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Nuestro amigo común: “Vivir”

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Por NARCISA GARCÍA

https://www.youtube.com/watch?v=umLtGRl_WE4

El señor Watanabe ha sido informado de que tiene cáncer terminal y se da cuenta en ese instante de que debió haber hecho algo más con su vida. Ha sido un burócrata que aprueba documentos y ahora se da cuenta de que puede ayudar, recorriendo todos los niveles de la burocracia japonesa, a un grupo de mujeres que solicita un permiso de la ciudad para construir un parque infantil en un terreno abandonado. Kurosawa nos hace acompañar a Watanabe desde la visita médica hasta después de su muerte. En la escena camina lentamente hasta el columpio y canta, envuelto en una alegría silenciosa, una escena tan íntima, tan sencilla: la nieve que cae con suavidad, el aliento de Watanabe mientras canta, la placidez de la noche, apenas acercándonos para verle mecerse. Probablemente sea una de las más hermosas y tristes de la historia del cine. Podrá no parecer una épica, por su carácter mínimo, pero estamos ante una historia del coraje del ser humano frente a la muerte. El triunfo de la voluntad del hombre contra la adversidad. Su búsqueda de sentido.

Una de las tantas maravillas de Vivir es que si bien está construida según la clásica estructura de guiones de tres actos, cuando llega el momento en el que el protagonista debe sobreponerse y luchar o por el contrario ceder ante las circunstancias, Kurosawa avanza hasta el final y cuenta la historia en una analepsis magnífica a partir de los recuerdos de los familiares y amigos de Watanabe. Vivir no solo demuestra lo humano del cine de Kurosawa, sino que junto a Ciudadano Kane, Umberto D y El último (F.W. Murnau, 1924) expone la grandeza potencial extraordinaria de un individuo y las dificultades que puede o no superar. Esta escena es, además, el corazón de la cinta, pues el espectador ha sido llevado por Kurosawa hasta la acción: ya no solo somos testigos de la decisión de Watanabe de esforzarse por hacer algo noble, sino que podríamos ver su voluntad emerger en nosotros mismos.

Vivir (Japón, 1952). Dir. Akira Kurosawa

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