Escribía Heráclito que nadie se baña dos veces en el mismo río, pero seguramente tampoco se transita dos veces el Estrecho de Ormuz con la misma inocencia. Menos aún esta semana, cuando Irán e Israel se han embarcado en un peligroso juego de tit-for-tat bélico que ya no se limita a ataques quirúrgicos ni a disuasiones tácitas: misiles en Haifa, drones sobre Natanz. Y en medio, un temblor que no viene del subsuelo sino del subconsciente colectivo: ¿y si Irán decide cerrar Ormuz de un solo tajo atómico?
No se trataría de un cierre naval convencional, con minas o corbetas suicidas, sino de un acto de incineración geopolítica. Una bomba sucia —o, Dios nos guarde, una nuclear táctica— detonada en el propio corazón del comercio global. Un acto de "martirio nacional" con implicaciones cosmológicas para los ayatolás… y cataclísmicas para el resto de la humanidad.
La bomba no vendría en misil: vendría en barco
Ya lo advertía el Congreso de Estados Unidos en audiencias celebradas en 2002, apenas un año después del 11 de septiembre: “La amenaza nuclear más probable no es un misil intercontinental, sino un arma escondida en un contenedor marítimo”. Más aún: durante esas sesiones, la GAO (la Contraloría del Congreso) advertía que “ni siquiera los dispositivos de detección más sofisticados pueden detectar uranio enriquecido en tránsito portuario”.
En otras palabras: el diablo no vendrá en forma de hongo nuclear sobre Tel Aviv, sino disfrazado de cerámica iraní, dentro de un contenedor sellado en Bandar Abbas con destino a Hamburgo o Houston. O peor aún: detonado en el mar para cerrar Ormuz por siglos.
El suicidio estratégico como doctrina
Un eventual uso de un arma nuclear por parte de Irán en el estrecho no sería un movimiento táctico. Sería la instauración de una nueva lógica: la destrucción del mundo como carta de negociación. Tal como detallan expertos nucleares, esta acción implicaría:
- Un bloqueo total del estrecho, donde transita 20% del petróleo mundial.
- La imposibilidad de operar en la región por décadas debido a la radiación.
- Una respuesta militar abrumadora no solo de Israel, sino de Estados Unidos, la OTAN y quizás actores inesperados como la India o China, cuyas economías dependen del flujo energético del Golfo.
A eso, súmese la contaminación marítima, el colapso de la industria pesquera, la inhabilitación de plantas desalinizadoras en Dubai, Qatar o Bahréin, y una ola de refugiados “atómicos” sin precedente.
El precedente ausente y la seguridad fallida
Las lecciones del documento Finding the Nuclear Needle in the Cargo Container Haystack son escalofriantes hoy, más de dos décadas después. En esas páginas se narraba cómo una carga de uranio empobrecido fue introducida sin ser detectada en el puerto de Nueva York. Y cómo, incluso con avances como sensores gamma, portales radiológicos y escáneres gigantes, los sistemas de seguridad en puertos solo cubrían 2% del volumen real de contenedores.
Lo más desconcertante de aquellas audiencias fue la confesión de los propios funcionarios: “No sabemos qué hay en los contenedores. No tenemos los medios para saberlo. No estamos preparados.”
Si en 2002 era inquietante, hoy es terrorífico.
La certeza de una guerra sin bando neutral
A diferencia de otras guerras, una detonación en Ormuz no produciría alianzas: produciría pánico. Europa se quedaría sin gas. Asia entraría en recesión. América Latina —como siempre— sufriría el alza de combustibles sin compensaciones. Y en el mejor de los casos, veríamos una reorganización diplomática donde la ONU ya no tendría sentido y las normas de la no proliferación serían papel mojado.
Epílogo con sabor a ceniza
Mucho se ha dicho que la guerra moderna es una “guerra de narrativa”. Pero si Irán se atreve a detonar una bomba en Ormuz, la única narrativa será la del colapso. Se rompería el relato de contención, el de disuasión, incluso el de racionalidad. El mundo se dividiría entre los que se alineen con el caos… y los que intenten sobrevivirlo.
Como diría Ibsen Martínez —cuyo pesimismo se daría banquete en esta encrucijada—, no sería el inicio de la Tercera Guerra Mundial, sino el fin de la civilización como negocio viable.
@madrugonazo
El autor es ingeniero electricista con estudios de postgrado en finanzas, negocios internacionales y difusión de políticas tecnológicas (Iupfan, IESA, Tulane, ETH Zürich). Diputado Electo a la Asamblea Nacional