Es el 10 de abril de 1988. En Madrid cae un sol refulgente que barniza los rostros con un color caramelizado. La gente hace fila para entrar al estadio Santiago Bernabéu con la consigna de que habrá goles… ¡Claro que los habrá! está Hugo Sánchez, no por nada lleva 20 en la temporada. La tarde cae ligera y derrama sobre el fino césped, que parece un jardín extenso, una luz que suaviza la piel de los espectadores.
“Fue el gol de mis sueños”, relata el propio Hugo Sánchez 35 años después de esta proeza. Hará cientos de goles en su carrera, pero ninguno como el que causó furor en toda Europa y obligó a que los fanáticos sacaran pañuelos blancos, como en las viejas plazas de toros. También concentrará una emoción exacerbada en México, en donde una compañía editorial de diccionarios comercializará la foto del gol en medio de sus páginas. Cada niño tenía uno.
El balón vuela hacia Hugo. Los fanáticos mayores lo intuyen, los chicos abren la boca. El delantero mexicano no parece aturdirse.
“Fue el gol más bello de mi vida porque lo hice con el Real Madrid y con el estadio lleno. Desde pequeño imaginé esa estampa para enmarcarla el resto de mi vida. Durante el desarrollo de la jugada había visualizado la manera en que terminaría con mi remate, pues ya sabía cómo vendría el centro de Rafael Martín Vázquez al que conocía bien, siempre fue mi compañero de habitación en las concentraciones del equipo y un gran asistente. Ese día puso un pase de ojos cerrados, a la altura que sabía me convenía. Así lo hicimos muchas veces en los entrenamientos”, me dice Hugo. Sánchez Márquez.
El remate a gol para Hugo era una forma de vida. Su padre creyó en él cuando lo veía jugar de niño y su hermana Herlinda, gimnasta que representó a México en Montreal 1976, igual que él, le enseñaba elongaciones y movimientos para que su cuerpo no pesara. De ahí el secreto de las chilenas.
Miles de remates
El Real Madrid entrena en los campos de Chamartín, una vieja finca transformada por el arquitecto José María Castell en un club de fútbol. Está a 900 metros del hipódromo de La Castellana en lo que hoy en día se conoce como la Casa Blanca. Ha sido un sitio para la generación de personajes entrañables como Francisco Buyo, un longevo portero.
En varias ocasiones tuvo que aceptar los goles de Hugo Sánchez en los entrenamientos del Real Madrid. La primera vez que lo vio quedarse después de los mismos para tirar a portería, comprendió que la fama de malabarista la tenía bien ganada. El mexicano no paraba de embocarla en el arco contorsionándose de todas las formas y con tiros que salían de cualquier parte de su cuerpo. Por ello, cuando desde lejos, del otro lado del campo vio el remate en el partido contra el Logroñés, no se sorprendió.
Fue el gol más bello de mi vida porque lo hice con el Real Madrid y con el estadio lleno».
“Hugo siempre fue así, extraño era que fallara. Fue un hombre con mucho valor, no le daba miedo intentar cualquier tipo de remate. El sol caía hacía aquel lado, así que pude ver todo sin problemas, muy bien iluminado. Lo miré levantarse por encima de todos, era como si levitara sobre las cabezas de los defensores. El balón salió como una raya. De esas vi miles en los entrenamientos”, recuerda Buyo.
Juan Antonio Pérez Sáez tiene más de 60 años y una tienda de artículos deportivos en Tudela, Navarra. En 1988 le metieron un gol de chilena que se le ha enquistado de tanto verlo en repeticiones, porque la imagen le sigue dando la vuelta al mundo. Jamás creyó que su participación como telonero de una de las anotaciones más bellas, le doliera tanto.
“Es un gol más, como cualquier otro”, dice después de que el departamento de ventas de la tienda le pasa la llamada. Sostiene su negativa a hablar del tema. Encontrarlo ha sido complicado, sobre todo cuando refunfuña al responder. No quiere más recuerdos y trata de camuflarse como un administrativo. En su tienda, eso advierte, no tiene nada referente a Hugo Sánchez, “aquí sólo cosas modernas. Siempre que se habla de Hugo, lo primero que se menciona es el gol al Logroñés en el Bernabéu”, refiere.
El remate de chilena es odiado por los porteros por inesperado, “pero en el caso de Hugo, era clásico. La verdad es que ni los defensas ni yo hemos podido hacer algo”. Pérez tiene poca paciencia al hablar de un recuerdo que lo desenchufa de la realidad. Se ha olvidado de sus dos temporadas con el Logroñés y de ese gol que le lastima, “como a todos cuando nos derrotan”.
Pero no hubo persona más cercana a Hugo Sánchez al momento de su remate que el defensa del Logroñés Casimiro Torres, el espectador más cercano de esa bella anotación en el Santiago Bernabéu. Torres, de espalda angosta y que portaba el número 6 en la camiseta, no quisiera haber estado ahí sin poder hacer nada.
“Juro que estaba palpando a Hugo. No es que tuviera una marcación personal sobre él, pero lo estaba rozando con la yema de los dedos, sin embargo, en un instante lo perdí, un pestañeo, y cuando reaccioné estaba en los aires haciendo la pirueta de su gol. Hombre, ¡fantástico!”, dice con humor, aceptando que fue parte de una jugada histórica.
El pase de izquierda llegó alto, a más de dos metros, pero Hugo se elevó para contactar la pelota casi a la altura del techo común de una casa. Nunca se sintió obligado al gol, antes bien se divertía con los obstáculos del remate inverosímil. La acrobacia depende del temperamento. Apareció después la clásica voltereta circense para celebrar. En Madrid, a esas alturas, juraban que ese hombre no era de esta galaxia.
“Lo primero que pensé es que de haber tenido más años, hubiera agarrado la pelota del fondo de la portería y me hubiera ido del estadio. El primero en felicitarme fue Emilio Butragueño, siempre en su manera cauta de hablar, con palabras muy comedidas; luego vino Michel con su personalidad irreverente y me dijo: ‘Vaya gol que has hecho, ¡cabrón!’; incluso los rivales y el árbitro me dijeron calificativos así de altisonantes”, rememora Hugo.
La primera vez que Hugo Sánchez vio una chilena en un campo de juego fue la que hizo su padre, Héctor. Le gustó tanto aquel remate acrobático de un solo toque que se prometió un día hacerlo en un estadio magnánimo y así empezó un ejercicio infinito de paciencia y práctica. Su antónimo más atorrante, según el mismo Hugo, fue el guardameta argentino Ricardo La Volpe que, cuando estaba en el equipo Atlante de la Ciudad de México, recibió una en 1980. Dijo que aquello había sido suerte y que en el resto de su vida Hugo no le metería otra igual. A los pocos meses Sánchez se la replicó. Eso los convirtió en enemigos para siempre.
En Madrid, a esas alturas, juraban que ese hombre no era de esta galaxia.
Ese 10 de abril de 1988, en Madrid, una horda de pañuelos blancos sacudían las gradas empujando al delantero mexicano a la inmortalidad.
“Estaba en el estadio con mi padre”, cuenta Tomás Roncero, socio del Real Madrid y periodista, “es como si Hugo hubiera tenido un retrovisor. Yo estaba de pie en el Fondo Sur y el gol fue en el Fondo Norte, pero vi el vuelo genial desde mi perspectiva. Es el gol más bonito de Hugo por la plasticidad. Al salir, todo era un manicomio; los que lo vimos en vivo pensamos que nos volvíamos locos”, me afirma Roncero.
Incluso, el técnico holandés Leo Benhakker, que no tuvo una buena relación con el pentapichichi, dijo al final del partido: “Después del gol de Hugo, lo correcto hubiera sido terminar el partido e irnos todos a festejar con una botella de champaña”.
Paco Buyo, conocido como, el ‘Gato’ de Betanzos por haber nacido en esa localidad gallega, compartía vestidor con Hugo desde dos años antes de la célebre chilena. Llegó del Sevilla y resguardó el arco madridista con autoridad.
“Ganamos aquel partido 2-0. Lo cierto es que tras el remate de Hugo el marcador era lo de menos. Logroñés era un equipo bueno, que daba pelea, pero igual si hubiéramos empatado o perdido, nada importaba, el gol de chilena todo lo borró; a partir de ahí comenzó una nueva forma de entender esos remates en España”.
Ese 10 de abril de 1988, en Madrid, una horda de pañuelos blancos sacudían las gradas empujando al delantero mexicano a la inmortalidad.
La noche del domingo 10 de abril de 1988, Casimiro Torres por primera vez no vio los resúmenes deportivos, “no quería. Tuvieron que pasar varios meses para que digiriera la repetición. En estas fechas tampoco me agrada mucho verme parado, estático frente a Hugo, pero es la historia, no puedo hacer nada ya”.
El portero Juan Antonio Pérez dice que no pensó en nada cuando fue a recoger la bola de las redes, “sólo quería que se reanudara el partido”, y desmiente al propio Hugo Sánchez en relación a una felicitación muchos años después, “cuando por casualidad coincidimos en una fiesta, yo ya retirado, sólo le di un saludo normal y corriente, como a cualquier otra persona, nunca felicité a ningún futbolista que me haya hecho un gol, sería un absurdo”.
Para Pérez la jugada no tiene atributos estéticos. “Hice una estirada normal, como lo haría cualquier portero en un partido de fútbol, y nada más. Ahora, discúlpeme, tengo que revisar mi tienda y no pienso pasarme tantos minutos hablando de ese gol”.
La buena temporada del Logroñés en ese año de 1988, trajo consigo la desbandada del equipo. El portero Juan Antonio Pérez se fue de la institución, lo mismo que Casimiro Torres, que partió al Elche, donde permaneció dos años hasta pasar a Segunda División con el Torrevieja y retirarse ante una lesión de pubis a los 31 años. Ambos, portero y defensa del Logroñés, quedaron en la historia, aunque casi no se sepa de ellos en medio de la grandeza del gol de chilena.
En España se encuentra la querencia natural de Hugo Sánchez. Lo idolatran y estiman como en pocos lugares a diferencia de México en donde se le cuestiona su ego ganador entre sentimientos encontrados. Allá, a la chilena tienden a decirle tijereta y, desde 1988, cualquier gol similar que caiga es al estilo “huguina, así como suena, no es ‘huguiña’. Estoy contento porque reconocen con cariño tantos goles de ‘huguina’ que hice y recuerdan con especial amor el gol de mis sueños. Mi huguina irrepetible”, dice Hugo Sánchez.
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