Santorini es por excelencia paradigma de la belleza del mar Egeo. Con dos millones de turistas al año es, después de Mikonos, el destino predilecto en Grecia. Ahora, esta perla volcánica ha lanzado la voz de alarma y quiere poner un techo a las visitas anuales, emulando en cierta manera a las Baleares.
Colas permanentes en carreteras donde carros se entremezclan con motos, camiones y hasta mulas; problemas en el abastecimiento de agua potable o de electricidad, así como en la gestión de los residuos son algunos de los síntomas de la saturación que padece esta isla desde hace años.
Santorini no ha podido hacer frente al crecimiento exponencial del número de habitantes permanentes -desde 6.200 en 1971 hasta 25.000 en la actualidad- y a la llegada de unos dos millones de turistas anuales.
A los problemas naturales que se derivan de la sobredosis de turismo, como la subida astronómica de precios en general y de alquileres en particular, la población padece otras muchas dificultades. No hay suficientes plazas de escuela, faltan médicos y el nuevo hospital ni siquiera puede satisfacer las necesidades de los habitantes.
“Vivimos bajo enorme presión financiera. Todo está mucho más caro que en el resto del país empezando por el precio del gasóleo”, dice Maria Papayanni, directora de un pequeño hotel de la isla.
Papayanni explica que paga 450 euros al mes para un piso sin calefacción y que se siente “privilegiada” porque otros pagan “hasta 800 euros para alojamientos en peor condición”.
Toda esta situación ha llevado al alcalde de la isla, Anastasios Sorsos, a introducir un programa paulatino para poner un tope a los amarres diarios de cruceros, y a pedir al Ministerio de Turismo que declare Santorini turísticamente saturada y al Ministerio de Medio Ambiente a prohibir construcciones fuera de las poblaciones.
Según un estudio de la Universidad de Egeo, el espacio construido en Santorini ha alcanzado 15% de la superficie total mientras que en las demás islas de las Cícladas apenas es de 1%.
Una de las primeras medidas para atajar la situación ha sido limitar el número de cruceros diarios que pueden amarrar en la isla, una iniciativa que ya ha empezado a funcionar a modo de programa piloto y que estará plenamente operativo en 2019.
El objetivo es limitar a 8.000 las llegadas diarias de turistas de crucero -en la temporada alta alcanzan los 18.000-. Esto supone reducir el número a unos cuatro al día en lugar de los siete a ocho actuales.
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