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Sobre Estefanía, la telenovela venezolana de 1979

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Por DANIEL CUEVAS

Hay varias razones por las que he querido escribir sobre Estefanía, la telenovela de rctv transmitida en 1979. Hace justo cuarenta años. Es una novela vieja, que a su vez retrata una época pretérita, la de los meses finales de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, derrocada en 1958.

Quizás la principal razón que me motiva a escribir sobre la telenovela sea relatar mi asombro, un poco inquietante, o excitante más bien, al verme reflejado en la forma de conducirse de varios de los personajes de la trama. En segundo lugar, reconocer la forma de ser de nuestra gente, de las mujeres en particular, de las madres, de las abuelas, de las sifrinas, de las mujeres sencillas de barrio, en fin, de todo un espectro de lo femenino en Venezuela en años pasados.

Es una radiografía impecable la de Estefanía, el personaje protagonista. Nos brinda una interpretación de lujo de la feminidad típica de la mujer venezolana, toda embebida en la figura de Doña Bárbara, por supuesto, y, ¿por qué no?, hasta una alegoría del país. El personaje interpretado por Pierina España parece encarnar de alguna manera a la nación venezolana en sí. Es pura pasión en todo cuanto hace, y no siempre obtiene los resultados esperados. Es hermosa pero como las bestias, a las que hay que acercarse con cautela. Y es que su formación ha sido muy dura y ha aprendido a reconocer la injusticia como la moneda de cambio del régimen que impera.

La mujer venezolana que se representa en el conjunto de actrices que conforman el elenco es tan fiel que se torna familiar. Las maneras tan educadas y provincianas, muy característica de la generación propia de mediados del siglo pasado, recuerda a la casa de los abuelos y la familia grande.

En tercer lugar, y a partir de ese doble reconocimiento, escribiendo sobre la telenovela me di cuenta de que necesito entender por qué si nuestra naturaleza, nuestro gentilicio, lo que llamamos idiosincrasia, era tan irrestrictamente rebelde, indoblegable y animoso para salir adelante con la mejor disposición ante gobiernos opresivos, necesito comprender por qué, digo, estamos sumidos hoy en día en una situación inédita, una situación de oprobio y desidia desde el poder para con el país. Esta situación inédita lo es no solo en Venezuela sino que no se ha visto nada semejante en toda la región desde hace mucho tiempo.

La capacidad de organización desde la clandestinidad que conseguimos en el guion realmente existió, con mejores o peores formas y protagonistas, pero existió. Una clandestinidad que se rebeló contra una tiranía: el gobierno militar de Suárez Figueres (nombre ficticio en la producción, correspondiente a Marcos Pérez Jiménez). Todo lo cual me lleva a suponer que esa es la mejor forma de salir de un gobierno, rebelándose contra él, y no con intervenciones internacionales ni simulando que funcionan independientemente las instituciones otrora democráticas. Hay que ser muy ingenuo para seguir creyendo esto último.

En la telenovela se documenta la protesta estudiantil que llevó a una inestabilidad social indispensable para que se sintiera amenazado el gobierno. También se nos da cuenta de cómo las Fuerzas Armadas se sienten amenazadas por el mismo régimen cuando algunos oficiales fueron pasados por las armas por el órgano represor y vigilante de la época, la Seguridad Nacional (SN).

Las protestas contemporáneas en Venezuela desde 2014, y sobre todo las de abril 2017 y febrero-marzo 2019, quizás las más generalizadas y contundentes, son un eco de aquellas que nos sirvieron en su momento para socavar el poder totalitario. Hoy hay figuras políticas que están atendiendo el clamor del pueblo por su libertad, su justicia y sus derechos. No ha hecho falta una clandestinidad como la que plantea la telenovela, y eso también se celebra, ya que no implica un derramamiento descomunal de sangre.

Destaco la calidad del guion cuando no demuestra intención alguna por matizar los desmanes, atropellos, violaciones de los derechos humanos, torturas, cometidos por la SN. A un taxista que se niega a decir nada de lo que no sabe sobre un pasajero de la clandestinidad que transportó por casualidad, le roban el auto después de interrogarlo violentamente. Con ayuda de informantes infiltrados en las cárceles, organizaban los esbirros la fuga de los internos, en su mayoría sospechosos de conspiración, para matarlos cuando estuviesen huyendo. Torturas con descargas eléctricas y demás se muestran en cámara a lo largo de los capítulos. Todos estos compuestos con la técnica cliffhanger, en procura de mantener al espectador liado a la trama, lo cual no sabía yo que se hacía ya en tal época en la TV venezolana. Estaba a la vanguardia César Bolívar, su director.

Julio César Mármol, el autor, estuvo preso en las cárceles de la sn durante seis meses cuando solo tenía 17 años de edad. Así que todo lo que muestra ha de corresponder con la realidad que vivió durante su temporada en el infierno. La calidad del relato televisivo del ámbito de la cárcel nos da cuenta de lo vívido que debió haber tenido el autor toda la experiencia de esa temporada en el infierno. En ese sentido, la telenovela posee un tono equiparable a un relato salingeriano. Julio César Mármol introduce una historia de amor en el relato de los acontecimientos que vivió en su juventud, a una edad en la que todo hombre se va formando.

La calidad de los sets de grabación está bien lograda. Pareciera que cada uno de estos, la mayoría de las veces, ensalzara la imagen del personaje que encuadra. Personajes sumidos en una situación de desgracia, cuya actuación se decanta eventualmente por el melodrama. Pero no melodramas baratos tipo telenovela mexicana de los años noventa, sino un melodrama que tiende a una teatralidad importante de la que carecerá la televisión venezolana de las décadas siguientes. Un melodrama, en fin, que contribuyó a la profesionalización del casting. Se trata de Gustavo Rodríguez, Amalia Pérez Díaz, Pierina España, Carlos Márquez, María Conchita Alonso, Henry Zakka, ente otros.

En términos de autorreconocimiento, tanto heroico como villano, Estefanía alcanza niveles de legitimidad que rayan en lo literario. Porque hay que reconocer que el gentilicio comprende y acoge en su seno también al tirano y las fuerzas del mal. Baste con recordar 1971 y al presidente Caldera, siempre sonriente, enviando a las fuerzas represoras del Estado a violar la autonomía universitaria y abrir fuego contra los estudiantes. Esa imagen concatena los dos lados de la venezolaneidad de forma clara y, a la vez, espantosa. Es la traición de los principios de cuidado del pueblo que debe tener un gobernante. Una traición cotidiana en el gobierno ilegítimo de Nicolás Maduro desde que está en el poder: una pesadilla para la democracia que alguna vez fuimos.

Cuando le agarré el gusto a la telenovela, pensé que me estaba volviendo frívolo. Pero la necesidad que me surgió de escribir sobre ella me reveló aspectos de la trama que, quizá sin sentir nostalgia, no habría podido apreciar en su justa medida. Entonces, supe que no era frivolidad sino una anagnórisis (reconocimiento en términos de tragedia griega) que interpelaba a mi condición de exiliado; una anagnórisis de la actual situación de Venezuela y su gente, tan similar a la Venezuela de 1958.

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