En el cementerio de San Antonio del Táchira dos difuntos se convirtieron en los ayudantes más populares de los habitantes de la frontera.
Sus nombres son Asisclo Rodríguez y Alexis Fernández, conocido como El Pecocito.
Ambos reciben a diario visitas, ofrendas y plegarias de sus devotos. Muchos de ellos vienen desde Cúcuta, otros de San Antonio y Ureña.
El diario colombiano La Opinión reseñó la historia de ambos personajes y por qué tienen tantos seguidores.
Con historias que se mezclan entre la realidad y la fantasía, ambos difuntos congregan una cantidad grande de creyentes.
Jorge Enrique Orduz es uno de los trabajadores más antiguos del cementerio de San Antonio. Él afirma que la capilla más concurrida es la de Asisclo.
A esta ánima le piden favores para recuperar objetos perdidos, carros robados e incluso milagros de sanación.
Su capilla está forrada en el interior por placas con agradecimientos y peticiones. En las paredes ya no entra una ofrenda más de sus devotos.
Estos, a pesar de las historias sobre el personaje, le guardan fe.
Un ladrón hecho santo
Las leyendas locales señalan que Asisclo se dedicaba al contrabando. Solía robar reses en fincas cercanas para ayudar a otros más desfavorecidos.
Es muy apreciado en San Antonio por sus andanzas y lo reconocen como el Robin Hood venezolano.
Asisclo murió en 1972 y su muerte sigue generando misterio hoy en día. Existen varias versiones, pero la más popular es la que reseñó la prensa de la frontera en aquellos años.
Al parecer, Asisclo fue torturado y asesinado debido a sus andanzas. Su cuerpo se encontró en la vía a El Vallado.
Cuando encontraron su cuerpo la escena simulaba un accidente de tránsito y así quedó establecido en su acta de defunción.
Sin embargo, se sabe que un amigo de Asisclo lo buscó en su casa, en Villa del Rosario, para acudir a una reunión en el Hotel Aguas Calientes.
En la vía, al parecer, fueron interceptados por tres hombres. La identidad de los sujetos fue reservada por las autoridades.
Pero, tras varias versiones, la muerte de Asisclo quedó estipulada como sicariato.
“Cuando en el gobierno de Carlos Andrés Pérez, lo detuvieron, lo llevaron para Caracas. No le comprobaron nada, lo soltaron y hay comentarios de que el mismo socio le puso una trampa”, dice el trabajador.
Pero lo cierto es que su funeral fue multitudinario. Su tumba se convirtió en un lugar de peregrinación, porque era una persona querida y apreciada entre la comunidad.
El Pecocito, salvador de los estudiantes
Otra de las tumbas visitadas en este cementerio de la frontera es la de El Pecocito. Cuenta la leyenda que fue un joven que murió tras ahogarse con una espina de pescado.
Al menos así dicen las historias del pueblo. Tras su muerte, su sepultura recibe estudiantes que le piden ayuda para aprobar materias y cursos.
Las peticiones las llevan escritas en hojas de examen o blancas, le ofrecen en ofrenda sus logros a cambio de la ayuda y el éxito académico.
“Ellos vienen y le traen las hojas de examen y los cuadernos y se van contentos porque pasan los exámenes, ellos llegan, ponen las flores, le ponen una moneda y se van contentos”, cuenta Orduz.
El cementerio de San Antonio no escapa a la realidad del país. Es víctima de inseguridad y vandalismo.
Los ladrones suelen robar las lápidas de aluminio para venderlas como chatarra. A la capilla de Asisclo le han sustraído una gran cantidad de placas metálicas.
Los trabajadores del camposanto recomiendan a los devotos llevar las placas elaboradas en plástico.
A pesar de estas dificultades, el cementerio sigue siendo un lugar de esperanza y devoción para los que creen en los milagrosos de la frontera.
Es importante destacar que este cementerio guarda mucha historia, pues allí reposan los restos de los padres del general Juan Vicente Gómez y los de una hija del expresidente Marcos Pérez Jiménez.
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