Marisabel Parada | Contrapunto

Por NELSON RIVERA

Se repite, con alguna frecuencia, que en la sociedad venezolana se están produciendo cada vez más casos de depresión, causada, en lo fundamental, por la amplitud y hondura de la crisis. ¿Tiene fundamento esta afirmación? 

—Más que casos de depresión el venezolano está viviendo, hace muchos años, en un estado continuo de crisis, conceptualizado como un trastorno temporal que provoca un desequilibrio y desorganización personal, caracterizado por la incapacidad para enfrentar las múltiples situaciones cotidianas. Al venezolano se le están acabando los métodos y estrategias que habitualmente usaba para resolver las situaciones adversas.  El desenlace que resulta es un “colapso mental” con alteraciones intelectuales y emocionales importantes como la ansiedad, la desesperación, el desasosiego, la impotencia, lo que genera desniveles conductuales con bloqueos totales sobre las acciones que deberían seguirse para resolver las dificultades.

No existe un síndrome —conjunto de signos y síntomas— específico para definir una crisis. Las reacciones cognitivas y emocionales estarán muy determinadas por la individualidad de cada sujeto y su historia personal, sus vivencias y sentimientos.

Toda crisis supone ruptura, combate, encrucijada y, a veces, se presenta de forma aguda y repentina. En Venezuela la podemos titular como una amenaza constante de pérdidas de las metas conseguidas: económicas, sociales, religiosas y psicológicas, que se presentan revestidas de angustias.

La trilogía que define a toda crisis es, pues, la siguiente: desequilibrio, temporalidad y la incapacidad interna de caminar hacia un más o hacia un menos.  Ante cualquier situación de crisis se puede producir una triple respuesta: confusión-negación, actitud paranoide o una vivencia depresiva. Son tres posiciones que aparecen dependiendo de la personalidad del sujeto, su momento evolutivo y otros factores psicológicos y sociales que en Venezuela los tenemos todos. No necesariamente se producen las tres en una misma circunstancia. Lo patológico no es que aparezcan sino su persistencia o que impidan una salida pronta o resolutiva al conflicto. El venezolano ha sufrido  crisis en forma continua, persistente, variable, que se  acumulan año tras año.

¿Y la afirmación de que somos una sociedad cada vez estresada tiene fundamento?

—Venezuela es un país estresado. El estrés es la respuesta del organismo hacia cualquier demanda que se le presenta. Además, el estrés es la dosis normal de tensión que la persona debe emplear para resolver los problemas o realizar las metas que se ven obstaculizadas. Sin duda nuestro país posee todos los factores predisponentes que le impiden adaptarse y ajustarse a las presiones internas y externas.

Tenemos una acumulación de estresores. La pobre calidad de vida nos impide superar, de inmediato, las variadas situaciones adversas, que son tantas, de menores y mayores intensidades y magnitudes, que terminamos con un desgaste físico y psíquico que incide en la salud mental, con efectos duraderos, a corto y mediano plazo, en la vida de los venezolanos.

Generalmente los problemas que se deben afrontar convierten a Venezuela en un país de encrucijadas, en conflictos permanentes, en decepción, impotencia, frustración y traumas.  El diario vivir es un combate continuo, agudo, complejo. Donde se avanza y se retrocede, se obtiene algo y luego se pierde todo.

Los padecimientos de la psique tienen, en principio, un carácter individual. ¿Pero irradian de unas personas a otras? 

Las personas tienen la posibilidad de contagiar a otros de ansiedad, depresión e ideas desesperanzadoras, y transmitir pensamientos catastróficos e irracionales. En Venezuela esto se da por etapas, en momentos que han sido cruciales y cuando han sucedido hechos crueles, inesperados, sorpresivos e inauditos. Sin embargo, opino, junto a otros profesionales que visitamos zonas populares, que la sociedad venezolana es resiliente, quizás en demasía. Si partimos de que el concepto de resiliencia es un proceso dinámico que refleja la capacidad de los individuos para sobreponerse y enfrentar las situaciones adversas, adaptándose y aprendiendo de las dificultades, que además lo hacen en forma flexible, tenaz, objetiva y con buen ánimo, pues sí, el venezolano posee todas esas fortalezas. No se deja contagiar con pesimismos. Si hoy visitáramos los barrios de Petare sabremos que la mayoría de esos hogares, conformados por mujeres principalmente, no tiene gas doméstico y han aprendido a hacer fogatas para cocinar los alimentos básicos, no obstante, ya no tienen troncos de madera, ni forma de conseguirlos, así que logran ingeniarse algún alimento y colocar algo en el único plato que se comerán ese día. Es una forma también de darle ejemplo a sus hijos de que la vida es un reto y que pueden superar ese desafío. Los graves problemas socioeconómicos, políticos y sociales están presentes durante años, sin embargo, entre los miembros de la familia y de la vecindad que los rodea, hay buenas relaciones interpersonales, aprecian a líderes con valores, aceptan los grupos y redes de apoyo con gratitud, y en esos barrios sufridos hay risas, diversión, esperanza, coraje, fraternidad y compasión.

Un fenómeno muy perceptible en las redes sociales es la intolerancia y virulencia con que se reacciona a las afirmaciones que no coinciden con nuestro modo de entender la realidad. ¿Ha sido siempre así o es un fenómeno relativamente reciente? 

Este fenómeno de intolerancia y crispación en las redes sociales es un reflejo de frustración de la sociedad venezolana. Sin duda, una población que ha sumado crisis y traumas a lo largo de los últimos  años tiene la posibilidad de expresar, de inmediato, sus emociones y utiliza, con cierta ligereza, estos medios para descargar y desahogar sus sentimientos de ira, temor, impotencia, sin validar o equilibrar sus opiniones y criterios. En muchas ocasiones estos mensajes son improvisados, superficiales, agresivos, sin una debida reflexión o análisis.

La historia nos enseña que, en los regímenes totalitarios, el miedo termina por imponerse. Se erige como una fuerza de sometimiento de la sociedad. ¿Qué tan extendido está el miedo en Venezuela?

El miedo en Venezuela es real. Supera los estados de ansiedad y contamina las emociones, no importa su condición social ni la zona donde viva. Esa amenaza continua contra la integridad física, psicológica y social es producto de muchas experiencias cargadas de crueldad, odio, agresión y humillación. Causa estupor y pánico. Más si no ha habido justicia reparadora del daño. Por mencionar algunas podemos recordar los despidos laborales sin razón justificada, las expropiaciones de tierras e industrias, casos como los de Franklin Brito, los jóvenes asesinados en las manifestaciones y protestas de 2014 y 2017, el incremento exponencial de personas perseguidas y detenidas por pensar diferente. Presos políticos que llevan más de 17 años sometidos a torturas y abandonos. Otros acontecimientos inolvidables que dejan estupefactos a los venezolanos y crean temor, tristeza, sufrimiento son casos como los asesinatos de Oscar Pérez y Fernando Albán. Igualmente, las reiteradas violaciones de los derechos humanos derivadas del desproporcionado abuso de la autoridad de los cuerpos de seguridad del Estado. Estos y muchos más sucesos son las razones válidas para tener la sensación de inseguridad continua y el miedo constante en sus vidas.

La literatura ha descrito una suerte de empobrecimiento emocional producto de las perturbaciones sumadas del miedo y el empobrecimiento. ¿Al empobrecimiento material le corresponde un empobrecimiento emocional? ¿Esa sensación de que se ha perdido algo sustantivo del mundo se está experimentando en nuestro país? 

El venezolano se ha empobrecido. El pobre es ahora más pobre, la clase media y los profesionales medios no encuentran formas de equilibrar su economía. Las escalas sociales se han redefinido y descendido drásticamente. Los analistas parecen profetas del desastre y lo que hacen es reflejar nuestro presente y el pronto futuro. Y no es solo la pandemia, ya Venezuela venía destruyéndose vertiginosamente. Eso condujo a que millones de hombres venezolanos emigraran a buscar oportunidades a otros países de América Latina, dejando a mujeres, madres y hermanas solas, rodeadas de niños y con un ingreso mínimo para subsistir. Ese empobrecimiento crítico genera toda clase de sentimientos como desesperación, desasosiego, tristeza. Es imposible no angustiarse, vivir con hastío y desesperanza, no obstante muchos venezolanos aún confían en que regresará el bienestar y las posibilidades abiertas de recuperar su prosperidad y la de sus hijos.

Le quiero preguntar por esa dimensión de la psique que se define como “reservas espirituales” solidaridad, esperanza, iniciativa, lucha, resistencia. ¿Las hemos perdido? ¿Contamos con ellas? 

Sí podemos contar con las reservas espirituales que poseemos los venezolanos. Son una muestra de ello los cientos de instituciones solidarias, Organizaciones No Gubernamentales, la Iglesia a través de sus vicarías, la múltiples fundaciones de apoyo al sufriente, dentro y fuera de nuestras fronteras,  grupos que luchan por  la justicia, la libertad de presos políticos, defienden los derechos humanos, brindan alivio emocional y espiritual a los familiares de los héroes caídos y asesinados por los cuerpos de seguridad, activistas que buscan la paz, el perdón y la reconciliación.  Estos agentes de cambio son los modelos del verdadero y auténtico venezolano que ha comprendido que el dolor de nuestras vidas solo se alivia con empatía, compasión y afecto.

La compasión, producto de la comprensión con el que sufre, es una virtud espiritual con la que cuenta el venezolano, y no solo de los líderes comunitarios, sino también de la vecina que comparte su harina, cuida al bebe de la madre que trabaja y acompaña al anciano solitario. El compadecer es comulgar con el sufrimiento ajeno. Y somos tan solidarios, tan fraternos, tan empáticos con el otro que se convierten en sentimientos de amor.

Otra virtud espiritual del venezolano es el aprecio, esa actitud benigna, cálida, positiva, que dignifica al que sufre, ya que se trata de estimarlo y respetarlo como individuo, considerando su particularidad, su forma de ver la situación, sus valores.

Estos venezolanos virtuosos logran transmitir a los ciudadanos que están sufriendo, mucho coraje ante las circunstancias adversas, de modo que los sufrientes sean capaces de mantener la calma, reflexionar y ver la situación dentro de un contexto más amplio. Así se podrá encontrar una respuesta, una salida, un sentido de la vida, inclusive en el caos más absoluto. La idea no es sólo sobrevivir sino ser capaces de aprender del sufrimiento, prosperar y crear objetivos nuevos que procuren una mayor claridad a la vida. Como decía Viktor Frankl: “Al hombre se le puede arrebatar todo, salvo una cosa: la última de las libertades humanas,  la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias,  para decidir su propio destino”.


Marisabel Parada se pregunta y responde

¿Volverá el venezolano a retomar el equilibrio mental luego de que logremos el bienestar en nuestro país?

Creo, fervientemente, en la capacidad del venezolano de recuperarse y volver a sentir la libertad y el poderío. El hecho de haber padecido situaciones extremas de empobrecimiento general, haber sufrido crueldades y muertes cercanas, haber pasado por situaciones en el país que no mostraban ninguna salida, hace  surgir dentro de cada persona la capacidad de resistir, de aprender a vivir, de saborearla y convertirla en un gran potencial. Se teje la resiliencia dentro de sí mismo y en consonancia con el tejido social. Sobreviene la reconstrucción personal y social, una especie de metamorfosis, y como un mecanismo de defensa, desaparece la vulnerabilidad, el agotamiento.

Esta resiliencia surgirá en el venezolano cuando haya logrado la posibilidad de alcanzar sus metas de productividad, desarrollo y reconstrucción. Pasaremos de la crisis a la oportunidad y nos encontrarán grandes y virtuosos, llenos de coraje y valentía. Como bien me decía Iván Simonovis: “No sé si soy resiliente pero lo que sí sé es que tengo mi conciencia tranquila”. Esa conciencia nos impulsará a la transformación positiva en nuestro país.


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