Caracas — julio 16, 2025

Nota al margen: Atando tomates en el final del mundo

“Reincidente, cíclico, mínimo o sublime y repentino, el fin llega un día ‘como debe ser’, irrevocable, quieto, espejo, polvo en lo singular receptivo, quizá enlazándose al comienzo” Por KEILA VALL DE LA VILLE Desconozco qué motivó la búsqueda. Quizá la actual y perenne sensación de fin suspendido mientras suspendido esté. El fin existe desde el […]
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“Reincidente, cíclico, mínimo o sublime y repentino, el fin llega un día ‘como debe ser’, irrevocable, quieto, espejo, polvo en lo singular receptivo, quizá enlazándose al comienzo”

Por KEILA VALL DE LA VILLE

Desconozco qué motivó la búsqueda. Quizá la actual y perenne sensación de fin suspendido mientras suspendido esté. El fin existe desde el comienzo, es pregunta omnipresente, es fantasmal y real, seduce. Es universal, democrático. Experiencia estética íntima, mínima, cíclica. Se mide en apocalipsis y sumisiones al sueño, despedidas, abandonos, muertes, etapas, flashes o fotos instantáneas. Algo acabó ahora, y ahora, y ahora. Que no se atestigüe cada fin no lo desmiente. Así mismo ahora, ahora, ahora, algo germina. Convivimos con el fin, con la muerte y la magia aunque buscamos refugio en un ahora racional.

El poema “Una canción sobre el final del mundo”, de Czeslaw Milosz, sugiere un final de día cualquiera, en el que “La abeja ronda sobre los geranios, / El pescador teje una red luminosa, / En el mar juegan los alegres delfines / ...Como debe ser. / Las mujeres van por el campo bajo las sombrillas, / El ebrio dormita a la orilla del césped, / Los verduleros gritan en la calle, /... Y los que esperaban relámpagos y truenos/ ... señales y trompetas del arcángel / No creen que ha llegado la hora”.  Solo un anciano que podría ser profeta pero no lo es, murmura atando sus tomates: “Ya no vendrá otro fin del mundo”.

Para Andrea Cote, “En las praderas del fin del mundo” lo observan seres rurales y porosos: “hablan de cosechas /como de lánguidas apariciones / entre torres de polvo y bruma / distinguen maizales de fuego”, ruegan invisibilidad “Entre saguaros erguidos / que al azul saludan como hermanos...” y “se desclavan... partículas de polvo / que engulle el viejo sol, único dios íntegro”.

Dice Billy Collins: “Es un tema tan profundo que debería / sumergirme bajo el agua para pensar en él adecuadamente. En la versión más popular el cielo explota / jinetes galopan desde nubes en llamas, / pálidos y ensangrentados, sus capas ondulan macabras. / ...  océanos hirviendo / como agua para el té y arboladas de olivos vueltas cenizas.../...pero el final podría ser menos operático. / ...un toldo negro.../ podría caer una noche sobre el universo. / Una mano podría entrar a cuadro y arrugar el cosmos / en una bola de papel y lanzarla al cesto de basura... /” Del desenlace solo sería testigo “el alucinado... / en una esquina... sosteniendo / el cartel con la noticia que no puede / guardarse: el último titular, el anuncio final...”. Es el mismo Collins, vidente marginal, quien desde el piso rotula: “Pronto anochecerá y una oscuridad total descenderá... / veremos al mesías de ojos estrellados de la noche”.

Para Dana Gioia es un río: ““Nos vamos”, dijeron “al fin del mundo”. /... detuvieron el coche donde el río serpenteaba, /... Las aguas bravas se arremolinaban agitadas. / La corriente fluía cada vez más rápido y fuerte”... en el paisaje sublime, alcanza un acantilado: “Mi viaje acabado donde terminaba el mundo. / Miré río abajo. No había nada más que cielo. / El sonido del agua y la respuesta del agua”.

Joy Harjo lo emplaza a su vez en lo doméstico como cosmografía, la mesa de la cocina, donde nos alimentamos, damos a luz, rezamos, celebramos lutos, “...donde enseñamos a los niños lo que significa ser humanos... Nuestros sueños beben café con nosotras mientras abrazan a nuestros hijos. / Se ríen con nosotras de nuestras pobres existencias caídas y también / cuando nos recomponemos... /... Quizá el mundo se acabe en la mesa de la cocina, mientras reímos y lloramos, comiendo el último bocado dulce”.

Reincidente, cíclico, mínimo o sublime y repentino, el fin llega un día “como debe ser”, irrevocable, quieto, espejo, polvo en lo singular receptivo, quizá enlazándose al comienzo. Quizá nos halla sencillos, periféricos, atentos observantes al misterio, atando tomates en la bisagra entre el ahora y el qué.


Las traducciones de la autora a excepción de “Una canción sobre el final del mundo” de Czeslasw Milosz (99 Selected Poems), de Barbara Stawicka.

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