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Vuelta a «Apocalypse Now» (II)

Vigésimocuarta entrega de “Inconformes con el espacio” por Humberto Valdivieso. “Vuelta a Apocalypse Now (Segunda parte): El cuerpo como parodia”

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When I’m watchin’ my TV and a man comes on and tells me

How white my shirts can be

But, he can’t be a man ‘cause he doesn’t smoke

The same cigarettes as me

The Rolling Stones

En la entrega de la semana pasada –“El viaje como sintaxis (primera parte)”– expuse que el viaje en Apocalypse Now es la inversión del sentido del orden en el discurso normativo. No hacia su origen expresivo sino hacia la crisis de su racionalidad. Ahora vamos a lidiar con el cuerpo y la parodia en el filme.

Cuerpo es espacio y lo es de muchas formas. En el filme los personajes tienen una relación desproporcionada con su propia humanidad. Hay un desfase entre espacio interior y exterior, tiempo cronológico y mítico, y –al interior del lenguaje– entre la información y lo poético. Tres ejemplos, entre muchos, pueden ilustrarlo en este pequeño escrito.

La práctica del T’ai-Chi-Ch’uan es una parodia de la búsqueda de la armonía cuerpo-espíritu-mente en un trayecto donde todas las ordenaciones de nuestro mundo colapsan. Los movimientos, lejos de expresar un centro unificador de la dualidad, son el reflejo del movimiento sinuoso del río, de las indecisiones catastróficas y de la desorientación tanto emocional como espacial. Esto ocurre también con la música en el filme y su relación al movimiento, así lo aclara Arleny León de D’Empaire: “La música de Wagner, de The Doors y de The Rolling Stones ya presagian la pérdida de orden y significado. El mundo occidental y su aparato bélico están representados por soldados jovéncisimos, bailando ‘I Can’t Get No Satisfaction’ en la cubierta de las lanchas, parodiando un día de playa, en contraposición a los ángeles de hierro, del poderío militar americano, que hacen piruetas wagnerianas. Son los últimos sonidos antes del susurro de Kurtz”.

El cuerpo sin voluntad de Willard en la habitación de Saigón, herido moral y físicamente por la depresión deviene en una suerte de queja en el vacío. Dudar, tal vez, es su único instante de autonomía: “When I was here I wanted to be there. When I was there, all I could think of was getting back into the jungle”. Luego lo meten bajo la ducha fría y comienza la parodia. El cuerpo ya recuperado es, en realidad, un instrumento útil para la maquinaria militar. Lejos de la voluntad humana es un pelele goyesco que será movido por los espasmos del juego donde todos son lanzados: una lucha insólita que se repite una y otra vez.

Finalmente, la parodia divina, el dios espontáneo, la metáfora de lo vacío. El sacrificio de Kurtz, como el del buey, es la muerte última del lenguaje y la civilización. Los cuerpos despedazados del animal y el coronel marcan el rito donde muere lo poco que había quedado de humanidad: la palabra estructurada, lo poético. La carne lacerada del dios que mandaba en aquel infierno es la ruptura final de toda sintaxis. Metáfora de un templo en medio de la nada gobernado con su ética de oxímoron: la ley in-humana de una tercera verdad imposible. De ahí emergerá, luego de cometer el crimen, el cuerpo de Willard con el machete en la mano y el rostro pintado, frente a los fieles que se arrodillan. Un nuevo dios ha nacido con las últimas palabras de Kurtz: “el horror, el horror”.

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