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Luis Beltrán Prieto Figueroa: «Para mí un poema es una cosa seria»

Se requeriría mucho espacio para dar cuenta de la obra escrita que dejó Luis Beltrán Prieto Figueroa (1902-1993). Fue político, educador, ensayista, biógrafo, crítico, profesor universitario y poeta. Su obra, en distintos géneros, sobrepasa el centenar de títulos. La entrevista que sigue fue publicada en El Nacional, el 21 de enero de 1982

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El gigante de ochenta años se derrumba suavemente en el sillón de su casa y sus manos, grandes como águilas, planean hasta quedarse quietas esperando una orden. Un arco azul aparece en sus ojos castaños, las cejas se volvieron blancas para complementar esta transformación, aunque el gigante sigue siendo grande, derecho. Choca sus dientes y un sonido se va convirtiendo en palabra: “escribo poemas desde la adolescencia. Aún existen varios libros que no se publicaron nunca”.

Luis Beltrán Prieto Figueroa ha entregado su larga vida a la lucha por un ideal político, sacrificando quizás la felicidad de dedicarse por entero a la poesía y la literatura, aunque ello no le molesta en lo más mínimo. Hoy está viviendo una etapa en la cual todo lo que hace le sabe a infancia de mar, a su isla: oye el oleaje, escucha a los pescadores, los peces se mueven en su sangre y una sirena, jamás vista, canta en las grutas de su pecho. El gigante huele a colonia de vieja barbería.

Actualmente escribe, entre otras cosas, el poemario Islas de azul y viento.

―Los poemas míos ―dice― son expresiones de vivencias interiores que me incitan a escribir. Salen, pero de la primera escritura a la última hay un trecho. A medida que va pasando el tiempo van siendo revisados y cambiados porque la autocrítica no me deja tranquilo nunca, y hay una pelea con las palabras y las formas que hacen del poema un cuerpo vivo que se defiende de las posibles agresiones que yo pueda hacerle en ese constante cambiar y revisar… para mí un poema es cosa seria.

Cierra los ojos y piensa un momento. Da la impresión de que un segundo suyo es del tamaño de un minuto de los demás: así lo vive, así lo consume.

Su voz se detiene en algunas palabras y en otra avanza con rapidez. Hay palabras que disfruta de la misma manera que la boca de un niño derrite un trozo de chocolate.

―No tengo de la poesía un concepto ligero y circunstancial, sino que pienso, como decía Goethe, que el poema puede esperar. Por eso tardé tanto tiempo en publicar versos. Mi primer libro de poemas Mural de mi ciudad se publicó cuando cumplía 73 años.

Su libro Verba mínima ha sido un libro con suerte, de acuerdo a lo que indica el doctor Prieto Figueroa: la revista italiana Spirale publicó tres poemas que figuran en esa obra.

―¿Por qué hay poesía que no llega a la gente? ―La pregunta pasa entre dos objetos que parecen tener en ese instante algún significado: una escultura humilde y fea que mira hacia la única flor abierta en la sala de estar de la casa. Una flor magenta que parece una copa o una bailarina danzando de cabeza.

―Lo que pasa con la poesía ―explica― es que algunos poetas tienen como una especie de reserva espiritual y no descubren en su poesía cuánto sienten o cuánto piensan. Se conforman con decirlo para ellos o para un reducido grupo. Para mí la poesía es un mensaje y el mensaje debe llegar limpio a las personas que lo reciben. No critico ninguna forma de expresión poética ni me abstengo de leer a los poetas herméticos, porque aún cuando cueste trabajo llegar al fondo del pensamiento de esos poetas, siempre encontramos algo nuevo o novedoso en ellos.

Cuenta como ejemplo que a Neruda cuando le preguntaron en una ocasión el significado de un poema, respondió “cuando lo escribí yo sabía lo que decía, ahora no lo sé”.

Prieto se ríe y comenta: “De tal manera que el poeta tiene hasta ese privilegio, de no saber lo que significan sus propios versos”.

―En la época actual ¿siente menos interés hacia la poesía?

―No. Cada época tiene sus fórmulas y su manera de decir las cosas. El hombre siempre tiene necesidad de ponerse en contacto con el mundo que lo rodea y con las personas de ese mundo. Hay que encontrar la forma o la manera de hacerlo… no todos saben cómo hacerlo. El manejo del idioma es muy difícil y decir lo que uno quiere es un trabajo muy serio, porque si alguna cosa es reticente es la palabra.

Se queda en silencio, que es un gran silencio de un segundo y prosigue porque se le ocurre que el tema tiene sus aspectos interesantes: “En Venezuela hay mucho poeta joven que escribe cosas para comunicarse con la gente de su generación. A veces forman pequeños círculos en los cuales se discute o se lee poesía… pareciera que algunos se conforman con que su grupo los entienda. El viejo refrán de que al hijo mudo la madre lo entiende parece presidir las formas expresivas. Pero mejor que ser mudo es ser hablantinoso”.

Suelta una carcajada que conmociona su talla de montaña, sus manos que parecen águilas se baten y la flor magenta mueve la falda de bailarina al revés.

Prieto Figueroa no está de acuerdo en que Venezuela no es un país de novelistas. Una novela es un cuento largo y quien es cuentista es novelista. Sostiene que el venezolano busca en el exterior lo que tiene en su casa, para aludir a la existencia en nuestro país de buenos, aunque pocos novelistas.

“La lucha de cada generación o de cada grupo literario por negar lo que otros hicieron gasta la energía creadora, perdiendo la literatura nacional en vez de ganar. En Venezuela se estudia muy poco la literatura venezolana, y en los trabajos que se realizan en la Escuela de Letras de la UCV se nota la ausencia de estudios penetrantes sobre la vida literaria nacional. Los jóvenes escriben sobre poetas y novelistas extranjeros porque pareciera que eso le agrega prestigio a su futura labor de escritores”, expresa Luis Beltrán Prieto Figueroa.

En la imprenta de la ULA hay ahora un libro suyo con cuatro ensayos sobre Neruda, Paz Castillo, Luis Barrios Cruz y Andrés Eloy Blanco.

―Yo ocuparé en la Academia de la Lengua el sillón de la letra K que correspondía a Fernando Paz Castillo: esto me satisface más que el hecho de ocupar un puesto en la Academia.

El trabajo que editará la ULA apareció publicado como homenaje a Paz Castillo con motivo de los 88 años del poeta, quien tres meses después de la publicación del ensayo murió.

―En esta etapa de su vida ¿qué le ilusiona más?

Aclara que no es lo que más le ilusiona, sino “más bien lo que me interesa más”.

―En este momento yo tengo dos clases de interés: los intereses políticos por la creación de un mundo mejor, donde la libertad y la satisfacción de las grandes necesidades del hombre puedan alcanzarse en un mundo liberado de las presiones del capitalismo agobiante. Yo aspiro a la creación para Venezuela y para todos los países de América de una democracia socialista. El otro interés es el que ahora desarrollo: trabajo intensamente en la revisión y nueva redacción de mis notas de clase y en la revisión y complementación de libros de educación. Hay algunos otros trabajos de inaplazable revisión como los originales de mi libro Teoría y táctica de la educación popular en América. Este empeño mío en terminar esas obras y en revisar otras obedece a mi propósito de servir al desarrollo de la educación y cultura en Venezuela.

Sostiene que se empeña en suministrar a las nuevas generaciones materiales que sirvan para la discusión y para la búsqueda de una visión más acorde con el desarrollo del país, “que nos dé significación cultural en el porvenir”.

―La lucha política me apasiona, puede decirse que es una parte del aire que respiro, pero cada día noto que las nuevas generaciones están interesadas en lo que se ha llamado la despolitización, que no es otra cosa que una vía abierta para el enriquecimiento fácil y sin ninguna clase de compromiso con el país. Despolitizarse es apartarse del mundo contemporáneo. Hay gente que tiene reservas hacia la política y los políticos porque muchos se disfrazan como políticos para facilitar su comercio en la vida pública y enriquecerse sin hacer inversiones… Otros creen que la política es una forma subrepticia de practicar la inmovilidad, pero ética y política nacen juntas.

Prieto murmura un instante después: “Siempre habrá gente corrompida. No en vano Moisés, en el decálogo, prohibía el robo pero analizando ese decálogo, llegamos a la conclusión de que estaba hecho para la defensa de los intereses de la casta dominante, que en ese momento eran los criadores y agricultores, por eso el robo de ganado acarreaba la pena de muerte”.

―¿Sigue sin creer en Dios, sin verlo?

―He visto a un hombre por ahí que se llama Dios.

Se pone de pie hasta arriba, riéndose. Había dicho en un momento de su conversación que la reforma del Código Civil no cambiará la posición del hombre hacia la mujer a menos de que haya un cambio cultural.

Su figura oscurece la puerta abierta e iluminada de la casa. Dice adiós con una mano de vuelo pesado. Se queda con una sonrisa que es sostenida por un oleaje de sonidos: “ajajajaj” y que no se borra, se oculta, mientras el gigante con el cerebro joven va a sus papeles, a construir con palabras ese país que tanto desea desde que sus ojos eran castaños y que alguna generación habrá de disfrutar alguna vez.

Parece sonar entre sus dientes la palabra que tanto mastica su espiritualidad:

―Porvenir…

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(Esta entrevista fue publicada originalmente el 21 de enero de 1982).

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