Apóyanos

Ya él fue aquel poeta sin río

El pasado 19 de octubre Eugenio Montejo hubiera cumplido 80 años. El 5 de junio cumplió una década de fallecido. “Alfabeto del mundo”, homenaje a su vida, se celebró en La Poeteca, en las voces de Gabriela Kizer, Rafael Castillo Zapata, Alejandro Sebastiani Verlezza, Graciela Yáñez Vicentini y Hernán Zamora, de quien ofrecemos su ensayo para la ocasión

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Por HERNÁN ZAMORA

Bido trañar” quizás diría el filósofo de Puerto Malo, en un intento por movernos a pensar que estamos aquí y ahora acompañados por aquel otro Eugenio Montejo, quien vendrá luego de haber llegado hasta cada uno de nosotros, traído en las brisas que suavemente escribían caligramas salvajes entre las malezas que contemplan la lluvia de su voz; acercándose desde cada lado del camino que su padre desandaba, una y otra vez, desde Güigüe, hecho río, hasta aquí.

Y percibiremos de nuevo su voz, grave y umbrosa, como la tierra que le abandonó hace dos días o dos lustros, quién sabe. Esa tierra que nombró a tientas, solitario; pero no, no solitario; la nombró tomando en mano a su silenciosa compañera, la lámpara; su pequeño trozo de fulgor; titilantes en medio de una ciudad que ha ido anocheciendo hasta el punto en que, eso, noche y ciudad, ya no son sino una única y misma cosa: oscuridad de voces que no se encuentran, aunque se repiten y repiten eternamente como gritos de pájaros que ya no saben qué fueron, que ya no saben qué son.

Y escribe Eugenio en la primera página de una Liebre libre: “A Hernán Zamora, este libro que ya tiene veinte años”. Y Algunas palabras se quedan sobre la mesa Da Gaeta, entre tener y el número que conmemora; cayendo como gotas de recuerdos condensadas sobre el anochecido ámbar de la cerveza que nunca se termina; mientras él habla del Ávila y lo dibuja en el aire con arabescos de sus manos y lo prende en nuestros horizontes con sus palabras, algunas “francas, fuertes, amarillas / otras redondas, lisas, de madera”; y nos cuenta y nos pregunta, y conversa y nos escucha, sin que ya nada podamos saber sino solo aquellas voces que resuenan adentro, en la calle Quito, entre caobos que sueñan con la lluvia.

La última vez que nos vimos caminaba por Los Palos Grandes, ¿o quizás fue en Templo Interno? Quizás no lo vi yo sino mi sombra, o alguna de mis sombras; o las sombras de Alexis, o de Arturo, o de Henry; o algunas de las sombras de Montejo y ya no lo recuerdo. Caviloso caminaba, recordando a Adela y a José, a Verónica y a Luis; recordando la dorada arena caída de su Rey Ricardo. Se iban con él sus amigos, tanteando historias de Troya, Nínive, Lisboa; contemplando barcos que zarpaban hacia Islandia desde el Orinoco; aplaudiendo desde un puente del Támesis a un coro de ranas en San Diego. Lo vi. Pero no sé si era Eugenio o era Rembrandt; no recuerdo si al saludarlo desde lejos él era Emilio o era Ucello. Solo recuerdo un caballo de arena dando vueltas tras sí mismo; un antiguo corcel que se alejaba, al suave trote de palabras que decían adiós, como nieve cayendo sobre Caracas.

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(Breve ensayo escrito para corresponder a la invitación a participar en un homenaje a Eugenio Montejo, en conmemoración de los diez años de su fallecimiento, convocado por la Fundación La Poeteca, realizado el sábado 23 de junio de 2018).

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