Caracas — julio 17, 2025

Sobre mínimos  y otros viajes

Alliteration Publishing ha puesto en circulación mínimos / minuscules (2025) de Adalber Salas Hernández. Edición bilingüe, la traducción al inglés fue realizada por Robin Myers. Incluye ilustraciones de Yonel Hernández. Los poemas aquí seleccionados se ofrecen solo en sus versiones en español
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Por ALEJANDRO SEBASTIANI VERLEZZA

1

El padre, su figura, ha estado presente en Adalber Salas Hernández. Ya en su primer libro de ensayos, Insomnios (bid & co, 2013), hizo el primer asomo al dirigirle a su hija Malena una entrañable carta que lleva el sello del hondísimo afecto en una escritura honda, reflexiva, en ocasiones minada por la angustia, dado que su materia prima gira alrededor de la fe y la desconfianza.

Años más tarde el padre que asumió la escritura de esta carta con tono ensayístico y previamente había publicado un libro que no escapa a su temaExtranjero (bid & co, 2010; Bogotá, Común Presencia, 2012– se moverá hacia un registro poético todavía más entrañable con mínimos (Madrid, Amargord, 2016).

Quizás, con el tiempo, me atrevo a lanzar esta conjetura, por lo que insinúan estas trazas que voy marcando, podría verse mucho mejor cómo la poesía de Salas Hernández está tocada por la presencia del padre y sus posibles imágenes. Vuelvo al asombro del autor ante la primera visión de su Malena relatada en Insomnios: “mientras te miraba, de esa criatura mínima que eras salió un grito, un grito que rasgaba ese musgo pálido que te cubría”.

2

Es curioso: la consigna del absolutamente moderno Occidente ha sido la de “matar el padre”. En la época actual, de tantas disoluciones e incertezas civilizatorias, pareciera rondar cierto aire indiferente (o perplejo): a veces pareciera que casi nadie sabe exactamente qué hacer –ni cómo moverse– ante su presencia. Desde el territorio que vincula la literatura con el psicoanálisis la lectura de Massimo Recalcati es notoria y valiosa: pareciera estar removiendo con El complejo de Telémaco –traducido al español por Anagrama– el sello trágico en la percepción de las relaciones entre hijos y padres. El autor hace un giro homérico y recupera a Telémaco (detrás de él están Odiseo y Laertes). Así, el incesto y el parricidio ceden –¡gracias!– ante el impulso del viaje, la búsqueda, el encuentro y el reconocimiento del padre. Basta ver al respecto el canto final de la Odisea, una suerte de alabanza a lo paternal en su costado benéfico (otra historia ocurre en las versiones posthoméricas: registra Karl Kerenyi en Los héroes griegos la muerte de Odiseo, a manos de Telégono, otro hijo suyo –con Circe– que “sale” también a buscarlo).

El terreno que pisa Recalcati ronda la escritura de Salas Hernández. Más arriba, lo recordaba, su segundo poemario –Extranjero– aborda “el tema” (se lo dedica a su propio padre). Pero lo cierto es que por diversas vías el autor se pone en contacto con una región de la poesía venezolana habitada por Vicente Gerbasi, José Barroeta, Caupolicán Ovalles, Gabriel Jiménez Emán y Yolanda Pantin.

Estas huellas en la literatura pueden rastrearse en la Carta al padre de Kafka, el largo y rabioso poema largo desde Pasolini Who is me?, el Kaddish por el hijo no nacido de Imre Kertész, el Orhan Pamuk de Estambul, sus ensayos (“Mi padre”, en Otros colores) y el brillante discurso que dio cuando recibió el Nobel (“La maleta de mi padre”).

3

En la carta para Malena de Insomnios aparece la voz del padre: él habla, le habla a su hija sobre la vida, sus conflictos y riesgos, le brinda las palabras necesarias para llevarlas como un horizonte que le abre paso a la ternura amorosa y los riesgos más inminentes. Lo singular de esta voz está en la unión –en un solo gesto– de la vocación poética con la paterna. Aquí la pesadumbre cede, por instantes, ante la gratitud por el milagro del nacimiento (“hija, hija” es su leit motiv). No deja de ser curioso el gesto dentro de su generación –que es la mía– y abre sin duda puertas que solo el tiempo dirá hacia dónde pueden conducir.

La dicción salmódica –presente en Extranjero y Heredar la tierra– cede. La poesía de mínimos se vuelve más reconcentrada, casi desnuda. El blanco se abre paso en la página –el poema habla en sus “vacíos”– para ofrecer la singular crónica del que empieza a percibir el mundo a través de la paternidad y se ve en la hondísima necesidad de escribirla, como si una urgencia –que se asoma en los poemas– se empeñara en dejar constancia del asombro que va despertándose en esa criatura que rasgó la envoltura del “musgo pálido” para manifestarse en el mundo:

nadie sabe

a ciencia cierta

cómo sucedió

en mis pies

yo llevaba tus pasos

y un día

se fueron corriendo

hija

te cargo con las manos

encandiladas

tienes el peso

de lo que apenas

se decide a existir

eres el fruto difícil

exacto

de esta incertidumbre

sobre ti

ningún paraíso

tiene derecho

todavía

**

nadie sabe

a ciencia cierta

cómo sucedió

en mis pies

yo llevaba tus pasos

y un día

se fueron corriendo

**

lo mínimo de este mundo

no tiene deudas

que pagar

no ha recibido

su verdad simple

su andar descalzo

y silencioso

de nadie

**

hay muchas maneras

de encender una lámpara

pero nos hemos molestado

en aprender

sólo una

**

intentar tocar la vida

como lo hacen

tus manos impacientes

aunque al final

nada más tenga

esto

la corteza desleída

de los vocablos

**

mira

con cuidado

esa oruga

trepa

el muro

calladamente

devora

su sombra

**

las hormigas

no cantan

su gracia es apenas

esa supervivencia

para nadie

**

la libélula que veo

no está posada

en los versos de un haiku

sino

en una hoja

de palmera

**

antes

había quienes

podían leer destinos

en el vuelo de los pájaros

pero

¿qué se necesita

para leer el destino

que recorre ávido

a esos pájaros?

**

una cigarra

en el suelo

canto que

por un momento

le cierra los párpados

a la tierra

**

hay polillas

en los troncos

en las paredes

que se confunden

con manchas de luz

a veces

dudo

¿las polillas no serán

justamente eso

luz

demasiado inquieta

para la geometría?

**

nos sentamos

frente a la ventana

a ver la lluvia

tus pensamientos

deben parecerse

a esos guijarros sin sombra

que se ven desde aquí

a esas ramas

que tiemblan de frío

y mis pensamientos

si tal cosa existe

no sé a qué se parecen

son arrastrados

por la voz impar

del agua

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