Papel Literario

El recuerdo eterno del Hotel Majestic

por Antonio Sánchez García Antonio Sánchez García

El recuerdo eterno del Hotel Majestic

Ni siquiera llegó a funcionar veinte años. Inaugurado en 1930 en pleno centro de Caracas y derribado en 1949, transformó la imagen de una ciudad de apenas 200.000 habitantes de tal manera que todavía muchos piensan que el Hotel Majestic reinó durante un siglo.

Paradojas de esta ciudad. Poquísimas son las personas que pueden tocar con sus manos o ver con sus ojos diversos restos del hotel, pese a la bola de acero que no dejó piedra sobre piedra del edificio. La gran araña de la entrada, hecha con cristal de Murano, iluminó hasta hace poco la planta baja del desaparecido Hotel Caracas Hilton. En una casa de Los Chorros, sus propietarios María Inés y Edmundo Reyes, nieta ella de Eloy Pérez, y sobrina de Juan Pablo Pérez Alfonso, conservaban un escritorio, un armario, varias sillas de comedor y muchas piezas de mantelería, servilletas, sábanas y escaparates del hotel. Una gran mansión en el Country Club, antes de doblar en la avenida Altamira, exhibe las rejas de hierro del hotel, sus maderas, sus jarrones, sus vitrales, varios de sus muebles, incluso una réplica del salón de recepciones, con las mismas vigas y paredes revestidas de madera, y los enormes jarrones de Sèvres, y los de estilos egipcio y etrusco. Hay también florales, arañas, ceniceros de plata con el anagrama HM, bellas columnas de madera, de estilo salomónico. Reconstruida, exactamente como el original, se aprecia La Taberna, una especie de tasca española subterránea, con sus paredes de ladrillos y los jamones colgando del techo (aunque la testuz disecada de un toro matado por Paquirri indica que no todo es de aquella época). Y la imitación exacta del juego del comedor salió de las manos de dos ebanistas traídos de España.

Es justo hacer mención de quienes han querido “salvar” el Majestic. Mencionemos a quienes también fueron propietarios: Eloy Pérez, Joe Da Costa Gómez y Yolanda de Pérez Pereda. Mencionemos a doña Berta Heny, viuda del arquitecto estrella del hotel, Manuel Mujica Millán. Ella donó al Centro de Investigaciones Históricas y Estéticas de la Escuela de Arquitectura de la Universidad Central de Venezuela, y sus miembros Graciano Gasparini y Juan Pedro Posani, los dibujos de las maquetas de la terraza, el comedor, el salón de recepciones y un salón de baile del hotel. Mencionemos a Gustavo Tambascio, quien nunca llegó a ver el hotel, pero que montó en los años 80, en la Sala Ocre, una deliciosa evocación teatral como fue La viuda del Majestic.

No hay retrospectiva gráfica de Caracas que no incluya la imagen airosa y melancólica del hotel. Ahí se destacan Caracas física y espiritual, de Aquiles Nazoa, y L.Q.Q.D., de Guillermo José Schael, aunque los dos confunden el nombre del genio del Majestic, pues lo nombran Roberto y no Manuel Mujica Millán.

Hagámosle justicia a M.M.M. La construcción del hotel la comenzó Marcelino Marí, contratado en España por Eloy Pérez. Sin embargo, algo anduvo mal y Marí fue sustituido por M.M.M., graduado en 1926 en la Universidad de Barcelona y ayudante principal del célebre arquitecto don Eusebio Bona Puig en la reconstrucción del Palacio de Pedralbes. El Majestic adquirió así su definitivo perfil. Fachada europea, con las mesas de café desplegadas hacia la acera, y toldos muy graciosos en las ventanas suministraban un ambiente casi exacto al de Barcelona, o quizás de París. Salón de recepciones exponente del lujo asiático. El dancing con techo de arcadas, gran araña de globos blancos, palcos de rejas que dominan la pista de baile. Orquesta todos los días interpretando foxs, valses, pasodobles y tangos de moda. En el comedor, en el café de la calle, en el bar, en la terraza andaluza y en La Taberna, la botella de la Viuda Clicquot costaba Bs. 25, la copa de brandy Martel Cinco Letras Bs. 2, jerez a Bs. 1, un trago de Johnny Walker Etiqueta Negra Bs. 1,50, un Martini Bs. 1,25, un vaso de cerveza Caracas Bs. 0,75, y la cerveza Perrito Bs. 2,50. El cubierto costaba Bs. 12. El hotel ofrecía un salón de belleza (beauty parlor), bajo la dirección de la baronesa T. Steinheul; una insólita piscina, una terraza con sesiones de tennis y de cine, un patio español, una sala de juegos y de gimnasia; gabinetes Luis XVI y Japonés, una sala vanguardista y sus ascensores eléctricos.

En verdad, la nostalgia hace estallar la imaginación. Al entrar en la casa ya mencionada del Country Club uno vuelve a un ambiente en que nuestros ojos recrean las figuras de Carlos Gardel y Manolete, y ponen a volar sobre la cúpula del hotel el ángel montado en la proa de la nave proyectada contra el cielo. Aquella fachada tan singular la veíamos todos los días al caminar calle abajo desde la esquina de La Bolsa hasta el liceo Fermín Toro, de Reducto a Glorieta, donde estudiábamos, mientras en el dancing, o en La Taberna, tocaba el piano un joven como nosotros, Aldemaro Romero, con quien entablamos amistad muchísimos años después. Y de labios de doña Berta Heny, la viuda del arquitecto Mujica, erguida y jovial a pesar de sus 89 años (en 1985), oímos más de cerca el valor de la obra de aquel constructor que hizo posible el encanto y la leyenda del Majestic.