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Una bitácora para la generación emergente

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Por GEHARD CARTAY RAMÍREZ

Rafael Tomás Caldera nos presenta un nuevo libro que, como todos los suyos, constituye una obra de profunda reflexión.

Abogado, master en Artes, doctor en Filosofía, miembro de la Academia Pontificia Santo Tomás de Aquino, individuo de número de la Academia Venezolana de la Lengua, profesor en la Universidad Simón Bolívar y en la Universidad Monteávila, autor de varios libros, pensador y escritor desde hace largos años, la obra intelectual de Rafael Tomás Caldera da fe de su provechoso quehacer en estos menesteres. Una labor creadora que, desde la modestia —otra gran virtud de su personalidad—, revela una profundidad de pensamiento que pocas veces conocemos en esta Venezuela inmediatista y pragmática, donde aún existen “las nulidades engreídas y las reputaciones consagradas”, 116 años después de que Manuel Vicente Romerogarcía lanzara semejante latigazo contra la élite de un país militarizado, semianalfabeta y feudal, donde el oportunismo y el halago al caudillo de turno valían más que la virtud y la capacidad de los demás.

Rafael Tomás Caldera forma parte de esos pensadores que explican la profundidad de sus ideas y conceptos con el propósito de compartirlos con los demás, y en el caso concreto de esta obra, especialmente con los jóvenes dirigentes que pudieran hacer parte de la política futura venezolana.

Esta es una responsabilidad que en los tiempos actuales hay que agradecer, pues desde hace algún tiempo esa tarea formadora se detuvo, mientras la mediocridad asume la mayoría de las posiciones dirigenciales, no sólo en la política, sino en casi cualquier ámbito. Y ello, para no hablar de la catástrofe de nuestra educación pública en estos últimos años, cuyo daño antropológico se sentirá aún con mayor rigor en el porvenir. Añádase a todo este sombrío panorama la escasez de editoriales y la existencia de unas pocas librerías que aún desafían la barbarie en el poder en esta oprobiosa hora de mengua que nos azota a los venezolanos y especialmente a su juventud.

El poder y la justicia

El tema de su último libro es apasionante y al mismo tiempo siempre actual: el poder y la justicia. Y sus destinatarios no pueden ser mejor escogidos: los jóvenes políticos, como ya se ha señalado. El momento también lo es: la Venezuela adolorida que hoy vivimos exige una toma de posición de todos, pero especialmente de las nuevas promociones de nuestros ciudadanos. El país del futuro está a la espera de que todos brindemos nuestro concurso para superar la actual tragedia y construir uno mejor en todo sentido. Buena parte de esa empresa fascinante y exigente la tendrán que cumplir los políticos jóvenes, y ojalá sea en un tiempo no muy lejano.

Esta obra constituye una especie de bitácora en tal sentido. Su título, El poder y la justicia, nos anuncia dos temas capitales, que no siempre han marchado en consonancia, sino enfrentados o distanciados la mayoría de las veces, como lo comprueba la historia. Y su sugerente subtítulo, Para jóvenes políticos, advierte su claro propósito de orientación pedagógica y formativa en quienes —incontaminados aún— puedan sentirse, como bien lo afirma Rafael Tomás, “llamados a la política”.

Así, el autor va desgranando en los ocho capítulos del libro sus reflexiones y precisiones “para aquellos jóvenes que se sientan llamados a dedicar sus mejores esfuerzos a la edificación de una sociedad mejor, más justa y solidaria”. Esas disquisiciones se refieren a las nociones del poder y la justicia, la comprensión de la política, la formación política, el auténtico desarrollo humano, la persona humana y su dignidad, el compromiso de existir con el pueblo —tan caro a Jacques Maritain— y los conceptos del bien común y la libertad.

Se trata de principios —afirma el autor en sus palabras de presentación— “que los jóvenes políticos deben interiorizar”. Y agrega, de seguidas, “que el programa para el cultivo de quienes puedan estar capacitados para el gobierno debería abarcar un dilatado espectro de temas, que les permita comprender el tiempo y el mundo en el que actúan. Pero no hay verdadera educación sin esa asimilación de los principios que permite el discernimiento propio de una inteligencia cultivada, capaz de distinguir los grados de certeza de lo afirmado, y que se esfuerza en llegar al meollo de las cuestiones”.

Hay una permanente inspiración cristiana en cada tema tratado —con especial y reiterada importancia sobre el sentido ético de la política—, ya sea por diversas citas de algunas encíclicas papales de Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI, importantísimos documentos eclesiásticos y obras de teólogos fundamentales como Santo Tomás de Aquino y San Agustín, entre otros. Hay también testimonios de ilustres venezolanos, como Andrés Bello, Rómulo Gallegos o Rafael Caldera, que fueron —y siguen siéndolo— verdaderos maestros de la juventud, ejerciendo con su ejemplo y testimonio personal el supremo oficio de un magisterio limpio y aleccionador para los jóvenes de su tiempo, de ahora y de siempre.

El tema del poder y la justicia, advierte de entrada el autor, cobra importancia “porque con esos términos se pueden designar las coordenadas básicas de la actividad política y, por tanto, de la vocación a ejercerla”. Y si bien resulta cierto que el ejercicio del poder forma parte esencial de la actividad política, aquel es un principio de acción y no un fin en sí mismo, aclara, citando a Santo Tomás de Aquino. El poder entonces debe ser un instrumento para ordenar la vida social, lo cual solo se puede hacer en función de la justicia, definida como “la perpetua y constante voluntad de dar a cada uno lo que le corresponde”. El poder debe ser también un instrumento para el bien común, con base en criterios éticos, y sostenido por las legitimidades de origen y de desempeño.

Para el autor el dilema entre el poder y la justicia es fundamental en el ejercicio de la política, pero este, a su vez, debe estar orientado por principios que no son simples convicciones abstractas, sino propósitos reales, entre ellos, la dignidad de la persona humana, el principio de la subsidiariedad de la acción de gobierno, la justicia social como guía y acción, el principio del bien común, los derechos a la iniciativa económica y al trabajo, sin olvidar el destino universal de los bienes de la tierra para atender solidariamente las necesidades de todos.

El sentido ético de la política

Hay un asunto esencial sobre el cual Rafael Tomás Caldera vuelve una y otra vez, con sobrada razón: el sentido ético de la política, que, aclara, “sostenido por la dimensión espiritual vivida, lleva al repudio del pragmatismo, esa lógica de los números que puede desviar a quienes, con buena voluntad, ensayan la lucha democrática porque —se dicen— `hay que ganar las elecciones´. A veces, entre quienes parecen interesarse en participar en la lucha política, se encuentra una actitud de desdén hacia las ideas. Se trataría, afirman siempre, de ser prácticos, no teóricos. Olvidan que la libertad del hombre, que mueve en definitiva el proceso social, se funda en la razón y que la razón se nutre de la verdad”. Y al deslindar ese pragmatismo de lo que es el sentido práctico, advierte que aquel es “una sustitución de los fines, camuflada bajo la apariencia de practicidad”.

La política, en definitiva, y allí reside en gran parte su sustrato ético, tiene como finalidad el bien común, “que, agrega el autor, exige la realización de la justicia. Sin justicia —la sentencia es de San Agustín—, ¿qué son los Estados sino grandes latrocinios?”.

Construido este marco general, Rafael Tomás Caldera se adentra luego en lo que denomina la comprensión de la política, de manera amplia y profunda, así como en el extenso y exigente campo de la necesaria formación para la política. Porque la política hay que comprenderla, ciertamente, conocer sus alcances y estar consciente de lo mucho que puede significar su ejercicio ético, sobre todo si se accede al noble y exigente oficio de gobernar para la justicia y el bien común.

Pero igualmente requiere un esfuerzo de formación, de estudio permanente y de formación intelectual. “La política, nos advierte el autor, como llamado profundo que experimenta la persona, no tiene que ver con el deseo de figurar, de brillar ante la opinión; no es esa comezón de hablar de los asuntos públicos que da lugar a tanto chisme y alimenta tanta maledicencia; no es —menos aún— esa `pesadilla de grandeza´ que algunos cultivan en el alma y que los lleva a vivir girando en torno a sí mismos. Se trata más bien de una llamada que no podríamos dejar de lado sin dejar de ser fieles a nosotros mismos”.

No pretendo, desde luego, glosar todo el contenido del libro en comento, pues apenas puedo consignar estas sucintas notas bibliográficas luego de su reciente lectura, hecha con la misma emoción e interés que estoy seguro me habrían producido también si lo hubiera leído siendo un joven dirigente. Ahora, luego de haber tenido una larga experiencia en la lucha estudiantil, política, partidista y parlamentaria y, finalmente, la del ejercicio como gobernador en mi estado natal por voluntad popular, las asumo igualmente y trataré de transmitirlas a los más jóvenes, pretendiendo actuar en todo momento como el hombre de pensamiento y acción que he querido ser toda mi vida.

Hay una urgente necesidad de que los políticos jóvenes venezolanos accedan a este tipo de mensajes, guías y recomendaciones, como los que sabiamente hace Rafael Tomás Caldera en su reciente obra.

Lamentablemente, al declive pronunciado que afecta las tareas de formación de los cuadros dirigenciales juveniles de los partidos políticos actuales —que sufren igualmente una sequía intelectual y formativa pavorosa—, se suma el enorme desinterés de muchos jóvenes frente a la política del presente y, en no pocos, su abierta animadversión contra ella y sus partidos. Nunca antes, desde el nacimiento de la República Civil en 1958, habíamos presenciado una situación tan alarmante en este aspecto, pero hay razones para comprender tal situación.

Veamos las más recientes. Las protestas de 2017 —basadas en el principio constitucional del derecho a manifestar pacíficamente— contra el régimen chavomadurista y sus nefastas políticas, fueron reprimidas con una brutal violencia oficial y con armamentos desproporcionados frente a los débiles escudos de cartón de los muchachos. Sus principales víctimas fueron liceístas y universitarios, que entonces contabilizaron centenares de muertos y un importante número de heridos en las calles de Caracas y otras ciudades, sin que sintieran la solidaridad de la dirigencia opositora y de buena parte de la opinión pública. Esta situación implicó un repliegue en las luchas de protesta, pero también una frustración generalizada entre los jóvenes manifestantes, que terminó apagando el vigoroso combate que entonces libraron, ya por el temor ante la represión desbordada de la dictadura, ya por la inutilidad de tantas muertes y heridos, y también por la irresponsabilidad de quienes los abandonaron.

Los jóvenes políticos y el cambio

Cierto es que aquel marco de violencia inusitada no tuvo ni tiene justificación alguna, especialmente la que provocaron los organismos militares y policiales, y sus resultados son condenables desde todo punto de vista, especialmente la muerte de tantos jóvenes. Pero si algo hay que resaltar ahora, descartando de plano, insisto, la violencia de cualquier tipo, es que los jóvenes de ahora deben prepararse para las luchas futuras, y a tales efectos van a necesitar, no unos simples escudos de cartón, sino la poderosa fuerza de las ideas de cambio, una nueva mística de combate y la preparación intelectual para los retos que enfrentarán y que no serán de poca monta, sino trascendentes en grado sumo, porque se trata de la reconstrucción moral y material de Venezuela, un reto que ninguna generación tuvo antes, salvo la que hizo posible sacar adelante al país luego del proceso independentista.

Para tales propósitos, este libro de Rafael Tomás Caldera, editado por la Universidad Católica Andrés Bello bajo el título El poder y la justicia. Para jóvenes políticos, constituye una formidable guía de orientación y preparación, dirigida a los nuevos líderes que están emergiendo por estos años y los que lo harán en el futuro.

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