuestra existencia algo inolvidable, porque la vida es corta y ese don solo se da una vez.

Lo anterior nos encauza al siguiente punto, es decir, para no perder el tiempo planificando el futuro, porque ese se construye con nuestros andares por el presente, vivamos el momento como si fuera el último. Eso no quiere decir que no seamos previsivos para los próximos años que nos tocará vivir, a lo que me refiero es que evaluemos la importancia de la vida y le demos el justo valor al momento en el que nos encontramos. No convirtamos lo pendiente en una carrera sin rumbo. Todo llega, hay que tener paciencia, solo debemos estar atentos a las señales.

Pero a pesar del mérito que tiene el porvenir, para alcanzar metas y lograr sueños, debemos evitar a toda costa pensar que todo lo que obtengamos en la vida es cuestión de suerte. Si basamos nuestra realidad en el azar, en la fortuna y en la casualidad, no hemos aprendido nada de la existencia, no hemos crecido, no hemos madurado.

La situación antes descrita, es una señal que nos indica que seguimos un rumbo desconocido y conduciendo a toda velocidad. Sin embargo, en el momento que obtenemos respuestas a nuestras incógnitas y nos valoremos más, llegaremos al punto de creer más en nosotros mismos que en lo fortuito, en lo eventual y en lo esporádico. En ese momento, hemos dado un salto cualitativo para entender y entendernos, porque estamos vivos, por lo tanto, nos preguntamos, ¿cuál es nuestra finalidad? Respuesta obvia: vivir la vida.

Actuando de la forma antes indicada, evitaremos la construcción de castillos de en el aire, aferrarnos a una utopía y creer en la existencia de unicornios azules. El potencial para entender una verdad y a la vez divulgarla, está en nosotros mismos, en nuestra energía como seres humanos, en la capacidad de utilizar nuestra libertad para hacer el bien y a la vez, formar a otros para que puedan construir su proyecto de vida.

Por su parte, la ideología, las creencias y la fe sólo tienen sentido en la medida que no nos impidan el desempeño de nuestro libre albedrío y nos permitan en todo momento, que podamos usar nuestra capacidad de discernir lo bueno de lo malo. En pocas palabras, evitar ahogarnos en un vaso de agua.

Eso no quiere decir que seamos inmunes a la tristeza. Todo ser humano que se aprecie en serlo, tiene sensibilidad, tiene sentimientos, tiene buena voluntad para ser factor de cambio, ante situaciones complejas y difíciles. Lo que importa en este apartado de la vida, es no convertir a la melancolía en nuestra hoja de ruta, hagamos del desconsuelo nuestro aliado para entender mejor nuestra existencia y superar esos momentos que nos tienen estampados contra la pared, sin posibilidad de reaccionar, porque nos falta valor para apreciar que la vida es un regalo y todo, absolutamente todo tiene solución, claro, menos la muerte, aún.

Asimismo, las respuestas que vayamos obteniendo que nos ayudan a señalar el camino a seguir, para valorar cada bocanada de aire que respiremos, permitiendo que la luz guíe el recorrido que debemos andar, no nos debe alejar de la realidad, por lo tanto, procuremos siempre mantener los pies sobre la tierra, para evitar ser engañados por cantos de sirena, falsos mesías o magos que ofrezcan soluciones fantásticas. Solo con la verdad podremos protegernos de las mentiras, solo con la verdad, podemos brindar el apoyo que otros necesitan, solo con la verdad, se solucionan las situaciones difíciles.

La reflexión anterior, nos lleva al siguiente nivel, que es aprender a decir “te quiero”, “te necesito”, “perdóname” sin que nos avergoncemos. Expresar un sentimiento, no nos convierte en personas débiles, todo lo contrario, manifestar el afecto, nos ayuda a entender mejor nuestra realidad y, además, mostrarnos tal cual como somos, sin falsas máscaras, sin mentiras y dispuestos siempre a ayudar cuando sea el caso o rectificar cuando nos equivocamos.

Es precisamente en ese momento, cuando hagamos del sentir nuestra manera de expresarnos, podemos enarbolar las banderas de la franqueza y la veracidad, sin ocultarnos detrás de las mentiras y el engaño, porque esa forma de construir una vida, nos aleja y nos aísla de la sociedad, una vez que se descubra de qué estamos hechos.

En consecuencia, aprendamos a oír, porque todos tienen algo que decir. Respetemos y valoremos a los seres humanos por lo que son, no por lo que aparentan ser. Hagamos de la fraternidad la manera de interrelacionarnos, para evitar la construcción de falsas relaciones, basadas en intereses mezquinos, que nos destruyen como personas.

No digo que todos debemos querernos, eso es imposible, ya que cada persona es un mundo y cada quien tiene formas y maneras de construir su vida. Pero algo sí podemos compartir, como es la tolerancia, el respeto, la comprensión y la paciencia. No es para edificar una sociedad utópica, no, es para cimentar un mundo en base a la esencia de la humanidad.

Todo suena bien, pero en la práctica es muy cuesta arriba llegar a ese punto de tolerancia en una comunidad, donde hay muchos pareceres dispares e intereses personales. Con el pasar de los años hemos sido testigos de conflictos y guerras, en el cual matar a otra persona se glorifica con una medalla.

Con el transcurrir de los siglos se ha pavimentado gran parte de los caminos de la sociedad con la sangre de inocentes. Lamentablemente aún hoy en día, todas las diferencias se solucionan con balas, bombas y muertos. Eso demuestra que todavía nos falta mucho camino por recorrer, para lograr esa paz duradera que todos nos merecemos. Eso sucederá cuando sepamos apartar esas falsas ideas que originan el orgullo, el ego y la diosificación de los seres humanos y sepamos que, para solucionar los problemas, solo debemos respetarnos y tolerarnos.

Debemos entender que nuestra existencia es finita, que el mejor legado que podemos dejar es que nos recuerden como una persona que ha hecho el bien y lo más importante, ha valorado la vida. Hay que perderle el miedo a la muerte, pero también le debemos perder el miedo a vivir, así y sólo así podemos poner en práctica nuestras capacidades para decidir lo que nos conviene, que alejemos a los charlatanes y evitemos que los demás decidan, piensen y resuelvan por nosotros.

Sepamos vivir, a pesar de los obstáculos, a pesar de las circunstancias. No tengamos temor cuando estemos a la deriva, porque a pesar del temporal, siempre llegaremos a buen puerto. Valoremos la esencia de las cosas, seamos multiplicadores de buenos deseos para que nos vaya bien.

Hay que entender que nuestra existencia es un cúmulo de experiencias, buenas y malas. Es tan simple, pero a la vez complicada, que su naturaleza no puede ser definida por otras disciplinas, porque es algo que le sucede solo a los hombres y a las mujeres. Solo los seres humanos tenemos la capacidad de explorar nuevos retos, tenemos el don de tener aptitudes e inteligencia para hacer frente al día a día, como forma de realización y construcción de nuestro destino.

Para ello, debemos dejar atrás a los hipócritas, a los corruptos, a los idiotas y sobre todo a los mentirosos. Aprendamos de ellos que para vivir no hay que ser así, porque con sus acciones no lograrán nada, solo de esta manera podemos entender que la vida es otra cosa, que la vida siempre será un sueño.

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