A dos cuadras de la estación de trenes de Lomas de Zamora, en el sudoeste del área metropolitana de Buenos Aires, hay una casa con jardín delantero. Tiene canteros, un tanque y una bomba de agua. Allí, un chico junta del pasto hormigas de color anaranjado: las observa, se las lleva a la boca y las mastica. Todavía no sabe que son del género Camponotus, y que agujerean la madera para hacer nidos. Todavía no sabe que el sabor a vinagre que siente es ácido fórmico.
Son los inicios de los setenta.
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Julián Petrulevicius no concibe sus vacaciones sin un objetivo vinculado a los bichos. Es biólogo investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) y pionero en el estudio de insectos fósiles en Argentina (paleoentomólogo).
Mientras charlamos sobre el trabajo y los viajes de descanso, se ríe y dice:
“Lo primero que hago al llegar a un lugar es ir a una ferretería y comprar una piqueta de azulejista. No tengo piqueta profesional. Si voy a la playa me pongo a ver los insectos relacionados a la línea de la marea, la tafonomía de cómo dejan sus huellas. Me divierto como un loco”.
El tapabocas le aprieta la barba tipo Fidel. Usa boina de aguayo, lentes grandes, campera inflada y pantalón y zapatos de vestir. Está sentado en las escalinatas del Museo de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional de La Plata, en el Paseo del Bosque. En ese edificio trabaja en tiempos normales, pero en el último año y medio lo hizo desde su casa, por la pandemia.
En 2017 parte del trabajo que realiza Petrulevicius trascendió en la prensa nacional cuando con su colega Pedro Gutiérrez visitaron en el Instituto Patria a Cristina Fernández de Kirchner. Le llevaron un cuadrito con la imagen de la Argentinala cristinae, una de las especies de libélula más antiguas del mundo que ellos encontraron y bautizaron.
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Mucho antes, en el verano de 1994, Petrulevicius siguió un impulso.
Cursaba la Licenciatura en Biología con orientación en Zoología, en la ciudad de La Plata. Un día, durante una de las clases que tomaba de paleozoología, preguntó por los insectos fósiles y le respondieron que en Argentina casi no había. El último hallazgo databa de 1936, en la provincia de Jujuy, del naturalista inglés Theodore Cockerell. Se puso a investigar y encontró que unos geólogos alemanes de fines del siglo XIX daban información sobre un sitio en esa provincia. Nada claro, nada seguro.
“¿Qué vas a encontrar vos que sos estudiante?”, le dijeron en la facultad. Viajó igual y volvió a los pocos días sin nada. “¡Viste!”. Pero no se desanimó, todo lo contrario: se subió a otro micro directo a Jujuy y en San Salvador hizo combinación con un colectivo más chico a la ciudad San Pedro. Sus guías eran los antiguos registros que había leído. Buscaba unos sedimentos verdes. En un momento del viaje, por la ventanilla vio algo que se les parecía y se bajó en la ruta.
Era una zona seca, de pastizales y algunos árboles. “Como un bosque raleado”, dirá tres décadas después cuando le pregunten. En ese lugar acampó. En ese lugar piqueteó. En ese lugar, sin testigos y a más de 1.500 kilómetros de La Plata, encontró el primero: un pedazo de ala grande de una mosca asesina, un bicho capaz de comer otros insectos al vuelo.
En los años que siguieron hizo varias campañas en aquel yacimiento y en otro ubicado en El Fuerte de Santa Bárbara (también en Jujuy), un pueblo de difícil acceso al que llegaba en una ambulancia que iba con un médico cada siete días y donde acampaba durante semanas.
Hasta 2001, halló e identificó unos 18 mil insectos fósiles en la provincia norteña. Fueron parte de su tesis, la primera sobre el tema escrita en castellano.
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El trabajo de Petrulevicius consiste en la búsqueda en campo de los insectos fosilizados y en su clasificación (sistemática). Se especializa en las libélulas. Estudia las nervaduras de sus alas. “Las venitas”. Las lee y saca conclusiones.
“En las alas de las libélulas tenés los caracteres que te dan la pertenencia a muchos estamentos, a muchas jerarquías dentro de la clasificación. Con un ala de una libélula puedo saber que es de tal familia o armar una nueva”, dice.
De un pequeño bolso saca un pedazo de roca en la que se ve la marca de un ala como en sello. Señala las líneas del interior que forman una red. También muestra un pedacito de ámbar de Lituania. Tiene el aspecto de una perla amarilla con un punto negro. “Ese bichito tiene más de 48 millones de años”.
En ese lugar, sin testigos y a más de 1.500 kilómetros de La Plata, encontró el primero: un pedazo de ala grande de una mosca asesina, un bicho capaz de comer otros insectos al vuelo.
“El problema de los insectos es que son un millón de especies. Eso hace que para distinguir una de otra tengas que estudiar caracteres muy chiquitos: la genitalia, por ejemplo. Y en un fósil la genitalia no se conserva. Por eso la gente estudia muchos insectos en ámbar, porque se conservan mejor”.
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En el año 2003, Petrulevicius conoció a Néstor Kirchner. Estaba en París y le tocó ser el representante gremial de los becarios externos de Conicet. Hacía meses que no cobraban el sueldo. El encuentro se dio en el exterior de la Maison de l’ Amérique Latine. Hay una foto de ese día en donde se lo ve más joven, sin barba, tomando la mano del presidente. Kirchner lo sorprendió: le habló de la estructura del sistema científico nacional y dijo que ya tenía un plan para subir el presupuesto del sector.
“Pensábamos que él no sabía lo que era el Conicet. El tipo nos dio vuelta todo porque sabía más que nosotros”, dice ahora sentado en las escalinatas del Museo.
Petrulevicius regresó a la Argentina en 2004 y a fines del año siguiente el Congreso sancionó la ley 26.075 que obligó al Estado nacional, a las provincias y a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires a incrementar progresivamente la inversión destinada a la educación, la ciencia y la tecnología hasta llegar a un 6% del Producto Interno Bruto (PIB) para 2010.
Durante el primer gobierno de Cristina Kirchner, en diciembre de 2007, se creó el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva, y en 2008 se sancionó la Ley Raíces que, entre otras cosas, promueve la repatriación de científicos argentinos radicados en el exterior. En 2011, en el segundo mandato, se impulsó la creación del mega parque científico y cultural Tecnópolis.
Petrulevicius apoyó a los gobiernos kirchneristas y habla de ese tiempo como un periodo “de bonanza” para la ciencia.
“Cuando gana Mauricio Macri se puso más duro”, dice. Se refiere a los recortes presupuestarios que denunciaron desde el Conicet a partir de 2016, a la degradación del Ministerio de Ciencia a Secretaría concretada en 2018 y a las causas judiciales que avanzaron contra Cristina Kirchner (a las que la actual vicepresidenta calificó como “lawfare”).
Durante el macrismo, Petrulevicius participó de marchas y protestas como militante de base pero sus acciones políticas de mayor visibilidad llegaron con los nombres de los bichos.
“Ahí, cuando Cristina empieza a ser atacada terriblemente, vinieron las respuestas con las especies”.
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Los insectos alados más antiguos de los que se tenga registro son las especies de libélulas halladas, en la provincia argentina de La Rioja, por Petrulevicius y Gutiérrez y publicadas a fines de 2016. Tienen 325 millones de años. Además de la Argentinala cristinae (por Argentina y Cristina Kirchner), están la Tupacsala niunamenos (en honor Túpac Amaru II y a la dirigente social e indígena Milagro Sala, detenida política; y por la consigna que dio nombre al movimiento feminista que nació en Argentina en 2015 para luchar contra la violencia machista) y la Kirchnerala treintamil (por el expresidente Néstor Kirchner y en referencia los 30 mil desaparecidos durante la última dictadura cívico militar argentina).
“Las especies son como homenajes. Yo soy de mezclar muchísimo. A mí me encanta meter la política en todo”.
Ahora, mientras conversamos en el Paseo del Bosque, una guía y su comitiva se sacan una foto sonriendo y un hombre y una mujer suben la escalinata trotando. Atrás de Petrulevicius está el pórtico de entrada al Museo de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional de La Plata, con sus seis columnas griegas y las esculturas de dos tigres diente de sable. Adentro hay 4 millones de piezas y ejemplares en las secciones de antropología, botánica, geología, paleontología, zoología invertebrados y zoología vertebrados.
El problema de los insectos es que son un millón de especies. Eso hace que para distinguir una de otra tengas que estudiar caracteres muy chiquitos: la genitalia, por ejemplo. Y en un fósil la genitalia no se conserva. Por eso la gente estudia muchos insectos en ámbar, porque se conservan mejor”.
Petrulevicius le dedicó también una especie al cacique tehuelche Modesto Inacayal, quien fue exhibido vivo en este museo y murió en circunstancias dudosas en 1888. Además están la libélula Madres delpueblo, por las Madres de Plaza de Mayo, de 47 millones de años (descubierta en la provincia de Río Negro), y la Librelula maradoniana, nombre que surgió como protesta por la detención del expresidente brasilero Lula da Silva y en homenaje a Diego Maradona, de hace 60 millones de años (hallada en Jujuy). Esta última fue publicada por una revista científica china el día de la muerte del astro del fútbol.
“Yo la había enviado antes. La dedicatoria se la hice en vida para mostrársela después. Me quedé con el trabajo en la mano”, dice.
Con el dedo índice y el medio de su mano derecha imita la corrida de Maradona en el segundo gol a los ingleses en el Mundial de México 86. Los mueve alternativamente hasta que los deja abiertos y suspendidos por un segundo. “Da un saltito que es como un pasito de baile y queda en estado ballet. Como que volaba el tipo”.
Tras el fallecimiento del futbolista, Petrulevicius publicó además la Marado marado (también hallada en Jujuy y de hace 60 millones de años) en diciembre de 2021. “Estaba con la idea fija porque me pegó mucho su muerte. Cuando uno canta Maradó, Maradó, como en la cancha, es como que te sentís abrazado por Diego”, dice.
Hay otra libélula que se llama Nelala chori: en honor a su amigo y colega francés André Nel y a las choripaneadas de protesta que hicieron en el Conicet La Plata durante el macrismo.
“Para algunos el tema de la ciencia es como que tiene que estar separada de la política. Si vos lo mezclás es como que estás haciendo una herejía. Hay gente de acá que ya no me quiere saludar”, dice y cabecea en dirección al pórtico del Museo.
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Hoy, Petrulevicius vive, con su esposa (también investigadora del Conicet, especialista en parasitología) y sus dos hijos, en La Plata.
Un día sale al patio de su casa a buscar una hoja mordida por un insecto. La necesita para ilustrar una presentación. En una bignoniaceae que trajo del norte argentino encuentra algo que le sirve y al bicho que hizo las picaduras en la planta. Es una cotorrita verde. La junta para incluirla en el trabajo. Entonces, se pone a buscar la clasificación y no la encuentra por ningún lado. Consulta a colegas que se dedican al tema: no hay registros.
“Salgo al fondo de mi casa y el primero que se me cruza es una especie nueva. Hay muchas cosas por estudiar en los insectos actuales también”.
Hasta el instante de ese nuevo descubrimiento han pasado cinco décadas desde aquel patio de su niñez en Lomas de Zamora.
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