Caracas — julio 17, 2025

Mitos y símbolos en la literatura

“Varias de las más grandes obras de la literatura occidental, a partir de la Grecia antigua y hasta nuestros tiempos, deben su vigor y perdurabilidad al poder de los mitos y símbolos que encierran. Las aventuras de Ulises en la Odisea conforman el mito del retorno a las raíces, del regreso al hogar, de la vuelta a lo que nos es más familiar y reconocible. También en el Quijote, entre otros mitos y símbolos, se patentiza esa travesía llena de aventuras que a la postre conduce al hidalgo a volver a casa, y no solamente una vez”
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Por ANÍBAL ROMERO

De Cervantes a Joyce

Me propongo explorar algunos aspectos del Quijote, desde la perspectiva de los mitos y símbolos en la literatura. Primero aclararé qué entiendo por mito y símbolo en el ámbito literario, y procuraré sacar a la superficie ciertas corrientes subterráneas que vinculan el Quijote con otras creaciones. Todo ello en función de mostrar la profunda verdad, que no siempre reconocemos en la plenitud de su fuerza y significado, de las palabras de Lawrence Durrell: “la realidad siempre trata de imitar la imaginación del hombre, de la cual emana”.

Varias de las más grandes obras de la literatura occidental, a partir de la Grecia antigua y hasta nuestros tiempos, deben su vigor y perdurabilidad al poder de los mitos y símbolos que encierran. Las aventuras de Ulises en la Odisea conforman el mito del retorno a las raíces, del regreso al hogar, de la vuelta a lo que nos es más familiar y reconocible. También en el Quijote, entre otros mitos y símbolos, se patentiza esa travesía llena de aventuras que a la postre conduce al hidalgo a volver a casa, y no solamente una vez.

La novela de Cervantes alcanza un gran logro simbólico con la postulación del dueto Don Quijote-Sancho, que, como lo destacó Orwell, es una atrayente versión del viejo dualismo filosófico de alma y cuerpo, idealismo y materialismo, espíritu y sustantividad. Obras como el Ulysses de James Joyce reproducen un símbolo equivalente a través de personajes como Stephen Dedalus y Leopold Bloom, y antes lo hizo Flaubert en su inacabada novela Bouvard y Pécuchet. (1)

Los mitos son relatos que cristalizan realidades raigales del alma humana, así como conflictos fundacionales del individuo y la sociedad; su ámbito de validez no es propiamente lo verdadero sino lo verosímil, y buscan sugerir creencias en vez de proponer razones (2). Los mitos, podemos añadir, proporcionan interpretaciones que esclarecen tópicos centrales de la existencia personal y colectiva. Los símbolos, por otra parte, manifiestan algo que va más allá de sí mismos; son expresiones tangibles de una realidad emocional, individual o colectiva. No son relatos, sino que encarnan relatos y los patentizan con concisión. En el Quijote, por ejemplo, hallamos el símbolo de la interacción, el choque y las pasajeras reconciliaciones entre el idealismo y el apego a lo práctico, representados y dinamizados por sus dos personajes centrales. Dulcinea evidencia el mito del enigma femenino y su hipnótica fuerza, tantas veces representado en la literatura y el arte en general. Encontramos igualmente en el Quijote el mito de la lucha de un héroe en busca de objetivos imposibles, y del fracaso y la resignación que casi siempre esperan a los que pretenden la utopía. Si bien las fronteras entre mitos y símbolos son flexibles, con frecuencia es útil precisarlos y distinguirlos.

Otros mitos y símbolos literarios de honda repercusión son, para citar estos casos, Don Juan, Hamlet y Fausto. La obra inicial de Tirso de Molina ha sido reproducida posteriormente en versiones novedosas, entre ellas la de Lord Byron, y el donjuanismo es hoy un tipo de conducta ampliamente reconocido con el adjetivo derivado de la literatura. Ello nos recuerda que las obras de grandes escritores, como Kafka, Orwell y Borges, transformaron sus apellidos en calificativos de uso común. El término kafkiano nos introduce en un clima absurdo; orwelliano nos ubica en la asfixia totalitaria; y borgeana es una sensibilidad que mezcla el escepticismo y la ironía.

El Hamlet de Shakespeare, por otra parte, es una obra recargada de mitos y símbolos, que cubren el nacimiento del héroe, el anatema de Caín, la venganza y el incesto. Las dificultades de interpretación del drama reflejan la densidad de sus mitos y símbolos. En cuanto al Fausto, tanto Goethe como Thomas Mann, este último en su Doktor Faustus, fecundaron el mito de la condena por la ambición de poder, y de igual modo el símbolo de la cercanía entre el poder y el mal y entre la creatividad artística y lo satánico.

Otras obras ofrecen especialmente intrincadas dificultades para desentrañar sus contenidos míticos y simbólicos, aunque podemos intuir que los contienen, y es posible que en grado superlativo. ¿Es el Rey Lear un mito relacionado al amor paternal y la lealtad filial? ¿Cómo explicar satisfactoriamente ese tenebroso relato, que emerge de las entrañas de la obra de Shakespeare? A pesar de los obstáculos parece claro que el drama simboliza las consecuencias del abandono del poder, en este caso para el personaje principal, y la vigencia del amor filial en la excelsa figura de Cordelia.

Una obra más reciente, que siempre me ha resultado enigmática, es El juego de abalorios, de Hermann Hesse, aunque una observación de Borges contribuye a descifrar su esencia simbólica. El juego descrito, anota Borges, “no es otra cosa que una larga metáfora del arte de la música”. En otros términos, diría que El juego de abalorios quiere simbolizar, en su pletórica abundancia, la magia de la música.

Los mitos y símbolos literarios son producto de la imaginación, y la realidad surge de la imaginación; en tal sentido, las obras mencionadas, y no pocas otras en los terrenos del drama, la narración y la poesía, multiplican los espacios de eso que llamamos realidad, poblándola de mitos y símbolos que se hunden en el pasado, se reconvierten en el presente y se proyectan hacia el porvenir, por su vasto, recóndito e insondable lazo con lo que es medular en nuestra condición humana.

El Quijote como símbolo

Hay obras que en su totalidad expresan mitos y símbolos. Una de ellas es Cien años de soledad, de García Márquez, que articula los mitos del nacimiento del mundo y su fin. La guerra del fin del mundo de Vargas Llosa puede leerse como el mito del apocalipsis; y Doña Bárbara, de Rómulo Gallegos, expresa en su personaje principal, y con su propio nombre, la presencia simbólica de la barbarie en una tierra violenta.

En este orden de ideas, y volviendo al Quijote, el filósofo húngaro Georg Lukács, en su notable libro Teoría de la novela, llevó a cabo un aporte crucial para definir el sentido simbólico de la novela cervantina, destacando con suma claridad su significado para la literatura y la conciencia de Occidente. En síntesis, Lukács argumenta que el Quijote es la primera gran novela de una época “en la cual el dios del cristianismo empezó a abandonar el mundo; cuando el hombre se quedó solitario y empezó a no poder hallar sentido y sustancia más que en su alma sin morada; cuando el mundo…quedó entregado a su inmanente sinsentido”.

Con atinadas palabras, Lukács sostuvo que el hidalgo español libró “el primer gran combate de la interioridad contra la vileza prosaica de la vida exterior” (3), y muestra a un personaje que en medio de la crisis de valores de un universo espiritual que se agrieta, emprende desde su fantasía un esfuerzo de rectificación, que se estrella ante una infranqueable realidad. En sentido fundamental, el Quijote representa los albores de una modernidad que empieza a trazar su rumbo de luchas, tropiezos y aspiraciones en el marco de un creciente desorden, y del desconcierto que se derivó a partir del agotamiento de las certidumbres medievales.

Es en este terreno, el de los mitos y símbolos literarios, donde podemos hablar de una perceptible línea que enlaza el Quijote, la primera gran novela, con el Ulysses, de Joyce, en este preciso sentido: el Quijote anuncia y explora el nacimiento de un nuevo ciclo, y Ulysses constituye, en el plano literario, uno de los puntos culminantes de la crisis espiritual del hombre moderno. Es así pues se trata de una obra en la que su autor procuró, como en su momento lo explicó T. S, Eliot, dar forma y significado “al inmenso panorama de futilidad y anarquía que es la historia contemporánea” (4). Con Ulysses, Joyce no acabó con la novela, que ha proseguido un convulso viaje hasta nuestros días, sino que llevó a sus extremos, en un paroxismo literario, la exploración de un desencanto.

Las enormes dificultades de estructura y lenguaje de Ulysses, y los casi impenetrables laberintos técnicos del libro, complican la comprensión de su significado en el plano de las ideas. No obstante, una lectura cuidadosa revela que Joyce, que había sido católico en sus primeros tiempos, está en realidad describiendo en su libro la miseria espiritual de la época que le tocó vivir, y la carencia de sentido de un mundo sin dioses a los que acudir ni valores firmes a los que aferrarse. De su lado, el hidalgo español anunció con magistral intuición un extravío, una desorientación vital traducida en fértil locura, que se manifiesta mediante la coexistencia de dos realidades: la del alma del caballero andante y la de la retorcida materialidad que le rodea, es decir, la de un mundo que no ofrece reconciliaciones sino perennes retos.

El vacío en el alma que aqueja a los también deambulantes personajes de Joyce, Leopold Bloom y Stephen Dedalus, además de chocarnos por su ostensible esterilidad, evidencia igualmente una cúspide de la modernidad en el ámbito literario. De Cervantes a Joyce podemos seguir la pista de una corriente subterránea, que ha fluido y continúa fluyendo en innumerables expresiones. Cervantes es el heraldo del hombre del Renacimiento, y Joyce el postrer y decisivo sepulturero de las ilusiones modernas.

Ahora bien, la proyección de los mitos y símbolos literarios, vistos desde el Quijote, no solamente se mueve hacia el porvenir, sino que enlaza con el pasado, pues la obra contiene un mito raigal de la literatura: el de la travesía aventurera que desemboca en el regreso al hogar, el de la lucha afanosa por superar desafíos que en última instancia nos devuelven a la raíz, al lugar de donde salimos. Y así como Ulysses se levanta sobre el andamiaje que proporciona la Odisea, descubrimos en el Quijote analogías con el poema homérico, que acrecientan su común deuda mítica.

El Quijote, la Odisea y Ulysses

Ya que mitos y símbolos revelan hondas y duraderas motivaciones, angustias y anhelos del espíritu, no debe extrañarnos que en la literatura se expresen y reproduzcan mitos esenciales, evidenciando un hilo conductor de nuestro ser. Es por ello de interés constatar ciertos paralelismos entre el Quijote y la Odisea, que forman parte del mito del retorno a casa, a continuación de una serie de afanosas aventuras.

Voy a resaltar en particular tres tópicos, que avanzan paralelos en esas obras y nutren sus espacios míticos. El primero de ellos es el del engaño, visto tanto como función dinamizadora de la acción de los héroes, Don Quijote y Ulises (u Odiseo), y también como elemento crucial del clima mítico y simbólico del relato. Otro tópico es el de la realidad paralela, que resulta evidente en el Quijote y forma también parte, ajustándonos a la peculiaridad épica del poema, del universo de dioses, seres mágicos y extravagantes, y seres humanos en trance de vivir y morir, que pueblan la Odisea. Finalmente, un tema significativo, ya mencionado, es el enigma de lo femenino desde la perspectiva de ambos héroes, tema que juega un papel importante en las obras comentadas.

El personaje central de la Odisea es un maestro del engaño, de las tretas, de la mentira y los ardides; es el que concibe la trampa del Caballo de Troya, confunde al Cíclope y evade y supera el seductor hechizo de las sirenas. Los encantamientos y hechizos se hacen reiteradamente presentes en el recorrido de Ulises-Odiseo, y su travesía de retorno le lleva a toparse con arquetipos femeninos como Circe, Calipso, Nausica, la Reina Arete y la diosa Atenea, así como con su fiel y formidable esposa, la también astuta Penélope, quien a su vez engaña a los pretendientes que la acosan. Para Ulises, estos personajes, su esposa inclusive, resultan al menos parcialmente opacos; sus actitudes y decisiones en ocasiones escapan al entendimiento del héroe, cuyo destino, sin embargo, permanece estrechamente enlazado con una recurrente fuente de emociones femeninas.

En el Quijote, los encantadores y su magia están a la orden del día, y la existencia cotidiana del héroe y su escudero transcurre en medio de una triple realidad: la que el hidalgo percibe en su mente extraviada; la del escudero, cuya natural perspicacia se ve constantemente ensombrecida por la tosquedad y el fondo de ignorancia del que proviene. Por último, tenemos esa realidad de un entorno en el que las cosas y los demás se mueven, una realidad “auténtica”, según pensamos usualmente, cuya presunta objetividad, a menudo desconcertante, nos orienta y también nos aturde y despista. Dentro de ese cosmos de luces y sombras, la figura de Dulcinea es clave para interpretar tanto la concepción quijotesca de la vida, así como la fuerza del autoengaño que padece el héroe y en ocasiones invade al propio Sancho, pues el escudero atiza las fantasías del caballero andante con relación a su imaginaria princesa, y en otros momentos llega él mismo a creer que Dulcinea es de veras supremamente hermosa, y no la rústica aldeana Aldonza Lorenzo. Los encantadores y encantamientos son una causa de mucho peso en ese mundo imaginario que propone la novela, y que tanto contribuye a fortalecer los aspectos míticos y simbólicos del libro.

Por su parte, el Ulysses utiliza lo que Eliot denominó el “método mítico”, para hallar un orden dentro del caos en que se le mostraba a Joyce el mundo moderno. Al reproducir en cada capítulo de su obra la estructura narrativa de la Odisea, encubierta bajo la máquina verbal de su pluma, Joyce nos proporciona una llave para abrir puertas a la complejidad de una obra esencial de la modernidad. Al recurrir al poema homérico como plataforma de su obra, Joyce puso de manifiesto esa intuición definitoria que abre el camino de la gran literatura. A su manera, Stephen Dedalus y Leopold Bloom repiten la travesía mítica de Ulises-Odiseo y del Ingenioso Hidalgo, en su andar por un cosmos imaginado. Joyce mostró una vez más, como Cervantes en el Quijote, que la literatura alcanza la grandeza cuando es capaz de crear o reproducir, con originalidad incontestable, perdurables mitos y símbolos de la experiencia humana.

NOTAS:

(1) George Orwell, Essays, Jornalism and Letters, Vol. 2, London: Penguin, 1970, p. 192

(2) G. Droz, Los mitos platónicos, Barcelona: Editorial Labor S.A., 1993, pp. 10-12

(3) G. Lukács, Teoría de la novela, Barcelona: Círculo de Lectores, 1999, pp. 119-120

(4) T. S. Eliot, Ulysses, Order and Myth, The Dial (Third Series), Vol. 75, 1923

REFERENCIAS:

Miguel de Cervantes, Don Quijote, Barcelona: Círculo de Lectores, 1969

Homero, Odisea, Madrid: Alianza Editorial, 2016

James Joyce, Ulysses, Oxford: Oxford University Press, 1993

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