
Por SAMUEL GONZÁLEZ-SEIJAS
Uno de los poemas de Verónica Jaffé, dice:
No basta el llanto
¿Qué se hace cuando
lo del país es como un cuerpo caníbal
y lo de adentro lo refleja
como un Goya de gula asesina?
¿Llorar?
Saturno se vuelve mujer
y traducido a revolución
devora ya se sabe a quiénes.
No basta el llanto.
Dios. Zeus.
Danos tu orden.
Enséñanos la forma
la salida.
Qué como mi maestro
traduzcamos truenos
y rayos nos den ley
y gravura.
(De la metáfora, fluida. España: Visor. 2019)
El poema abre con una imagen inusitada, la del “cuerpo caníbal”. Ante el dolor, o llevado de una ira de dimensiones insostenibles (y las emociones políticas, como otras, lo son) la imagen viene a expresar una devoración monstruosa, tal como en el último verso queda cerrada en la comparación entre el viejo y poderoso titán mitológico Saturno, padre de los dioses, despedazador sangriento, visto además con énfasis a lo Goya, a sus hijos para no ser destronado. Aquí, en apenas la primera estrofa, nos atenemos a presenciar la devoración, el despedazamiento furioso de una realidad que lo ha convertido casi todo en una regresión titanesca, de enorme fuerza primordial, desmedida.
“Lo del país”, y he aquí el matiz político que asoma el poema, ha abierto una compuerta en la psique de una voz que se pregunta si lo que resta es esta “hibris”, este extralimitarse definitivo en la vida de la polis, en el centro mismo de la actividad pública común entre ciudadanos, y que emergen, ellos, los destinatarios del texto, elididos y aludidos por la pregunta, sujetos que padecen también sus propias cívicas furias.
De seguidas, el poema pone otra pregunta, sola, suficiente, íngrima: “¿Llorar?”. Y esta pregunta quiere como anunciar en lejanía, en una actitud ya sin fuerzas, otra salida a la pregunta abierta antes, en la estrofa previa. Sin desarrollo, insiste con énfasis en apelar a un otro que está escuchando-leyendo esta requisitoria.
En la tercera estrofa, las dos inquisiciones parecen resolverse. El movimiento transformativo y traslaticio de la comparación propone la aparición de un ente imposible, un Saturno mujer, atrevimiento y riesgo poético que rompe con la base del referente tradicional pero que aquí funciona expresamente para revestir la ira profunda de una voz que se manifiesta abiertamente femenina. Un Saturno que se ha vuelto mujer no debe de ser poca cosa. Parece haber allí, en esa imagen, un desplazamiento significativamente atrevido pero, como señalo, solo en el plano conocido y convencional del mitologema hesiódico. De este modo, la ira por “lo del país” de esta Saturna se remitologiza ante nosotros y ante el asunto que la hace aparecer.
El grupo de versos cierra con dos que responden simétricamente a las preguntas del comienzo. Pero además, en un segundo riesgo poético, la hablante del poema nos revela que el pase del ancestral contenido mitológico que está en la base de los versos, sosteniéndolos, encuentra una vía de encarnar en la dinámica histórica debido, sobre todo, a la traducción, en tanto esta sirve de traslado, puente, pasaje, cauce, corriente, a la realidad política que viene siendo aludida en el texto y que aquí, en esta “traducción”, se muestra francamente en la dirección de una realidad pública y cívica, origen y llegada de lo que el poema ha venido perfilando.
En concreto: esa caníbal goyesca, fatal mujer devoradora de sus hijos, no es otra que la revolución, una tal revolución, enquistada en las entrañas de un colectivo, de una ciudad que solo, en este punto, se deja presentir. Ya sabemos qué ocurre con aquella Saturna devorante y sus congéneres: se ha instalado entre seres inermes para hacerlos carne de despojo. Ante toda esta fatalidad, regresa la voz del poema para reconocer que el desahogo no basta, que el llanto impotente del sujeto frágil que está siendo despedazado por aquél padre-mujer (un engendro, sin duda), titanesa de un nuevo y nunca desaparecido mito, que esas lágrimas, digo, no pueden ser suficiente, no bastan en su irrupción humana espontánea.
El poema cierra con dos estrofas en forma de ruego, de súplica, de petición al “dador de forma”, a ese gran ordenador de la creación, ese dios que armoniza y asigna a cada quien su lote. La apelación a Zeus, a Dios, lo requiere desde su lado violento, desde la fuerza de su funesto rayo, del que echa mano para castigar allí donde se ha cometido una desmesura, un desafuero, una transgresión, humana y también divina. Basta hacer memoria de nuestro acervo mitológico para reconocerlo. Una plegaria a Zeus, al principio divino ordenante que todo alto dios tiene como atributo propio (tal como lo tiene el Sebaot hebreo), es lo que esta voz del poema convoca, trayendo de consuno, para ello, la intercesión del “querido maestro”, traductor del dios, quien sabe escucharlo y sabe transmitir sus designios. Un maestro que traduce la acción del dios (y el poema no nos dice de quién se trata) para que la polis pueda a su vez encontrar salida, salida que no es otra cosa que “forma”, es decir, límite, contorno, perfil propio, existencia, cuyo antiguo sentido era asimismo orden cósmico, armonía, jerarquía natural de lo circundante. “Ley y gravura” pide la hablante del poema, quizá como nosotros, sus lectores. Una petición reverente y desesperada.
Poemas De la metáfora, fluida. Mínima Selección
La belleza de las nubes
Le criticaron a Hannah Arendt
cierta imprudencia, risa o ironía
y también que elogiara la belleza de las nubes
alemanas un día de verano unos cuantos años
después del final de la guerra.
Una belleza cambiante, dijo,
a veces informe y apresurada,
como no la tienen las nubes
en otro país.
Antes pensaba que las nubes en este
no podían ser sino hermosas.
Ahora sé que si aún son hermosas a veces,
cada vez más parecen peligrosas,
y además,
¿qué tiene que ver la belleza con la ironía?
Recordando a Montejo
Hace tiempo me dijo el poeta
del perdón
y de la nieve.
Entonces pensé en los pardos
y en los poemas que quedan
más allá del perdón y de la nieve.
Pero hoy, perdóname poeta,
si no alcanza para una mueca
sobre lienzo pardo o blanco
¿qué digo en gris cartón
del rencor de este
mi confuso otoño?
Del faisán
la alta elegancia,
ciertamente, y exquisita
cocina.
Pero de este
desplumado como un poema
o un país
sólo la línea desarreglada
sobre la parda sombría
conciencia.
Diez dedos, catorce palabras
Si de los diez dedos
que me veo
ninguno me promete
un dejo
al menos
un detallito
de verso
ahora que
cae la noche
tan temprana
y el frío crece
en las almas
no tengo sino
una muy débil
memoria
para serenarme
creo que la forma
del dedo gordo
¿o de la uña, será?
me recuerda a
la de mi padre:
hay palabras que ayudan
más que otras, quizás
por su dejo familiar y
parecido.
Inglaterra, en invierno
Hoy salió el sol sobre este frío,
hoy pareciera poder cumplirse
una promesa
la esperanza de
una pausa
una paciencia
padre, poesía,
ten piedad
de nosotros.
Calendario animal
Que el año todos los años
sin orden establecido
nos sea benigno
e irracional
de la buena forma,
quiero decir,
la de los animales.
Año Nuevo 2012
*De la metáfora, fluida. Verónica Jaffé. Prólogo: Igor Barreto. Visor Libros y Fundación para la Cultura Urbana. España, 2019.