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Santa palabra. Prólogo

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Por ENRIQUE SANTIAGO LÓPEZ-LOYO*

Todo lo que se pueda decir del doctor José Gregorio Hernández puede resultar incompleto y no solo en el sentido de ese lugar común, sino como resultado de analizar las características de un hombre atemporal, es decir, quien pudo haber nacido en cualquier momento de la historia. Este hombre, que es merecedor del título de Beato otorgado por la Iglesia Católica, cultivó su vida con una personalidad profundamente religiosa y piadosa, expresada por el mandato cristiano por excelencia de “ama a Dios y al prójimo como a ti mismo”. Vivió hasta su muerte en un país que nunca estuvo en paz, siempre en crisis, de tal manera que fue influenciado por el contexto histórico dispar y, a veces, incluso en medio del caos.

Gran sensibilidad espiritual y potencial espiritual

Nace José Gregorio Hernández Cisneros en el pueblo de Isnotú, estado Trujillo, el día 26 de octubre de 1864, hijo de Benigno María Hernández Manzaneda y Josefa Antonia Cisneros Mansilla. Su hogar fue ejemplo de armonía, bajo una crianza austera, llena de principios religiosos desde la enseñanza de sus primeras letras. Mientras el padre atendía su negocio de víveres, su madre le aleccionaba con normas de obediencia, trato considerado con los otros y principios de religión. Ella ayudaba con alma caritativa a enfermos, pobres, viudas y huérfanos. Sin duda alguna, estos recuerdos le sirvieron para ser ejemplo de vida dedicada al servicio de quienes le necesitaban. Esta madre abnegada muere antes de su adolescencia, dejando con su ausencia profundas huellas de soledad en un niño de altísima sensibilidad espiritual.

Nuestro beato mostró desde niño un especial interés por la música y recibió clases de piano, el cual pudo llegar a ejecutar con impresionante destreza. Su escolaridad formal se inicia a los 9 años cuando asiste a la escuela del pueblo que dirigía el maestro Pedro Celestino Sánchez. En el hogar se le había encomendado la tarea de buscar el agua en la laguna muy temprano en la mañana, de tal manera que cumplía un rol dentro de su familia, como principio de una disciplina que fue fundamental en su formación. Terminado su aprendizaje local, el maestro aconseja a Don Benigno que procure que el joven continúe sus estudios en la Ciudad de Caracas, ya que considera que su discípulo mostraba un gran potencial intelectual.

Siendo muy joven, el Venerable José Gregorio Hernández recibió una sólida formación doctrinal tanto de su madre como de su tía sor Ana Josefa del Sagrado Corazón de Jesús, religiosa que vivía refugiada con su familia a raíz de la expropiación de los conventos en Venezuela en el período del presidente Antonio Guzmán Blanco. Descendía por la vía materna del cardenal Francisco Jiménez de Cisneros, fundador de la Universidad de Alcalá. Y, por vía familiar paterna, emparentaba con el santo hermano Miguel de las Escuelas Cristianas, cuyo nombre era Francisco Luis Florencio Febres-Cordero Muñoz.

Formarse como médico para servir

El joven convino con su padre marchar a Caracas para formarse en una profesión con la que podría ayudar a muchas personas; sin embargo, aunque pensó inicialmente en ser abogado, Don Benigno le planteó que debería ser médico para ayudar a los que sufren, en homenaje a la labor de su madre fallecida. De esta manera, inicia su formación en el Colegio Villegas de Caracas, realizando sus estudios en modalidad de internado. Destacaba por su sobriedad al vestir, su trato sencillo y respetuoso, además de un modo de hablar pausado y su caballerosidad con las damas.

La  aplicación al estudio siempre fue constante, llegando a ser premiado en tres oportunidades por su calidad intelectual y su conducta. Aunque callado y austero en su trato, lograba conectar con sus interlocutores con una elocuencia muy particular, llegando a hilvanar una conversación fluida y aleccionadora. Mostraba con ello su carácter de gran maestro, con tono pausado, interesado en que sus definiciones se entendieran con claridad y siempre era capaz de ir más allá de los conceptos, incorporando inferencias y análisis fundamentados en hechos verificables; en fin, demostraba su apego a los principios de la ciencia. Esta situación lo llevó a ser considerado un líder y un modelo dentro de su grupo de estudiantes. Demostraba, según decían sus compañeros, una inteligencia emocional perfecta, como si tuviera una fuerza interior que lo hacía superar las deficiencias del medio en que le tocaba vivir. Egresa como Bachiller en Filosofía el día 25 de mayo de 1882.

Como joven, no se inhibió de compartir con sus amigos; era aficionado a la música y asistía a bailes, donde destacaba por ser un aventajado ejecutante. Eso lo compartía en su fase recreativa al tocar el piano los días domingos en casa de sus amigos o asistir a la Retreta de la Plaza Bolívar de Caracas.

Médico abnegado y de avanzada

El joven bachiller en Filosofía termina de estudiar Medicina a los 23 años, en junio de 1888.  Se traslada a la provincia a ejercer su profesión, donde se encuentra con innumerables tropiezos y sinsabores que jamás hicieron resquebrajar su férrea voluntad de darle utilidad a su preparación. Es víctima de la diatriba política y choca con los practicantes de una medicina obsoleta, así como “curiosos”, curanderos cuyas con prácticas estaban reñidas con sus principios religiosos. Ya en ese tiempo dominaba el latín, que cultivó desde su escolaridad en el Colegio Villegas, además de hablar francés, inglés y alemán. Ejerce su labor entre aldeas y pueblos. Pero en medio de las serias dificultades que consideró insalvables decide volver a la capital del país.

Bajo la presidencia del doctor Juan Pablo Rojas Paúl se decreta la construcción de un nuevo Hospital Nacional, escogiéndose una estructura arquitectónica similar al del Hospital Lariboisiére de París. El doctor Hernández es escogido para ser becado y trasladarse a Francia. Es así como llega a la Escuela de Medicina de París, en noviembre de 1889, donde cumple tres períodos de preparación formal hasta julio de 1891. Además de la misión formativa, el doctor Hernández fue comisionado para la adquisición de toda la dotación de equipos, mobiliario técnico e insumos de lo que sería el primer laboratorio científico de Venezuela, el cual originalmente se ubicaría en el Hospital Nacional de Caracas, denominado finalmente Hospital Doctor José María Vargas. La situación política de Venezuela le obliga a adelantar su regreso desde París, no pudiendo cumplir con la posibilidad de trasladarse a Alemania para completar su formación en Anatomía Patológica; sin embargo, logra viajar a Berlín en visita privada para explorar cómo se estructuraban tales estudios.

Regresa al país en noviembre de 1891, luego de supervisar el embarque de los insumos adquiridos por poco más de 13 mil bolívares de la época y a su llegada funda el Laboratorio de Histología normal y patológica, bacteriología y fisiología experimental, a la par que crea las cátedras homónimas dedicadas a la enseñanza en la Universidad Central de Venezuela. Ese joven médico con ánimo, de solo 26 años de edad, trajo más de 200 implementos de laboratorio, con una precisión y previsión digna de una persona de gran experiencia. En ese sitio dio clases durante 18 años, la mayoría de las veces pagando los gastos del laboratorio de su propio peculio, en un ambiente político inestable que terminó con una dictadura que atrasó la medicina durante 27 años y detuvo los estudios médicos durante largos 22 años.

Este laboratorio finalmente lo estructura dentro de un espacio lateral de la Universidad usado como el corral de esta institución, antiguo corral del Seminario de San Francisco y allí reprodujo las características de los laboratorios que le permitieron su destacada formación en París.

Ejemplo de virtudes cristianas

En paralelo a su formación científica, el doctor José Gregorio Hernández como cristiano católico practicante era un ejemplo de virtudes y de servicio para los más necesitados. Decía que su peregrinar diario por la iglesia le concedía un real y verdadero encuentro con Cristo. Los sacramentos y la lectura de la palabra de Dios eran su alimento espiritual, que le daban la fortaleza para su práctica diaria llena de compasión por sus enfermos y su familia, a quienes inducía para una vida cercana a Dios. Leía las encíclicas papales y las discutía en el seno de su círculo profesional y social para demostrar la preocupación de la iglesia por el hombre y sus circunstancias. Mantuvo su convicción religiosa por encima de la ola positivista de su tiempo y en la Academia Nacional de Medicina —de la cual fue miembro fundador en 1904, al ser escogido como Individuo de Número ocupando el Sillón XXVIII—, declaró abiertamente su apego a la teoría creacionista a pesar de la hostilidad que eso suponía en una sociedad cada vez más conflictiva.

Firme en sus convicciones, decide abandonar su profesión para incorporarse de forma activa en la vida religiosa. Es así como, en junio de 1908, parte a Italia para ingresar al Seminario de La Cartuja de Lucca, donde al llegar le designan como fray Marcelo. No acostumbrado a las duras tareas físicas que le exigía su condición, decayó su fortaleza para el cumplimiento del pesado trabajo material de su faena. Como no soportaba tal condición, y por recomendación del superior de la Orden,  decide volver a Venezuela, a fin de seguir sus cursos en el Seminario Metropolitano y obtener las órdenes sagradas, tal como era su deseo. El Arzobispo de Caracas, monseñor N.E. Navarro, lo anima a regresar a su actividad profesional y su vida de ciudadano, ya que no cesaban de buscarle para solicitar sus servicios profesionales, por lo que vuelve a su condición seglar.

Reinició sus funciones como profesor de la Universidad Central de Venezuela y su actividad como médico, pero luego del decreto de cierre de la casa de estudios en 1912, hace un último intento de aproximación a la vida religiosa, acudiendo al Colegio Pío Latino Americano en Roma para cursar latín y teología, con la idea de volver al monasterio de La Cartuja. Una vez instalado en Roma, presentó una tuberculosis pulmonar que pone en peligro su vida y le recomiendan regresar a tierras cálidas, ya que el invierno europeo sería terrible para su evolución clínica. De allí sale a París, donde médicos amigos le tratan de forma eficiente y posteriormente regresa a Caracas en agosto de 1914, alojándose en la casa de su hermana María Isolina en el sector de La Pastora, hasta el día de su muerte. Tanto en La Cartuja como en el Colegio Pío Latino destacó como hombre apegado a la fe, ilustrado y comprometido con sus obligaciones intelectuales.

A partir de su regreso, afianza sus actividades docentes con aplicación de tutorías a grupos de alumnos en un período de oscurantismo académico, motivado por el cierre universitario que persistiría hasta tres años después de su muerte. Asimismo, completa sus actividades profesionales manteniendo un contacto próximo a sus pacientes, complementados con su vida familiar responsable y abnegada.

Sobrellevó la adversidad en silencio

El doctor Hernández fue muy reservado con sus preocupaciones y dificultades personales; a muy pocos revelaba sus tribulaciones más íntimas, aunque sus más allegados pensaban que sufría en silencio, por circunstancias adversas que tuvo que enfrentar. Una de estas circunstancias estuvo relacionada con la muerte por suicidio del bachiller Rafael Rangel. Los comentarios malsanos surgidos del entorno de empleados de Rangel, lo involucraban con las razones que llevaron al joven científico a suicidarse. Insinuaciones que distaban totalmente de la realidad. Hasta un escritor  reprodujo con detalles, en una obra presentada en un teatro de Caracas, con gran afluencia de público, una situación donde un personaje retrataba a un José Gregorio Hernández que insultaba de forma grosera y con visos de racismo a Rangel, en la sede de su laboratorio del Hospital Vargas de Caracas. Este episodio absurdo de resentimiento social que incriminaba al doctor Hernández, no fue más que la malsana interpretación de una discusión de carácter científico en tono de maestro a discípulo que ambos protagonizaron.

En agosto de 1908 se inicia en La Guaira una epidemia de peste bubónica, también llamada “peste negra”, enfermedad infecto-contagiosa que es producida por la bacteria Yersinia pestis, que se trasmite por la picadura de las pulgas que proliferan en las ratas de campo o ratas negras, todo esto por la llegada de un buque contaminado procedente de Trinidad. Esta patología produce un crecimiento patológico de los ganglios linfáticos que adquieren un color obscuro, y estas lesiones, así establecidas, se denominan “bubones”, de allí el nombre de la enfermedad. Se caracteriza por un período de fiebre y escalofríos, y la muerte se puede producir a los pocos días del cuadro clínico.

El presidente de la República, general Cipriano Castro, llamó al bachiller Rafael Rangel, como destacado microbiólogo del Hospital Vargas, para que investigara sobre la causa del mal. Conocida la alerta epidemiológica, el doctor Hernández acudió al Hospital Vargas a darle información de valor al bachiller Rangel a fin de ayudarlo a tener éxito en la gestión que le fue encomendada. Así, le explicó la necesidad de que, una vez extraídos de los pacientes, los bubones fuesen puestos en una dilución de formol por un lapso de al menos siete días, a fin de lograr su fijación completa antes de ser cortados para su análisis. Rangel hizo caso omiso a estos consejos del maestro, y, una vez de regreso de su trabajo de campo, procedió a su inmediata apertura para fijación con resultados negativos en su posibilidad de determinar la presencia de los agentes. Esto requirió que tuviese que regresar por más muestras y cumplir con los consejos del doctor Hernández para tener éxito en su investigación, lo que produjo la incomodidad de los pacientes y sus familiares, a quienes consiguió muy agresivos. Además, debido a que en su informe de visita de campo ordenó la quema de los ranchos precarios con techos de palma, que eran las casas de afectados, estos iban, a partir de entonces, todos los días al Hospital Vargas de Caracas a insultar al bachiller Rangel.

El doctor José Gregorio Hernández, al saber que en la primera visita fracasó en su intento por hacer un diagnóstico certero, se dirigió de nuevo al Hospital Vargas para conversar con Rafael Rangel y cuestionarle el hecho de haber ignorado sus observaciones sobre la fijación de las muestras. Siempre en un tono firme y  aleccionador, pero respetuoso. Sin embargo, esto fue visto por los asistentes de Rangel como un “regaño insultante”. La situación emocional de Rangel había hecho crisis desde días antes de este incidente, y cuando tomó esta fatal determinación de envenenarse con cianuro en su laboratorio, era presa de innumerables situaciones que le resultaban inmanejables debido a su estado de desequilibrio. Este incidente y los comentarios de calle, le produjeron un profundo dolor al doctor José Gregorio Hernández, quien recibió un voto de confianza de sus discípulos, colegas, sus pacientes y de todo el equipo de salud a su alrededor. Esos días fueron de oración intensa y mucho silencio en su vivencia diaria.

Nace el médico milagroso

Había ofrecido su vida a cambio de la paz a raíz de la Primera Guerra Mundial y justo al día siguiente de declararse el cese del conflicto, el domingo 29 de junio de 1919, al inicio de la tarde y estando en diligencias de búsqueda de medicamentos para una anciana enferma, es atropellado por un automóvil y trasladado al Hospital Vargas de Caracas, donde su colega académico, doctor Luis Razetti, certifica su muerte.

Sus actos funerarios fueron considerados como la manifestación popular más importante de la primera mitad del siglo XX en Caracas. Allí confluyeron gobernantes, legisladores, profesionales, académicos y, sobre todo, la gente humilde de las barriadas de la ciudad, a fin de rendir un último homenaje a quien fuese considerado, por virtud de su obra memorable, un médico milagroso en su práctica y piadoso en la grandeza de sus convicciones en el ejercicio de la fe.

A partir de ahí, nació el mito que todo un país veneró e hizo como suyo, como el punto más cercano a Dios en sus tribulaciones que ponen en peligro su vida y como ejemplo vivo de los profesionales de la salud para ver con compasión a quienes esperan el alivio o la curación de sus enfermedades.

Sus cartas muestran su mundo

La comunicación para este hombre de familia y médico abnegado, como fue José Gregorio Hernández, era fundamental. Y a quienes gozaban de su afecto les regalaba una conexión adicional a través de sus cartas, todas llenas de detalles, citas memorables, recuerdos comunes de vivencias. Pero por sobre todo, esta manifestación epistolar era capaz de dibujar sobre el papel los rasgos más puros de su personalidad, aquellos aspectos más significativos de su forma de pensar, de sus sentimientos, que expresaban en grado superlativo los aspectos más sublimes de la amistad. Por eso este libro que hoy sus cartas pone en manos del lector más personales es un aporte para conocerlo mejor y estar más cerca de él.


*Presidente de la Academia Nacional de Medicina.

**Santa palabra. José Gregorio Hernández por sí mismo. Compilación, notas y semblanza: Carlos Ortiz Bruzual. Prólogo: Enrique Santiago López-Loyo. Editorial Dahbar, Caracas, 2021.

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