REYNALDO HAHN NIÑO, POR RAFAEL OCHOA Y MADRAZO

Por ISABEL PALACIOS

Siempre que acepto un compromiso como este, es decir, ¡escribir! me someto a dudas y preguntas que son, más bien, auto-reclamos: ¿por qué aceptaste si tú no eres escritora? Y luego, generalmente caigo en una situación un poco más delicada… ¿ajá… y cómo piensas escribirlo?

Entonces, el único remedio, antes de salir corriendo, es preguntarme: ¿quisieras decir algo?, ¿tienes algo por allá adentro que quisieras compartir?, ¿el tema te motiva?, ¿es algo importante?

Entonces, un poco más calmada, comienzo a responderme las preguntas: sí, yo quisiera decir “algo” y compartirlo; sí, tengo mucho dentro de mí que me motiva y también —gracias a Dios— el asunto que nos convoca creo que es más bello que importante pues siento que es alguien que tiene significado y trasciende. Luego, a eso de ¿cómo pienso escribirlo? Pues, de la única forma en que me atrevo a hacerlo: escarbando muy adentro en mi memoria y observando dónde está colocado el tema que voy a desarrollar, cuántas raíces me penetraron y qué árbol nació de esas raíces.

El tema, ya lo saben, es Reynaldo Hahn y entonces, hurgando en la memoria, me doy cuenta de que la primera raíz que de él germinó en mi persona la sembró Antonio Estévez. Él lanzó una semilla en una muchacha inquieta y preguntona que, cada vez que tenía la suerte de encontrarse al lado de un personaje como Antonio, no dejaba de exprimirlo para irse luego cargada de emociones, ideas, extraños consejos, opiniones polémicas y a la vez divertidas.

Recuerdo bien que le pregunté a qué “famosos” había conocido en París y, además, cómo lograba comunicarse con ellos pues ya me había confesado que al principio no hablaba “ni una papa” de francés. Entonces, Antonio, “achinando” sus ojos, me respondió “conocí a Reynaldo Hahn” y agregó: “Isabelita, es una historia muy divertida”.

Resulta que alguien le había anotado una oración en un papelito: “Je m’appelle Antonio Estévez, je viens du Venezuela et je suis très heureux de vous connaitre».  Me contó luego cómo practicó hasta el cansancio esas palabras en francés (con una pronunciación un tanto llanera). Al fin llegó a la casa de Hahn, tocó el timbre y le abrió un mayordomo que le dijo: «S’il vous plait» (frase que entendía perfectamente). Mientras, internamente, él seguía practicando su papelito. De pronto, desde la biblioteca dijo una voz sonora «¡pasa, mijito!»  y añadió Estévez: “Era el viejo Hahn con el más delicioso acento caraqueño de La Pastora”. No sé si esa historia es cierta pero, la verdad, poco me importa, porque ese cuento me abrió una puerta inmensa y hermosísima hacia Reynaldo Hahn.

Por supuesto, ustedes pueden ahora estarse preguntando ¿y qué tiene que ver todo eso con su homenaje? Pues exactamente esto: para mí hablar del más francés de los venezolanos me motiva mucho porque siempre he guardado, al lado de su «hora exquisita» o de sus «alados versos», su cariñoso «pasa, mijito».

La segunda cercanía inolvidable con Reynaldo Hahn la tuve al lado mi maestra Fedora Alemán, y saben, cualquier cosa que ella compartía contigo era una maravilla, era sentarse al lado de esa mujer bella, refinada, exquisita, sensible y simplemente… escucharla. Con ella, las clases no ocurrían realmente «en el momento de la clase», las clases de Fedora pasaban cuando menos te lo imaginabas y debías estar siempre atenta.

Recuerdo bien que yo debía entregarle el repertorio de un recital que iba a cantar en el Ateneo de Caracas. Le llevé una lista donde había anotado muchas piezas y, como yo hablo francés bastante bien, pues, había muchas canciones francesas. Ella leyó mi lista, y de pronto me miró con sus ojos inmensos, y dijo «falta Reynaldo Hahn… y él no debe faltar». Como era lo usual, yo un poco bromista le dije:  “Profe… ¿debo incluirlo por… venezolano?”. Y me respondió: “No, mi vida, simplemente porque su música es muy bella”.

Pues así es, dentro de mí viven Antonio y Fedora contándome cuentos sobre Reynaldo Hahn pero, por supuesto y sobre todo, vive su música: la sensibilidad de cada una de sus melodías, sus sugerentes armonías y el tratamiento mágico que él hacía del piano, instrumento que Hahn transformaba en cada pieza, desde la atmósfera vaporosa de su hora exquisita a las arpegiadas alas de sus versos, y a veces, para conmovernos profundamente, solo tocando las notas del calmado bajo del “aire” de Bach entrelazadas en su « À Chloris», la forma bella y honda que él encontró para homenajear al maestro.

Reynaldo Hahn este año está de aniversario y de pronto pasa a ser importante, y pienso: ¡qué bien!

Reynaldo Hahn este año está de aniversario y después de tanto tiempo, al fin le conocen, pues ahora pienso: ¡qué mal!

Y si ustedes me preguntan ¿por qué celebramos a Reynaldo Hahn? Puedo responderles de inmediato y con absoluta convicción:  él era fabuloso, era amigo de Proust, cantante y director, compuso óperas y operetas, estudió en el Conservatoire nada menos que con Massenet, Gounod y Saint-Saëns y solamente escribió en francés. Todas sus canciones, tan bellas como un collar de perlas (precioso, pero nunca ostentoso) se estudian en las cátedras de Mélodie française de los conservatorios europeos y se cantan al lado de las de Fauré, Chausson y Duparc, pero, si me preguntan ¿y es realmente venezolano? Pues solo puedo decirles… ¡pasa, mijito!


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