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Oscar d?Empaire. Promotor del arte venezolano y maestro del ensamblaje

Vigésima entrega de “Artistas olvidados” por Beatriz Sogbe: “d’Empaire hace del ensamblaje su leit motiv, y empieza a incorporar en esos materiales los objetos que había recolectado toda su vida, caracoles, antigüedades, objetos en desuso. En todas ellas hay un signo. El molde del zapatero de madera es la huella del hombre, su paso por esas piezas”

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El coleccionismo de arte –entendido como algo serio y riguroso– es una forma de convertir el placer en control y el caos en orden. Una manera de crecer intelectualmente, pero también un método –para el perfeccionista– mediante el cual se rescata, restaura y preserva la memoria. Si va aunado al mecenazgo es una actividad superior.

Un coleccionista auténtico es aquel que dedica parte de sus ahorros y de su tiempo, en una obsesión positiva, para comprar arte. Como eje final de una cadena comercial –que obviamente no podemos ignorar aunque resulte enojoso el adjetivo–, el coleccionista es vital no solo para la supervivencia del artista como iniciador de esa cadena, sino para museos, críticos, conservadores, historiadores, marchantes, editores, fotógrafos, curadores, restauradores o museólogos.

Muchos de ellos lo hacen por inversión –cosa que no es despreciable–, pero no son de interés para esta nota. Algunos de ellos –personas de mucho dinero– poseen verdaderos ejércitos de expertos que los asesoran para comprar arte, son trustees de muchos museos –porque les da brillo social. Hacen museos personales para su propio ego. Otros se apoyan en gente de la cultura y sus artistas, para darle sentido a sus vidas. También existe un grupo, más perverso, que se encarga de exaltar una obra, sin mayor valor, con fines especulativos. No es difícil, ya que una promoción inteligente puede crear la sensación de un gran artista, siendo una obra mediocre. Todo esto es válido, pero distorsionan el alto sentido de coleccionar y de rodearse de los objetos que admiramos y creemos como parte importante de nuestras vidas.

En el siglo XVI se generó una especie de lucha de fuerzas por ser quien tenía la mejor colección de arte de su tiempo, generada por papas, reyes y otros coronados. Se había creado una afición que –como todos los excesos– suscitó deformaciones. Es entonces que, por primera vez, se utiliza la palabra “mecenas” para designar a las personas que protegen y promueven las artes. Provenía de Cayo Cilnius Mecenas (siglo I A.C.), quien era amigo del emperador Augusto y fue un hombre muy rico, que protegía a los poetas romanos. Luego de que en las cortes renacentistas y los reyes europeos ocurre una revolución en los países bajos. Fue una burguesía que adquiría pinturas, porque tenía dinero. Un verdadero mecenas debería ser un asunto de carácter íntimo, para patrocinar artistas, literatos, músicos o científicos. Si se hace público es un asunto de relaciones públicas, para mejorar la posición social y su reputación. Muchos nuevos ricos utilizan esa figura para ingresar a círculos sociales más exclusivos. Y lo logran.

El gran viraje del coleccionismo se inicia a fines del siglo XIX. Y, ya en el siglo XX, cuando los coleccionistas se especializan en determinadas líneas, se inicia el término de “tener un criterio y línea de colección”. El coleccionismo serio, como se conoce en el siglo XX y XXI, lo inicia Sir Richard Wallace (Inglaterra, 1818-1890). Este hombre extraordinario nunca pudo superar una limitación: el que nunca haya sido reconocido como hijo legítimo, por su padre, el Marqués de Hertford. Su colección está en Hertford House, en Manchester Square, en Londres. Es el fruto de varios esfuerzos de generaciones que la fueron enriqueciendo por el primer marqués de Hertford, Francis Seymour-Conway. El cuarto marqués fue quien verdaderamente la enriqueció y su hijo Richard Wallace, quien era su secretario, administrador y agente de compras. Heredó todo su patrimonio, excepto el título nobiliario y las propiedades vinculadas al título. La diferencia con su padre es que Richard no compraba de forma obsesiva y lo que lo hizo especial fue su profesionalismo y su criterio. Una cualidad envidiable y que pocos aprecian.

En Venezuela tenemos un caso ejemplar: Oscar d’Empaire (Edo. Zulia, 1930-2016). El esfuerzo y logros de d’Empaire –al hacerlo con dinero privado, mas no público– no tienen parangón en nuestro medio. Este no era un nuevo rico. Por lo contrario, provenía de las familias más importantes del Zulia. A Oscar, su padre lo había enviado a estudiar Administración Comercial al Saint Francis College, en Pennsylvania, USA. Pero a Oscar no le interesaba el negocio familiar. A su regreso visitó los Salones Planchart en Caracas –que se constituyeron la primera iniciativa privada de exaltar nuestros valores. Quedó impresionado. Y decidió hacer lo mismo en Maracaibo. Pero fue mucho más lejos. Su padre Carlos Julio d’Empaire, al igual que los Planchart, también vendía los carros más costosos (Cadillac y Chevrolet) y con gran éxito económico, en el occidente del país. Es así que aperturan los primeros Salones d’Empaire de arte, en el local de ventas de sus carros en Maracaibo. Esos salones permanecerían desde 1954 a 1969. No solo cambiarían la manera de ver arte en el Zulia, sino que marcarían pauta en el arte venezolano.

Oscar era el mayor de una familia de ocho hermanos, producto de la unión de don Carlos Julio con doña Consuelo Belloso de d’Empaire. Fue el primer nieto de don Manuel Belloso Nava. Fundador de la Botica Nueva de Maracaibo –creador de la Emulsión Pasteur y la Crema Egipcia. La Crema Egipcia tuvo tal éxito que se vendía en todo el país como una crema blanqueadora, eliminadora de cicatrices y pecas. Fue además de empresario y banquero, un gran filántropo. En 1925 construyó un edificio de cuatro pisos, el más alto de su época en Maracaibo, donde por vez primera se instaló un ascensor, y funcionó la primera tienda por departamentos de Maracaibo. Paralelamente, promovía la Fundación Belloso, para obras de caridad y divulgación cultural.

Los Salones d’Empaire –poco a poco– se fueron profesionalizando y al final sus jurados estaban constituidos por personalidades nacionales e internacionales, como Carlos Raúl Villanueva, Gastón Diehl, Alejandro Obregón, Simón Alberto Consalvi, José Gómez Sicre, Marta Traba, Roberto Guevara. De ahí surgieron los nombres de Francisco Hung, Elsa Gramcko, José Antonio Dávila, Víctor Valera, Renzo Vestrini, Manuel Quintana Castillo o Roberto Obregón.

El éxito de estos salones impulsó a Oscar d’Empaire y a su padre a algo mucho más ambicioso y permanente. Maracaibo –con el auge petrolero– necesitaba un nuevo teatro y un ateneo. En 1963 se propusieron crear el Centro de Bellas Artes y el Teatro de Maracaibo. En el Colegio de Bellas Artes los jóvenes no solo obtendrían los conocimientos docentes básicos, sino que serían formados de manera integral, con sensibilidad en la cultura, los deportes y los idiomas. La iniciativa surgió en 1973 –esta vez con el apoyo de José Antonio Hands. Oscar consiguió la donación de los terrenos por parte de las petroleras Shell y Creole y se inició la construcción del Centro de Bellas Artes de Maracaibo. Con su hermana Masula promovieron los talleres goajiros de tapices Mali-Mai y hasta su cierre en 1994, fueron sus principales animadores.

El Centro de Bellas Artes fue la sede de la primera exposición individual de Jesús Soto, Marisol Escobar, Roberto Obregón o Francisco Salazar. Y también expusieron ahí Alejandro Obregón, Henry Moore, Francisco Narváez, Rogelio Polesello, entre muchos otros.

Con ese interactuar permanente entre artistas, viajes, un gusto sibarita por la vida y la cultura, Oscar comenzó a hacer una colección de arte para su padre, así como la propia. Viajó por todo el occidente buscando piezas coloniales y objetos de la memorabilia. Oscar coleccionaba de todo. Como era un ajedrecista apasionado –también fue promotor de esta disciplina en el Zulia– poseyó una colección de más de cien juegos de ajedrez.

Ese interactuar con arte y artistas impulsó la sensibilidad de Oscar d’Empaire e inicia sus ensamblajes. Su primera exposición la realizó en 1980, en el Centro de Bellas Artes y la Galería Estudio Actual en Caracas. Era un hombre adulto. Sobre todo para quien se inicia en un oficio que, generalmente, se empieza muy joven, pero su capacidad de análisis y sensibilidad le hizo superar muchas etapas. De esta manera se convirtió en el maestro del ensamblaje en Venezuela. Pero d’Empaire hace del ensamblaje su leit motiv, y empieza a incorporar en esos materiales los objetos que había recolectado toda su vida, caracoles, antigüedades, objetos en desuso. En todas ellas hay un signo. El molde del zapatero de madera es la huella del hombre, su paso por esas piezas. La memoria indeleble. Disfrutaba, a extremos, en colocarle nombres a sus piezas, relacionadas con las impresiones que le daban las mismas.

La palabra assemblage viene del francés y significa juntar, unir. Es pues una suerte de arte amoroso en la medida que fusiona otredades. Y al igual que en cualquier relación amorosa el ensamblaje será exitoso en la medida en que las mezclas congenien. De tal manera, que el artista del ensamblaje se convierte en un alquimista magnífico que procesa desechos para convertirlos en arte. Añadiría que nadie más apropiado para hacer uniones que el hombre que promovió el arte zuliano, a niveles excelsos. Oscar nunca quiso que el Centro de Bellas Artes llevara su nombre. Solo quería la divulgación del arte en todas sus variantes. Nunca cobró honorarios por estar al frente de ese proyecto. Siempre fue un hombre humilde y sencillo. Promovió a todo artista joven al que le encontrara méritos. No prodigaba sus logros. Y fue muy próximo a todo aquel que se le acercara. Por eso afirmamos que el arte en el Zulia es un antes y un después de Oscar d’Empaire.

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Imágenes

(1) “El juguete de Torquemada”; 2009; ensamblaje (madera y hierro); medidas: 30 x 50 x 27 cm; colección privada

(2) “Disidente”; 2009; medidas: 33,5 x 21,5 x 14,5 cm; ensamblaje (madera y hierro); colección privada; fotografía: Reinaldo Armas

(3) “Disco sideral”; ensamblaje (diferentes maderas); medidas: 64 x 25 x 60 cm; colección privada; fotografía: Reinaldo Armas

(4) Imagen de Oscar d’Empaire; fotografía: Pancho Villasmil

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