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A modo de disculpa a los venezolanos

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La pesadilla de William Frank Niehous terminó en junio de 1979, más de tres años después de haber sido secuestrado

No se equivocó este autor en la recreación que se hace del capítulo de cierre del libro El enigma pendiente. Las claves de una conspiración, en el que remite con la licencia de la imaginación al diario que escrupulosamente llevaba el industrial norteamericano William Frank Niehous durante los 3 años, 4 meses y 2 días de su secuestro en Venezuela. Un episodio donde el padre del actual presidente de la Asamblea Nacional tuvo un rol protagónico y por el cual murió por la violencia policial en un calabozo. Fue uno de los autores intelectuales. Jorge Rodríguez hijo, el mismo que ante la muerte de la expresidente del CNE Tibisay Lucena le exige como requisito para presentación de las candidaturas de la oposición a las elecciones presidenciales del año 2024, que incorporen al dossier una carta de disculpa por los ataques que sufrió en vida la funcionaria y que arreciaron ante su desaparición física. Es una carta que estoy seguro le hubiese gustado recibir al mismo tenor en nombre de su padre secuestrador a Donna, a Craig, a Mark, a David y a él por todos los dolores de su plagio a lo largo de todas las montañas en Venezuela. Algo así como cuando el hijo de Pablo Escobar ha ido a lo largo de los años pidiendo perdón a todos los plagiados y asesinados de su padre.

De manera que este diario, al que por irresponsabilidad presidencial y jugada política chiquita, al que en el debido momento no se tuvo acceso en los órganos jurisdiccionales y cuya naturaleza e información hubiera servido para en parte detener este secuestro a Venezuela durante los 24 años de revolución bolivariana; muy bien puede servir de disculpa, pero a todos los venezolanos.

«Me había prometido no saber nada más de Venezuela. Fue una de las primeras expresiones públicas que hice y me hice. Recuerdo haber declarado textualmente “No quiero saber nunca más nada de Venezuela”. Hoy leí por casualidad, en la prensa norteamericana, una nota sobre su gobierno revolucionario y me fue inevitable la curiosidad. O algunas etapas ya casi superadas del síndrome de Estocolmo que se mantienen en la memoria. Me puse a revisar y revisar, más y más de la revolución en Venezuela por Internet, después de que leí la prensa. Mis allegados me recomendaron desde el primer día en casa, pasar la página del secuestro. Olvidar eso y ver hacia el futuro. Enterrar esa experiencia. Me hablaron de las etapas del duelo. Yo pasé por todas esas etapas durante el cautiverio. Estuve casi una semana negándome a creer lo que había ocurrido. Hasta que lo acepté y me dediqué a sobrevivir, luego pasé otra de la ira conmigo y con los secuestradores. Fueron momentos difíciles porque a todo reaccionaba con rabia contenida. Desde la carpa pensaba en todo lo que estaba pasando, en lo que me estaba ocurriendo y acumulaba mucha ira. Eso lo superé cuando entendí que me estaba perjudicando y no iba a avanzar. Fue el momento de negociar conmigo y mis pensamientos que me atormentaban. Y negociar con los secuestradores. Fue un período de yo darle a ellos la seguridad de que no iba a atentar contra mi vida e iba a aceptar las condiciones del cautiverio. Eso mejoró la relación. Fue un momento de empatía. Del síndrome de Estocolmo, dijo mi terapeuta. De comprenderlos a ellos y ellos a mí. Todo eso se combinaba con las depresiones que a veces me invadían. Ellos lo sabían y tomaban medidas. Juegos, largas conversaciones con “Nuevecito” y otros, caminatas en el campamento, estrechamente vigilado. Hasta que en los últimos seis meses tuve un período de aceptación y de entrega solo interrumpido por la esperanza puesta en la llegada del nuevo gobierno en Venezuela. Es difícil superar eso. No es fácil eliminar una experiencia tan traumática. Es un duelo casi permanente. En las intermitencias de los recuerdos gratos y las experiencias bellas de la vida, se cuela en varias oportunidades el paréntesis que se abrió el 27 de febrero de 1976 y dejó la puerta abierta el 29 de junio de 1979. De la quinta en Prados del Este en el calor familiar, al rancho de Borbón en el estado Bolívar con el infierno de los guerrilleros numerados de los sitios de retención. Del calor familiar en Caracas al fuego del infierno en cualquier montaña de Venezuela. La palabra revolución fue la que más oí en los tres años, cuatro meses y dos días de mi secuestro. Las pocas horas que dormía sabía que había dos revolucionarios al lado, pendientes de mi seguridad y la de ellos. Y al abrir los ojos al nuevo día, en plena montaña del sitio de retención, la revolución era el tema del debate diario. Esa gente es monotemática y obsesiva compulsiva con la palabra revolución. La palabra revolución está tatuada en todos mis cinco sentidos. La comida, los olores, los sonidos, los ambientes, los abrazos, en todo hay una sensación del secuestro y los años transcurridos, esposado, vigilado, encadenado, limitado, obligado a marchar, el radio con las noticias y la música durante todo el día, las máscaras, el canto de los pájaros en la espesura, la frondosa altura de los árboles que cubrían el sitio de retención, las revistas y la prensa atrasada, los conflictos internos de los guerrilleros, las reuniones de emergencia, la presencia de figuras de la política pública y algunos diputados en el campamento y muchas otras cosas que hacen una película de largometraje. Todavía se mantienen en la cicatriz de la experiencia, inscritas en esa etapa. No las he podido borrar con terapia, con el amor de mi esposa, con la ternura de mis hijos ni con la bondad de mi madre. La herida del secuestro fue dolorosa para mí esposa, para mis hijos, para mis padres y para mis amigos. Para mí está allí. El recuerdo se asoma cada cierto tiempo para mí. En las fechas es inevitable la asociación. Donna cumple años el 18 de noviembre. Un día así hubo un combate y el resultado fueron varios muertos militares mientras me movían hasta otro sitio de retención. Me es inevitable asociar una fecha de vida y nacimiento, con un evento de muertes durante mi secuestro. Y mi secuestro fue una muerte en vida durante 31.000 horas.

Siempre entendí que la preocupación de mi esposa, mis hijos, mis padres, mis amigos, el gobierno de Venezuela y hasta de los secuestradores fue la vida mía. El desenlace exitoso del secuestro para todos, orbitaba alrededor de mi vida. Todos declaraban con la fe de mi existencia. La esperanza de mi vida. La expectativa por mi presencia frente a una cámara y mi aparición vivo. Algunos no lo declaraban, pero, yo asumía que era así. No obstante, en el camino recorrido durante esos largos años de cautiverio quedaron muchos muertos, muchos heridos, muchos detenidos. Muchas familias destrozadas con el dolor de la muerte. El dolor de la familia de aquel político vinculado al secuestro, especialmente sus dos hijos pequeños, quien murió en la cárcel a las manos de unos policías, los otros que murieron en encuentros con los organismos de seguridad del estado y unidades militares mientras me movilizaban de campamento de retención a otro. También están los muertos anteriores. Los que quedaron en el camino anterior, en el recorrido de otros secuestros esgrimiendo las mismas causas y con los mismos protagonistas. Es la muerte como signo. Como bandera y estandarte político. No tengo ganas de proyectar un futuro para un país donde esta gente sea gobierno. Siento que la muerte, en un régimen presidido por esta gente, será una definición que aparece en cualquier diccionario y alguna tontería existencial que se puede atravesar en la ruta hacia el poder, susceptible de ser removida, obviada y en última instancia apelada para provocarla a quien se interponga. Nada de valor sentimental o de duelo. Como dicen los revolucionarios y ateos marxistas leninistas, un costo pequeño burgués que puede atravesarse al materialismo histórico y a la revolución proletaria en su ruta, resuelto con la violencia en cualquiera de sus expresiones. En el campamento de retención lo repetían, la muerte es la eterna compañera del revolucionario, solo hay que hacerle espacio y tiempo. La velocidad la impone la forma y las maneras del fin último, la llegada al poder. Ese diseño de vida revolucionaria y simplismo existencial quedó grabado en lo profundo de la montaña. La lluvia intermitente, el frio del campamento, los ríos que se cruzaron o sirvieron de ducha, la soledad de la choza, la quietud de la noche, el pasaje de un avión en el cielo a veces despejado de los nubarrones o abierto ligeramente en las copas bien elevadas y dominantes de los árboles que hacían techo al campamento pasaban a un segundo plano ante el reduccionismo de la muerte y la negación de la vida. Allí lo pensé en su momento. Pobre de este país si esta gente llega al poder en algún momento. La muerte en cualquiera de sus manifestaciones será su signo por encima de cualquier bienestar de todos. Ya son poder. Pobre de ese país. Leo las noticias y siento que llevan a Venezuela desde Betchirro hasta un sitio de retención inicial para tragedia de la familia venezolana. Ya no son doce secuestradores. Es toda una nomenclatura nacional e internacional que secuestró a un país. A una nación. A un modo de vivir. Están en el poder. Cada cierto tiempo pedirán rescate en partes mientras el tiempo irá transcurriendo. Ya no lo pedirán en dinero, como lo hicieron conmigo. Pedirán su voluntad, su entusiasmo, su interés de vivir como una gran familia, que lo fueron en algún momento. Pedirán su voto y mantendrán al pueblo secuestrado, custodiado con las armas de muchos guerrilleros. Siento que este nuevo secuestro pasará por encima del récord en tiempo, del mío.

Esta navegación por Internet me ha permitido ver en la pantalla algunos nombres que son figuras claves de la revolución. Y los asocio con los doce números del vivac guerrillero. Casi todo el campamento de retención está en el gabinete ejecutivo revolucionario. Aquel ministro de Energía era un número, este diputado a la asamblea era un número, aquel viceministro era otro número, aquella diputada era un dígito, aquella viceministra una cifra, aquel presidente de un instituto autónomo otra, este miembro importante del partido, aquel dirigente fundamental, aquel invitado.

Hasta “Nuevecito” es diputado a la asamblea nacional constituyente. Así, llegará a presidente (Y llegó). De los doce números que estaban en el campamento en rotación eventual, que hicieron una cantidad aproximada entre 70 a 100 hombres del equipo de retención, sólo faltan los 2 muertos del 29 de junio de 1979 y yo, que quedé muerto en vida por el secuestro.

Ahora si no quiero saber más nada de Venezuela».

William Frank Niehous murió el 9 de octubre de 2013 en Ottawa Hills Ohio sin haber superado emocionalmente su secuestro durante 3 años, 4 meses y 2 días en Venezuela. Su diario es uno de los documentos mas importantes del expediente y del sumario instruido por la justicia militar. Una cantidad importante de altos funcionarios e integrantes de la nomenclatura del régimen rojo rojito fueron parte de la numeración con que se identificaban los secuestradores participantes del plagio.

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