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La revista Zona Franca (1964-1984)

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Reproducimos el texto que sigue no solo para recordar el lugar fundamental que Zona Franca ocupa en la historia de las revistas literarias de América Latina, también para recordar a Alexis Márquez Rodríguez (1931-2015), abogado, investigador, ensayista, estudioso de la lengua e Individuo de Número de la Academia Venezolana de la Lengua, fallecido hace una década

Por ALEXIS MÁRQUEZ RODRÍGUEZ

La revista Zona Franca es una de las publicaciones culturales más importantes que hemos tenido en Venezuela. Apareció en una época crucial en la historia venezolana, en la década de los 60, cuando la situación del país estaba signada por la violencia política como principal elemento de la vida cotidiana. Durante ese periodo, que abarca casi la totalidad de la década, se produce la insurgencia armada de los sectores de izquierda radical, con predominio de las tendencias marxistas-leninistas, aunque con la presencia de otras corrientes ideológicas dentro del común denominador del izquierdismo. El triunfo de la Revolución cubana en 1959 produjo en todo el continente latinoamericano un auge vigoroso del movimiento popular, capitalizado por los ya mencionados sectores de izquierda. Venezuela no fue la excepción, y la circunstancia de que dicha Revolución se produjese un año después de la caída de la dictadura militar de Marcos Pérez Jiménez originó que para ese momento todavía se viviese en nuestro país la efervescencia revolucionaria provocada por ese hecho, determinado a su vez por la insurrección de las masas populares, y en general de toda la población, especialmente de la ciudad de Caracas, que obligó a sectores de las Fuerzas Armadas a derrocar al dictador, para impedir así que la insurgencia popular tomase más vuelo y derivase hacia una situación de auge revolucionario que podría resultar incontrolable para las clases dominantes. La actitud heroica y decidida de la izquierda marxista en la lucha contra la dictadura, que duró casi diez años, le proporcionó una aureola de prestigio y de simpatía muy grande, que todavía conservaba en los años sesenta.

La insurgencia armada de la izquierda venezolana estuvo acompañada de un auge equivalente de los sectores intelectuales de la izquierda, también con un marcado predominio de la tendencia marxista-leninista, que no participaban de manera directa en la lucha armada, pero compartían sus idéales revolucionarios. En esos momentos el movimiento intelectual de los sectores izquierdistas gozaba en Venezuela, como en el resto del continente, del mismo prestigio del sector propiamente político y guerrillero, incrementado precisamente por el triunfo de la revolución y las primeras ejecutorias del gobierno revolucionario en Cuba.

En tales circunstancias, los sectores intelectuales refractarios a la ideología marxista y al proceso revolucionario que se desarrollaba en la isla antillana, preocupados, además, por el clima de violencia política que se vivía en nuestro país, el cual amenazaba seriamente al sistema democrático formal instaurado después de la caída de la dictadura, se sentían aislados, con muy escasa influencia en la opinión pública, y desprovistos de canales propios a la difusión de ideas, que les permitiesen expresar su ideología y sus opiniones acerca de la situación que vivían en el país, el continente y el mundo. En cambio, la izquierda intelectual no solo poseía medios propios de expresión, como algunas revistas y periódicos identificados en mayor o menor grado con esa tendencia, sino que, además ocupaba predominantemente las páginas de los periódicos y revistas comerciales, y tenía asimismo un franco acceso a otros medios de comunicación, como la radio y la televisión. En esa etapa se dio en Venezuela la paradójica circunstancia de que los gobiernos de turno y los sectores ideológicamente identificados con ellos tenían el poder político, el militar, el religioso y el económico, pero no ejercían ningún dominio, ni siquiera una influencia medianamente poderosa, sobre la actividad intelectual, especialmente en el ámbito de los escritores y de los artistas.

Conscientes de la situación descrita, un grupo de intelectuales que había actuado en la resistencia contra la dictadura perezjimenista, y que se habían definido, al menos algunos de ellos, como pertenecientes a corrientes de izquierda, aunque no marxista, se mostraron francamente opuestos a la insurgencia armada de la izquierda promarxista, y adoptaron una actitud cautelosa, cuando no abiertamente contraria, ante la Revolución cubana. A medida que esta avanzaba dentro de una línea ya explícitamente marxista y socialista, en Venezuela recrudecía la violencia armada revolucionaria, incluso con notorio apoyo moral y material cubano, grupos e individualidades de este sector de la intelectualidad venezolana se fueron distanciando cada día más de la izquierda marxista y del gobierno cubano. En relación con este último, fue sobre todo el manejo en Cuba del problema de los derechos humanos, dentro de una concepción y de una política que ellos consideraban opuestas al concepto democrático de tales derechos, el argumento que más se adujo dentro de este sector de intelectuales contra la Revolución cubana, tal como ocurrió también en el resto del continente y en muchos otros países.

La revista Zona Franca se fundó dentro de ese contexto, siendo sus fundadores conscientes de la necesidad que tenía el sector intelectual no marxista que se consideraba de izquierda más o menos moderada, o en todo caso progresistas, de tener un medio de expresión que les permitiese, no solo combatir al sector ideológicamente opuesto, sino más bien expresar sus propias opiniones, tanto en el aspecto literario propiamente dicho, como en los demás órdenes de la cultura. De ahí que la revista tuviese en sus comienzos una orientación bastante amplia y variada en cuanto al contenido temático de sus materiales.

La idea inicial fue de Juan Liscano, poeta y ensayista, periodista de opinión sumamente prestigioso, experto en investigaciones folklóricas, y uno de los intelectuales venezolanos más destacados y respetados. Es un intelectual que no solo ha sobresalido como hombre de letras, sino también como analista político, pues aunque nunca ha sido lo que suele considerarse un político profesional, siempre ha mostrado una gran preocupación por las cuestiones políticas y sociales, y de hecho ha actuado muy vivamente en la política venezolana, aunque solo desde su condición de pensador y escritor, y sobre todo como columnista de importantes periódicos venezolanos.

Liscano había sido un consecuente luchador contra la dictadura pérezjimenista, y había vivido muchos años en el exilio, y aunque nunca fue militante, estaba en aquella época muy vinculado con el partido Acción Democrática, de orientación socialdemócrata, si bien para entonces esa alineación ideológica era más inferible que explícita. En la fundación de la revista lo acompañaron dos jóvenes escritores muy conocidos, militantes activos, ellos sí, del mencionado partido, aunque más identificables como intelectuales que como políticos: Guillermo Sucre, poeta, crítico literario y profesor universitario de prestigio, y Luis García Morales, poeta igualmente conocido en el medio venezolano. Desde el primer número apareció Juan Liscano como director, mientras Sucre y García Morales figuraban como integrantes del equipo de trabajo, bajo la escueta mención de Redacción.

El propio Liscano reconoce que Zona Franca nació con un propósito claramente ideológico, y permaneció dentro de esa línea durante mucho tiempo. Sin embargo, tal orientación ideológica se mantuvo siempre dentro del terreno de las ideas, rehuyendo en todo momento la confrontación directa, la diatriba y la polémica que no estuviese enmarcada estrictamente en los límites de la confrontación doctrinaria.

En una conversación sostenida con él dentro de la investigación para elaborar esta ponencia, Liscano nos dijo lo siguiente:

La revista nació por razones ideológicas. Esa fue la razón inicial. En esa etapa, de ascenso del castrismo, había en Venezuela una serie de revistas de orientación muy decidida, guerrillera y pro-castrista. Algunos intelectuales nos sentimos un poco perdidos en esa situación, y decidimos fundar una revista Guillermo Sucre, Luis García Morales y yo. Desde un principio se planteó que no iba a ser una revista de combate, que no iba a caer en la polémica, sino que simplemente iba a abrir un espacio para poderse expresar uno con toda la libertad que quería. Así nació y así fue. A medida que se fue atenuando la pugna política y fueron desapareciendo las revistas de izquierda, alineadas con el castrismo y guerrilleros, también Zona Franca fue cambiando, hasta convertirse, de manera clara, sobre todo al final de la primera etapa, en una revista abierta a todos los jóvenes de América Latina, cualquiera que fuese su posición ideológica o política. Ese fue uno de los factores que más contribuyeron a darla a conocer y a ganar prestigio dentro y fuera del país.

Estas ideas fueron recogidas con toda fidelidad en el editorial del primer número de la revista, correspondiente a la primera quincena de septiembre de 1964. Significativamente, dicho editorial se titula «Nuestra posición», y allí, entre otras cosas, se dice:

En un mundo amenazado por la posibilidad de su propio suicidio, hacia el cual le impelen los extremos dogmáticos que hacen presa de la inteligencia y la obnubilan, el frenesí que sienten algunos por poseer y asumir toda la justicia en contra de otros, formamos parte de quienes ponen en duda esos vértigos de absoluto, esas intolerancias de inquisidor, en suma, esa pasión ancestral que mezcla lo utilitario con lo ideológico dirigida a eliminar al adversario sin fórmula de juicio. […] Pensamos que el arte constituye una forma de liberación, que las posibilidades del espíritu están aún intactas, que la persona humana debe ser respetada y exaltada, que sin garantía de discrepancia no existe voluntad de convivencia y que es preferible la duda lúcida al ciego afán cesáreo de imponer alguna fe. […] Los propósitos de esta publicación son más bien afirmativos. Nos atraen más que la negación: el sentido creador, la propensión a construir, el esfuerzo por conciliar las motivaciones, los símbolos, las naturalezas del hombre. Debido a estas finalidades no quisimos limitar nuestra publicación a una dimensión puramente estética, sino abrirla hacia otras perspectivas, como las sociológicas, sicológicas, parasicológicas, científicas, que traduzcan la tentativa del pensamiento contemporáneo por entender su propio mundo, por escapar al sino de la destrucción.

No obstante la expresa definición como no polémica, Zona Franca no solo rehuyó la discusión y la controversia en diversos ámbitos de la vida humana, incluso el ideológico y el político, sino que a veces la provocó. Sin embargo, siempre mantuvo un tono ajeno a la diatriba y a la cerrazón dogmática, injuriosa y destructiva.

De Zona Franca se publicaron en total 126 números; pero no en forma continua, pues por diversas razones, especialmente de carácter económico, la vida de la revista se desarrolló en tres épocas. La primera época fue de 1964 a 1969, y abarcó 66 números. La segunda época se extendió de 1970 a 1973, con 22 números. La tercera y última abarcó de 1977 a 1984, y tuvo 36 números. En la primera época la revista se publicaba quincenalmente; en la segunda comenzó siendo mensual y luego pasó a ser bimensual.

En el primer número, como ya vimos, correspondió a la primera quincena de setiembre de 1964. Inicialmente, durante esta primera época, tuvo un formato grande, de medio pliego (30×43 cm) —conocido como tabloide en la terminología periodística—, con un total de dieciséis páginas. Desde el principio la revista se nutrió con trabajos de autores pertenecientes a diversos países. En el primer número se incluyeron textos de los venezolanos José Vicente Abreu, Elisa Lerner, Argenis Rodríguez, Juan Sánchez Peláez y Alfredo Gerbes, junto con los de autores extranjeros como Ignacio Silone, Octavio Paz, Nathalie Sarraute, Pierre de Place, José Marín, Yorgos Seferis y Alain Bousquet, además de notas y comentarios que aparecen sin firma. Llama la atención, por cierto, la presencia en ese primer número de José Vicente Abreu, pues este era militante activo y muy destacado del Partido Comunista de Venezuela, y estaba bastante comprometido con la línea insurreccional y la lucha armada de los sectores de izquierda a que antes nos referimos. Y aunque los textos suyos que se incluyen en la revista se referían a la lucha contra la dictadura perezjimenista, de todos modos su nombre entre los colaboradores de este primer número parecía contrastar con la expresa declaración del editorial antes citado, donde se deslindaban muy bien los campos ideológicos en que entonces se dividían los intelectuales venezolanos. En todo caso, este hecho parece dar idea de una cierta amplitud por parte de los responsables de la revista, en la aplicación práctica de su orientación ideológica explícitamente reconocida.

Hemos examinado 86 números, sobre un total de 126, lo cual constituye una muestra bastante representativa. En cuanto a la nacionalidad de los colaboradores, ya hemos dicho que la revista estuvo abierta a firmas extranjeras, junto a las nacionales. En la primera época, de un total de 416 textos examinados, 232 (55,7%) corresponden a venezolanos y 184 (44,2%) a extranjeros. En la segunda época, de 402 textos, 262 (65,17%) van firmados por venezolanos y 140 (34,8%) por extranjeros. En la tercera época, de 533, 352 (63,6%) pertenecen a venezolanos y 201 (36,3%) a extranjeros. Puede observarse una ligera tendencia al incremento de colaboraciones venezolanas con relación a las extranjeras, lo cual no debe imputarse a cambios en la orientación de la revista en este aspecto, sino más bien a las dificultades de comunicación de nuestro país con otros países, que a veces alcanzan límites de verdadero aislamiento. (Es de advertir que en cada número aparecen textos sin firma, imputables, por tanto, a los directivos y redactores de la revista, todos venezolanos).

En cuanto a las materias tratadas, ya dijimos que desde el primer número se decidió dar cabida a temas variados, y no solo de carácter literario, buscando con ello abarcar la mayor gama posible de aspectos de la vida cotidiana, y de ideas que, tal como se dice en el primer editorial, «traduzcan la tentativa del pensamiento contemporáneo por entender su propio mundo, por escapar al sino de la destrucción». Además, desde el comienzo Zona Franca se definió como «Revista de literatura e ideas», lema que mantuvo hasta el final.

En las tres épocas señaladas, la frecuencia temática fue la siguiente: Primera época: de 416 textos examinados, 233 (56%) corresponden a literatura; 18 (4,3%) a Ciencias Sociales (Sociología, Historia, Antropología, etc.); 83 (19,9%) a Artes (Pintura, escultura, música, etc.); 18 (4,3%) a Teatro. El resto (15,5%) se distribuye entre Filosofía, religión, cine, ciencias naturales, etc.

Segunda época: de 402 textos examinados, 240 (59,7%) son de literatura; 65 (16,16%) corresponden a Ciencias Sociales; 10 (2,48%) a Artes y 12 (2,98%) a Teatro.

Tercera época: entre 553 textos examinados, 400 (72,3%) corresponden a literatura; 6 (1,08%) a Ciencias Sociales; 5 (0,9%) a Artes y 8 (1,44%) a Teatro.

Como puede verse, no obstante la diversidad ofrecida desde el principio en cuanto a temas, el predominio de la materia literaria, notorio desde el número inicial, se fue acentuando a lo largo de las tres etapas de la revista. Este hecho se debió a varios factores, entre ellos la evidente facilidad de conseguir colaboradores en el área de la literatura, en la cual incluso suelen darse espontáneamente, más que en las demás.

La presentación material de la revista Zona Franca, como ya se dijo, comenzó con un formato grande, tamaño tabloide y dieciséis páginas, con una frecuencia quincenal. Más tarde cambió morfológicamente por un formato más pequeño de un cuarto recortado (22×28 cm), con 64 páginas. Este formato se mantuvo en las dos épocas subsiguientes, aunque variando el número de páginas, que eventualmente subía o bajaba, casi siempre manteniéndose entre sesenta y cuatro y ochenta páginas. Igualmente cambió la frecuencia de su aparición, pues al principio tuvo una periodicidad quincenal y en las siguientes épocas pasó a ser mensual, primero, y luego bimensual. Sin embargo, tal periodicidad tampoco se mantuvo rigurosamente y con frecuencia se publicaban números dobles.

Otro aspecto en que Zona Franca cambió muchas veces, a lo largo de sus tres etapas, fue el relativo a los responsables y encargados de su elaboración. Inicialmente, figuraban Juan Liscano como director y Guillermo Sucre y Luis García Morales en la Redacción. Más adelante dejaron de aparecer estos dos últimos y fueron figurando entre sus redactores, en forma sucesiva, Baica Dávalos, Alejandro Oliveros, Julio E. Miranda y Oscar Rodríguez Ortiz, entre otros. Quien sí se mantuvo como director fue Juan Liscano.

En cuanto al financiamiento —uno de los problemas más agudos de las publicaciones culturales en Hispanoamérica— Zona Franca vivió diversos momentos. Según nos explicara el propio Liscano, durante un buen tiempo la revista tuvo el apoyo financiero de un organismo oficial venezolano, una especie de subsidio a cambio del cual se le entregaban trescientos ejemplares de la revista, que ellos distribuían dentro y fuera del país. Esto permitió durante ese tiempo resolver, en parte, dos problemas esenciales, como son el del financiamiento y el de la distribución, que tradicionalmente han sido los principales inconvenientes con que han tropezado las publicaciones de este tipo en nuestros países. Más tarde esta ayuda oficial le fue suprimida, pero la revista pudo subsistir gracias a que también tuvo alguna ayuda financiera privada, mediante publicidad pagada por importantes empresas venezolanas, aunque no en la magnitud deseable. A medida que los costos de producción fueron aumentando, mientras que la publicidad se mantenía estancada o aumentaba en una proporción mucho menor, la revista se vio en dificultades crecientes, que a la larga determinaron su desaparición, después de haber cumplido una extraordinaria labor cultural por espacio de quince años, con las interrupciones ya señaladas.

Finalmente es importante registrar que Zona Franca contó con la presencia en sus páginas de nombres muy valiosos de la intelectualidad venezolana, hispanoamericana y de otros países. La revista siempre se distinguió por su apertura hacia los jóvenes, tanto en lo referente a los colaboradores, como en lo tocante a los lectores, procurando siempre reflejar en sus materiales de manera especial los problemas que suelen confrontar a las nuevas generaciones, sin desdeñar, por supuesto, la opinión y la valiosa experiencia de los mayores. Algunos de los jóvenes que colaboraron desde el principio con el tiempo se fueron desarrollando y madurando como escritores importantes. Otros se fueron quedando en el camino, seguramente porque diversas motivaciones los atrajeron más hacia otras actividades. Entre los nombres más destacados que figuraron en las páginas de Zona Franca a lo largo de sus quince años de existencia, bien como colaboradores, bien como objeto de comentarios y estudios críticos, mencionamos entre los venezolanos, a Alfredo Boulton, Isaac Chocrón, Vicente Gerbasi, Francisco Herrera Luque, Elisa Lerner, Antonio Pasquali, Enrique Bernardo Núnez, Miguel Otero Silva, Alejandro Otero, Mariano Picón Salas, Juan Sánchez Peláez, Elizabeth Schön, Pascual Venegas Filardo, Román Chalbaud, José Ignacio Cabrujas, Otto De Sola, Armando Reverón, Jesús Sanoja Hernández, Antonieta Madrid, Francisco Massiani, Humberto Mata, Domingo Miliani, Eugenio Montejo, Rafael Pineda, Francisco Pérez Perdomo, Ednodio Quintero, Armando Rojas Guardia, Alfredo Silva Estrada, Oswaldo Trejo, Arturo Uslar Pietri, César Zumeta, Arnaldo Acosta Bello, Rafael Arráiz Lucca, Luis Alberto Crespo, Gabriel Jiménez Emán, Antonio López Ortega, Santos López, Antonia Palacios, Yolanda Pantin, Fernando Paz Castillo y Ana Enriqueta Terán. Entre los de otros países se destacan Ida Vitale, Cesare Pavese, Mario Vargas Llosa, Roberto Juarroz, Raúl Gustavo Aguirre, Dylan Thomas, Alejandra Pizarnik, Eugenio Ionesco, H. A. Murena, Robert Musil, Gonzalo Rojas, Bertrand Russell, Ignacio Silone, José Agustín Goytisolo, D. H. Lawrence, Hector Libertella, Enrique Molina, José Miguel Oviedo, Aldo Pellegrini, Emir Rodríguez Monegal, Ernesto Sábato, Severo Sarduy, François Villon, Evelyn Picón Garfield, Julio Ramón Ribeyro, Giorgio Seferis, Augusto Tamayo Vargas, Leon Gontrán Damas, Vinicio De Morais, Humberto Díaz Casanueva, Alberto Girri, Gaston Bachelard, Walter Benjamin, Antonio Cándido, Guido Cavalcanti, Constantino Cavafis, Alejo Carpentier, J. G. Cobo Borda, Umberto Eco, Julio Cortázar, Jean Genet, Juan Goytisolo, Ricardo Gullón, Enrique Lafourcade, Juan Larrea, Ángel Rama, Marta Traba, Wilfredo Lam, Anna Balakian, Carlos Barral, Alain Bousquet, Maurice Nadeau, Julio Ortega, Fernando Aínsa, Claude Fell, Witold Gombrowicz, Ana Ajmátova, José María Arguedas, Homero Aridjis, Damián Bayón, Jean-Paul Sartre, Nathalie Sarraute, Octavio Paz, Victoria Ocampo, Blas de Otero, Eduardo Mallea, Ernesto Mejía Sánchez, Mary McCarthy, Henry Michaux, Henry Miller, Lucien Goldmann, Rafael Gutiérrez Girardot, César Dávila Andrade, Roger Caillois, Albert Camus, Fernando Alegría, German Arciniegas y Jorge Luis Borges. La lista, solo parcial, da una idea de la amplitud y de la importancia de los colaboradores y de los textos que se publicaban en la revista.


*Tomado de América: Cahiers du CRICCAL. Número 15-16. Francia, 1996.


Elogio del diccionario

Por ALEXIS MÁRQUEZ RODRÍGUEZ

De los diccionarios se ha hablado mucho, y no siempre bien. Alguien dijo una vez, y muchos lo han repetido, que el diccionario es el cementerio de las palabras. Como metáfora no está del todo mal. Sólo que en este caso lo que se guarda en ellos no siempre son cadáveres. Y basta abrir sus páginas, por cualquier parte, al azar, para que, como en el afamado cuento “El médico de los muertos”, del cuentista venezolano Julio Garmendia, muchos de aquellos “cadáveres” cobren vida. No hay que fiarse demasiado de la sinceridad de los denuestos que mucha gente hace de los diccionarios. Sobre todo si se trata, como casi siempre ocurre, de escritores y demás gente de letras. Casi todos ellos, en realidad todos, por mucho que renieguen del diccionario, lo mismo que de la gramática, más de una vez terminan aterrizando en sus páginas, aunque muchos lo hagan de manera vergonzante, a escondidas y furtivamente. Por supuesto que no todos los diccionarios son iguales. Los hay muy aburridos, aunque de hecho cumplan, también ellos, una importante función, como guía del hablante acerca de las palabras con que cuenta para expresar sentimientos e ideas, y para comunicarse con los demás, independientemente del propósito de su comunicación, que puede ser muy diverso: reprender, elogiar, insultar, enamorar, pedir ayuda, expresar pena, trasmitir alegría, informar sobre hechos positivos o negativos, opinar sobre lo humano y lo divino.


No hay diccionario perfecto. Fragmento

Por ALEXIS MÁRQUEZ RODRÍGUEZ

Se ha dicho, y es cierto, que ningún diccionario está completamente al día, porque cuando cualquiera de ellos sale de la imprenta, ya la lengua ha avanzado, se ha enriquecido, ha inventado o adoptado nuevos vocablos, que, obviamente, no pueden estar en sus páginas. Eso explica, en parte, que muchos diccionarios lleven al final un apéndice con nuevas palabras, que no aparecen en el cuerpo principal, o aparecen con otras acepciones. En ello debe verse, sobre todo, el extraordinario dinamismo de la lengua, su constante movilidad, su naturaleza por definición cambiante, pues, como bien lo decía nuestro Andrés Bello en el prólogo de su Gramática, “Una lengua es como un cuerpo viviente: su vitalidad no consiste en la constante identidad de elementos, sino en la regular uniformidad de las funciones que estos ejercen, y de que proceden la forma y la índole que distinguen al todo”. Agreguemos que de los tres elementos, o conjuntos de elementos esenciales que forman un idioma, el vocabulario o léxico, la sintaxis y la fonética, el primero es el más dinámico, el más susceptible a los cambios, el más expuesto a las influencias exógenas. Y es aquí donde hallamos, precisamente, la clave para entender la importancia del diccionario.

Dos datos, por lo menos, justifican lo que digo. En primer lugar, el diccionario es el único instrumento idóneo para registrar, no sólo la cantidad de vocablos de que un idioma dispone en un momento dado, incluyendo arcaísmos y palabras en desuso, sino también la velocidad y las tendencias con que ese vocabulario se va renovando constantemente. En segundo lugar, el diccionario es un factor principalísimo para mantener la unidad de la lengua. Esto último es particularmente importante en el caso del castellano, que, por ser el idioma nacional de una treintena de pueblos y de unos cuatrocientos millones de hablantes desparramados por diversos continentes, debe encarar siempre el riesgo de la disgregación y el fraccionamiento.

En cuanto a lo primero, es preciso tener claro que el diccionario no es, como muchos pretenden, lo que da vida a las palabras. Mal servicio hacen a la cultura lingüística –que debería ser objeto primordial de la escuela, pero desgraciadamente no lo es– quienes pretenden que una palabra no existe, o que su uso no está autorizado, porque no aparece en el diccionario, tal como se oye con demasiada frecuencia. Es todo lo contrario: el diccionario no autoriza ni desautoriza el uso de vocablo alguno. El diccionario es sólo un registro, lo más completo posible, pero siempre imperfecto, de palabras en uso. Las nuevas palabras entran al diccionario sólo después de un largo tiempo de empleo pacífico, hasta el punto de que ya aparezcan documentadas por escrito, de modo que es lógico deducir que se han generalizado y arraigado. A veces es un proceso largo, que tarda años para darle entrada a un nuevo vocablo.

Sin embargo, precisamente por aquel dinamismo de la lengua que antes mencioné, esos procesos pueden acortarse, y entonces el diccionario acoge en su seno voces de aparición más o menos reciente, pero que han corrido velozmente en el léxico de uso común. En lo cual influye mucho el extraordinario desarrollo de los medios de comunicación masiva, que divulgan con inusitada velocidad vocablos que, de ese modo, se generalizan y arraigan mucho más rápidamente que otros. Ejemplos de esto los tenemos en numerosos vocablos propios de la cibernética y de la computación, que se han ido incorporando al diccionario en sus dos o tres ediciones más recientes.


*Revista de Literatura Hispánica, número 77, 2013.

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