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Zulianos inolvidables: Antonio Borjas Romero

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Por LEÓN SARCOS

A Ana Maríay a María Antonieta Borjas Rodríguez

De Pela el ojo, humilde caserío localizado en el municipio Santa Rita del estado Zulia, a la universidad Johns Hopkins, en Baltimore, Maryland, y de humilde pescador de orilla a gran rector de la democracia. Antonio Borjas Romero, médico de profesión, no tiene parangón entre los rectores de La Universidad de Zulia (LUZ) en la era democrática; sobresale en su historia como el gran arquitecto de lo que será a partir de 1958, académica y administrativamente, nuestra alma mater.

Es de esos personajes varius múltiplex, de los que amaba la escritora Marguerite Yourcenar, porque llevó una vida tan fascinante, intensa y diversificada que seduce a los amantes de las biografías. Su existencia es un torbellino siempre lleno de desafíos, de riesgos, de dolores y alegrías, de accidentes, aventuras y desventuras. Desde que nace hasta que lo duro y exigente de su genuino proceso vital va tensando su naturaleza, su carácter, su personalidad, y logra hacerlo un ser humano único, distinguido, especial, de alma grande y espíritu de guerrero invencible.

Una infancia dickensiana

Nace Antonio Borjas Romero el 4 de agosto de 1913, en el caserío Pela el ojo, nombre emblemático que advirtió al infante que debía vivir alerta para defenderse de la orfandad y de los peligros que acechaban a una indefensa criatura, solitaria y rebelde desde que tuvo conciencia de ser. Vino al mundo el mismo año y con la misma luz, cosa del destino, que el eminente científico venezolano Jacinto Convit, en tiempos en que Juan Vicente Gómez gobernaba el país con mano de hierro.

Antes de los cinco pierde a su madre, María Concepción Romero, e inmediatamente después es abandonado por su padre, Elías Borjas, para quedar en manos de su abuela, Carmela Urribarrí, ciega de un ojo, y una tía muda, Teresa Urribarrí, que será su paño de lágrimas, ángel de la guarda y la sustituta temporal de su madre. No hay momentos entre los cinco y los dieciocho que no sean de un recio combate por la sobrevivencia en diferentes, exigentes, y extenuantes oficios que le hacen decir sin resentimientos en su retiro: Mi infancia fue solitaria, de padecimientos; puedo afirmar que en mis primeros años llevé una vida paupérrima.

Su infancia sería muy dura, dickensiana, con rasgos de episodios vividos por algunos personajes creados por el gran escritor inglés, que lejos de doblegarlo socialmente lograron empinarlo sobre las dificultades, foguearlo en el combate sano por la vida y ganarlo, disciplinarlo y moldear su carácter y su personalidad para nobles propósitos. Como los grandes artistas a través de la historia, transformó a fuerza de conciencia e inteligencia su tragedia y avatares en grandeza.

Trabajó apenas quedó huérfano, pues tuvo que hacerse cargo del sustento de su abuela y de su tía; para ello se hizo pescador de orilla, cazador de palomitas y de iguanas que le permitieron la sobrevivencia los primeros años en el caserío. A los diez realizaba todo tipo de faenas que se le presentaran; entre otras hizo de caletero, cargando pesados bultos por tres reales a partir de la madrugada, desde las piraguas en la orilla hasta la Bodega La Pioja. Antonio sonreía cuando recordaba una de las anécdotas en ese desempeño:

En una ocasión me colocaron un bulto tan pesado en la cabeza que me impedía hablar. Al llegar, cuando lo bajaron, me di cuenta de que no podía hacerlo, ni gritar tampoco; estaba trabado, sufría una compresión de la laringe producida por el peso excesivo.

Sus correrías de niño en la orfandad le hicieron inventar terribles travesuras, que le ganaron el epíteto, nada distinguido para un infante, de El Bandido de La Rita. Esa es la razón por la que a los doce lo envían a vivir con otra tía, Leonor Romero Freitas, en Cabimas, en el sector Ambrosio, donde le tocó realizar oficios diversos: mandadero, vendedor de arepas, empanadas, cocadas y gofios; y a su vez ayudante en pequeñas tiendas, vendiendo o en tareas que le asignara el dueño.

A los quince, su padre volvió del sur del lago y montó un botiquín al que bautizó Bar Inglaterra, donde Antonio debutaría como barman. Pronto se independiza y se va a trabajar en una bodega del sector La Rosa. A esa edad lucía muy atractivo para las mujeres; era alto, blanco, fuerte y bien parecido, a lo que se agregaba la brida mongólica, que le ponía un toque de encanto a sus ojos; es cuando empieza a recibir el trato preferencial de una de las dueñas del Bar Majestic, Elena, de nacionalidad italiana, quien compartía la propiedad con otra de nacionalidad francesa; ambas hermosas, cuidadas y muy femeninas. El Majestic se convirtió en el bar más concurrido por los ejecutivos y trabajadores de las compañías petroleras en La Costa Oriental de Lago hacia finales de los años veinte, en pleno auge de la explotación petrolera.

Una educación a salto de mata

Su educación primaria y secundaria sería muy irregular, hecha a salto de mata, sin planificación y sin previsión alguna y de alto costo emotivo, para lograr a fuerza de palmeta la conciencia y el tesón necesarios que le darían la responsabilidad y la disciplina para superar esa vida de Oliver Twist tropical y las facultades y la voluntad para cursar, también con mucho esfuerzo y sacrificio, la carrera de Medicina.

La vida sin orientación y a la libre que lleva en su infancia hace que empiece tardíamente en la escuela del caserío a los nueve, y que se gradúe de bachiller a los veinticuatro, esta vez eximido junto a los bachilleres Antonio José Pirela, Jesús Ángel Paz Galarraga, Ana María Rodríguez y María Concepción Rincón. El maestro Jesús Enrique Lossada, quien preside el Concejo Municipal del Distrito Maracaibo, le otorga una beca de ciento veinte bolívares a cada uno.

En mi caso —confiesa Borjas—, papá Emiro, Víctor Emiro Montero, casado con Rosa Rosario Romero de Montero, mis segundos padres, a quienes adoré, me [la] complementaban con una cantidad similar que todavía resultaba insuficiente y me obligaba a matar tigres.

En adelante comenzará su ascenso al estrellato. Destaca como estudiante en la carrera de Medicina. Para graduarse, los dos últimos años de estudio casi los vive en el hospital. Se desempeña como asistente del servicio de cirugía No. 1-B del Hospital Vargas de Caracas(1940-1942) bajo la dirección del doctor Miguel Pérez Carreño. De Pérez Carreño dirá Borjas: —Excelente cirujano: ¡mi gran maestro! A partir de 1942 se desempeñó como interno del Hospital Carlos Bello. Después trabajó como monitor del servicio del Vargas hasta 1943.

A los treinta años, fruto de su inteligencia, dedicación y muchos desvelos, recibirá el título de doctor en Ciencias Médicas de manos del rector Rafael Pizani, en la Universidad Central de Venezuela, como miembro de la Promoción Dr. Luis Razetti, el 27 de septiembre de 1943, junto a sus dos amigos del alma, Jesús Ángel Paz Galarraga y Ana María Rodríguez, la primera mujer médico del Zulia, con quien tres años más tarde, el 22 de febrero de 1946, contraerá nupcias y de cuya unión nacen Ana María Borjas Rodríguez, arquitecta de profesión, y María Antonieta Borjas Rodríguez, socióloga.

A Borjas Romero le brillaban los ojos de satisfacción cuando venía a su memoria el comentario que su querido profesor Pérez Carreño les hizo a sus compañeros de sexto año cuando terminaron las clases: Antonio tiene las buenas costumbres de ustedes, es inteligente y estudioso, pero ha sabido apartar sus defectos.

Un cirujano con corazón de león

Su ascenso en la profesión, gracias a su talento y disposición al servicio, sería meteórico desde que, recién graduado de médico cirujano, se establece en Maracaibo, el primero de octubre de 1943, como adjunto al servicio de cirugía del Hospital Quirúrgico y de Maternidad. Su destacado desempeño le gana a partir de 1951 el cargo de jefe del servicio de cirugía integrado del mismo hospital. Ese mismo año ingresa como jefe de Trabajos Prácticos de Anatomía en la Facultad de Medicina, lo que le acreditó con la categoría de instructor en la cátedra de Anatomía en el primer año de la carrera.

Fue un cirujano ejemplar, de una entrega total a la profesión, con una fortaleza propia de titanes y un desprendimiento y abnegación franciscana en el servicio que le ganaron gran autoridad y prestigio. No solo era un excelente cirujano al intervenir quirúrgicamente a sus pacientes, sino que también resultaban impecables sus diagnósticos, que a menudo emitía temerariamente, a riesgo de equivocarse, y terminaba demostrando después de haber realizado la operación exitosamente.

Gracias a esas facultades, el tres de febrero de 1953 es electo presidente del Capítulo Zuliano de la Sociedad Venezolana de Cirugía y reelecto por unanimidad en 1954. Ese año decide con recursos propios continuar su formación, y parte a los Estados Unidos a cursos de especialización en cirugías del corazón y de las grandes arterias, que en ese entonces no se practicaban en el país. Estuvo más de un año en Baltimore, asistió como observador en el Hospital Johns Hopkins, con el eminente profesor Blaclok, y realizó además un curso de cirugía ginecológica organizado en el mismo hospital a cargo del profesor Te Linde’S. Fue también asistente al Departamento de Cirugía experimental del Sinaí Hospital, al lado del profesor Goldman.

Terminado el curso en el exterior, regresa al país a fines de 1956, trayendo consigo por primera vez a América Latina la bomba de circulación extracorpórea, o corazón-pulmón artificial, la cual cedió a la Universidad del Zulia. Por contar con la máquina, se pudieron iniciar en el país operaciones de corazón abierto, primero con carácter experimental.

Hay un episodio en la vida del doctor Antonio Borjas Romero que expresa la pasión y la devoción por su oficio como cirujano; por ello, merece ser compartido y exaltado para las nuevas generaciones de médicos y servidores públicos: los miércoles era su día quirúrgico y se programaba la realización de 15 intervenciones en pacientes del servicio de insolventes del hospital. Según el reglamento, quien operaba en su día quirúrgico debía permanecer de guardia.

En una oportunidad, concluidas las quince operaciones, se presentaron durante la guardia siete casos de emergencia, de los cuales tres o cuatro eran de alta cirugía. Borjas Romero continuó en el pabellón y estuvo operando más de 24 horas. La última operación fue la del guajiro Orosimbo González, que había sido baleado. En este caso debió practicar varias suturas intestinales. Cuando realizaba la extirpación renal, se percató de que algo le sucedía y solicitó a otro cirujano para anudar la arteria renal. Estaba súper agotado, se mareó, se apoyó en la cama; agarrado de la sabana se dejó correr hasta el piso y allí quedó sentado.

En una inspección durante la guardia, el Dr. José Domingo Leonardi, director del hospital, le había dicho: Termina, para sentar récord de 22 operaciones continuas. Pero le resultó imposible, debido al agotamiento. Llegó el cirujano que terminó las suturas y Borjas fue enviado a su casa en una ambulancia para un merecido descanso. Cuando descubrí este heroico episodio de su vida profesional comprendí por qué repetía casi como un mantra las cuatro condiciones imprescindibles en un gran cirujano: pies de plomo, ojos de águila, manos de seda y corazón de león. Dios le regaló a Borjas ese corazón y su colega Américo Negrette dijo que no le cabía en el pecho y era de oro.

El rector de la democracia

La buena fama se gana con temple, trabajo, dedicación y entrega, y Borjas Romero, al contrario del dicho popular, no se acostó a dormir después de haberla ganado. Ya había logrado relevancia como profesor universitario, médico cirujano distinguido y haciendo aportes en el campo de la cirugía cardiovascular cuando fue electo en una plancha única para presidir la directiva del Colegio de Médicos del Estado Zulia, en el periodo 1957-1958, apoyado en la consigna: laboraremos para lograr la unificación del gremio médico con respecto a sus intereses específicos.

Es en el seno de esa comunidad gremial en donde —en coordinación con el Colegio Médico de Caracas, representado por Pedro Pino Rosales y Hugo Parra León— se redacta para ser suscrito por la directiva del Colegio Médico del Zulia el manifiesto de repudio a la dictadura el 20 de enero de 1958, divulgado rápidamente gracias a la actividad ciudadana de estudiantes, profesores y mucha gente del pueblo deseosa de liberar a Venezuela de la dictadura.

Borjas Romero es el único al que la Seguridad Nacional detiene de manera preventiva al día siguiente, argumentando conspiración para soliviantar a la población. Pasa dos días detenido en los que puede constatar maltratos y torturas a los presos y por igual recibe injurias, insolencias y malos tratos de militares de rango superior que tratan de minarle la moral, a excepción del subdirector, Atilio Medina Maduro, quien había sido su paciente y se muestra respetuoso y considerado con su cirujano.

La agitación en el país se ha desatado y la insurrección popular estalla el 23 de enero. Todo el pueblo está en las calles; el tirano se ha marchado en la Vaca Sagrada; la democracia definitivamente ha llegado. Cuando es liberado del Cuartel el Libertador por manifestantes emocionados, principalmente estudiantes y profesores entre gritos, consignas libertarias y expresiones de solidaridad, escucha una frase que será premonitoria: Y ahora… a la rectoría de la universidad…

El equipo rectoral inicial, nombrado por la junta de gobierno que presidía el contralmirante Wolfang Larrazábal Ugueto, estuvo integrado por el doctor Antonio Borjas Romero, como rector, designado el 12 de febrero de 1958 y electo el 17 de octubre de 1959 en elecciones universitarias; el vicerrector académico designado fue el ingeniero Rafael Díaz Cerrada, y secretario el doctor Humberto La Roche; en las mismas elecciones en que Borjas es ratificado por el claustro universitario, es electo como viceacadémico el doctor Hercolino Adrianza y es confirmado el doctor Humberto La Roche, en el cargo de secretario.

La gestión del rector Borjas Romero puede ser considerada sin lugar a dudas la más prolífica en la historia de La Universidad del Zulia, debido principalmente a la posesión y crecimiento organizado de la planta física. La universidad no tenía sede propia cuando empezó a funcionar luego de la reapertura en 1946. En segundo lugar, debido a la diversificación que se hizo en la oferta de carreras profesionales y la multiplicación de los institutos para la investigación y los centros de estudios. Y en tercer lugar, La Universidad del Zulia creó la infraestructura técnica para el soporte académico y administrativo, y se consolidó como institución garante de la asistencia social y los beneficios laborales de todos los recursos humanos que conformaban la gran familia universitaria.

Sus realizaciones estuvieron marcadas por su capacidad de liderazgo para lograr la ejecución de sus proyectos; por su participación como representante del Zulia ante el Congreso nacional, electo en las planchas del partido de gobierno, Acción Democrática; y por sus magníficas relaciones con representantes de la banca y la empresa privada, especialmente del sector petrolero y el alto gobierno.

Una universidad para la libertad y el saber

Lo primero —cuenta Borjas— era trazar una estrategia en varias direcciones, que garantizara un buen inicio y la consolidación de la universidad en democracia.

La universidad no tenía terrenos donde funcionar; era necesario obtenerlos lo antes posible para posibilitar el funcionamiento y ampliación de la institución. Sin tiempo que perder, se fue a Caracas y él mismo cuenta:

Me puse a cazar al presidente de la junta provisional de gobierno, contralmirante Wolfang Larrazábal Ugueto, el día preciso y a la hora indicada, y permanecí tranquilo oyendo la exposición sobre carreteras. Cuando terminó la reunión y se levantó para irse, entonces yo aproveché para decirle:

—¡Contralmirante, falta La Universidad del Zulia!

 —¿Y qué quiere la Chinita?

—La Chinita lo que quiere es brindarle a usted la oportunidad de pasar a la historia de La Universidad del Zulia en letras de oro… cuando apruebe el decreto de expropiación de las tierras para 500 años de crecimiento de nuestra universidad.

Le expliqué brevemente el alcance del proyecto al presidente y este, sin leerlo, me dice:

—Vamos a Miraflores.

Al llegar a palacio, llamó al ministro de Educación, Rafael Pizani, y le dio el paquete, instruyéndole:

—Que esto salga en la Gaceta, esta noche.

Borjas Romero esperó pacientemente en la Imprenta Nacional hasta la una de la madrugada, cuando quedó impreso el Decreto No 843, de fecha 19 de agosto de 1958, en la Gaceta Oficial de la República de Venezuela No. 25.737 de la misma fecha, en donde se declaran de utilidad pública 800 hectáreas de tierra de lo que habrá de ser la Zona Universitaria de Maracaibo, en límites comprendidos en Jurisdicción del Municipio Coquivacoa, distrito Maracaibo del Estado Zulia. Eran nada menos que 800 hectáreas, confiesa con un gesto que rememora la alegría de aquel momento el rector Borjas. Para darle organicidad a ese crecimiento se creó la Junta de Planificación Universitaria en 1960, presidida por el mismo rector y coordinada por el doctor Miguel Casas Armengol.

En segundo término, había que ampliar las diferentes funciones en las facultades existentes; fomentar nuevas opciones de estudio creando nuevas facultades y escuelas con sus centros e institutos de investigación. Teníamos que incentivar la investigación. Una universidad no lo es hasta que sus investigadores comienzan a consagrarla; porque sin investigación no hay universidad.

Por otro lado, necesitábamos poner a funcionar los servicios docentes y estudiantiles para evitar la fuga de estudiantes y profesores a Mérida y Caracas.

Durante la gestión del rector Borjas Romero se crearon cinco facultades: Ciencias Económicas y Sociales (30 de septiembre de 1958); Agronomía (15 de octubre de 1959); Humanidades y Educación (24 de octubre de 1959); Escuela de Arquitectura (1962); transformación de la escuela en facultad (30 de enero de 1963); y Veterinaria (Acuerdo del Consejo Universitario, el 22 de julio de 1964). Para 1967, fecha en que el rector Borjas Romero hace entrega del rectorado, la universidad contaba con nueve facultades, quince escuelas, tres departamentos, ocho institutos de investigación y trece centros de estudio. La había recibido sin sede propia. Tenía entonces solo cuatro facultades y una escuela.

En tercer lugar, tenía que crearse la infraestructura académica, administrativa y gremial que le permitiera a la universidad gerenciar recursos financieros y humanos de acuerdo con la modernidad, y a sus miembros gozar de las garantías sociales y laborales que proporcionan las organizaciones gremiales con todas sus prerrogativas y obligaciones.

Nacen así, inspirados en este objetivo, la unidad de Planificación Administrativa y la Oficina de Personal; la Oficina de Contraloría Interna; la Asociación de Profesores; la Asociación de Empleados; el Sindicato de Obreros; el Consejo de Desarrollo Científico Humanístico; la Editorial Universitaria; el Consejo de Fomento; la sección de construcción y mantenimiento; la Comisión Electoral.

Por otra parte, quedarían establecidos el año sabático, el seguro colectivo de vida, las cajas de ahorro para el personal docente y administrativo, el contrato colectivo para personal obrero, los premios Summa Cum Laude y Máxima Calificación para alumnos destacados, las siglas de la Universidad del Zulia (LUZ) y la Asociación Venezolana de Amigos de LUZ. Se crearon las extensiones de LUZ en Punto Fijo y en la Costa Oriental del Lago, en Cabimas.

Al César lo que es del del César

Entre más de cincuenta distinciones recibidas durante sus diez años como rector al frente de LUZ, destacan la orden Andrés Bello en su primera clase, entregada por el presidente Rómulo Betancourt en 1961; la orden del Libertador en el grado de Comendador, otorgada por el presidente Raúl Leoni en 1966; la orden al Mérito Universitario en Primera Clase, 11 de septiembre y 1º de octubre, otorgada por el Consejo Universitario de LUZ en 1966; la orden Ciudad de Maracaibo en primera clase, concedida por el Concejo Municipal del Distrito Maracaibo.

Antonio Borjas Romero no fue el clásico académico de formación humanista y científica convencional, educado como muchos a la luz del pensamiento de los grandes maestros, filósofos, literatos e historiadores de la antigua Grecia, donde nace la cultura occidental. ¡No! Borjas Romero es un huérfano que se va haciendo él mismo en su encuentro con la naturaleza y la sociedad y los mil monstruos que tiene que enfrentar, vencer y disciplinar, sin orientación y sin mentores, en la infancia y la adolescencia, hasta hacerse por sí mismo, y después de muchos aprendizajes sin escuela y muchos dolores, dueño de su propio destino cuando comienza su adultez.

Es allí donde radica su grandeza como ser humano, en ese contraste, entre cómo sobrevive al abandono y la miseria los primeros años de su vida, y cómo después, a fuerza de tesón, conciencia e inteligencia, se gana el derecho a la gloria para servir y ser útil a pesar de todas las vicisitudes para ser.

Antonio Borjas Romero, más que un académico de carrera, fue el gran armador, el gran constructor. Solo un hombre de su temple, talla moral y ética pudo erigir tan rápido y con una factura tan sólida una embarcación de tal belleza, dimensión y calado, y ser a su vez el gran primer capitán para dejar ya puesta a prueba a nuestra querida alma mater para navegar hacia el poniente. Fue un hombre que el destino hizo a la medida para los tiempos difíciles que le tocó sortear al frente de la universidad y levantar una obra imperecedera en el tiempo para garantizar el futuro de incontables generaciones.

De allí la innumerable cantidad de reconocimientos: el 11 de septiembre de 1986, la Universidad del Zulia celebró el cuadragésimo aniversario de su reapertura honrándolo al denominar la Ciudad Universitaria de Maracaibo con su nombre: Antonio Borjas Romero. También una parroquia en el distrito Maracaibo fue bautizada con su nombre.

Cuando su pueblo natal de Santa Rita le ofreció uno de los honores más significativos que jamás se le hayan rendido, bautizando con su nombre la calle más importante del caserío que lo vio nacer, Borjas dijo en su agradecimiento: La historia de pueblos como este es producto del temple de sus hijos.

Otro gran rector, el doctor Humberto la Roche, en el prólogo de El rector eterno, libro de Diana Bohórquez que nos sirvió de fuente principal para este breve ensayo, escribió: Como en la moraleja de Ramiro Maeztu, él vive y vivirá, viejo roble que vela enhiesto por el pueblo que lo vio nacer, por su región, por su universidad…

Los universitarios y la sociedad a la que sirvió con devoción única, al final de su larga y dilatada trayectoria lo llamó en justicia: Rector Eterno. Falleció un 9 de septiembre de 1992 en Maracaibo, ciudad de sus desvelos.

En su despedida como rector de La Universidad del Zulia nos dejó, junto con su credo, este reconocimiento a quienes imparten docencia: Ser profesor universitario es, en mi criterio, el título más relevante y digno de cuantos confiere la universidad.