Papel Literario

Miguel Gomes: arte, humor, desencanto y vuelta a la patria

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Por ANTONIO GARCÍA-LOZADA

I.

En 1987, Miguel Gomes, un joven venezolano de 23 años que acababa de publicar un libro de micro-relatos, Visión Memorable (Caracas: Fundarte), probablemente supuso que entraba, tras abrir la puerta, en una biblioteca gigantesca como la de la Alejandría con abundancia de documentos, incontables manuscritos, textos, que serían los peldaños para alcanzar el conocimiento del alma de la humanidad. Partiendo de este presupuesto, en la obra literaria de Miguel Gomes se confirma que ha sido un ávido lector, y ha ejercido su labor escritural en varios espacios del mapa de las letras latinoamericanas: cuentista, ensayista, crítico literario, editor, y novelista, además de ser catedrático en la Universidad de Connecticut. Claro, no podrá faltar quien pregunte: ¿y quién es Miguel Gomes?  Primero, cabe decir que Gomes, nacido en Venezuela, pasó su infancia y juventud entre Caracas y Madeira puesto que sus padres, provenientes de la isla portuguesa, se residenciaron en Venezuela desde mitad del siglo XX. Y, como resultante, los viajes a Portugal fueron habituales e hicieron de Gomes un ser bilingüe. Este dato biográfico nos lleva a recordar dos apuntes más: uno, que Venezuela abrió sus brazos en el siglo XX a una significativa inmigración latinoamericana y europea: y dos, que en esa apertura venezolana, o caraqueña, en particular, se convirtió en una meca cultural hispanoamericana en la que Miguel vivió y donde cursó estudios en la escuela de Letras de la Universidad Central. Lo que nos indica que este sustrato del que Gomes ha salido —o,  evocando a Julio Cortázar: “Del lado allá y del lado aquí”— fue el germen de formación, de enriquecimiento intelectual, y de experiencias literarias hasta convertir a Miguel Gomes en una de las notables figuras de la actual narrativa venezolana.

Ahora bien, cuando la editorial Seix Barral de Venezuela publica Retrato de un caballero (2015), nos parece como si Gomes hubiera estado aceitando sus instrumentos lingüístico-literarios durante algunos años para entregarnos su primera novela, finalista del premio Herralde y de la Crítica a la Novela en Venezuela. Pero, independientemente de que esta novela no haya sido galardonada, cabe resaltar que sus cuentos han logrado reconocimientos significativos: el Premio Municipal de Narrativa de Caracas y en dos ocasiones se le otorgó el primer lugar en el Concurso de Cuentos del diario El Nacional. Gomes en su obra creativa ha demostrado esa sabiduría sensata que poseen aquellos escritores o escritoras manejando la pluma, la lengua y el pensamiento, con amplio conocimiento de su propia historia como tributo a la literatura universal en general, y la hispanoamericana en particular. Entre algunas de sus obras de crítica están Estética Hispanoamericana del Siglo XIX (2002), Estética del Modernismo Hispanoamericano (2002), La realidad y el valor estético: configuraciones del poder en el ensayo hispanoamericano (2009), El desengaño de la Modernidad, Cultura y Literatura en los albores del siglo XXI (2017); y en ficción tenemos: Visión memorable (1987), La Cueva de Altamira (1992), De fantasmas y destierros (2003), Un fantasma portugués (2004), Viviana y otras historias del cuerpo (2006), Viudos, sirenas y libertinos (2008), El hijo y la zorra (2010), Julieta en su castillo (2012),  Retrato de un caballero (2015) y Llévame esta noche (2020).

Al emprender la lectura de Retrato de un caballero apreciamos una particular función simbólica en los siguientes detalles: la portada del libro, el epígrafe y el comienzo de la novela. El primero nos permite resaltar la correspondencia que Gomes construye entre el arte pictórico y la literatura. La primera es la portada con la reproducción de El retrato de un joven (1) de Agnolo Bronzino. Allí observamos al personaje sujetando con su mano derecha un libro en el que fija el dedo índice entre una de las páginas para conservar supuestamente el lugar de su lectura. La segunda, es el epígrafe de Shakespeare: “But when I came to man’s estate, / With hey, ho, the wind and the rain…» [«Pero cuando llegué a la edad madura / con, qué más da, el viento y la lluvia…] (2), nos transporta a la comedia Twelfth Night (Duodécima Noche o Noche de Reyes) cuya idea central es el amor eterno que radica en el valor de un ser humano, en preservar sus pasiones, sin tener en cuenta título nobiliario, estatus social o riqueza. Y la tercera, nos evoca sutilmente al Quijote cuando leemos la primera oración de la novela: “Lector pío, del cascarón recién salido: esta historia empieza…” (3). Visto así, no sería exagerado afirmar que la inclusión de Bronzino, Shakespeare y Cervantes constituyen una sólida condición estética del novelista. Además, el hecho de que Lucio Cavaliero —escritor radicado en Nueva York—, personaje central del Retrato de un Caballero, lo pudiéramos asemejar con el otro gran caballero de la historia de la literatura: el Quijote; puesto que en la obra creativa de Gomes resalta su despliegue bibliográfico como en la novela del Hidalgo.

Asimismo, vale recordar que en El Quijote es obvia la proporción aurea entre el amor y el humor —elementos de la gran literatura—. Y en el Retrato de un Caballero desde las páginas iniciales estos componentes se hallan también con tono propio, ante todo, cuando Lucio Cavaliero, personaje central, cavila tácticas para conquistar a las féminas que se cruzan en su entorno. Estas correspondencias, guardando las distancias, nos han hecho recordar al Quijote en un libro triste para hacernos reír. Y en buena medida, en el Retrato de un Caballero hallamos períodos de desilusión de Lucio en sus flirteos, escenas de apuros, o conflictos, con los se que va tejiendo la historia, acoplados en un modelo de plurisignificación, que se explica a través de varios niveles de representación en temas como el amor y, por consiguiente, el humor.

En cuanto al paralelismo con la obra pictórica de Agnolo Bronzino del siglo XVI, el espectador renacentista debió experimentar una sensación muy parecida a la que notamos al adentrarnos en la lectura del Retrato de un Caballero. Es decir, que la novela rehúye a categorizaciones fáciles. Gomes actúa como el artesano renacentista que, en su calidad de fabricador, es creador de un mundo diverso, circular y armónico, universo pletórico de símbolos donde todas las piezas van encajando desde tres perspectivas: Panel Izquierdo “Lucio furioso”, Panel Central “Lucio innamorato” y Panel Derecho “Lucio perplesso”. Sin embargo, corresponde señalar que la presencia del Bronzino, en el Retrato de un Caballero no se presenta como una dependencia en la que el arte iconográfico esté simplemente al servicio de la literatura con un propósito ilustrativo. Por el contrario, ambas se potencian de manera conjunta, complementándose y, en una suerte de encadenamiento, impactan tanto el desarrollo de la novela como las interpretaciones que pueden desprenderse de la misma. Frente a ese encadenamiento, la imagen pictórica del Bronzino, al no cumplir el papel simplemente ornamental, al ser exhibido en un museo, Gomes la fusiona con elementos de humor y erotismo cuando Lucio va observando otro conjunto de obras: “En el retrato de un pillín a lo Murillo o Velázquez que fríe huevos sentado y sin pantalones y con las piernas abiertas” (pág 12). De esta manera, evidenciamos que el arte despoja la percepción equívoca de lo “pecaminoso o morboso”, y crea ante el espectador un universo en donde se cancelan las imposiciones, o reglas arcaicas que persisten aún en la actualidad. O como lo señalaba Octavio Paz: “La risa sacude al universo, lo pone fuera de sí, y revela sus entrañas” (4).

Otra faceta de la censura que el narrador no excluye en el Retrato de un Caballero es matizada con rasgos caricaturescos: “María Lionza, diosa indocatólica, guardiana de la paz, la naturaleza, el amor… siempre la pintan buenísima, una Miss Venezuela… luego ritos que se repiten con estatuillas de José Gregorio Hernández, Pedro Camejo, Simón Bolívar… dos o tres beisbolistas… dos actrices de telenovelas… Chávez en persona (es un decir)… ay, qué calor…” (pág 30, 31). Observamos cómo el narrador, con sutileza, despliegue de humor y juego de palabras, le otorga a la censura una dimensión crítica. Se fusionan y se desenmascaran las heroínas, héroes o el fetichismo, creando un mecanismo de defensa frente al dolor, a la frustración, o a las vicisitudes de la actual cotidianeidad de Venezuela.  Sin duda el ingenio de Gomes ha captado las dos caras de la moneda, los dos polos de una realidad que están en tensión y que, en última instancia, no encuentra una pronta resolución.

El recurso del humor que hemos apreciado en el Retrato de un Caballero es también la inversión que se nos revela de distintas maneras: al volver lo uno en lo otro, el primero muestra su revés y con ello la realidad deformada, o reprimida, por usos o abusos, o por principios equívocos, que van de la mano, por ejemplo, con las remembranzas de una Venezuela distante y encapsulada en la improvisación o en el simulacro gubernamental. No obstante, cabe aclarar que si Gomes, a través de Lucio, recuerda el oscuro panorama sociopolítico de Venezuela, ésta no es su prioridad ni la limitante. El autor sabe cabalmente que la ficción tiene sus propias reglas, igual que la política. Y esto implica la negación del vínculo entre lo literario y lo político. Gomes promulga, sobre todo, en su obra narrativa, una formulación de la responsabilidad del escritor con la materia escrita. Un compromiso con la textualidad de la escritura, con el modo de situarse, no en la acción política, sino en el lenguaje.

Reanudando a la aproximación que propusimos sobre el perspectivismo de raíz renacentista, ésta se ejemplifica brillantemente en el Retrato de un Caballero a través de los tres paneles. Por una parte, hay una serie de reflexiones, acciones y reacciones de personajes que tienen contacto por distintas circunstancias, y tienden a cambiar, o aceptarse, o rechazar diferencias, ante la variedad de eventualidades. Por ejemplo, cuando Lucio dedica tiempo a su oficio de escritor relee el manuscrito con aprensión: “… lo que me había salido en las últimas páginas a ver si todo sonaba tan deshilachado como mis pensamientos… Pero no: lo que releía me gustaba; se defendía por sí mismo…” (pág 40). Y por otra, a nivel lingüístico, es perceptible un ajuste de cuentas con la lengua española, y todo su corsé, aunque en medio de esmerada y cuidadosa prosa, surgen locuciones extraídas del habla popular, teñidas de la jerigonza callejera venezolana: “… Eres un grandísimo carajo” (pág 22). O en algunos casos notamos a Lucio usando un léxico particular; por ejemplo, en portugués con epítetos en inglés: “Não me lembro disso… sorry… você me desculpe” (pág 95). [No recuerdo eso… lo siento… me disculpa] (5). Este recurso también está presente en los cuentos de Gomes, y ocupa un lugar especialmente destacado en sus dos novelas, con lo que se confirma su avidez renovadora y novedosa.

A tenor de lo anterior, la confluencia de arte pictórico y literatura, al apreciarla como la base en el andamiaje del Retrato de un Caballero, nos proyecta hacia otros espacios. A nivel individual se aprecia cuando Lucio reflexiona sobre su supervivencia: “Cuesta organizarse para contar mis adversidades, que fueron tantas y se superponían de tal manera que no atiné entenderlas. No me extraña que la memoria sea confusa” (pág 67). Y sin respuesta ante ese sentir enigmático, en ocasiones inesperadas —como las visitas de su vecina Wendy—, que concluían abatiéndolo aún más por no lograr el físico placer anhelado: “Deseé que no se me notara el desasosiego mientras me despedía de Wendy, que fue una dama hasta el final: me besó y abrazó” (pág 44). Esta y otras decepciones involuntarias, e íntimas, de Lucio se aúnan a su desconfianza sobre cuál sería el destino de su obra literaria en Venezuela frente a la implacable mordaza chavista: “Mis libros eran tildados de escuálidos, vendepatrias, pitiyankis” (pág 116). A pesar de estas quimeras rotas, por instantes se disipan cuando en espacios concurridos, en medio de la algarabía, se producen encuentros sorpresivos con compatriotas venezolanos: “La conversación con el mesero fue buena. Yo: qué cantidad de venezolanos que se encuentra uno en España; él: aquí mismo en Salamanca, hay un grupo considerable… En eso, España metió un gol y hubo un cataclismo” (pág 193). Tales formas, la individual y la coral, originan un enriquecimiento de la novela, que pudiera percibirse como recurso de la narrativa autobiográfica; pero, al contrario, la novela se abre hacia una pluralidad de puntos de vista que sobrepasan los límites de lo que suele denominarse “literatura del yo”. Años más tarde, cuando Gomes publica su segunda novela, Llévame esta noche (2020), un rasgo sobresaliente en su narrativa es la preferencia por el uso de la primera persona a fin de darle al texto un tono intimista, de literatura memorialista y confidencial; y de ninguna forma esta característica se presta para trivializarla como obra autobiográfica. Lo notable es que Gomes se nos esconde tras sus personajes; que sin duda él deja que se desarrollen, que tomen sus propias alas para enseñarnos su mundo, y de este modo se va construyendo la poética que guía su narrar.

En suma, Retrato de un Caballero es un atrayente texto que seduce al lector porque permite múltiples, o plurales, lecturas. Además, esto se evidencia en el lenguaje culto, o el tratamiento popular del lenguaje, que utiliza Gomes, pues éste tiene el valor de la transgresión, de la instauración de una norma sin normas en las que todo puede ser dicho, el vocablo puede ser manipulado para decir lo que no se decía. Abundan los juegos lingüísticos por contacto de fonemas ingleses, portugueses y de sentidos (el amor y el humor se identifican), las ficciones se transforman en fricciones, las relaciones sexuales en relaciones textuales, las reglas de la narración también se vuelven cambiantes, abundan los contrastes y las hibridaciones, el rito se transforma en juego burlesco, las rígidas reglas del género narrativo se liberan en el carnaval de las formas. En resumen, Gomes en el Retrato de un Caballero nos comparte la idea de que el autor es el dueño de la historia y como tal maneja su rumbo, como recomendaban Edgar Allan Poe y en nuestra lengua Horacio Quiroga.

II.

Llévame esta noche, segunda novela de Miguel Gomes, publicada por Seix Barral-Colombia (2020), nos sitúa desde las primeras líneas en Salamanca, ciudad donde concluye el Retrato de un Caballero; y donde el personaje Lucio Cavaliero se despide de su padre y de Beatriz —su último amor—. A partir de ahí, Miguel Gomes construye el puente que une a sus dos novelas; y presenciamos a David de Sousa transformado en personaje-narrador en Llévame esta noche, ya que éste aparece como lector ficticio en la contratapa del Retrato de un Caballero. De esta forma, Gomes crea el espacio de diálogo, de interacción, en Llévame esta noche, entre David y Lucio, diacrónicamente acumulativo y dinámico, puesto que Lucio persuade a David de poner por escrito sus historias: “Si hasta la mesa parece que la hubieses dispuesto para que no haraganee y comience a teclear mis letanías; (…) Tenme paciencia, Lucio, sospecho que cuando acabe de contarte el último viaje que hice a Venezuela todavía será de noche;…” (6). De acuerdo como lo apuntaba Gerard Genette, la idea del “diálogo” remite, en un momento o en otro, a algo más fundamental, más originario; a ese residuo básico con que está lastrado el espíritu humano. Es decir, producto de experiencias entrelazadas de toda una vida: en una sociedad particular, o en una particular “Historia” de esa sociedad (7).

A partir del momento que David de Sousa regresa a su patria venezolana, la narración se va construyendo en torno al funcionamiento de la memoria a fin de comprender el sentido de su vida, pensar en su pasado y confirmar sus afectos: “La vida nos carga de suficientes angustias como para estarnos flagelando con símbolos; y volver a Venezuela era para mí hacer agonizar de nuevo a la difunta. Me refiero a lo que llevamos dentro que es madre de uno” (pág 16). Sin embargo, David no evade expresarnos el motivo principal de su regreso a Caracas: la enfermedad y el fallecimiento de su madre. La madre es vista, o entrevista, ya con la mirada adulta de un hijo que contempla —desde la propia conciencia— la fragilidad de la vida: “Me acerqué a abrazarla. (….) Inclinado, me pareció que lo que había debajo del camisón era espectral. (…) Estaba asistiendo al sepelio de alguien que no ha muerto aún” (pág 28). Asimismo, el motivo del desplazamiento de David es problemático ya que debe apartarse de la vida que había formado en el exterior dando un vuelco total ante circunstancias difíciles de confrontar. A medida que avanzamos en la lectura, vamos enterándonos de las reflexiones de David de Sousa sobre su pasado y el interés de entender su presente. Dos espacios y tiempos que corren en paralelo, el entorno de lo que ve con los ojos (un ser querido agonizando, amistades, espacios urbanos) y lo que ve desde su interior (escenarios retenidos, fragmentos de su memoria). El tiempo es doble, como el de Julio Cortázar, se muestra el tiempo cronológico (los días que pasan mientras ayuda al restablecimiento de su madre) y el tiempo personal (el de su conciencia, que lo lleva a viajar imaginariamente por diferentes períodos de su existencia).

La conexión de los recuerdos y la memoria son la base de elementos vívidos en Llévame esta noche. Primero, sabemos que el lapso transcurrido de David fuera de la Venezuela produce miradas de asombro a los detalles de lo local y al estilo de vida a su paso, en el taxi que lo lleva, por la autopista entre el aeropuerto de Maiquetía y Caracas. “La ciudad fue clavándome sus imágenes dondequiera que el nervio óptico y los recuerdos se juntasen (…) había una riña (…) el Guaire no olía mal: apestaba” (pág 19). Y segundo, al residir David en un suburbio anglosajón su modo de vivir había cambiado y el espacio al que regresa tampoco es el mismo: “El ruido, el tráfico, el calor” (pág 19). De hecho, la carga significativa está justamente en la reconstrucción de lo perdido, y los vacíos se llenan en la memoria que le permite a David detallar sus remembranzas: “Recuperé direcciones donde vivía un amigo de bachillerato; el profesor que me había invitado a cenar en su casa para celebrar mi primera publicación (…) La localización del cine Caurimare (…) La novia de mi adolescencia: novia, no, pasé demasiadas horas frente a su apartamento (…) nunca me atrevía a declarármele; yo era del gremio de los tímidos” (pág 19, 20). Es decir, que los recuerdos de David van más allá de lo particular, lo cual implica que toma en cuenta tanto la memoria individual como la colectiva. Según Beatriz Sarlo, “la restauración de la experiencia radica en la memoria y su relación inmediata con el pasado. Y la irrupción en el presente es comprensible en la medida en que se lo organice mediante los procedimientos de la narración” (8).   

Por consiguiente, la memoria puede teñirlo todo con un dulce matiz; y hacer de un recuerdo doloroso una escena ambigua, o convertir el presente en algo más apacible, y soportable, o a los registros que David, por ejemplo, relega por desuso: “Algo más me ponía nervioso: no tenía idea de cuánto valía un bolívar; me era imposible saber si desembolsaría mucho o poco, o que significaban poco o mucho” (pág 89). No obstante, la rememoración, la precariedad emocional se amortigua en Llévame esta noche, cuando hallamos a David de Sousa deambulando por la casa materna, lugar que deviene en un símbolo extraño del presente. Por una parte, la morada de la adolescencia, y juventud, acoge gran parte de las memorias de la historia familiar. David camina y observa su escritorio de adolescente y los manuscritos de aquella época. Y por otra, el protagonista nos remite al concepto de (re)territorialización, manifestado en el deseo por recuperar el espacio tal y cual lo había dejado antes de partir al exterior. David nos pasea por los anaqueles rememorando lecturas sobre Dante, Kafka, Borges y su pasión por la poesía. Pero igualmente evoca con trazos melancólicos su resignación de haberse dedicado a escribir artículos solamente para revistas e ir a la universidad, con lo cual se truncaron sus aspiraciones de ser poeta o narrador: “El reencuentro con mis libros fue la última emoción del día. Nada comparable a volver a Venezuela, o a mi madre en el estado en que estaban…” (pág 37).  A su vez, el contraste de dichas emociones se mezcla con el continuo inventario de volúmenes y las miradas que David desplaza con fascinación. Allí están Petrarca, Horacio, Erasmo, Bacon, Spinoza, Montaigne, Nietzsche (pág 38), entre muchos más,  y este inventario libresco funciona como un ejercicio vital para David con la intención de saldar cuentas con el presente, a la vez que se convierten en el antídoto como intento de regenerar su futuro.

Es conveniente subrayar, un poco más, varios detalles de Llévame esta noche: el desaliento de David por su matrimonio deslucido con Helen, la figura en clave de angustia ante el estado agónico de la madre que se entrecruza con la visión de su patria estropeada, los recuerdos de la distante relación de sus padres, y las vivencias en Salamanca que aúnan al Retrato de un Caballero con Llévame esta noche. En este orden, los recuerdos de Salamanca son los que le suscitan a David inmenso regocijo. Uno, por los eventos culturales que se programaban en aquella ciudad; y otro a nivel estructural por recordar a Lucio Cavaliero: “Me ha puesto feliz el anuncio de un ciclo de música en el palacio Salina. (…) Digo feliz porque asistir a un concierto en ese sitio me haría sentir personaje de Lucio Cavaliero” (pág 217).  Este pasaje ejemplifica el deseo de David de generar catarsis y a su vez exorcizar varios de los fantasmas del pasado, tarea ardua para abrir los ojos a una dimensión más sosegada ante la secuencia de innumerables desencantos.

El retorno de David de Sousa a Venezuela, además de cumplir la promesa hecha a Lucio Cavaliero de escribir una larga carta sobre este “último viaje (…), indica que: “Había otros motivos, naturalmente, para temer mis Vueltas a la patria” (pág 13,18). La mención de “Vueltas a la Patria” ha sido interpretada certeramente por Arturo Gutiérrez Plaza: “No es de extrañar, por tanto, que en Llévame esta noche el poema de Pérez Bonalde (“Vuelta a la Patria”, 1875) funcione también como un hipotexto, resemantizado ahora desde una lectura en clave contemporánea…” (9). En efecto, esta alusión cobra suma importancia al Gomes emparentar literariamente esta novela con el poema de Pérez Bonalde sin romper el “continuum” del texto. Pero a lo antedicho se suma otra coincidencia que bien señala Gutiérrez Plaza cuando Pérez Bonalde regresa a Venezuela en 1876 tras la muerte de su madre (10). En este sentido, el texto y el autor aludidos no sólo remiten a la literatura, sino que también pueden hacerlo a la historia, a la mitología, a las costumbres, o a los datos biográficos.

Por consiguiente, cabe agregar que esta alusión de “Vuelta a la Patria” se destaca por la economía del lenguaje; intenta comunicar mucho con pocas palabras y —he aquí lo importante— que Gomes plasma con enunciados no firmados explícitamente. La alusión se incorpora encubierta, es decir, carece de la firma del autor y de la obra de la que procede, para que el receptor haga valer su competencia literaria. Asimismo, no suele haber en ella una llamada a la autoridad del evocado, sino un diálogo, un juego con su contenido que se proyecta hacia el lector. Por otro lado, es interesante subrayar que la alusión supone que el lector descifre este juego literario encubierto, puesto que se enfatiza el papel activo del lector en el proceso de actualizar la lectura del texto con sus respectivas alusiones.

III.

A manera de conclusión, en esta propuesta de lectura que me he ocupado del universo de las dos novelas de Miguel Gomes, del mundo que (re)crea su autor que es coherente y rico y gira en torno al ser humano que hoy puebla nuestras ciudades y países hispanoamericanos, donde reinan la soledad, la dificultad del amor y de la comunicación y donde la verdad se oculta detrás de las falsas apariencias. El lector, o el investigador, que se detenga a pensar sobre la obra de Miguel Gomes advertirá una propuesta emocionante que convida al viaje y al riesgo en un brindis con la lealtad y la calidad humana. Gomes sabe que las palabras definen lo que somos y cómo somos, cómo vivimos; recuperar el lenguaje es recobrar el conocimiento de nuestra historia íntima dentro de la colectividad. Activar la memoria para provocar una movilización personal, sin mapas, ni brújulas, ni metanarraciones es un desafío de nuestra época. El autor parece decirnos que la humanidad está a años luz de encontrar una solución a la convivencia, a lo justo, mientras no haya un cambio personal. La literatura de Miguel Gomes plantea una oportunidad de revisar lo que no funciona a fin de establecer lazos humanos más auténticos a partir del conocimiento de quienes somos dentro del marco de una conciencia humanamente crítica. Quien termine de leer una de sus novelas, o cuentos, se preguntará también “¿hacia dónde estoy corriendo?”. Una voz interior puede respondernos: “Si no lo sabe, está corriendo porque no sabe hacer otra cosa que correr”. Detectar los temores, los errores, y el vértigo de la velocidad tal vez nos ayude a mirar con mayor atención cada uno de nuestros pasos.


Referencias

1 Retrato de un joven, título del óleo de Agnolo Bronzino (1503-72) expuesto en el Museo Metropolitano de Nueva York.

2 William Shakespeare. Twelfth Night in The Complete Works of William Shakespeare, London: Cambridge University Press, revised edition 1983, p. 318.  Y la traducción es mía.

3 Miguel Gomes Retrato de un Caballero, Caracas: Editorial Planeta-Seix Barral, 2015, p 9.  Las siguientes citas de la novela llevarán la nomenclatura entre paréntesis.

4 Octavio Paz: “El mudo prehispánico: risa y penitencia”, en Los signos en rotación y otros ensayos. Madrid, Alianza Editorial, p. 25.

5 La traducción es mía.

6 Miguel Gomes, Llévame esta noche, Bogotá: Editorial Planeta-Seix Barral, 2020, p.13.  Las siguientes citas de la novela llevarán la nomenclatura entre paréntesis.

7 Gerard Gennett, “La literatura a la segunda potencia” en Palimpsestos, La literatura en segundo grado. Celia Fernández Prieto (trad.), Madrid: Taurus, 1989, p. 27.

8 Beatriz Sarlo, Tiempo pasado. Cultura de la memoria y giro subjetivo. Una discusión. Buenos Aires, Siglo Veintiuno Editores, 2005 p.13.

9 Arturo Gutiérrez Plaza, https://tropicoabsoluto.com/2021/08/12/tiempos-de-desencanto-de-ruinas-de-huidas-y-revueltas-de-vueltas-y-despidos-de-la-patria/ . El subrayado es mío.

10 Gutiérrez Plaza, Ibid.

*La versión que aquí ofrecemos a los lectores del Papel Literario fue realizada por su autor. La original, más extensa, fue publicada en la edición de enero-marzo 2022, número 200 de la revista Aleph, que se publica en Colombia, bajo la dirección de Carlos-Enrique Ruiz. Está disponible en https://www.revistaaleph.com.co/images/ediciones_pdf/Revista_Aleph-200.pdf