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Crónica de una maracucha aterrorizada por el desgobierno

por Avatar EL NACIONAL WEB

Las noches sin electricidad me aterran. El silencio sepulcral me aturde, resuena en mis oídos como el sonido más ensordecedor que haya escuchado en años. El reloj parece no avanzar. Por más que intente dormir se me hace cuesta arriba. Hasta el mínimo ruido retumba en la inmensidad oscura, desde un pito que alerta por los extraños que merodean por la zona, hasta el motor de las tan temidas motos desplazándose por la avenida.

El terror y la incertidumbre me agotan y consumen. No solo lidiamos con las más de 60 horas que vivimos sin luz en Maracaibo, con la falta de agua, de gas y con la angustia de que se dañe la poca comida que hay en las neveras, sino hay que vivir con la angustia de que se vuelva a repetir la oleada de saqueos que ocurrieron durante el apagón nacional que se registró hace dos semanas y que arrasó con 500 comercios solo en Maracaibo. La delincuencia está desatada en el municipio.

La marginalidad que vivimos nos arrastra al abismo. Hemos retrocedido décadas en cuanto a calidad de vida se refiere.

Estamos agotados, desgastados y anímicamente vapuleados. No nos da tiempo para nada más que sea sobrevivir día a día, porque es que en Maracaibo aún no nos recuperamos del primer apagón cuando batallamos contra el segundo. Ya antes se hizo cotidiano que estemos sin servicio eléctrico entre 12 y 15 horas diarias, aunque el resto del día no es normal tampoco por las constantes fluctuaciones.

Nadie fuera de nuestras fronteras entiende cómo podemos vivir así, y es lógico porque esto no es vivir.

Y al caer la noche empieza el terror psicológico: a las 7:00 pm nos encerramos en las casas. La bulla del silencio comienza a hacerse más profunda, la mente no para, la angustia comienza a hacerse de nosotros, nos aferramos a lo único que tenemos y siempre nos acompaña, a Dios. Así pasan los segundos, los minutos y las horas, hasta que finalmente llega el amanecer.

Somos sobrevivientes de esta tragedia y por muy fuertes que sean los vientos nos mantenemos firmes.

Estamos cansados. Nos tienen agotados física y mentalmente, pero nunca podrán con  nuestras convicciones y ganas de cambiar el presente y forjar un mejor futuro. Con cada noche sin electricidad, en medio del terror y la incertidumbre, ratifico que por más oscura que sea la noche, siempre, siempre llega el amanecer.