Papel Literario

Las mejores películas de 2019

por El Nacional El Nacional

Por NARCISA GARCÍA

10. Monos (Colombia, dir. Alejandro Landes)

A medio camino entre El señor de las moscas y El corazón de las tinieblas, Monos cuenta la historia de un grupo de jóvenes adolescentes de la guerrilla colombiana, cuya vida no consiste sino en recibir y ejecutar órdenes, entrenar en combate y vigilar a la secuestrada, una doctora estadounidense. Perdidos entre las montañas y el monte impenetrable, la dinámica cambia el día en que Shakira, una vaca lechera que les han ordenado cuidar, sufre un accidente. Se adivinan las consecuencias: culpas, señalamientos, peleas, cruce de límites, mentiras, traiciones, encubrimientos, oportunismos, la llegada del reino del más fuerte, y la locura de adentrarse cada vez más en sus oscuridades al mismo tiempo que en la propia selva.

9. Tell me who I am (Reino Unido, dir. Ed Perkins)

Alex ha tenido un accidente automovilístico, y no recuerda sino una sola cosa: a su hermano gemelo, Marcus. El resto lo ha perdido por completo: no reconoce a su madre, su casa, cómo atarse los zapatos, no recuerda siquiera su propio nombre. Este documental de los productores de Searching for Sugar Man (Bendjelloul, 2013), cuenta cómo Alex se apoyó en su hermano para reconstruir su propia vida a través de los felices recuerdos que Marcus ponía en su cabeza. Por desgracia (o no), Marcus mentía. Su infancia no fue feliz, sino miserable, traumática: y a ambos hermanos les ha llegado el momento de enfrentarlo. Construida en tres partes de manera clara y sencilla, y fotografiada con una luz nívea y minimalista, Tell me who I am muestra a los hermanos reconstruyendo sus memorias a pesar de estar en lugares opuestos: uno ha olvidado por accidente, y el otro por voluntad.

8. John Wick 3: Parabellum (EE UU, dir. Chad Stahelski)

El éxito inesperado de la saga hace que esta tercera entrega tenga aún más valor que el resto: lejos de cansar al espectador, John Wick (Keanu Reeves) se ha convertido en personaje de culto, a la altura de John McLaine, Harry el sucio, o Paul Kersey. En esta ocasión ya se ha desatado la guerra y su cabeza tiene precio. Como en los grandes wésterns, el uno contra todos se despliega en duelos cuyas coreografías son dignas de un musical de Gene Kelly, aeróbicas, cuidadas y espectaculares al mismo tiempo. La puesta en escena en secuencias como la del pasillo de espejos y cristales deja ver la cualidad múltiple del personaje de Wick, pues aunque no parezca, lucha también consigo mismo, deseando ser y no ser un asesino a sueldo. Iluminada casi al extremo de lo verosímil, entre oscura y de neón, su carácter de cómic permanece para darle frescura y liviandad a tanta violencia, y para acompañar a este antihéroe que lo único que pretendió fue vengar la muerte de su perro, el recuerdo de su amada: la sangre llama a la sangre, y en este caso, el llamado tiene (sobre)nombre: el Coco.

7. Midsommar (EEUU, dir. Ari Aster)

En Con la muerte en los talones (Hitchcock, 1959), fue subvertida la convención de que no se puede hacer cine negro a pleno sol y, en Midsommar la de que el terror se puede dar únicamente en la oscuridad. Toda una proeza en tanto se convierte en una experiencia narcótica para el espectador, Midsommar transcurre siempre de día puesto que nos encontramos en las festividades del verano sueco, unas rituales, sectarias, alucinógenas, a las que asistimos junto a Dani (Florence Pugh), la protagonista, como extraños. Más pronto que tarde Dani abrazará con entusiasmo el estado de las cosas mientras el espectador, testigo del espanto, parece encontrarse bajo los mismos efectos de la perennidad de la luz, la cadencia de los cánticos y el aletargamiento de las bebidas intoxicantes que los personajes padecen. Al salir de la sala, se siente haber sido abducido, haber estado en trance: tal es el poder del ritmo y la puesta en escena de esta gran pesadilla diurna de Aster.

6. Una gran mujer (Rusia, dir. Kantemir Balagov)

Ha terminado la Segunda Guerra Mundial y ha vuelto a Leningrado Iya (Viktoria Miroshnichencko), larga y blanquísima, afectada de por vida con unos ataques convulsivos leves tras haber estado en combate con su amiga Masha (Vasilisa Perelygina), quien está a punto de volver del frente, y como se verá, lo que desea más que nada en el mundo es tener un hijo. Iya cuida al pequeño Pachka, un niño raquítico, diminuto cuando está en presencia de las dimensiones de una mujer como Iya. La historia echa a andar con una desgracia (más), y de allí en adelante no será sino una sucesión de las mismas. La ciudad está en ruinas. Y es que son rusos: la reacción frente a la maldad, la muerte, la tragedia es la naturalidad, el rostro inexpresivo. Con una paleta de colores verdes y rojos ocre, e iluminada como cuadros de Vermeer, Balagov (¡nacido en 1991!) dirige este drama de las calamidades y horrores propios de la guerra, sí; pero ante todo propios de Rusia, con el pulso de alguien (talentoso) mucho mayor.

5. La ceniza es el blanco más puro (China, dir. Jia Zhangke)

La cinta entera está construida a partir de una escena: la novia de un matón, ambos protagonistas, previene la muerte de su hombre al involucrarse en una pelea disparando un arma al aire. Será una larga travesía la de Quiao (Zhao Tao) quien, para siempre enamorada, insistirá en cuidar de Bin (Liao Fan), incluso cuando este procura alejarla, desaparecer, evadirse. Quiao no tiene alternativa, no puede, no sabe hacer otra cosa, y aunque crezca y madure a partir de las desgracias y los cambios, su norte sigue siendo el objeto de su amor, aunque ahora ambos, ya cínicos, estén desgastados y achacados por la edad. No importa. El recorrido es paralelo al de la China contemporánea: el gobierno del más fuerte y el sometimiento del individuo a la tribu, para pasar al mercado con tal voracidad que no se sabe ni qué hacer con él, y luego, por fuerza del hábito, hacer de este una nueva colectivización y un nuevo instrumento de opresión. Lo único que sobrevive, además de la templanza de Quiao, es la metáfora que refiere el título del drama: la pureza del volcán, la de esa pasión telúrica de la protagonista.

4. Atlantique (Senegal, dir. Mati Diop)

Ada (Mame Bineta Sane) está a punto de casarse con un hombre con quien la han prometido, cuando en realidad ama a Souleiman. Antes de la boda planean encontrarse a escondidas, sin embargo, Souleiman no aparece. Se ha ido con el resto de los hombres en una patera, le dirán las chicas del bar. Atlantique es una historia de fantasmas, de amores que no pudieron ser y de cómo la ausencia del ser amado no puede sino ser presencia. Las mujeres cuyos hombres se han ido también se hacen con esas presencias, como si fuese la única manera de sobrellevar la pérdida, como si fuese inevitable que el fantasma sea, y eventualmente las posea. Contada con calma y delicadeza, Atlantique tiene siempre el mar de fondo, ese vaivén de olas a la vez terrible y hermoso, prosaico y poético.

3. Avengers: Endgame (EE UU, dir. Hnos. Russo)

Si bien es cierto que Thanos (Josh Brolin) es, como él mismo dice, inevitable −se trata de la muerte, no hay manera de burlarla− a veces se puede hacer el intento de que sea parte del curso normal de la vida, y no el producto de una idea mesiánica totalitaria. El genocidio de Thanos en el universo con la excusa de que lo está salvando llega a su fin en esta última entrega de la saga Los Vengadores, donde las fuerzas del bien y el mal están claramente delimitadas y se enfrentarán en la batalla más grande hasta ahora vista en la serie. Dice Thanos que se equivocó al creer que la mitad superviviente de su matanza prosperaría: el problema es que recuerdan a los asesinados y, por lo tanto, entiende ahora que debe matarlos a todos para que llegue al fin el nuevo ser, uno que necesariamente debe desconocer cómo era todo antes. Resuena Milan Kundera: «La lucha del hombre contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido».

2. El irlandés (EE UU, dir. Martin Scorsese)

No podía ser de otra manera. La más reciente película de Marty −porque ya es también nuestro amigo− va sobre la confianza en la amistad y la familia, y lo que sucede cuando eso se quiebra: se vive un infierno, que con estos personajes, gánsteres y mafiosos, se transforma en uno dentro de otro. El irlandés es el mote de Frank (De Niro) quien se va ganando a pulso criminal la lealtad, favores y protección de distintas personalidades, desde Russell (Pesci) hasta Jimmy Hoffa (Pacino). A través de saltos espacio-temporales, puesto que Frank cuenta todo ya viejo y recluido en un ancianato, Scorsese construye la historia de una relación masculina de muchísimo cariño, mientras desmitifica al criminal de mafia y sus andanzas. Tenía que recurrir a sus amigos para filmarla: se añaden al elenco Ray Romano, Harvey Keitel, Anna Paquin (extraordinaria como la hija de Frank) y el comediante Sebastian Maniscalco. Una relación de umbrales, de puertas que abren y entrecierran la amistad de los protagonistas entre ellos mismos, sus familias, la sociedad y Dios. Y el arrepentimiento al que se le deja la puerta abierta a la espera del perdón que puede que no llegue jamás. Cine de gánsteres crepuscular, esta cinta gigante, total, cuyo telón de fondo es la violencia americana desde los sesenta hasta los ochenta, es en realidad, como Los imperdonables de Eastwood, una historia sobre el tiempo, la amistad y la pérdida de aquello que se ama.

https://m.youtube.com/watch?v=03ofLWvRgrk

1. Parásitos (Corea, dir. Joon-ho Bong)

En realidad esta cinta debería estar en su propia lista, por sí sola: la capacidad de Bong para pasearse como lo haría Fred Astaire a saltitos entre la comedia familiar, el drama social y el thriller es de una naturalidad asombrosa. Sucede en un parpadeo: en un plano se está sonriendo por la comicidad de la situación, y al siguiente estamos ante un ambiente de suspense hitchcockiano, como si Bong manipulase el tono de la cinta con guante de seda. La transición es imperceptible, cómoda, es más: necesaria, apremiante. Una familia de sinvergüenzas muy simpáticos ha encontrado una manera de chupar —como parásitos— de una familia adinerada, superficial y crédula. En sus tramas se hacen pasar por desconocidos para que la familia rica los vaya empleando uno a uno, a costa de hacer que despidan a los trabajadores anteriores. Para el director se aprovechan casi equitativamente los unos de los otros, alargando la sentencia, la crítica social de su anterior cinta, Snowpiercer (2013). El asunto se pone peliagudo cuando la familia pobre descubre que no son los únicos que quisieron tomar la casa de los ricos, y con esto el cambio de tono en la cinta. El desenlace es lo que debe ser para Bong, quien, como los grandes, dedica su obra siempre al mismo asunto. Entretenida, con buen humor, Parásitos cuenta con una puesta en escena lo suficientemente ingeniosa como para desarrollar sus casi tres horas de duración en el mismo espacio sin que resulte agobiante o cansina, y cuyas transiciones son de tal transparencia que parece que estuviésemos ante un acto de magia. Y no. Talento y trabajo extraordinarios, nada más.