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El rumbo único de un doble viaje

Alfredo Chacón sobre el poemario “Doble viaje” de Adriana Gibbs (Oscar Todtmann, 2018): “una decidida relación con la palabra que le garantiza la fluidez, tanto en su transcurso textual como en el cumplimiento de su doble convicción: la que instaura el principio de que para llegar a tener algo que decir, es preciso dejarse traspasar por la vida”

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En la conjugación poética del Viaje de que aquí se trata, el del vivir en constante traslación entre lugares que en vez de sustituirlo lo confirman, la primera persona del singular le corresponde a Adriana Gibbs. Ella, al mismo tiempo que una periodista largamente ocupada en difundir la cultura del vino entre nosotros, es también la autora de tres poemarios que se inscriben en la tendencia predominante entre sus congéneres venezolanos en lo que va del siglo XXI: esa que aborda la famosa página en blanco como solución al problema de la interdependencia entre una subjetividad impulsada a expresarse, y un entorno vital que hace tan difícil escribir como vivir.

En buena hora para el lector también dispuesto a incursionar en tal ventura o desventura, las anotaciones más recientes de Adriana Gibbs (su bitácora) acaban de ponerse a su alcance en el cuerpo del libro Doble viaje. Que a su vez, viene a ser su tercera colección de poemas; contiene amplias representaciones de Parece otoño y De nunca despedirme, los dos títulos que lo preceden; hace parte de la colección OTpoesía de Oscar Todtmann Editores; y luce como prólogo “El espejo sonoro”, texto así denominado y a este fin destinado por su autor, Harry Almela, el querido poeta fallecido hace poco.

¿Qué nos dicen de la experiencia de emprender y proseguir el Viaje estos poemas? Algunos fragmentos del primero de ellos nos orientan con meridiana concisión hacia la respuesta. Uno, afirma:

“No siempre se tiene algo que decir”.

El siguiente insiste:

“Todo pasa

y pareciera

que no hay algo que decir”.

Y de su convergencia se desprende, nada más ni nada menos que la siguiente conclusión:

“Si esto pasa

lo mejor sería

dejar que la vida te traspase”.

La consecuencia de estas premisas a un tiempo leves y tajantes, no se hace esperar:

“Quizá así

algún día

habrá algo que decir”.

Ni tampoco se pospone la responsabilidad que de este modo asume quien está detrás o al frente de estas puntuales vocalizaciones:

“He iniciado un doble viaje

en direcciones contrarias”.

Hasta que, no se sabe si como anticipación de un final o entronización de su comienzo, aparece esta transitiva y al mismo tiempo meditada advertencia:

“Nada está firme”.

Ya en este primer poema se trasluce la pauta seguida por el devenir textual del libro entero, que no es sino la compatibilidad del designio viajero con las exigencias de su cumplimiento. Y también se inaugura la naturalidad con que este designio se ciñe a la ocasión que el poema ofrece para hacerse francamente legible. Ya se calibra el tono abierto y desenfadado, pero a la vez comedido, con que este poemario mantiene airosa la verbalización del vivir propio que constituye su razón poética de ser.

¿Y con respecto al Viaje mismo que su título ostenta, qué se nos da a leer? Pues, precisamente, una decidida relación con la palabra que le garantiza la fluidez, tanto en su transcurso textual como en el cumplimiento de su doble convicción: la que instaura el principio de que para llegar a tener algo que decir, es preciso dejarse traspasar por la vida. Así como la evidencia de que para que semejante empeño haya podido alcanzar el objetivo supremo de hacerse real en el poema, fue preciso evitar cualquier inconsecuencia con el decir correspondiente, y con el inevitable sentimiento de la dificultad de vivir. O sea, resultó ser tan indeclinable la apropiación legítima de la palabra decidora, como insustituible el reclamo de la vida que se quiso y fue necesario decir.

Y con tanta vivacidad como la que sustenta a semejante decisión, estos poemas retribuyen nuestra lectura con sus dones: las luces y sombras del olvido sorpresivo, la respiración como silencio merecido, el preguntar sin respuesta, la facilidad del hacer y el deshacer, la tentación de dejarse ir o la aceptación de la fragilidad. Así como también, la incertidumbre ante el poema mismo, la serenidad en el paso de los días, el ser como interrogación, el miedo a ciertas palabras, el mundo como paso de los años, y la incertidumbre ante el viaje que se está por emprender.

De manera que en los poemas de este Doble viaje campea la claridad con que todo lo suyo ha sido dicho. Es que lo suyo así lo exige, al consistir en el tránsito, no distraído ni obsedido, a través de su propio vivir en la tierra y el aire de lapalabra.

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(Escrito a partir de las palabras dichas en el acto de presentación de Doble viaje, en la sede de La Poeteca, el pasado 12 de julio).

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