Papel Literario

¿Venezuela nunca dejará de ser galleguiana?

por El Nacional El Nacional

El domingo pasado me detuve a revisar un puesto de libros usados en una pequeña feria cerca del Parque del Este. Allí conseguí, entre textos de autoayuda y manoseados best sellers, una edición de Doña Bárbara de Austral, otra de Panapo, una de El Nacional y hasta una edición inglesa de Canaima, con un glosario muy amplio que tenía entradas para objetos que suponemos “demasiado comunes”, como “chinchorro” o “tapara” (quizás no esté muy lejos el día en que también necesitemos que nos los describan).

Con esto quiero decir que no he visto que falten los libros de Gallegos entre nosotros, por lo menos en Caracas. En las librerías que suelo visitar, usualmente cuentan con algunos de sus títulos. Se podría afirmar que es un escritor “con demanda”.

Supongo que esta se debe a que, tarde o temprano, los estudiantes de bachillerato deberán responder en algún examen sobre el significado del llano en su narrativa o la manida dicotomía “civilización vs. barbarie”. Por lo que, a pesar de la difícil situación que viven las editoriales del país, no sería rara una intermitente, mas periódica, publicación de sus novelas fundamentales.

Entonces, ¿qué tipo de interés podría generar hoy otra edición de Doña BárbaraCanaima o Cantaclaro?, ¿y una publicación conjunta de las tres?

No quiero decir que no sea necesaria. Una nueva edición siempre es bienvenida, y más si se trata de este hermoso libro, presentado el pasado 26 de enero en la librería del Centro de Arte Los Galpones, por parte de Fundavag y que reúne las tres grandes novelas de Gallegos en un único tomo.

Solo me pregunto por lo que buscaría en estas novelas un lector de hoy, más allá de la asignación escolar. Me pregunto, por ejemplo, si tendrá algún interés para los jóvenes, ya que, si no cuento al par de muchachos que fueron enviados por algún medio a cubrir el evento, no había ninguno en la presentación del libro.

Más allá de la belleza de la edición, lo primero que podríamos destacar es un interés crítico.

Este tomo contó con el cuidado de Oscar Rodríguez Ortiz, docente, ensayista e investigador literario, quien fuera director editorial de la Biblioteca Ayacucho. Aparte de redactar un prólogo que ubica al lector entre las expectativas y temores que dominaban Venezuela cuando un joven Gallegos sacaba tiempo para dedicarse a escribir, Rodríguez Ortiz intervino en la búsqueda de otras ediciones que sirvieran de contraste, además de elaborar un nuevo glosario para facilitar la lectura de aquellos que nunca han bebido acupe, por ejemplo.

La presidenta de Fundavag, Tina Melarosa, señaló que Rodríguez Ortiz “se convirtió en un decisivo protagonista de esta publicación” a la cual invitó a considerar “como la edición definitiva, canónica en cierto punto”. Además de las suyas, este evento contó con palabras de Federico Prieto y Rafael Arráiz Lucca.

Para su presidenta, Fundavag Ediciones con estas tres novelas de Rómulo Gallegos participa en el combate contra el olvido de “un autor cenital”, además de plantear la reconquista de un universo narrativo “hecho de venezolanidad absoluta”.

“Venezuela nunca dejará de ser galleguiana”, agregó.

Con esta afirmación se nos va haciendo clara otra razón por la cual sus novelas se mantendría en circulación. Gallegos continúa moviendo intereses que rebasan lo literario, lo que él mismo procuró. Más que la naturaleza de su trabajo, se sigue tomando en cuenta su despliegue hacia la modernidad, su búsqueda de los ideales de justicia y civilidad como pilares para construir el país.

Con Gallegos ocurre como con tantos otros novelistas, ante los cuales debemos distinguir sus declaraciones y actuaciones públicas de aquellas ideas que sus obras ponen en escena. Incluso sus personajes son considerados en cuanto representan luchas y conflictos vitales de esa venezolanidad. El mismo escritor nos da a entender que debemos tomarlos como “símbolos”.

Podríamos decir que el autor de Cantaclaro sigue representando un modelo de novelista venezolano que ya parece tradicional, aquel cuya obra nos cuesta aceptar solo como relato. Parece que no nos basta con que nos echen un cuento, como si lo consideráramos un ejercicio banal, y necesitáramos que todo narrador viniera con su proyecto político bajo el brazo.

En este caso, por las intervenciones y textos que acompañan a este suerte de trilogía, nuevamente Gallegos es apreciado por ofrecernos una Venezuela que debe reconocerse y reconciliarse consigo misma, así dicha reconciliación signifique en el fondo una represión de sus aspectos más oscuros, cuyas demandas no encajan con los ideales de orden y civilidad.

Más que a sus novelas, aún se sigue su propuesta de “renovar la demografía nacional”. Tal parece que Gallegos no nos ha interesado en cuanto escritor. Si pensamos en él, lo vemos como aquel intelectual que no dejó de preocuparse por el destino del país y quien propuso cómo dominar la barbarie arraigada a estas tierras, demasiado carnal para su convicciones.

Como señaló Federico Prieto, también en la presentación, “nuestro escritor fundamental (…) nos legó tres obras importantes en las que descubre y describe como nunca nadie había hecho los arquetipos del venezolano y de nuestro país. Sus obras, que a pesar de cumplir hoy 90 años como es el caso de Doña Bárbara, hacen especial resonancia y mantienen particular vigencia en estos atribulados momentos que vivimos”.

Al final estas atribuciones nos demuestran que cada lectura, cada edición, y sobre todo reedición, es interesada; es decir, política. Nos gustaría pensar que volvemos a Gallegos porque queremos sumergirnos nuevamente en los mundos que nos relata, perdernos en esa tierra tan extensa que la mirada no alcanza, pero esto no es posible.

Hoy más que nunca, si nos avocamos a una lectura de Gallegos estaríamos buscando, aun de manera instintiva, sus claves para superar y mantener a raya el desastre de país que estamos padeciendo. Esperamos de él una especie de mentor que nos guíe al establecimiento de la civilidad. Si no, ¿para qué volver a leerlo entonces?

No es difícil percibir que el mismo Gallegos le daba un lugar preponderante a su afán pedagógico antes que a su labor narrativa, por lo que terminaba “pasándole por encima” a los complejos y los problemas raigales que iba descubriendo en el territorio venezolano.

En la presentación de esta edición conjunta, Arráiz Lucca realizó una interesante introducción a una “lectura simbólica” de Gallegos que usted puede leer hoy en este Papel Literario, por lo que sería redundante referirme a ella. Quisiera, eso sí, detenerme un poco en las exigencias de una lectura de este tipo y, además, recordar que una apreciación de lo simbólico no escaparía de lo político.

Uno de los aspectos en Gallegos que solemos dar por entendido y al que una lectura simbólica nos podría llevar a descubrir nuevamente, es el de una necesidad de mirar hacia el/lo interior. Gallegos escribe sobre una Venezuela profunda, entiéndase esta como una Venezuela rural. Aún hoy sus novelas nos permiten constatar lo que muchas veces olvidamos: nuestro país es mucho más que su capital, muchísimo más que el vaivén marcado por la fiebre petrolera y un ansia de progreso, en el que cada vez creemos menos, porque ya lo sabemos inconsistente, fácil de que nos lo arrebaten.

Consideremos una vez más Doña Bárbara, novela en la que se presenta el encuentro de dos mundos que se desconocen y rechazan. Si algo nos da a entender Gallegos es que este país se levanta sobre esta crisis y se mantiene de este enfrentamiento, marcado por la violencia y la esperanza.

En este caso, prefiero hablar de imágenes antes que de símbolos, porque me parece que no se trata de solidificar, y muchos menos “oficializar”, ciertos sentidos en detrimento de otros, sino de abrir paso a lecturas que se renueven. Ya de símbolos (o mas bien, de su constante remoción e imposición) hemos tenido suficiente en los últimos veinte años.

Pensemos, por ejemplo, en esa lanza que encuentra Santos Luzardo clavada en el muro cuando llega a Altamira y que arrancará como si buscara con ese gesto dejar de lado cualquier discordia y volver al momento en que sus tierras no estaban divididas y muchos menos invadidas por la Dañera. Pero tal reconciliación no existe sino como un ideal del intelectual que es Luzardo, quien pasaría de ser un joven caraqueño, completamente ajeno a la aridez del interior, a volverse un hacendista prudente, tras aprender de la ferocidad de la vida en el llano; es decir, quien prefiere cambiar el mundo que lo rodea antes que reconocerlo.

A lo largo de la novela vemos cómo el héroe galleguiano está a punto de perderse en un territorio oscuro, de pasiones encontradas, cuya indeterminación parece residir también en cada uno de sus personajes.

El tremedal del llano amenaza con tragarse cualquier signo de civilidad, por lo que debe mantenerse a raya. Al final de la novela, a esta suerte de zona maligna se retirará doña Bárbara, así como una hembra depredadora que se sumerge dentro de la selva profunda.

Esta última aparición de “la devoradora de hombres” podemos relacionarla con la imagen que Gallegos nos da de la naturaleza: siempre opresiva, alucinante y violenta. Al final nos encontramos con una tierra que debe ser sometida y puesta en orden porque sí, cuya sensualidad debe ser adecentada como la de Marisela en un colegio de monjas o expulsada como la de su madre.

En “Héroe y ánima en Doña Bárbara”, un trabajo de Jaime López-Sanz que nos señala un camino para una lectura profunda de esta novela, más allá de lo simbólico como una función meramente representativa, nos encontramos con la siguiente aclaración: “Pues es de límites de lo que se trata con Doña Bárbara. Podría describirse bien el tema de esta novela presentándola como el problema de limitar lo ilimitado, de poner linderos en un vasta superficie salvaje”.

¿Sería esta misma necesidad de limitar lo que a fin de cuentas estamos buscando con una nueva lectura de Gallegos? ¿Limitar qué?, ¿sólo el desastre que estamos viviendo o también el “salvajismo” de la Venezuela profunda, de cuyo resentimiento el chavismo supo sacar provecho estos veinte años?

Al final Gallegos desconoce la fiereza del llano o del paisaje selvático en Canaima, como quien monta una cerca de alambre de púas y se olvida de lo que quedó al otro lado. Sus protagonistas son héroes en la medida que no se dejan transformar en su tránsito por la barbarie de estas tierras y se amparan en sus límites al descubrir el modo de mantenerla allí, a lo lejos, sin garantía de que pudiera volver a invadirnos, diríamos, cuando en verdad estaría retomando su territorio.

Quizás para el momento actual el camino del héroe galleguiano debería pensarse de otras maneras. Nos convendría ser más flexibles con nuestros ideales cuando las bestias se retiren.