La interrogante que encabeza estas notas parecerá algo muy ingenuo, pero no lo es. Como se trata del ser humano, poseedor de características tan complejas, la prudencia nos aconseja no apresurarnos a emitir respuestas que puedan resultar inexactas y por lo tanto objetables. Entonces, mejor es no aventurarnos, dejar esa tarea a otros.
En ese afán de buscar orientaciones, encontramos por allí esta afirmación que alguien con fundadas razones apuntó: “Las definiciones son siempre arriesgadas y difíciles”. Igualmente, el Diccionario de la Real Academia Española nos dice: “Definición es una proposición que expone con claridad y exactitud las característica genéricas y diferenciales de una cosa material o inmaterial”. Tan autorizadas opiniones ratifican nuestro propósito de abstenernos en el intento de pretender definir al hombre. Dejémosle esa tarea a los lectores, quienes hallarán el acertado camino de arribar al concepto exacto.
En su lugar, mejor es detenernos ahora en hacer algunas consideraciones sobre el tema propuesto. Conscientes debemos estarlo de que cuando empleamos el vocablo hombre no nos estamos refiriendo solo al varón, sino también a la mujer, al ser humano en general. Ese hombre o mujer no es simplemente la escultura física que ocupa un espacio. El humano es el ser más importante que existe sobre la Tierra, por cuanto es el único que está dotado de una excepcional capacidad intelectual. Gracias a esa extraordinaria facultad, la misión del hombre en el mundo es trascendental. Pues es el autor de la filosofía, el actor en la historia, el creador de la ciencia, del arte y de la tecnología, como también el creador de los credos políticos y religiosos. Y, para rubricar su noble obra, el descubridor de los misterios de la naturaleza.
Seguros estamos de que ninguna de esas hechuras pudo haberle resultado fácil. Creemos que, indudablemente, para lograr semejantes realizaciones estuvo, y sigue estándolo, apegado a una gran virtud que le permitió alcanzar tan alto vuelo. Esa virtud es la perseverancia. Verdaderamente, el ser humano no cesa en el cultivo del intelecto, no se detiene en su afán de adquirir más y más conocimientos. La ambición de saber qué caracteriza al ser humano es insaciable. Aristóteles lo afirmó en su Metafísica: “Todos los hombres tienen un apetito natural de saber”.
Las afirmaciones anteriores nos dan sólidas bases para concluir en que: el hombre es el ente civilizador que crea y enriquece la cultura.
(Continuaremos en próxima entrega).
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