Papel Literario

Mario Vargas Llosa: «Siento un angustioso vacío cuando termino una novela»

por El Nacional El Nacional

Una bala pasó cerca de la cara de Mario Vargas Llosa, quien se lanzó al suelo exactamente en medio del estruendo de la guerra de Canudos. El cabello liso se le fue a la frente cuando levantó la cabeza y vio cómo los canganceiros y unas mujeres descalzas disparaban, cargaban las armas, corrían, gritaban, contra un bosque de soldados que se hincaba y disparaba, se levantaba y disparaba, se lanzaba a tierra y disparaba.

Mario Vargas Llosa en la ráfaga de un salto observó a Joao Abade y más allá en una trinchera a una mujer delgadísima que casi cargaba a cuestas con un hombre de lentes rotos; entre una maraña de heridos, muertos y gente en retroceso vio un lomo que andaba, una melena sucia que se escondía tras los montones de cadáveres: “es el León de Natuba”, pensó Mario. Sintió húmedas las manos y al vérselas se percató de que a su lado se desangraba un caballo.

―¿Cómo dice?― preguntó Vargas Llosa mirando con fruición casi infantil las plantas ornamentales goteadas de lluvia del Hotel Tamanaco.

―¿Cuál ha sido el cambio más importante registrado en su estilo de escribir La guerra del fin del mundo? ―esa fue la pregunta.

―Para mí, el hecho de escribir una novela con personajes brasileños del siglo XIX, que no eran de esta época, significó algo distinto en relación con mis otras novelas… no solo eran personajes de otra época sino que hablaban un portugués del siglo XIX. Es un libro despersonalizado, los otros surgieron en base a experiencias directas, este no. Hay cosas personales que ni yo mismo capto, pero no en el plano anécdotico. El viaje en el tiempo, el espacio y lo concerniente a la lengua fueron tres desafíos que desconocía hasta ahora. La guerra del fin del mundo es una novela que me costó empezar y me dio un trabajo enorme, pero me resultó más exaltante, más emocionante. Era algo que quería escribir: la historia de Canudos me fascinó.

―¿Investiga mucho antes de escribir?

―En este caso sí, por ser un hecho histórico… ―responde. Sonríe con los ojos y los dientes completamente desprovistos de maldad o de pedantería.

Cuando se queda en silencio esperando una interrogante que dé continuidad a la conversación, da la impresión de estar inmerso en una nueva trama o de hallarse apresado en los movimientos de Canudos.

―Después de lograr una novela que parece marcar una nueva y exitosa etapa ¿cuál es la meta más deseada de Mario Vargas Llosa?

―Tengo tantos proyectos para escribir ―dice― que no voy a tener vida suficiente para llevarlos todos a cabo, aunque tenga muchos años de existencia… no voy a tener vida suficiente para escribir lo que quiero, no voy a tener tiempo suficiente. Mi proyecto inmediato es hacer una obra de teatro, una cosa distinta, una farra, una obra de humor grueso, truculento, algo de exageración, como el humor latinoamericano. He descubierto la posibilidad del teatro. Pensaba que en la novela se podía hacer todo, pero en un escenario tan reducido puede caber todo lo que se quiera expresar. Creo, por otra parte, que no hay motivos para sentirme exaltado o agotado: lo importante es no sentirse importante, darse uno cuenta de que está en pleno proceso.

―Hay muchos personajes inventados en su novela, que se funden con los verdaderos: ¿cuál de esos personajes le emocionó más poner en acción?

La pregunta pasa sobre una taza de café que se enfría. “Yo quiero un cortico”, había pedido Vargas Llosa.

―Primero se me apareció Antonio El Consejero, un personaje que existió. Decidí tratarlo a distancia porque cuando intenté hacerlo desde adentro, íntimamente, lo mataba. En la primera versión, el personaje que me estimulaba era el coronel Moreira César. En la segunda versión los lugartenientes, Pajeú, Joao Abade… luego fue el León de Natuba. Llegué a tener tres referencias superficiales sobre el León de Natuba: una aseguraba que había un escriba que anotaba todo lo que decía o hacía el Consejero; un personaje así donde había más del 90 por ciento de analfabetismo me interesó mucho. Otra referencia fue que su nombre era León de Natuba, de un sitio llamado Natuba; y la tercera que era un monstruo con deformaciones físicas. Poco a poco se convirtió en una obsesión para mí, me conmovía muchísimo ese personaje, en ese mundo tan primitivo y analfabeta. Representa algo así como lo más patético que tiene el intelectual, la confusión, lo indefenso, la impotencia de esa pluma rasgando el papel… Después me interesaron el periodista miope que es Euclides Da Cunha, sin cuya historia se habría olvidado casi enteramente lo de Canudos. También el Barón de Cañabrava toma fuerza luego y llega a entender el malentendido general que fue Canudos… a Galileo, el extranjero, lo tenía para otra obra pero encontró en La guerra del fin del mundo su lugar.

De improviso desea explicar que investigó bastante antes de escribir la novela, “no por fidelidad sino para mentir con conocimiento de causa”. Cuenta que uno de los Vilanova sobrevivió y ya anciano fue entrevistado por un periodista, que escribió un libro muy relativo porque Vilanova estaba demasiado anciano.

―¿Sabe? estuve en un poblado brasileño llamado Bon Jesús y allí se conserva intacta la iglesita que construyó Antonio Consejero. Tenía aún el letrero que él ponía a sus iglesias: “Deus es grande”. Ahí entramos en una casita donde estaba una ancianita limpiando maíz. Hablé con ella sobre Canudos y me sorprendió, porque estaba completamente convencida de que Antonio Consejero está vivo: “espero verlo”, me dijo la viejecita.

Vargas Llosa disfruta esa experiencia. La viejecita le sirvió para crear al personaje que al final de la novela dice que a Joao Abade se lo había llevado un ángel.

La fama

―¿Qué tipo de tristeza le ha traído la fama?

―Sobre todo ―explica― complicaciones, pérdida de libertad, de privacidad, tienes siempre que tratar de defender tu tiempo. Quisiera quedarme viviendo en Lima, pero debo irme a Europa para poder escribir. La televisión convierte a uno en un objeto público, invadido, asediado por cosas diversas, unas importantes y otras tontas pero que me quitan tiempo. La fama crea enemigos, los amigos de repente se vuelven enemigos y no sabes por qué. Te odian a muerte. El ser figura pública es algo muy mediatizante. Yo deseo libertad para romperme la cabeza si quiero… la fama te petrifica a la larga, si no luchas y sobre todo si no te convences de que lo importante es no sentirse importante. Pienso que si mis libros no hubiesen sido editados en el momento justo y por una editorial importante, tal vez habrían pasado desapercibidos.

Más adelante, hablando un poco de política, dijo que la situación polaca le parece muy trágica. Los obreros crearon un movimiento que no es antisocialista, quieren un socialismo en libertad y aún así han sido reprimidos en contra de los planteamientos marxistas originales.

Él participó en una marcha que se hizo en Lima como protesta contra la represión hacia los obreros polacos, y señala que la izquierda peruana mostró un cambio positivo en su mentalidad al participar en esta acción.

Sin embargo, manifiesta que “el socialismo en libertad parece cada vez más remoto”.

Como vicepresidente del Pen Club, apunta que es una cosa terrible la lista de escritores y poetas presos que hay en muchos países de todo el mundo.

“Ningún país tiene el monopolio de la barbarie”, asegura, refiriéndose al hecho de que en el capitalismo y el socialismo hay creadores presos o sometidos a la represión constante.

“Me parece una aberración incomprensible denunciar lo de Pinochet y silenciar lo de Polonia”, dice.

Miedo de escritor

La lluvia amenaza a Caracas y unas gotas esparcidas como polvo van mojando el exterior.

―¿A qué le teme Vargas Llosa?

El escritor confiesa: ―Quizás a la esterilidad intelectual… Si en algún momento quedara privado de eso, que es lo más importante, realmente sería peor que quitarme la vida. Las cosas que escribo son mi manera de vivir, temo al apolillamiento en vida… me asusta. Uno descubre que hacerse famoso escribiendo no es lo importante sino el tránsito hacia el libro, escribir un libro, el ejercicio en sí mismo es lo que te hace vivir.

Se calla y luego repite: ―Me asusta. Escribir es mi orden vital, es lo que me organiza la vida. El momento más horrible llega cuando termino un libro… siento un vacío muy angustioso, pero cuando me embarco en otra novela se me organiza el mundo: es como un centro de gravedad.

―¿Cuál de sus libros se ha vendido más?

―No llevo estadísticas, pero creo que Pantaleón y las visitadoras.

―¿Nota algo de Carpentier en La guerra del fin del mundo?

―No… yo admiro muchísimo Los pasos perdidos y El siglo de las luces, pero el mundo carpenteriano es muy frío, casi glacial. La prosa de Carpentier es petrificadora, congela totalmente todo lo que toca con su perfección formal y su erudición libresca… es un mundo estatuario. La acción es el eje de mi novela, el acto prevalece en ella, la cronología es casi lineal y la estructura es simple y transparente: es una novela de aventuras.

Vargas Llosa dice que, probablemente en septiembre de este año, se montará en Venezuela su obra teatral La señorita de Tacna, que ha sido bien recibida en Lima y Madrid por el público y la crítica.

El silencio parece envolverlo con un celofán a través del cual Caracas se esfuma. Antes había dicho que trata de no recordar Canudos, la historia, la novela. Ahora parece irse hacia aquella trama que revivió y lanzó al mundo. Oye los balazos, los gritos, los vivas a Dios y los mueras a la República. Miles de balazos le lanzan tierra en la cara. Se esconde detrás de un árbol de pocas hojas y tronco achatado.

Una pelota de tenis cae y con un diminuto tamborileo blanco se detiene cerca de los pies de Mario Vargas Llosa. Unas piernas doradas y suaves, y una cabellera casi albina, dan un paso hacia la pelota. Dos ojos verdes, con centros negros, observan asombrados al escritor y esas pupilas reflejan a dos Vargas Llosa tomando la pelotita con cierto temor ¿una bala? Una mano se agranda en el video tape de los ojos femeninos. La tenista da las gracias en inglés y un tanto confundida se aleja hacia las canchas pese a la amenaza de lluvia. La faldita blanca se detiene en un ángulo de la escalera, como una banderita que ondea demasiado. Vuelve el rostro y sonríe.

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Esta entrevista fue publicada originalmente en El Nacional el 15 enero de 1982.