
Por ALEJANDRO SEBASTIANI VERLEZZA
1
El padre, su figura, ha estado presente en Adalber Salas Hernández. Ya en su primer libro de ensayos, Insomnios (bid & co, 2013), hizo el primer asomo al dirigirle a su hija Malena una entrañable carta que lleva el sello del hondísimo afecto en una escritura honda, reflexiva, en ocasiones minada por la angustia, dado que su materia prima gira alrededor de la fe y la desconfianza.
Años más tarde el padre que asumió la escritura de esta carta con tono ensayístico y previamente había publicado un libro que no escapa a su tema –Extranjero (bid & co, 2010; Bogotá, Común Presencia, 2012– se moverá hacia un registro poético todavía más entrañable con mínimos (Madrid, Amargord, 2016).
Quizás, con el tiempo, me atrevo a lanzar esta conjetura, por lo que insinúan estas trazas que voy marcando, podría verse mucho mejor cómo la poesía de Salas Hernández está tocada por la presencia del padre y sus posibles imágenes. Vuelvo al asombro del autor ante la primera visión de su Malena relatada en Insomnios: “mientras te miraba, de esa criatura mínima que eras salió un grito, un grito que rasgaba ese musgo pálido que te cubría”.
2
Es curioso: la consigna del absolutamente moderno Occidente ha sido la de “matar el padre”. En la época actual, de tantas disoluciones e incertezas civilizatorias, pareciera rondar cierto aire indiferente (o perplejo): a veces pareciera que casi nadie sabe exactamente qué hacer –ni cómo moverse– ante su presencia. Desde el territorio que vincula la literatura con el psicoanálisis la lectura de Massimo Recalcati es notoria y valiosa: pareciera estar removiendo con El complejo de Telémaco –traducido al español por Anagrama– el sello trágico en la percepción de las relaciones entre hijos y padres. El autor hace un giro homérico y recupera a Telémaco (detrás de él están Odiseo y Laertes). Así, el incesto y el parricidio ceden –¡gracias!– ante el impulso del viaje, la búsqueda, el encuentro y el reconocimiento del padre. Basta ver al respecto el canto final de la Odisea, una suerte de alabanza a lo paternal en su costado benéfico (otra historia ocurre en las versiones posthoméricas: registra Karl Kerenyi en Los héroes griegos la muerte de Odiseo, a manos de Telégono, otro hijo suyo –con Circe– que “sale” también a buscarlo).
El terreno que pisa Recalcati ronda la escritura de Salas Hernández. Más arriba, lo recordaba, su segundo poemario –Extranjero– aborda “el tema” (se lo dedica a su propio padre). Pero lo cierto es que por diversas vías el autor se pone en contacto con una región de la poesía venezolana habitada por Vicente Gerbasi, José Barroeta, Caupolicán Ovalles, Gabriel Jiménez Emán y Yolanda Pantin.
Estas huellas en la literatura pueden rastrearse en la Carta al padre de Kafka, el largo y rabioso poema largo desde Pasolini Who is me?, el Kaddish por el hijo no nacido de Imre Kertész, el Orhan Pamuk de Estambul, sus ensayos (“Mi padre”, en Otros colores) y el brillante discurso que dio cuando recibió el Nobel (“La maleta de mi padre”).
3
En la carta para Malena de Insomnios aparece la voz del padre: él habla, le habla a su hija sobre la vida, sus conflictos y riesgos, le brinda las palabras necesarias para llevarlas como un horizonte que le abre paso a la ternura amorosa y los riesgos más inminentes. Lo singular de esta voz está en la unión –en un solo gesto– de la vocación poética con la paterna. Aquí la pesadumbre cede, por instantes, ante la gratitud por el milagro del nacimiento (“hija, hija” es su leit motiv). No deja de ser curioso el gesto dentro de su generación –que es la mía– y abre sin duda puertas que solo el tiempo dirá hacia dónde pueden conducir.
La dicción salmódica –presente en Extranjero y Heredar la tierra– cede. La poesía de mínimos se vuelve más reconcentrada, casi desnuda. El blanco se abre paso en la página –el poema habla en sus “vacíos”– para ofrecer la singular crónica del que empieza a percibir el mundo a través de la paternidad y se ve en la hondísima necesidad de escribirla, como si una urgencia –que se asoma en los poemas– se empeñara en dejar constancia del asombro que va despertándose en esa criatura que rasgó la envoltura del “musgo pálido” para manifestarse en el mundo:
nadie sabe
a ciencia cierta
cómo sucedió
en mis pies
yo llevaba tus pasos
y un día
se fueron corriendo
hija
te cargo con las manos
encandiladas
tienes el peso
de lo que apenas
se decide a existir
eres el fruto difícil
exacto
de esta incertidumbre
sobre ti
ningún paraíso
tiene derecho
todavía
**
nadie sabe
a ciencia cierta
cómo sucedió
en mis pies
yo llevaba tus pasos
y un día
se fueron corriendo
**
lo mínimo de este mundo
no tiene deudas
que pagar
no ha recibido
su verdad simple
su andar descalzo
y silencioso
de nadie
**
hay muchas maneras
de encender una lámpara
pero nos hemos molestado
en aprender
sólo una
**
intentar tocar la vida
como lo hacen
tus manos impacientes
aunque al final
nada más tenga
esto
la corteza desleída
de los vocablos
**
mira
con cuidado
esa oruga
trepa
el muro
calladamente
devora
su sombra
**
las hormigas
no cantan
su gracia es apenas
esa supervivencia
para nadie
**
la libélula que veo
no está posada
en los versos de un haiku
sino
en una hoja
de palmera
**
antes
había quienes
podían leer destinos
en el vuelo de los pájaros
pero
¿qué se necesita
para leer el destino
que recorre ávido
a esos pájaros?
**
una cigarra
en el suelo
canto que
por un momento
le cierra los párpados
a la tierra
**
hay polillas
en los troncos
en las paredes
que se confunden
con manchas de luz
a veces
dudo
¿las polillas no serán
justamente eso
luz
demasiado inquieta
para la geometría?
**
nos sentamos
frente a la ventana
a ver la lluvia
tus pensamientos
deben parecerse
a esos guijarros sin sombra
que se ven desde aquí
a esas ramas
que tiemblan de frío
y mis pensamientos
si tal cosa existe
no sé a qué se parecen
son arrastrados
por la voz impar
del agua