Una gigantesca olla de sopa preparada sobre trozos de leña es parte del menú que Elvira Alvarado y su familia ofrendan para honrar a San Juan Bautista. También hay pequeños panes en forma de letras que unidos forman su nombre.
Este año la celebración, conocida en varias zonas de Venezuela como la «Parranda de San Juan», adquirió un significado especial ¿La razón? En diciembre de 2021 se convirtió en la octava manifestación cultural de Venezuela reconocida como patrimonio inmaterial por la Unesco.
En las calles de Curiepe, un pueblo de unos 14.000 habitantes ubicado a unos 56 kilómetros de Caracas, hábiles bailarines mueven sus caderas al son de tambores hechos con madera y pieles de venado. A ratos llueven caramelos y granos que son lanzados como símbolos de abundancia y prosperidad.
«Aquí baila hasta el perro». Así lo afirmó sonriente Néstor Blandín, de 64 años, sobre el arraigo por un baile que evoca sus antepasados que llegaron desde África para ser sometidos como esclavos.
El licor también es una parte inseparable de la fiesta, que en el caso de Curiepe dura tres días.
«San Juan para mí es algo grande», comenta Elvira, de 71 años y responsable de transmitir la tradición a su familia, que desde hace 37 años ha recibido la imagen y alimentado a cientos de vecinos, pero este año los organizadores la llevaron a la «casa de la cultura».
«No lo trajeron, pero lo sentimos aquí espiritualmente», se consuela Elvira, rodeada de vecinos que hacen fila por una taza de sopa. Hay un plato para todo el que llegue.
Un pan especial en honor a San Juan Bautista
Además de la sopa y las bebidas, Elvira reparte panes que son considerados «milagrosos» por los creyentes. En la entrada de su casa está colgado el nombre de San Juan Bautista hecho con harina de trigo.
«Las letras de pan son llevadas a la iglesia para bendecirlas, dicen que si un niño no habla, al comer la letra (de pan) le viene ese don», apunta Elvira.
El ciclo de fiestas en torno a la veneración y el culto a San Juan Bautista, que mezcla el culto católico y las tradiciones de los esclavos de origen africano, existe desde hace 300 años.
Se vive año tras año en Aragua, Carabobo, Miranda, Yaracuy, Vargas y Caracas. En esas entidades se congregan decenas de sanjuaneros al son de tambores.
Abrasada por un sol radiante, Ada Acosta, de 70 años, caminó con una de sus hijas en la procesión que sigue a la misa.
«Malembe, malembe, no má'», cantaba a coro con un grupo que cargaba la imagen. La frase recuerda el clamor de los esclavos que eran sometidos a tratos crueles y trabajos forzosos.
Cuando se enteró de que la parranda de San Juan Bautista fue reconocida por la Unesco como patrimonio, dice que sintió una alegría inmensa, «como si no tocara la tierra».
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