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Santiago Pol: alquimista del color, diseñador de polifonías (I)

Sexta entrega de “Inconformes con el espacio”, por Humberto Valdivieso: “Los carteles de Santiago Pol no son productos visuales impresos, son redes estéticas y conceptuales extendidas hacia múltiples espacios, tiempos y saberes”

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El ADN del cartel es urbano, posee una estructura genética diseñada para la competencia, la velocidad, el deseo de consumo y el movimiento constante. Desde finales del siglo veinte evolucionó hasta adaptarse a lo digital, las redes y la globalización. Este artificio gráfico está siempre transitando por corrientes estéticas, mediáticas y sociales. Eso lo hace una lengua viva, un cuerpo activo, capaz de sobrevivir a los cambios tecnológicos y a las transformaciones en las rutinas de consumo. Su carácter abierto y popular le ha servido para adaptarse a diversas tendencias, soportes y espacios. Tal como ocurría en las antiguas artes visuales, su valor estético no riñe con la utilidad social. Es un punto de vista público o privado, y nadie espera encontrar en él la voz, las ideas o los juicios del diseñador. El cartel tiene el mandato de situar al lector –que no espectador– en un contexto informativo. Pero también de seducirlo, afectarlo, sorprenderle cuando menos lo espera. Está comprometido con la vida del ser humano y sus actividades culturales, científicas y políticas.

Santiago Pol ha diseñado más de quinientos carteles. Conoce muy bien el oficio, sabe de estas condiciones. Su larga trayectoria en la comunicación visual le ha hecho un polímata de las artes gráficas. Aún así, asume con bonhomía y disciplina el trabajo. No hace pactos con ningún estilo, tendencia o concepto. Y, sin embargo, a manera de un andariego gráfico, los recorre todos: “Cuando empiezo no tengo claro qué es lo que va a ocurrir durante el proceso creativo. Me apasiona no saber con qué me voy a encontrar. La cultura del diseñador no es absoluta, es específica: responde a lo que está haciendo en un momento determinado”. Sus carteles son producto de diálogos colectivos. Constituyen espacios donde la cultura habla con metáforas y los datos concretos devienen en provocaciones cromáticas e iconográficas. Son interpretaciones del instante, poemas desechables y, a la vez, una fe de vida sin caducidad. Son “efímeros, como las flores” y aún así sobreviven en el imaginario de la cultura.

Un cartel no puede reducirse al papel destinado a desaparecer con los años. También es la vida y la comunicación desplegadas en su presencia: los transeúntes sorprendidos, la pared modificada por la imagen, los fragmentos tomados del lugar y restituidos en el diseño, las memorias recuperadas, las creencias comunes, los dichos populares, los conocimientos compartidos, las ideas generadas en el intercambio colectivo y los secretos íntimos. Los carteles de Santiago Pol no son productos visuales impresos, son redes estéticas y conceptuales extendidas hacia múltiples espacios, tiempos y saberes. Son infinidad de voces, olores y sabores, ideas y argumentos, sensaciones y miradas, emociones y memorias comprometidas en un mensaje: “Lo que hago es ser consecuente con lo que ocurre en mi entorno, en mi realidad social, cultural y geográfica”. En verdad sus carteles no están hechos para ser vistos sino para generar alianzas estéticas, emocionales e intelectuales con la realidad: son instrumentos de agitación, operaciones culturales.

Santiago Pol diseña para el papel y el entorno. Investiga las relaciones entre el espacio gráfico y el contexto natural y urbano. Lo hace aferrado al propósito de mover el cuerpo y la psique de los ciudadanos: sorprender y comunicar. Sus trabajos tienen origen en la escucha, la observación y el análisis. Están precedidos por cientos de estudios hechos en bocetos: “Eso me obliga a no encerrarme solamente en el oficio del diseño sino a profundizar y meditar”. Los carteles son el testimonio de un quehacer madurado durante cincuenta años. Asomarse a ese universo es encontrar una visión particular del diseño definida por la curiosidad, el oficio pedagógico y la afinidad hacia un ecosistema sensorial: “Cada día procuro hacer mi trabajo más colorido y eso me lo ha dado el país. La luz que tenemos, la naturaleza llena de colores y la fusión de razas”. También es reconocer las influencias recibidas en su tránsito por las artes y el diseño: Víctor Vasarely, la gráfica china y japonesa, el Pop Art, Marcel Duchamp, Soto y Cruz-Diez y Alirio Rodríguez, entre otras.

Los carteles de Pol privilegian el impacto visual sobre la información lingüística: “Mi disciplina como afichista me hace pensar que el primer impacto lo voy a dar con la imagen. Una vez que he atraído con ella sé que tengo al lector a una distancia donde soy competitivo. A veinte metros no aspiro a que alguien lea el texto, solo quiero darle un coñazo en el ojo y dejarle un hematoma en el cerebro”. Él sabe que la gente de las ciudades suele tener escasos segundos para mirar, sobre todo hoy cuando la atención está bajo el dominio de las tecnologías móviles. La fuerza expresiva del cartel debe ser aprovechada al máximo para atrapar el interés de los transeúntes. Por lo tanto, centra su proceso creativo en estrategias indispensables para afectar los sentidos y llegar subversivamente hasta el cerebro: “Yo tengo que empezar por sorprender. Es más, yo tengo que empezar por sorprenderme a mí mismo”. Pol encara el diseño a manera de un reto visual, no complace; empuja estéticamente.

El jueves próximo, en la siguiente entrega, recorreremos los principales senderos de ese reto visual y ofreceremos un audiovisual sobre el proceso creativo de este maestro venezolano de las artes gráficas.

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