
Después de las 72 horas del fin de semana, Pedro Sánchez es otro. Del hombre que el jueves 12, tras conocerse el informe de la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil, apareció ante las cámaras compungido y pidió perdón, ha emergido este Sánchez que reta al Partido Popular y a (Santiago) Abascal a que presenten una moción de censura. “Estoy tranquilo, yo estoy tranquilo”, repitió, otra vez ante las cámaras, otra vez con líneas de expresión muy marcadas en sus pómulos.
La elección que Sánchez le propone a los ciudadanos es muy sencilla: tumbar al mayor gobierno progresista de la historia de España y dar el poder a la peor alternativa.
La comparecencia ante la prensa el lunes en la tarde, luego de una reunión de cinco horas de la Ejecutiva Federal de su partido, consistió en una intervención del presidente del gobierno y secretario general del PSOE y unas pocas preguntas de algunos de los periodistas presentes. “¿Qué ha fallado en su partido?”, le inquirieron ante la infinidad de pruebas presentadas de cobro y reparto de “mordidas” en recursos para obras públicas de José Luis Ábalos y Santos Cerdán, ahora exsecretarios de organización del PSOE, quienes fueron estrechos colaboradores de Sánchez por más de una década. “Fallaron dos personas”, respondió.
El escándalo de corrupción que se instaló en las primeras páginas de los diarios -incluido El País, en un nuevo giro editorial tras la destitución de su directora Pepa Bueno- y en las emisiones principales de radio y televisión, que ha puesto en jaque al gobierno de Sánchez, en el poder desde 2018, pasó a ser “supuesta corrupción” en el lenguaje del líder socialista porque, y es cierto, nada están sustanciado aún cuando los audios del documento policial exponen la sordidez política y moral de dos líderes importantes del “mayor partido progresista”.
Tal es el desencanto en las filas del partido de gobierno que cada vez hay más voces urgiendo a Sánchez a que adelante las elecciones. También hay dudas y malestar, aunque sea de la boca para fuera, en los socios de la legislatura, organizaciones tanto de izquierda como de derecha, éstas alejadas de ese calificativo de “progresista” que esgrime el presidente de gobierno.
La habilidad política de Pedro Sánchez es infinita. El escritor Arturo Pérez-Reverte reprodujo en su cuenta en X un viejo comentario suyo en el que había expresado admiración por el dirigente socialista: “...asesino, un pistolero. Es el político más interesante de España y, posiblemente de Europa. Otra cosa es dónde te lleve”.
El reto que plantea Sánchez al PP y Vox, de que acudan cuánto antes al Congreso de los Diputados e introduzcan una moción de censura contra su propio gobierno es una doble jugada: invita a Abascal a que le siga exigiendo a Núñez Feijóo la iniciativa de la censura del presidente, sabedor de que el líder del PP ha rechazado tal acción, y a la vez evita someter su continuidad en el gobierno a una cuestión de confianza, que obligaría a sus socios de gobierno a renovarle su apoyo.
Nada indica que Sánchez ha perdido el respaldo de la variopinta alianza que lo sostiene, pero sus socios de ocasión tampoco quieren subirse a la tribuna de oradores del Congreso para ratificar su confianza en un partido envuelto en un indecente caso de corrupción del que se estima que aún faltan capítulos.