Transversos. Selección y traducción de RAQUEL RIVAS ROJAS
Engáñame bien
Estoy todavía entre las cobijas
esperando que se prenda la calefacción
con un gorgoteo y un silbido
y el impulso del agua recorriendo las tuberías
que van espantar el frío del cuarto helado.
Y estoy escuchando a una cantante de blues
que se llama Precious Bryant
cantando la canción «Engáñame bien».
Si no me quieres, vida, canta ella
¿Podrías al menos engañarme bien?
También estoy haciéndole cariño al perro
y escribiendo estas palabras,
lo que significa que con toda calma me estoy alejando
del consejo budista de hacer solo una cosa a la vez.
Solo sirve el té,
solo mira dentro del ojo de la flor,
solo canta una canción,
una cosa a la vez
y alcanzarás la serenidad,
que es lo que me encantaría hacer
mientras las aspas de la mañana comienzan a moverse.
Si no me quieres, vida, canta ella
mientras una luna de día palidece en la ventana
y las agujas se mueven en el reloj,
¿podrías al menos engañarme bien?
Sí, preciosa, le respondo,
te voy a engañar lo mejor que pueda,
pero primero tengo que aprender a escucharte
con todo mi corazón,
y hasta que no termines no voy a ponerme las pantuflas,
ni voy a exprimir la pasta de dientes,
y hacer una nueva cara de espuma en el espejo,
dedicada a hacer solo una cosa a la vez.
Una nota a la vez para ti, querida,
un diente a la vez para mí.
***
El problema con la poesía
El problema con la poesía, pensé
mientras caminaba por la orilla de la playa la otra noche
–la arena fría de Florida bajo los pies descalzos,
un espectáculo de estrellas en el cielo–
el problema con la poesía es
que estimula la escritura de más poesía,
más pecesitos ocupando la pecera,
más conejitos
saliendo del vientre de su madre al pasto mojado.
¿Y cómo se va a terminar eso?
a menos que finalmente llegue el día
en el que hayamos comparado todo en el mundo
con todo lo demás en el mundo,
y ya no quede nada más que hacer
sino cerrar nuestras libretas de apuntes
y sentarnos con las manos cruzadas sobre la mesa.
La poesía me llena de alegría
y me levanto como una pluma en el viento.
La poesía me llena de tristeza
y me hundo como una cadena lanzada desde un puente.
Pero más que todo la poesía me llena
de la urgencia de escribir más poesía,
sentarme en la oscuridad a esperar que una llamita
aparezca en la punta de mi lápiz.
Y también me llena de ganas de robar,
de asaltar los poemas de los demás
con una linterna y un pasamontañas.
Y qué banda de ladrones tristes somos,
carteristas, saqueadores de escaparates y tiendas,
pensé para mis adentros
mientras un viento frío me rondaba los pies
y el faro desplazaba su megáfono sobre el mar,
que es una imagen que con descaro le robé
a Lawrence Ferlinghetti–
para ser por un momento perfectamente honesto–
el poeta ciclista de San Francisco
cuyo libro que es un parque de diversiones
cargaba en el bolsillo de mi uniforme
de arriba a abajo por los engañosos salones del liceo.
***
Estatuas en el parque
Hoy pensé en ti
cuando me paré frente a una estatua ecuestre
en medio de la plaza pública,
porque una vez me enseñaste
el código que rige esas poses notables.
Un caballo con las dos patas delanteras en alto, me dijiste,
representa a un jinete que ha muerto en la batalla.
Si el caballo tiene solo una pata levantada,
el hombre ha muerto en otra parte debido a sus heridas;
y si las cuatro patas están sobre la tierra,
como sucede precisamente en este caso
–cascos de bronce sobre pedestal de piedra–
significa que el hombre en el caballo,
este que mira con firmeza
hacia la puerta cerrada del cine que está enfrente,
ha muerto de una causa ajena a toda guerra.
A la sombra de la estatua,
me pregunté por aquellos que pasaron a pie por la vida
sin caballo, sin silla, sin espada.
Peatones a los que ya no les fue posible
poner un pie delante del otro.
Me imaginé las estatuas de los enfermos
reclinados sobre sus frías camas de piedra,
los suicidas a punto de saltar sobre el borde de mármol,
las estatuas de los accidentados que se tapan los ojos,
de los asesinados que se cubren las heridas,
los ahogados que en silencio caminan por el aire.
Y ahí estaba yo,
tallado en un bloque de granito rosado
bajo la sombra de los árboles frondosos del parque,
con mi nombre estampado en una placa,
arrodillado y con los ojos en alto,
rogándole a las nubes que pasan,
pidiendo en vano para siempre un día más.
***
Silencio
Está el silencio súbito de la multitud
sobre el jugador detenido en el campo,
y está el silencio de la orquídea.
El silencio del florero que cae antes de que llegue al piso,
el silencio del cinturón que no está golpeando al niño.
La quietud del vaso y la del agua que tiene adentro,
el silencio de la luna
y el mutismo del día que se aleja del ruido del sol.
El silencio cuando te sostengo en el abrazo,
el silencio de la ventana sobre nosotros,
y el silencio que queda cuando te levantas y te vas.
Y está el silencio de esta mañana
que he roto con mi pluma,
un silencio que se había acumulado toda la noche
como la nieve cayendo en la oscuridad de la casa,
el silencio que existía antes de que escribiera una palabra
y el desvalido silencio que ahora queda.