Por SAMUEL ROTTER
¿Te confundirás entonces con un árbol o un animal
porque los ves y existes con ellos en el mundo?
¿Debes, por tanto, ser tus pensamientos
porque habitas el mismo mundo con ellos?
-Carl Jung, Liber Primus
En tiempos de cuarentena me he encontrado cada vez más inmerso en mis pensamientos. La falta de rutina establecida, de contacto social y la ansiedad generada por eventos que trascienden mi control, me han forzado a estar conmigo mismo como nunca antes. Así que me he estado cuestionando sobre la naturaleza del pensamiento. ¿Existen diferentes modos de pensar? ¿Estoy en control de lo que pienso? ¿Por qué pienso lo que pienso? En algunos casos pienso de manera activa, pero durante la mayoría del tiempo pareciera que lo hago orgánicamente, sin ningún esfuerzo aparente. Lo poco que sé es que los humanos lo hemos codificado en palabras. Tal vez pueda llegar a sentir de una manera abstracta no lingüística, pero mi entendimiento de esa emoción o sentimiento debe ser procesado vía un lenguaje compuesto por las mismas palabras que usamos en nuestro día a día de manera natural, casi nunca deteniéndonos a preguntarnos la definición de ésta o si la utilizamos en el contexto adecuado.
Somos seres extraordinarios en cuanto se trata de lenguaje, capaces de comunicarnos con miles de palabras en casi infinitos contextos, sin la necesidad de detenernos a desmantelar los componentes de una oración. El entendimiento, al parecer, es casi inmediato, siempre y cuando el receptor conozca las palabras utilizadas. Y creemos que esto se debe, conforme a filósofos como Ludwig Wittgenstein, a la suposición de que subconscientemente conocemos la definición de cada palabra que utilizamos, y de que si alguien nos llegase a preguntar su significado, podemos responder sin mayor impedimento. ¿Pero qué pasaría si nos dijeran que en realidad no tenemos un entendimiento real acerca de lo que es el lenguaje, y por lo tanto, del pensamiento? ¿Cuándo consideramos que estamos pensando concretamente? Deberíamos poder responder esto fácilmente; después de todo, utilizamos la palabra desde la infancia. Pero a la hora de tener que responder esa pregunta, tan sencilla y básica, no nos sentimos tan cómodos. Utilicemos como ejemplo la palabra sentir. Hagamos una lista en la que anotamos los diferentes contextos en los que podemos utilizarla. Sería, probablemente, bastante larga y compleja, en la que resultaría imposible determinar un significado absoluto capaz de ser suplantado por la palabra en cada una de esas instancias.
Wittgenstein sentía una gran preocupación acerca de esta suposición de significados. Durante más de treinta años de estudios, abordó una serie de enigmas filosóficos, destacándose su interés por resolver dudas que han prevalecido desde la antigüedad; preguntas que, como el pensar, parecen tener respuestas sencillas y obvias, pero que una vez analizadas de cerca, se vuelven más abstractas, complejas y paradójicas. En su caso, decidió abordar estas cuestiones existenciales a través del lenguaje y las matemáticas, convencido de que realmente no existen problemas filosóficos sino problemas lingüísticos, los cuales, en su gran mayoría, son malinterpretados por los filósofos y conducen a esferas de pura especulación.
Aunque una persona cualquiera pueda llegar a tener un vocabulario de unas setenta mil palabras, Wittgenstein argumenta que en su gran mayoría no poseen un significado metafísico capaz de abarcar todas las instancias en las que una persona las utiliza; es decir, un rasgo esencial y común, capaz de justificar el uso de la palabra dentro del contexto de la frase. Pero dado que sería imposible analizar todas las palabras del diccionario, decide utilizar algunas específicas, para así desmantelar la noción de un lenguaje metafísico. Un ejemplo muy famoso que nos aporta en sus Investigaciones filosóficas es el de la palabra pensar, donde se dedica a explorar su uso, a qué exactamente corresponde, y cómo puede aportarnos un gran valor terapéutico a nuestras divagaciones filosóficas.
Los juegos del lenguaje
En sus Investigaciones filosóficas, Wittgenstein abre la sección 316 así: «Para esclarecer el significado de la palabra pensar nos observamos a nosotros mismos mientras pensamos; lo que observemos será el significado de la palabra —pero este concepto no se utiliza de esta manera» (Wittgenstein, 111)—. Con este comentario ya nos está señalando que en relación con el lenguaje nada es tan directo como parece. No puedo definir algo porque lo practico o forma parte de mi vida. Eso se debe a que, si limitamos nuestra definición de pensar a exclusivamente esa actividad, inevitablemente tuviésemos que descalificar todas las otras instancias en las que utilizamos esa palabra. No es lo mismo decir «Pienso en ti todos los días» a decir «Pienso que estás tomando la decisión equivocada» o «No pienso ir a clase». Claramente una hace referencia a un proceso mental en el que se le dedican pensamientos a una persona, la otra hace referencia a una conclusión u opinión en relación con un tema y la última denota una intención. Pero aun así, lo que resulta interesante es que entendemos perfectamente cada instancia sin necesidad de esclarecer el significado concreto de pensar en cada oración.
Estas instancias, ambiguas, arbitrarias y comunes, le resultan de mucho interés a Wittgenstein y las denomina juegos de lenguaje. Este término será clave en su trabajo y probará tener un gran impacto en sus teorías. Tal vez su ejemplo más famoso es el de la palabra juego. ¿Cómo pudiésemos definir juego? ¿Qué similitud existe en la palabra juego cuando decimos «deja de jugar con mis emociones», «voy a jugar ajedrez», «voy a jugar a rebotar la pelota», «déjate de juegos» o «es un juego de palabras». Es una palabra tan difícil de definir que en el DRAE existen más de diecinueve entradas intentando abordar todas sus instancias y aun así fracasa; una prueba más de que las palabras no tienen cualidades metafísicas y que sus significados están ligados íntimamente al juego de lenguaje en los cuales operan. Y son precisamente estos juegos los que nuestra mente reconoce, incluso por encima del significado individual de cada palabra. Esto se debe al hecho de que el lenguaje está para relacionarnos con otros, y por lo tanto, existe un entendimiento tácito y común acerca de lo que realmente se refiere. Cuando decimos «no juegues conmigo» sabemos que en realidad estamos diciendo «No manipules mis emociones conscientemente» al igual que cuando decimos «es un juego de palabras» sabemos que hace referencia a un arreglo de palabras que produce una doble significación o una alteración rítmica de manera consciente.
¿Por qué resulta tan revolucionaria esta visión del lenguaje que nos aporta Wittgenstein? Porque hasta ese entonces la filosofía del lenguaje, continuando la trayectoria platónica de San Agustín, aseguraba que, en efecto, el lenguaje sí era metafísico y provenía de una esfera de verdad absoluta (teoría de las formas), idea que incluso fue reforzada por el surgimiento de la ciencia moderna y el deseo de filósofos de abordar su área de estudio de la misma manera que un físico aborda las leyes de la física. Este tipo de aproximación, argumenta Wittgenstein, proviene de la renuencia de admitir que no existe una verdad obtenible detrás del lenguaje, aludiendo también al ensayo de Nietzsche titulado Sobre verdad y mentira en sentido extramoral.
A diferencia de las ciencias, que son capaces de trabajar con fenómenos verificables y desarrollar leyes universales, las palabras revelan algo denominado semejanzas familiares dentro de sus usos y no están ligados a un solo uso o significado. En sus escritos, Wittgenstein nos ofrece una descripción de este concepto, utilizando la imagen de fibra siendo hilada sobre más capas de fibra. «La fortaleza del hilo no reside en el hecho que una sola fibra cubre toda su longitud, sino en la superposición de varias fibras» (Wittgenstein, 36). En este caso, cada fibra es un uso que le damos a una palabra en nuestro día a día. Interesante sería poder ilustrar la abstracta telaraña de hilos residiendo en el fondo de nuestra mente, una biblioteca masiva de significados, accesible en nanosegundos por un ser que también guarda un gran manantial de recuerdos, complejos y traumas, todos alrededor de un Yo existiendo en el presente, un segundo y un pensamiento a la vez.
El lenguaje es el vehículo de mis pensamientos
«Cuando pienso en palabras, no tengo significados en mi mente más allá de la expresión verbal, el lenguaje mismo es el vehículo de mis pensamientos» (Wittgenstein, 113). Este enunciado, corto y sencillo en apariencia, está cargado de significado. Sugiere aproximarnos a nuestros pensamientos de la misma manera que percibimos la expresión oral. Pero existen múltiples instancias en las que el pensamiento y la expresión oral divergen. Podemos pensar una cosa y expresar otra. O incluso, podemos creer que estamos expresando nuestro pensamiento pero éste no es interpretado por nuestro interlocutor de la manera adecuada, ya sea porque no lo expresamos correctamente o porque el juego en que está operando el otro es distinto al nuestro. Wittgenstein ofrece un ejemplo extraordinario sobre este tema en sus investigaciones:
«lo que en realidad querías decir (…) Utilizamos esta frase para conducir a alguien de una forma de expresarse a la otra. Uno está tentado a utilizar la siguiente imagen: lo que esa persona quiso decir, el significado comunicado siempre estuvo presente en algún lugar de su mente, incluso antes de haberse expresado. Y es concebible que varias cosas puedan convencerte de abandonar una frase y adoptar una nueva…» (Wittgenstein, 114)
¿Contradice esta afirmación la noción de que el lenguaje es el vehículo de mis pensamientos? Si existen diferentes usos del lenguaje que se pueden utilizar para describir un pensamiento, entonces el pensamiento mismo no puede existir confinado a una serie de palabras. ¿Entonces, si no está codificado en palabras, qué forma tiene el pensamiento dentro de nuestras mentes? Pudiésemos decir que el pensamiento existe antes de ser declarado, tanto por la mente como por la voz; existiendo como contenido que ordenamos de acuerdo a nuestro propio entendimiento subjetivo, del mismo modo que cada telaraña es única en la naturaleza. Cuando intentamos acceder a esa esfera de significados, lo cual implica compartir el subconsciente con el consciente, ésta debe ser presentada en un orden lógico para ser entendida, lo cual no significa que en ese traspaso se ha traducido toda la información original. Por el contrario, lo que se termina comunicando suele ser la sombra o la superficie de un edificio de significado e intención. Al decir te amo existe detrás una galería en el subconsciente llena de recuerdos, momentos, sufrimientos y gozos… Un te amo es la carátula de un mundo. Lo mismo aplica a otra gran cantidad de frases mensajeras de un mundo vasto y extraño, totalmente nuestro, incluso infinito.
¿No es esto extraordinario? La palabra pensar (y el pensar en sí) es un enigma compuesto por una gran riqueza de juegos lingüísticos. Si nos proponemos aplicar la misma investigación que se hizo a la palabra pensar, a cada palabra, con la intención de crear un plano físico del subconsciente lingüístico, probablemente nos hallaríamos en una situación de delirio. Más irónico aún es que el plano solo sería aplicable a una sola persona, y su objetivo final sería determinar las instancias en las cuales ya utiliza cada palabra. Por lo tanto, no sería una contradicción afirmar que sí lo haría conmigo mismo, lo único que estaría aprendiendo es lo que ya sé.
«Uno quisiera decir: La comunicación ocasiona que él sepa que yo siento dolor; ocasiona a este fenómeno mental; todo lo demás no es esencial a la comunicación. Qué es este curioso fenómeno del saber —para ello hay tiempo—. Los procesos mentales son justamente curiosos. (Es como si se dijera: el reloj nos indica el tiempo transcurrido. Qué es el tiempo, eso aún no se ha decidido. Y para qué se determina el tiempo transcurrido —eso no viene al caso—.» (Wittgenstein, 122)
¿Se puede hacer una comparación entre la filosofía de Wittgenstein y el reloj? El reloj serviría como referencia a los usos que puede tener una palabra determinada en un juego lingüístico. El tiempo son las palabras, las cuales no pueden ser completamente examinadas o entendidas sin su contexto correspondiente. El objetivo de saber lo que es el tiempo puede ser interpretado como el por qué los humanos poseemos esta consciencia en particular. Para Wittgenstein lo que importa son los usos cotidianos del lenguaje, para así entender a mayor profundidad la manera en que condiciona nuestras vidas. Su visión tiene un valor terapéutico porque al desistir de la búsqueda de lo metafísico e ilusorio, retornamos a un estado mental filosófico enfocado en la cotidianidad y no en territorios fantásticos. Paradójicamente, al hacer este cambio, terminas indagando con mayor profundidad en tu mente, revelándose los mecanismos lingüísticos y psicológicos en acción, los cuales nos permitirán ser más creativos y jugar más con nuestro lenguaje, estirando su capacidad hacia fronteras de significados inéditos, capaces de revelar con mayor profundidad lo que realmente quiero decir.
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