Por OMAR OSORIO AMORETTI
La publicación de este título podría sugerirle a alguien la aparición de un novel escritor, pero los registros confirman lo contrario: la producción narrativa de Jaime Huertas Fernández (Caracas, 1968) tiene larga data. Así, desde el año 1992 inicia su carrera con Panteón vacío para, 12 años después, reaparecer en el nuevo milenio con Generaciones vencidas. A esto se le suma su labor como difusor de la literatura desde las páginas de Homo Sapiens Litteratus (2010-2012), revista que llegó a estar disponible de manera gratuita en las librerías de Caracas (la memoria me lleva a algunas de sus lecturas en Noctua), por lo que, a pesar de que su situación ha sido marginal dentro del campo letrado venezolano, no estamos ante un advenedizo.
A grandes trazos, en Tu mano en mi rostro (Caligrama, 2020) nos adentramos en la historia de Samuel Amaya, un escritor de origen suramericano que, luego de recibir un premio literario importante, llega a España (específicamente a la región asturiana de Gillón) con la finalidad de escribir una novela; sin embargo, las cosas cambian al conocer a Demetrio Uceda, escritor igual que él, aunque con una variable nada ligera: ha dedicado su vida a la creación de novelas de vaqueros. Las cosas agarran calor cuando, al ser comparados sus estilos de trabajo y su número de publicaciones por los lugareños, se establece entre ambos una competencia por saber quién creará la mejor historia durante una semana, lo que estimula la intriga hasta el final de sus páginas.
Para lograr esto compositivamente, la obra debió desarrollar como mínimo dos movimientos muy claros en su estructura. Durante el primero, percibimos una trama lineal donde se construyen los relieves de los personajes más relevantes de la anécdota. En el segundo, resultado de aquel momento en el cual debe correr la máquina ficcionaria, nos encontramos con una complejidad narrativa mayor en la cual presenciamos el desarrollo de sus respectivos textos, así como diferentes formas de enfocarlos tanto en los planos como en las voces. Sin embargo, nada de esto implica un reto para el lector, pues estamos frente a estrategias culturalmente metabolizadas en la historia de la literatura.
Es probable que, al momento de escribirla, Huertas Fernández haya tenido en mente aquellas reglas que Oscar Wilde consideró medulares para escribir, a saber: tener algo que decir y decirlo. De ser ese el caso, nadie dudará de haberlas cumplido a cabalidad. Con todo, resulta llamativo a nivel estilístico el predominio de un lenguaje estándar colindante con lo plano. Si bien esta narración de tonalidad neutra (donde, además, las acciones reinan en cada párrafo) se aligera a niveles superlativos, no menos cierto es que genera un efecto de, digámoslo así, “distensión permanente”. Como consecuencia de esto, el edificio verbal ofrece relieves estéticos que por lo general relegan la experiencia literaria a la decodificación de un contenido llamativo.
Desde una óptica tematológica, el proyecto estético que atraviesa la elaboración de Tu mano en mi rostro está anclado sin duda al tópico del escritor y la escritura. A su manera, es una novela de artista (entendida como aquella en donde el literato y sus circunstancias son el eje nodal de la anécdota), algo común en nuestro tiempo (imposible no hablar del famoso Henry Chinaski, de Charles Bukowski) pero ya explotado con profusión y enormes diferencias en el modernismo latinoamericano (como Ídolos rotos [1901], de Manuel Díaz Rodríguez), y autores europeos de la talla de Honoré de Balzac (pienso en Las ilusiones perdidas [1837] o el cuento “La obra maestra desconocida” [1831]). En este caso, sin embargo, no llegamos a esos niveles trágicos y conflictivos, sino sencillamente al desencuentro entre dos modelos poéticos que terminan por tensionar sus facultades creativas.
La novela maneja entonces a dos creadores que funcionan dentro del relato como una polaridad. Por un lado, está el protagonista, Samuel Amaya, joven escritor suramericano que, como se dijo líneas arriba, luego de hacerse ganador de un premio importante, busca en España insumos para escribir una novela sobre la época de la guerra civil. Representa en el mejor sentido del término al hombre de letras que asume el oficio desde una posición autónoma y un tanto elitista, escribe lento e investiga antes de teclear en la computadora. Por otro, está el viejo Demetrio Uceda, español que, de ser periodista durante el franquismo, pasó a ganarse la vida como escritor a tiempo completo de noveletas westerns bajo pseudónimo. Contrario a su joven colega, es veloz en la máquina de escribir y tiene una estructura predeterminada en todas sus historias, un rasgo elemental de la llamada “literatura de género”. Simboliza, en definitiva, al escritor como adalid del mercado, campeón de la paraliteratura. Con esto, estamos ante dos paradigmas con inevitables momentos de oposición y (al menos para Samuel, quien convive en un contexto ajeno) de incomprensión por parte de los habitantes de Gillón.
Da la impresión, además, de que la culminación del reto escriturario conlleva de manera tácita un proceso de reconocimiento entre estos contrarios. Eso se vería no tanto por lo que ocurre en la historia (cuyo conflicto, a todas luces medular, pasa y ya, es decir, no genera algún tipo de incidencia significativa dentro de la cadena de eventos expuestos) como por lo que se trasluce del epígrafe confuciano presentado en la novela: “Quien revisando lo viejo conoce lo nuevo, es apto para ser un maestro”. La postura construida por Huertas Fernández en relación con el problema entre el artista serio y el “bestselero” sería entonces de conciliación y no de victoria o imposición de un orden sobre el otro. Este sería el planteamiento más significativo desde una dimensión artística.
En definitiva, estamos ante una obra de ritmo ágil y escritura amena, entretenida y amable para el lector (teniendo casi medio millar de páginas, no es poca cosa) que evidencia a su vez un claro dominio del arte narrativo, uno al que, tomando en cuenta la vena temática a la que pertenece, se le echa de menos un mayor tratamiento formal de la historia.
*Tu mano en mi rostro, Jaime Huertas Fernández. Editorial Caligrama, España, 2020.