Papel Literario

Nunca es tarde

por El Nacional El Nacional

Por LUIS MORENO VILLAMEDIANA

Los poemas de Marea tardía confirman el interés de Rowena Hill en la exploración de lo real y sus fundaciones: la religiosidad que no desacata el erotismo; la complejidad metafórica que cambia lo visible en algo distinto; el cuerpo en continua decadencia. Esa combinación estaba ya en libros como Planta baja del cerebro y No es tarde para alabar, pero ahora se presenta como tanteo final. La descripción de la última página habla de un mundo ya sin sombras y de alguien sin cerebro; sin embargo, un resquicio persiste: “¿una hebra de la luz/me conocerá?”. La respuesta puede ser la inexpresada posibilidad afirmativa, pero ella no revoca la certeza de un cierre siquiera truncado o temporal. Hill no reniega de la escatología (del griego antiguo éskhatos: «último» y logos: «estudio»), pero elige, sobre todo, considerar la miseria y milagro de este mundo. Justo antes de ese texto hay una serie llamada Los Tánatos: en esa familia funeraria hay mucho de profundo y jocoso, que parece mezclar Los Adams con Vladimir Jankélevitch. Esa sección mitiga todo sentimiento trágico y convierte el libro en una meditación sobre nuestra permanente y lujosa vulnerabilidad.

La lengua de Rowena Hill es un importante agregado al canon nacional. Sus repetidas alusiones a lo corporal van más allá del léxico limitado que apenas enumera, con redundancia, brazo, piernas, genitales, los detalles del rostro o la espalda; sus palabras logran inventariar lo que solamente descubre una radiografía. Es admisible pensar que en su obra hay más menciones del cerebro que en el resto de la poesía venezolana, aunque en Hill ese órgano es también la materia, no el mero prestigio de su funcionamiento. La consciencia general que eso implica se une a un sentido del ritmo que deshace la idea tradicional de eufonía, pues no depende del dominio falsificado por la noción de lengua materna; la ostentación fue válida nada más para el primer Neruda. Sus poemas son la inquietante presencia de lo irreductible, lo que no logra transformarse en maquinal o doméstico. La herencia que cabría esperar de su literatura es constantemente traicionada: en «Trípticos», por ejemplo, las líneas iniciales tienen resonancias del imaginismo anglosajón, pero de inmediato exceden la virtual referencia, y la otra, más previsible, del haikú. Rowena Hill es, en breve, la autora venezolana que nació en Cardiff y ha traducido los vachanas y a los oprimidos de la India, a otras poetas venezolanas, a Rafael Cadenas, Montejo e Igor Barreto, y su escritura es la trama de esa acumulación biográfica. Marea tardía lo sigue demostrando.